El autor ha pretendido hacer una denuncia internacional acerca de la banca extranjera en Argentina -que es mayoría- con el objeto de que los ahorristas y trabajadores de otras partes del mundo globalizado no confíen en la misma, ya que pueden ser estafados en su buena fe. Para ello presenta una lista de instituciones crediticias cuyas casas matrices no se hacen responsables de la fuga de capitales que produjeron en nuestro país.

Antes de introducirnos en el tratamiento de la temática del título, es menester hacer dos advertencias al lector:

  1. a)                          El tema fue inicialmente tratado como un llamado de alerta a los que confían -en cualquier parte del mundo- en los nombres rimbombantes, o en algunos casos de «fantasía», que utiliza la banca internacional para engañar bobos mediante la creación de instituciones crediticias que «parecen» ser filiales suyas y que en realidad no lo son. El mismo fue oportunamente transmitido por correo electrónico, en especial a gente amiga para que se formara una «cadena» de transmisión de la información; por tal razón es que hallarán en su lectura una suerte de lenguaje coloquial. Debo agradecer en esta oportunidad públicamente las múltiples expresiones de adhesión que ha recibido este mensaje de todas partes del mundo a la que fuera enviado;
  2. b)                          Señalar que escribir sobre la marcha de los acontecimientos políticos, económicos y sociales no es una tarea sencilla. Puede aparecer que así es, ya que se tienen las imágenes frescas de lo que está sucediendo o acaba de ocurrir, por eso mismo es que falta la distancia óptima que permita evaluar serena y maduramente lo que acontece -o ha acontecido- recientemente. Sin embargo, es preciso afrontar los riesgos de caer en las trampas de la subjetividad si se desea transmitir la realidad -tal como es interpretada por quien la escribe- en momentos en que Argentina está protagonizando hechos históricos que la han de marcar de modo radicalmente diferente al acostumbrado. El pueblo, mi pueblo, está aprendiendo a decirle BASTA a la corrupción de los políticos, los jueces, los gremialistas, los banqueros y todos aquellos que se han enriquecido ilegítimamente en el último cuarto de siglo, enriquecimiento que es el producto de la explotación de los trabajadores y la estafa al pueblo llano, tanto en su expresión literal como de estafa en el discurso político.

Hechas estas salvedades necesarias para comprender el sentido del texto ofrecido, ya es posible meternos, sin prurito alguno, en el tema-problema que aquí nos ocupará. Nuestro país, la Argentina, ha entrado en la vertiente de una crisis terminal de tipo económica, social, política, judicial, sanitaria y educativa, por nombrar solamente algunos de los aspectos que la misma abarca. Es decir, una crisis gravísima que afecta tanto a las instituciones de la República como a las redes constituyentes del tejido social todo de la comunidad nacional.

No quepan dudas de que el Estado Argentino se ha mostrado a la vez impotente e incapaz -características que parecen perdurables con el paso del tiempo- especialmente a través de los sucesivos gobiernos de la última década y siempre bajo la utilización del latiguillo perverso de cuidar y salvaguardar la «transición democrática», para -entre otras muchas cosas que no vale la pena enumerar aquí- frenar la fuga de capitales en dirección al exterior. El último «invento» de uno de nuestros más «equinos» economistas, de los tantos que han tenido la virtud de poner el caballo detrás del carro -es decir, la política al servicio de la economía- con el objeto de «salvar» la descapitalización sistemática de la moneda de la «madre patria» adoptiva: el dólar fue el eufemísticamente llamado «corralito», por el cual de hecho -y de derecho por una primera resolución acordada por la Suprema Corte de Justicia de la Nación- se ha terminado por confiscar los depósitos bancarios de los pequeños empresarios, de los trabajadores y de los ahorristas locales, los que hacen al sostenimiento de cualquier sistema financiero[i].

