“Así como estamos…hasta ahora vamos tirando…”
“…eran tiempos buenos, donde vos salías a buscar
un laburo y lo conseguías…”
Nélida Perona y Silvia Robin*
El objetivo de este trabajo es presentar dos relatos que, a modo de testimonios, brindan diferentes imágenes de una situación de empobrecimiento que ha impactado a diversos sectores de la sociedad argentina. Se trata de indagar sobre las sensaciones y representaciones que expresan los protagonistas describiendo las diversas actitudes que desarrollaron para enfrentar la sobrevivencia ante la pérdida del empleo o la restricción de los ingresos. Se pone énfasis en las percepciones acerca de los cambios producidos en los escenarios cotidianos, tanto del ambiente familiar como del entorno social.
Este tipo de trabajo requiere, en cierto modo, inmiscuirse, como observadores indiscretos, en la intimidad doméstica. De hecho, el mismo no podría haberse realizado sin la colaboración de los protagonistas que abrieron las puertas de sus hogares y relataron sus vivencias:
La familia de Juan Carlos, un ex obrero de la industria del plástico, de 40 años, con seis hijos que, desde que cerró la fábrica, “se las rebusca como puede” vendiendo pizzas en la calle y la de Liliana, ex obrera textil, de 36 años, jefa de hogar, separada con 3 hijos que vive con la suegra.
Pobreza y vulnerabilidad social
En los últimos años, Argentina ha sido escenario de profundos cambios que afectaron su estructura social, observables a través de indicadores tales como la persistencia de elevadas tasas de desempleo, el incremento de la intensidad de la desocupación y la existencia de un gran sector de ocupados en condiciones precarias o en tareas que generan poco ingreso[1].
Para el caso de Rosario, el nivel de la ocupación disminuyó notablemente en los últimos años y paralelamente se registraron altos niveles de desempleo, más elevados incluso que la media nacional[2]. A este cuadro de situación se deben incorporar los aspectos vinculados a la precarización de las condiciones de trabajo, traducida en el incremento del sector informal, ya sea por la disminución de las remuneraciones, el aumento en la fragilidad de los contratos laborales, la inexistencia de beneficios sociales tradicionalmente relacionados con la categoría de asalariado.
El lugar que los individuos detenten en la estructura ocupacional incidirá en gran medida en los niveles de ingreso y por ende en las mayores o menores posibilidades de lograr otros bienes, de responder a necesidades de diversa índole, de gozar de los beneficios y garantías asociados a determinada condición laboral. Aquel lugar brinda las bases materiales sobre las que se organiza la vida cotidiana de las personas.
Como resultado de las transformaciones, se observa un país que se reestructura con una sociedad que se empobrece en sectores amplios de la población. El empobrecimiento afecta no sólo a quienes históricamente han sufrido carencias de todo tipo sino también a sectores asalariados que habían gozado de los beneficios de cierto estilo de desarrollo. Son los nuevos pobres, los pauperizados, que hoy comparten muchas privaciones con aquéllos pero no participan de la misma historia. Por ello la noción de “las pobrezas” hace referencia a un universo heterogéneo y de creciente magnitud.
Los distintos tipos de privación remiten a la noción de vulnerabilidad con la cual se alude a situaciones de riesgo, de debilidad, de precariedad, de fragilidad, tanto en la inserción laboral como en los vínculos relacionales[3].
El escenario barrial
Si se circula por la calle Ovidio Lagos para tomar la autopista a Buenos Aires, hacia el Este a la altura del 5000, aparece el conjunto de viviendas que pertenecen al Barrio Parque Sur. Quien transita por esa arteria entrevé las viviendas, los baldíos, algunas fábricas; sin embargo, la visión externa tal vez no pueda imaginar las historias de quienes allí residen, sus alegrías y tristezas y los denodados esfuerzos para inventar cotidianamente la subsistencia de sus familias.
Los relatos pertenecen a familias que residen en ese barrio de Rosario[4]. El mismo creció por el impulso del establecimiento de importantes industrias en el área durante los años 50, tal es el caso de Fabricaciones Militares y Acíndar. Durante la siguiente década, esta característica se vio fortalecida por ordenanzas municipales que privilegiaron la zona a través de la radicación industrial.
De esta forma, se fueron loteando los terrenos y se produjo el lento poblamiento de las manzanas. Este ritmo tranquilo es aun hoy perceptible a partir de algunos espacios vacíos que se mantienen en la trama urbana.
Uno de los protagonistas de este relato, Juan Carlos, quiere dejar sentado desde el comienzo su “condición de informante calificado” para hablar de la historia del barrio. Se autodefine como uno de los primeros vecinos. “Diríamos que yo soy el más viejo de acá, vine cuando tenía tres años y …tengo cuarenta….y hace treinta y siete años…después cuando me casé…la traje a la gorda. …El barrio en sí evolucionó bastante ….porque antes era todo descampado… La escuela no existía …y tampoco estaba la iglesia …yo desde acá veía la avenida Ovidio Lagos…porque eran muy pocas las casas que había. El barrio en sí cambió mucho. De aquella época a ahora cambió un montón, antes las calles eran de tierra, ahora está todo pavimentado…terminaron la escuela…hicieron la plaza…después hicieron la canchita…vinieron los galpones…cambió mucho…”.
Poco a poco adquirió el perfil de un suburbio obrero como tantos otros de Rosario, casas modestas construidas con el esfuerzo propio sobre lotes adquiridos en cuotas. Aquellas se fueron ampliando a medida que las necesidades familiares lo requerían y los ahorros lo permitían.
El recuerdo de uno de los protagonistas -Juan Carlos- dibuja este proceso: “…el terreno todo pertenecía a mi mamá y ..ella hizo …. dividió los bienes antes de irse para el otro lado .Claro, en el caso mío,…somos cuatro hermanos …éramos…Celia ,mi hermana que falleció . En el terreno de adelante quedamos Eugenia y yo, atrás mi mamá y mis dos hermanas, una de ellas como falleció le quedó el terreno para mi hermana mayor .Entonces, gracias a eso, fuimos edificando de a poco …por que vos fijáte que todavía le falta ..o sea que a medida que uno va trabajando lo va haciendo de a poquito …pero en otro momento yo pensaba que los pibes si al poder tener laburo …íbamos a poder terminar más rápido ..pero trabajo no hay …y a mí después de veinte años me dejaron en la calle …”.
En la actualidad el barrio se presenta como un conjunto heterogéneo cuyos rasgos edilicios predominantes son casas de una zona planta, con calles asfaltadas, pero con la existencia de zanjas y alcantarillas. Muchos de los servicios que caracterizan a una urbanización consolidada llegaron a partir de las demandas de los pobladores organizados en asociaciones vecinales.
El proceso de desindustrialización que sufrió toda la región del Gran Rosario tiene un referente específico en el contexto barrial, esto es, el reciente cierre de la Fábrica Militar[5] que afectó notablemente a toda la zona.
El perfil que adquiere el barrio hoy podría describirse en términos de un continuo empobrecimiento. Los activos materiales que las familias lograron a lo largo de su historia residencial se tratan de mantener con mucho esfuerzo. El deterioro de las condiciones de vida no se manifiesta a través de los clásicos indicadores de NBI[6].. Sin embargo, se percibe con facilidad un debilitamiento general de los ingresos que afecta tanto a la reproducción cotidiana de las familias como al contexto en general. Se observa una ausencia de preocupación por mantener el cuidado del entorno: los basurales en los baldíos, las zanjas nauseabundas y las veredas deterioradas, son una muestra de ello. A esto se suma una inquietud creciente de los vecinos por la seguridad, matizada con la nostalgia por ciertas características más apacibles de otro tiempo.