La medida adoptada por el cuadrúpedo Ministro en asuntos económicos del Presidente De la Rúa -el último de ellos en el medio mandato gubernativo- apuntó no solamente a salvaguardar los intereses financieros de las actividades bancarias, sino también a evitar una corrida masiva hacia los bancos para retirar los depósitos confiados a ellos. Esto hubiera producido el crack de las instituciones bancarias y la quiebra de los mismos, con lo cual solamente unos pocos ahorristas hubieran recuperado sus dineros que legítimamente les pertenecen y que supuestamente están garantizados por el Banco Central de la República Argentina. Nada hemos de decir aquí sobre los resultados políticos que sucedieron en cascada para liquidar al gobierno del autista Presidente De la Rúa[ii] que fue echado a puntapiés por un pueblo que se hizo oír merced a la fuerza de las cacerolas y en medio de una brutal represión policial que dejó un saldo de más de 25 muertos por el capricho de quien deseaba mantenerse en el poder a toda costa -y aún sobre los cadáveres de quienes le reclamaban el pronto alejamiento- aunque nunca el mismo hubiera transitado por sus manos en los dos inacabables años que tuvimos que sufrir de su (des) gobierno paralizante y aburrido, que lejos estuvo de su anterior de iguales características, aunque al menos se movió entre la alegría de la farándula y la banalidad.

Luego de algunas vicisitudes políticas impensables en un país que -según el ex Presidente Menem [iii]gracias a él había entrado en el codiciado Primer Mundo, merced a sus habilidades manejando los palos de golf- asumió el actual [iv]Presidente E. Duhalde, el 1ª de enero de 2002, quien lo hizo bajo la comprometida advocación de que con su plan de gobierno iba a terminar con la sempiterna alianza perversa entre el Estado y los intereses financieros. Su intención verborrágica de la ocasión era la de reemplazar aquella por una alianza desde el Estado con los sectores de la producción, vale decir, trabajo y capital. Sin duda alguna, se trató de una loable expresión de deseos pero, hasta el momento de escribirse estas líneas -mes y medio después- nada más que eso. ¿Quién puede ser tan ingenuo de creer que bajo el sistema capitalista pueda haber producción sin ahorros confiados y depositados en los bancos que financien a la misma?

Los bancos -desde que se armó y cerró el corralito- han perdido credibilidad no solamente entre los ahorristas, sino también entre los comerciantes y hasta pequeños industriales, todo esto gracias a las decisiones gubernamentales al respecto y -sobre todo- a su propia irresponsabilidad como entidades es que perdieron por el camino el mayor crédito que puede tener cualquier relación económica entre dos partes: la confianza. ¿O es que alguien en su sano juicio va a volver a confiar sus depósitos en los bancos que funcionan en Argentina y, que en su mayor parte, pertenecen a casas matrices ubicadas en el exterior? Es decir, no contarán con recursos genuinos como para llevar adelante la necesaria reactivación de la producción que conducirá al tan ansiado despegue económico del país; eso ya se ha convertido es un cuento chino, tan chino como las importaciones de productos manufacturados que provienen del sudeste asiático y que fueron una de las tantas causas de la destrucción de la industria nacional.

Confianza y previsibilidad son dos variables imprescindibles para el éxito de cualquier actividad económica que se emprenda. La confianza se ha perdido por la falta manifiesta de cumplimiento del compromiso contraído por una de las partes y, la previsibilidad, también se perdió; fundamentalmente en un país que de manera constante modifica las reglas del juego financiero amparados en una justicia -así, en minúscula, porque de otra forma no le calza- que le es ínclitamente fiel a los intereses que le imponen los grandes capitales transnacionales representados por sus mandantes instalados tanto en el Poder Ejecutivo como en el Legislativo, ya sean el nacional como los provinciales.

Frente a la peligrosa situación planteada a millones de habitantes de literalmente perder sus depósitos, los bancos tienen una solución para cumplir con los compromisos asumidos; la misma es sencilla y es la que les corresponde por la ética de su responsabilidad[v] : eliminar por propia voluntad -nada se los impide- el corralito que mantiene acorralados a los inversores locales en el malestar que produce la angustia de haber perdido sus ahorros y sus depósitos en cuentas corrientes, en cajas de ahorro o en plazos fijos, esto se logra trayendo desde el exterior -las casas matrices o los paraísos fiscales- los dineros necesarios para cubrir el faltante de caja que los mismos bancos ayudaron a fugar al exterior.

Ingenuamente alguien se podría preguntar cómo puede hacerse esto cuando localmente también han perdido -supuestamente- la confianza de sus centrales metropolitanas. La respuesta es muy sencilla, basta con solicitar a las Casas Matrices de las cuales se supone que dependen, ubicadas principalmente en los Estados Unidos y en Europa, para que aquellas financien sus deudas acumuladas en el país con sus clientes locales.