“Antes no! Vos podías dejar las puertas, las ventanas abiertas …y no pasaba nada .Y ahora no …porque vos ahora te vas dormir y tenés que tratar de tener asegurado todo y un poco más …viste? no es como antes …entonces todo eso te lleva a la gran desconfianza ..viste …y que eso antes no existía .Vos antes dejabas algo afuera y el mismo vecino te lo guardaba y al otro día te lo devolvía ….viste…ahora dejá algo afuera y después ..( hace un gesto como de olvidáte )…”
El contexto de crisis agudiza los sentimientos de rechazo hacia lo nuevo, hacia los recién llegados; esos son “los otros” “los malandras”, quienes generan desconfianza y a quien se les responsabiliza del deterioro relacional. Ese otro diferente es, en este caso, el que no comparte la historia barrial.
“Y … hará unos cinco años más o menos … que esto empezó a cambiar .. ojo, en la parte de seguridad no por el barrio en sí . La gente acá era gente trabajadora y clase media …ahora …hay de todo … “.
El perfil ocupacional del barrio muestra un índice de desempleo semejante al que tenía la ciudad en 1996 (más del 20%)[7]. La gran proporción representada bajo la categoría “asalariados” oculta una diversidad de condiciones precarias de inserción: changas, trabajos temporarios, ocupados en establecimientos de un solo empleado y, finalmente, un segmento de trabajadores por cuenta propia, actividad en la que se han refugiado una gran parte de los obreros que perdieron sus empleos.
La población desocupada se compone de ex trabajadores industriales y de jóvenes y de mujeres que salen a buscar trabajo para aportar otros ingresos al hogar como consecuencia del deterioro de las remuneraciones.
El trabajo es entendido como valor primordial y casi excluyente; como recurso generador de otros recursos les permite tanto la reproducción en el plano material de su existencia como la articulación de una serie de relaciones sociales. Esta “cultura del trabajo” ha sido incorporada desde muy temprana edad como representación social. Las trayectorias ocupacionales de los protagonistas dan muestras de la centralidad del trabajo para ellos y sus familias.
La historia de Juan Carlos
De trabajador precoz a desocupado prematuro
Juan Carlos, desocupado de la industria del plástico, tiene hoy cuarenta años. Su inicio laboral, al igual que muchos hijos de familias trabajadoras se produjo a una edad muy temprana; trabaja desde muy pequeño. A los ocho años comenzó como vendedor ambulante, actividad que desarrollaba después de cumplir con sus tareas escolares…Todas las tardes salía con una canasta cargada de «bolitas de fraile» y pan de «chicharrón», mercadería que le suministraba un vecino, para rebuscarse unos centavos que arrimaba a los magros recursos del hogar. A los doce años cambió el contenido de la canasta, suplantó los «amasados» por artículos de mercería, esta vez acompañando a un tío en un largo periplo por la ciudad. A los catorce años, terminada la escuela primaria, logra un cambio cualitativo muy importante; deja de ser vendedor ambulante para convertirse en operario de una carpintería que le permitiría al mismo tiempo aprender un oficio y un año y medio después mejoraría su posición al emplearse en una enfermería. Ambos eran puestos de trabajo clandestinos «…ahora se dice que ‘laburás en negro’ antes no lo llamaban así, te decían que eras ‘temporario’ …y cuando caía una inspección del Ministerio -de trabajo- te tenías que esconder «.
El comienzo de la trayectoria laboral de Juan Carlos tipifica la de muchos niños pertenecientes a familias obreras de la ciudad en la década del 60. En aquella sociedad de «pleno empleo» era muy habitual -sobre todo para los varones- comenzar desde pequeño a desempeñar algunas tareas fuera del hogar, muchas veces junto al padre o hermanos mayores que al mismo tiempo de conducirlos en sus primeras experiencias, le brindaban la protección necesaria. El trabajo de los niños y adolescentes no sólo era apreciado como una ayuda económica sino que también se lo llegaba a considerar una beneficiosa experiencia vital para el desarrollo personal; un factor de socialización muy importante porque complementaban los saberes escolares[8].