Esta propuesta no es el disparate o la veleidad intelectual de un soñador. Sólo es suficiente que aquellas Casas Matrices, de los bancos que operan en Argentina, tomen conciencia que su credibilidad también se ha de perder, no solamente entre los clientes de la Argentina, sino entre los de todo el mundo. ¿Qué garantías pueden ofrecer esas entidades en Brasil, Perú, Nigeria, Filipinas, Suecia o en cualquier parte del orbe si sus aparentemente prestigiosos nombres no han servido de cobertura suficiente para salir al rescate de sus sucursales en un pequeño y remoto país como es Argentina? : ninguna. En virtud de ello es que a través de la presente solicito a todos los que reciban este mensaje[vi] lo distribuyan ampliamente entre sus amistades, conocidos, organizaciones no gubernamentales internacionales y todas aquellas instituciones a los que pueda interesarle, para advertirles, entre otras cosas, que ningún inversor, ahorrista o tenedor de cuentas corrientes o cajas de ahorro continuará teniendo sus dineros en sus sucursales distribuidas por todo el mundo.

Para el caso de Argentina, quienes han defraudado la confianza pública, se trata de:

-el Banco Francés BBVA (grupo Banco Bilbao Vizcaya Argentaria) de España;

-Banco Río de la Plata SA: grupo BSCH (Banco Santander Central HispanoAmericano), España;

-el Crédit Lyonnais, de Francia;

-la Société Générale, de Francia;

-el City Bank, el First National Bank of Boston, el Chase Manhattan Bank, el Bank of América (todos ellos de EE.UU.);

-ABN Amro Holding, de Holanda[vii]

-Banca Nazionale del Lavoro (Italia);

-Banco Bradesco SA (Bahamas);

-Banco do Brasil, Banco Itaú SA (Brasil) y Anespa (Banco do Estado de Sao Paulo);

-Banesto: grupo BSCH;

-Bank of America Corp.;

-Bank of New York Co.;

-Bank of Tokyo (Japón);

-BNP (Banque Nationale de París);

-Citigroup Inc. (USA);

-Crédit Agricole (Luxemburgo);

-Deutsche Bank (Alemania);

-HSBC Holdings (Hong-Kong & Shangai Banking Corp);

-ING Groep (Antillas Holandesas);

-JP Morgan Chase (EE.UU.);

-Lloyds TSB Group (Gran Bretaña);

-Banco Río de la Plata: Grupo BSCH.

Todos estos bancos y grupos financieros mencionados -y muchos más que se me quedan en el teclado del procesador de textos- no son otra cosa que mascaradas hipócritas que sirven para vender -entre los incautos habitantes de las «colonias»- nombres fastuosos con tradición de confiables que, al igual que en la época de la conquista convencían con espejos objetos coloridos. Pero no son tan responsables como su publicidad en los periódicos pretende hacerlos aparecer. Todos ellos han servido tanto para el lavado de dinero proveniente de la venta de drogas ilícitas, operaciones con venta de armas y lo producido por actos de corrupción con complicidad de los gobernantes de turno, como asimismo para la fuga de capitales vernáculas a los paraísos fiscales que poseen distribuidos por el mundo; además de enviar las remesas de sus enormes ganancias a las Casas Centrales que han demostrado ser incapaces de salir en salvaguardia de su «buen nombre y honor» internacional.

Si esas entidades financieras no son capaces de cumplir con el salvataje de sus sucursales en Argentina, solicito a todos aquellos que quieren proteger sus ahorros que no vuelvan a depositar un dólar -o moneda local- más en tales instituciones. Al contrario, lo que debiera hacerse es retirar inmediatamente lo que tienen en ellas depositado porque en cualquier momento pueden ser estafados en su buena fe, como lo ha sido una buena parte del pueblo argentino. En todo caso, nuestros ahorros en cualquier parte del mundo se verán mejor protegidos en bancos nacionales que en los extranjeros -que son puro nombre de prosapia histórica- pero que a la hora de responder con su patrimonio, no hacen otra cosa que mirar hacia otro lado como si no se hablase de ellos. Por lo menos, que si los estafan -lo que siempre es posible en las relaciones económicas- que lo hagan sus connacionales y no los grandes grupos financieros que representan lo más rancio y putrefacto del capitalismo internacional.