A comienzos de la década de los 70, apenas cumplidos los dieciséis años, Juan Carlos ingresó como obrero en una fábrica de inyección de plástico que en los buenos momentos llegó a tener seiscientos empleados. Permaneció en ella durante casi veinte años hasta que ésta cerró…»quedé en la calle, ocho meses de salario, vacaciones, aguinaldo, todo quedó adentro y yo en la calle…».
A través de los años había logrado ascender y mejorar su condición laboral ya que llegó a desempeñarse como encargado de planta. Los últimos tiempos en la misma, antes del cierre, se convirtieron en un verdadero calvario: su condición de delegado gremial lo exponía a un continuo enfrentamiento con los dueños de la empresa; asimismo la falta de cumplimiento en el pago de los salarios lo sometía a una constante tensión para poder alimentar a su familia. Un recurso fue el de abastecerse a través de la cooperativa de consumo de la propia empresa, de esta forma el sueldo se trocaba en alimentos, «…un año y medio que yo los tenia a éstos a salchichas, fideos, arroz, pollo y llegó un momento en que éstos no me querían comer ni salchichas ni fideos ni arroz ni pollo, les traía fiambre y me decían ¿ otra vez fiambre».
Durante el período hiperinflacionario «la situación se puso más fulera, se nos iban acumulando quincenas y te pagaban en cómodas cuotas …en chauchas y palitos…y él -el empresario- especulaba con el sueldo de uno…vos viste que la inflación era de un cincuenta a un sesenta por ciento…o sea que si tenías plata en el banco y las tasas de intereses estaban un poquito altas con los intereses nos pagaba a nosotros y encima no nos pagaba ….por eso fueron épocas de luchas intensas…». El deterioro de las condiciones laborales y el incremento de la tensión provocaron en Juan Carlos sentimientos contradictorios, hasta llegó a desear el cierre del establecimiento y la pérdida de su trabajo como una solución a la depresión que sufría al tener que concurrir diariamente a la planta sin saber cuándo iría a cobrar y cómo iba a afrontar la manutención de su familia. De esta forma se decidió a comenzar con la elaboración y venta de pre-pizzas, al mismo tiempo que, apremiado por la situación, consintió en que su esposa retornara a su actividad como empleada doméstica, la cual había abandonado al casarse.
Los obstáculos para la reinserción
Por otra parte, una vez consumado el cierre de la fábrica, la nueva situación lo enfrentó a una dura realidad, su edad, y la cantidad de hijos -cinco en ese momento, ya que hoy también está el más pequeño de apenas un año y medio- le entorpecía la posibilidad de reinserción laboral, los trabajos parecían estar destinados a quienes tuvieran menos de treinta y seis años, solteros o con una mínima carga familiar. «…andando en la calle buscaba ahí en alguna fábrica y preguntaba …eh ¿ no necesitás alguno ? …..Sí…, y vos cuántos años tenes ?….yo le respondía 35,36. Chicos? …cinco le decía ..Nooo,…..para colmo eran medios chicos …Jorge que era el más grande creo que tenía 12 …13 años ..y así en todos lados, yo por ahí cuando andaba en bicicleta me metía en una fábrica a preguntar y me decían…Nooo, nosotros necesitamos hasta una determinada edad …necesitamos hasta 25, 30 años»
En ese momento yo sentía «…mucha bronca ..porque o sea…un tipo de 30 años 35 años ya para los grandes empresarios ya no sirve más…». De esta forma el peso de ser un desempleado de edades centrales, jefe de familia numerosa, se manifiesta como un selector negativo para lograr reinsertarse como asalariado; ante un mercado de trabajo que se restringe, cualquier atributo personal que pueda aparecer como un freno a la entrega total y a la máxima rentabilidad se constituye en un obstáculo para lograr un empleo.
Sin embargo, el hecho que la pérdida del puesto de trabajo hubiera sido la resultante del cierre de la planta tranquiliza la conciencia de Juan Carlos, le sirve de descargo a su culpabilidad. Él se mantuvo y luchó hasta el final, no fue su negligencia ni imprevisión las que desencadenaron la situación actual del hogar, sino que ésta se vincula a un contexto general de desindustrialización y en especial a manipulaciones fraudulentas por parte de los dueños de la empresa. La responsabilidad de los empleadores aparece recurrentemente en la visión de Juan Carlos: la desaprensión por los trabajadores y el destino de sus familias, el afán de obtener una ganancia fácil y en corto plazo convierten la falta de inversión y el incumplimiento con sus deberes patronales y fiscales en conductas dolosas. Estas adquieren para el obrero los rasgos de una mentalidad característica de un empresariado que se enriquece a costa del esfuerzo y las penurias de sus empleados.
Tanto las exigencias selectivas del mercado como una desconfianza hacia los posibles patrones reforzaron su opción por el cuentapropismo…»algunos compañeros pudieron enganchar …tuvieron suerte ….pero qué es lo que pasa….tienen menos chicos …y fueron aceptados. Vos fijáte que hubo un grupo de muchachos que fueron a otra empresa de plástico como el que la abría era el hermano de un muchacho que trabajaba ahí adentro ..y ya los conocía a los muchachos ..los llevó a laburar ahí ,…pero te estoy hablando de tres años después de que cerró la fábrica …o sea que mientras tanto lo mío -las pizzas- iba por lo seguro ….yo lo tenia encaminado…y después que la fábrica abierta no llegó a durar 2 años …los volvió a dejar en la calle a todos ..y yo les decía lo que pasa es que estos tienen la misma mentalidad que la de los dueños anteriores ….porque siguieron con lo mismo …siguieron fabricando y al obrero lo dejaron a un costado sin pagarle ….ves…. es todo igual .Después yo no busqué más nada porque me cansé …a los cuarenta ….imagínate si a los 35 me decían que no, ahora pienso que ya ni te deben tener más en cuenta …».
A partir de las crecientes dificultades para conseguir un nuevo empleo, Juan Carlos potenció aquellas habilidades que podían ofrecerle una alternativa para reunir un ingreso y trató de consolidar su microemprendimiento de elaboración de pizzas. En un principio había logrado reunir una interesante clientela, sin embargo la misma fue disminuyendo según la propia visión de J.C. ante la competencia de otros desempleados que siguieron el mismo camino » …al haber tantos desocupados,…aquél que tiene un pesito se compra un horno pizzero y se pone hacer pizzas..»
¿Se pierde la cultura del trabajo?
Nuevamente la situación contextual aparece como una frontera infranqueable a las expectativas de un progreso futuro, la falta de trabajo ha desgarrado aquella ilusión propia de los sectores medios de la Argentina que la habían mistificado como una sociedad de una movilidad ascendente sempiterna. La «cultura del trabajo» había forjado una cosmovisión donde el progreso en la escala social se vinculaba íntimamente con las capacidades personales y el esfuerzo, el trabajo era la categoría central sobre la que se estructuraba no sólo la identidad social del individuo, sino que resultaba la única herramienta legitimada socialmente que podía traducirse materialmente en símbolos de ascenso social.