En modo alguno tengo el propósito -con estas líneas- de proteger los dineros depositados por los grandes capitales, los cuales se han fugado cuando vieron que la Argentina dejaba de ser un paraíso confiable para la llegada de sus «capitales golondrinas» que poca inversión han realizado, en realidad se trataba solamente de operaciones bursátiles donde obtenían ganancias inimaginables respecto a las que podían lograr en sus países de origen.

Debe tenerse presente que el corralito no solamente afecta a los pequeños ahorristas y a alguno grande que pospuso el pago de una quincena a sus trabajadores para ganarse una diferencia con los intereses de un plazo fijo. El corralito también castiga duramente a los trabajadores que gracias a su implantación han pasado a integrar la enorme masa de los que están en la condición de desocupados, porque sus patrones no pueden retirar el dinero que necesitan para pagar los gastos fijos y los insumos necesarios que demanda el sostenimiento de cualquier emprendimiento empresarial, ya sea industrial o agropecuario. No en vano las recientes estadísticas muestran cifras por demás alarmantes de cierres -temporales o definitivos- de industrias y comercios e, incluso, la imposibilidad de levantar las cosechas de la pampa húmeda, las que han de servir para el ingreso de divisas frescas y así contener la «disparada» del dólar que se espera para mediados de febrero. Tampoco es cuestión de que mayormente -en lo personal- me interese la cotización del dólar, sino que en un país que se ha acostumbrado a vivir bajo una imaginario colectivo «dolarizado», tal disparada hacia las nubes hace temer por el arribo de una pronta inflación que licuará aún más los activos de los trabajadores.

El panorama para superar la crisis que nos envuelve es sombrío, no solamente a futuro, sino también leyéndolo a un presente inmediato. Al margen de que el programa económico -si es que se lo puede llamar así- presentado por el equipo de «expertos» que acompañan a Duhalde deja baches que no se entiende como serán cubiertos y de que las medidas adoptadas hasta el momento no han roto con la tradicional alianza gubernamental con los intereses financieros, como lo prometiera oportunamente, existen vacíos e incógnitas que resultan difíciles de despejar. Entre ellas, no quiero imaginar el valor que van a tener las tasas de interés bancario pasivo cuando se reabra la actividad plena de los mismos, serán astronómicas. Es la única forma en que podrán recuperar parcialmente los depósitos que seguramente han de huir masivamente como de la peste de los bancos locales, aunque alguno de los tenedores será tentado por la usura. Y si las tasas de compra serán astronómicas, las activas serán prácticamente impagables, ya que estarán en la estratósfera más lejos que las pasivas. Entonces cabe interrogarse acerca de cómo se logrará la reactivación económica, es otro cuento chino. Solamente con medidas que no son del agrado del establishment se podrá hacerlo; entre ellas la nacionalización de la banca por 90 días para realizar una profunda auditoria en cada una de las instituciones y su posterior cooperativización; esto unido a la estatización de comercio exterior para lograr que los oportunistas exportadores liquiden sus divisas en el sistema financiero local y, de modo complementario, la imprescindible recuperación de las «joyas de la abuela» que fueron entregadas al capital transnacional a precio vil -durante las épocas de la «fiesta» menemista- aunque dejando jugosas ganancias a los funcionarios de turno.

Por otra parte, si bien es cierto el segundo[viii] gran invento económico-financiero -contabilizado desde una lectura histórica- del Ministro Cavallo, me refiero a la convertibilidad, establecida durante sus actividades como mandamás en el gobierno de Menem, fue abruptamente abandonada en un país cuyo imaginario social -como ya lo señalara más arriba en términos de dinero- pasaba por las figuras impresas en los billetes de próceres norteamericanos, en lugar de los tradicionales hombres públicos de la moneda argentina[ix] Es verdad, la convertibilidad había cumplido su ciclo y su función hacía tiempo, pero también es cierto que salir de la misma requería de una maniobra psicoeconómica que no fuese traumática para los mayoritarios sectores poblacionales. Sin embargo, gracias a la necesidad de satisfacer las demandas de las «internas» justicialistas, se lo hizo de manera apresurada y ello ha provocado -nuevamente en menos de un mes- las iras de pequeños deudores y acreedores que se han vuelto a expresar con la original metodología de los cacerolazos, los que ya han volteado a más de un muñeco gobernante en solamente 20 días.

Es que con el establecimiento de una nueva paridad cambiaria del peso respecto al dólar para salir de la ilusión [x] primermundista de que poseíamos una moneda[xi] con idéntico valor a la de nuestros patronos yanquis, aunque esto perjudicara la capacidad competitiva internacional de nuestros exportadores y favoreciera la importación de paraguas de Taiwán y otras porquerías semejantes. En el hoy se ha roto con la paridad cambiaria y -fieles a la economía de libre mercado- se ha dejado un «dólar flotante», aunque «sucio», tan es así que el Banco Central ha de intervenir para que aquel no se dispare más allá de lo conveniente… respecto a los intereses económicos de los financistas y especuladores siempre alertas a sacar un buen partido de tal coyuntura. Es decir, no hay dólares para devolver a los ahorristas, pero sí los hay para responder a las necesidades de la banca.

En definitiva, con estas medidas, a las cuales hay que añadir otras como la puesta en marcha de un nuevo sistema de indexación[xii] nos encontramos ante una expectativa inflacionaria anual que supera los límites de un país del Primer Mundo, se han licuado los activos de los trabajadores y de la pequeña burguesía -tanto salarios como ahorros- en tanto que a la vez se han licuado los pasivos de los grandes capitales que -en principio- pasarán a deber alrededor de la mitad de lo que debían, con la que su deuda ahora será en pesos devaluados y no en dólares, tal como la contrajeron. De la diferencia se hace cargo el Estado, es decir, el pueblo trabajador con su esfuerzo y un nuevo ajuste sobre sus alicaídos ingresos. Si se quiere, se ha estatizado -lo único que se estatiza en el país- nuevamente la deuda privada de los grandes capitales, replicando el modelo seguido oportunamente por Martínez de Hoz y su subalterno D. F. Cavallo, cuando señoreaba y reinaba por el territorio nacional el terror[xiii] de la última dictadura militar. Se trata de un nuevo jubileo para los tenedores de las grandes deudas, mientras que las pequeñas afrontan el drama de la pérdida de sus bienes -por ejecuciones hipotecarias ante la imposibilidad de afrontar los pagos comprometidos, gracias a la pérdida del valor adquisitivo de sus salarios y de la indexación que recuerda a la circular 1050 del Banco Central en tiempos de la dictadura- y a una mayor tasa de desocupación. Solamente se verán favorecidos los grandes grupos económicos monopólicos, las empresas privatizadas durante el menemismo y las entidades financieras[xiv] que han de hipotecar -una vez más- el futuro de la población. Todos esos personajes a instituciones tiene depositados activos en dólares en bancos del exterior -la famosa «fuga» de capitales- pero ahora, gracias a la «pesificación» sin tope superior, no necesitarán traerlos para afrontar sus deudas. Pueden continuar bien protegidos de la temida imprevisibilidad, en dónde están a buen resguardo.

Antes de terminar una acotación que sale de lo meramente económico para echar un vistazo a la nueva realidad política y social que se está escribiendo en Argentina. Curiosamente -aunque no debiera de extrañar si se hace un estudio de la historia universal comparada- es fácilmente observable que se está materializando una alianza entre sectores sociales que en nuestro devenir histórico fueron irreconciliables: el proletariado y la pequeña burguesía nacional. Más aún, quien haya asistido -o visto por televisión- las escenas del cacerolazo del viernes 8 de febrero a la noche en la Plaza de Mayo, en donde se entremezclaban unos y otros, habrá observado -no sin asombro- la presencia de banderas rojas como las únicas representativas de partidos políticos. Y no eran precisamente de remate. Es que la pequeña burguesía ha comenzado a hacer suyo el discurso tradicional de la izquierda argentina como solución aplicable a los problemas enumerados, es decir, no pago de la deuda pública externa, nacionalización de la banca y recuperación estatal del comercio exterior. Todo esto no deja de ser una interesante señal de que se avecinan profundas modificaciones políticas en la estructura institucional del país, las cuales se manifiestan semanalmente en las asambleas barriales que se realizan en la mayor parte de las concentraciones urbanas del territorio.

Para finalizar con esta nota, lo haré repitiendo textualmente el párrafo final del mail original: «Muchas gracias por su atención y no olvide que estos dichos no tienen por objetivo solamente salvaguardar a los intereses de los argentinos estafados en su credibilidad, fundamentalmente tiene la intención de proteger sus dineros que tanto esfuerzo le ha costado ganar o ahorrar. Solamente la solidaridad internacional -entre los que aún creemos que existe- podrá ayudar a salvar a un mundo carcomido por la perversa globalización que ha impuesto el Nuevo Orden Internacional. Al imperiocapitalismo hay que pegarle donde más le duele: en sus arcas«.

 

* Profesor de Psicología Social y Director del Proyecto de Investigación «Psicología Política», en la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de San Luis, Argentina.

Notas

[i] Al respecto, recuérdense las palabras de un Ministro de Luis XIV, Jean B. Colbert (1619-1683) cuando afirmaba que para tener una buena administración financiera y económica, era preciso tener por encima un excelente plan político de gobierno; lo cual -en buen romance- significa que el caballo tiene que estar atado adelante del carro y no empujarlo. Verbigracia, que para este caso no tiene vigencia el axioma matemático de que «el orden de los factores no altera el producto».

 

[ii] Ya se podrá consultar en Rodriguez Kauth «Lectura De Una Renuncia Presidencial Anunciada: El Caso De La Rúa», Rev. Politeia, Caracas, Nº 27, 2002 y en Rodriguez Kauth y Falcón, «El Gobierno de la Alianza en Argentina: una Búsqueda Inconsciente del Fracaso». Rev. Letra e Inconsciente, Santiago de Chile, 2002.

 

[iii]Que pasará a la posteridad como el palíndromo más famoso de nuestra historia, además de por haber destruido sistemática y deliberadamente a la actividad productiva nacional y haber sido el mayor artífice de la entrega del patrimonio de la Nación por parte de un civil.

 

[iv] ¿Lo seguirá siendo al momento de publicarse estas líneas?. Démosle el beneficio de la duda que solamente el paso del tiempo podrá confirmar.

 

[v] Aquello por lo que clamaba M. Weber.

 

[vi] Estoy haciendo referencia a la primera advertencia hecha al principio de la nota.

 

[vii]Veremos si Máxima puede hacer algo con ellos en bien de su amada patria -que la hizo llorar durante la ceremonia de su casamiento al escuchar un tango- y a la que tantos «servicios» le había prestado su padre.

 

[viii] El primero fue cuando siendo funcionario de la dictadura militar estatizó la deuda privada de los grandes grupos empresarios, sobre todo la de los importadores, la cual terminó por engrosar la deuda pública de todos los habitantes del territorio.

 

[ix] La cual a lo largo de los últimos cincuenta años ha cambiado múltiples veces de denominación -y de valor- aunque sin por ello perder las imágenes clásicas locales.

 

[x] Dicho en el sentido que le diera C. Castoriadis -ver «Freud, la sociedad y la política». Rev. Zona Erógena, Bs. Aires, N° 16, 1993- al referirse a las «ilusiones» políticas como base de sostenimiento del imaginario social.

 

[xi] El término «moneda» proviene del latín y está referido al templo romano de la diosa Juno Moneta, junto al cual se instaló una fábrica de aquellas. Pero, en secreto, ¿el nombre de la diosa no le recuerda de alguna manera al banquero más cuestionado y procesado del menemismo?.

 

[xii] Al mejor estilo de las épocas del Ministro de la dictadura genocida, José A. Martínez de Hoz, ha vuelto a aparecer en la escena cotidiana la famosa «tablita», la cual día a día -y esto no es una figura retórica- ha de hacer perder capacidad adquisitiva a los salarios de los trabajadores.

 

[xiii] Rodríguez Kauth, A.: (2002) Política y Sociedad en Hispanoamérica: entre la decepción y el desencanto. Ed. Alfons el Magnanim, Valencia, (en prensa).

 

[xiv] Entre ellos un banco estatal, el que hace algo más de dos años era administrado políticamente por el hoy Presidente Duhalde.

 

Dr. Ángel Rodríguez Kauth

La responsabilidad de los bancos extranjeros en la crisis totalizadora que vive Argentina

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