Los efectos desestructurantes de la falta de trabajo para el futuro del país aparecen claramente en el relato «…La juventud hoy en día está mentalizada de tal manera que te dicen …y si no hay laburo no hacemos nada …saben que el viejo lo mantiene un poco ……por eso yo les digo que hay que salir a buscar trabajo …y obvio yo no quiero que ellos tengan que pasar lo que yo pasé cuando era chico ..laburando… y si no se los puedo dar yo ..entonces que busquen un trabajo ….pero me dicen ..viejo no hay nada que querés que salga a caminar ..que salga a esto … si no hay nada…»
Aquel valor intrínseco adjudicado al factor «trabajo» hace que ante la ausencia de éste se produzca una profunda alteración de la vida personal del desempleado en varios aspectos. Por ejemplo, es común una actitud a rehusarse a reconocer que su nueva situación le permitiría otra utilización de su tiempo, negándose asimismo la posibilidad de disfrutar de la falta de horarios fijos, «…me levanto todos los días al mismo horario, a las cuatro y media, …cinco,…o sea que desde que tengo 10 años no conozco lo que es dormir hasta las 8 o las 10 de la mañana…porque si un día me encuentro medio que cazando moscas, me desespero, me siento aburrido, pero justamente es ese momento el que tengo que aprovechar para descansar …viste…»
Cómo amortiguar la caída…
El riesgo cierto de una pérdida inmediata del trabajo del jefe de familia se presenta como un horizonte oscuro e incierto que interpela a los sujetos de esta historia obligándolos a producir transformaciones en la organización hogareña. Para enfrentar el momento crítico y atemperar las duras consecuencias provenientes de las nuevas circunstancias se deberán producir algunos cambios en las formas de administrar tanto los recursos monetarios como humanos que posee la unidad familiar. Estos significan profundas alteraciones tanto en las formas de enfrentar la cotidianeidad para resolver la subsistencia material de los hogares como para proteger ciertos elementos simbólicos que hacen a la unidad del núcleo y a la preservación de los roles tradicionales de cada uno de sus miembros.
El proceso de pauperización de las familias afectadas por la desocupación de aquél que había sido el sostén de la misma produce una transformación profunda en el patrón de desempeño de las actividades productivas-reproductivas de los integrantes de la unidad doméstica.
De esta forma, la familia de Juan Carlos desplegó diversas estrategias para acomodarse a los nuevos tiempos.[9] Se modificaron los vínculos al interior de la misma ya que los hijos y la cónyuge salieron al mercado de trabajo a buscar el ingreso caído. Sin embargo estas mutaciones en los roles productivos no se proyectaron en una alteración de las relaciones jerárquicas. Juan Carlos mantuvo el reconocimiento hacia su autoridad como jefe del hogar. A pesar de no desempeñarse como el pilar económico de la familia retiene el atributo de administrar el presupuesto, actividad que desempeña con gran celo no sólo porque a través de ella el resto de los integrantes admiten su autoridad y dependen de él para cualquier gasto, sino también porque a la distribución de los escasos recursos se le otorga el valor imaginario de mantener la unidad familiar. «…Hay que depositar el dinero en la casa, después yo les doy algo a ellos …..porque la familia es grande y tenemos que tirar todos parejo…” «….por eso yo digo que la plata de la familia tiene que venir a un solo pozo ..viste…suponéte se enferma un chico …hay que sacar para el medicamento …la plata está administrada de esa manera … no sé si está bien …. porque a lo mejor el día de mañana ellos se sienten ……..porque hice todo yo…». Los limitados ingresos de la casa se reducen a la remuneración quincenal de uno de los hijos varones de 19 años -trabaja como obrero en una fábrica de sillas- y al aporte de los jornales de Cristina como empleada doméstica «..con eso reunimos alrededor de 450 pesos que nos alcanza para cubrir los gastos de la familia que somos ocho…por eso por ahí especulamos con lo que yo pueda llegar a vender…por ahí cubrimos la comida…».
El resto de los miembros del hogar hacen algunas «changuitas» cuando encuentran, el hijo mayor en un taller mecánico del barrio y las nenas ayudando a una tía en la elaboración de muñequitos de peluches. «…el poquito peso que ganan ellas me dicen ….papá acá está …entonces yo les doy la mitad de lo que me dan …aparte por los gastos de ella ..aparte las mujeres no es lo mismo que el hombre…ellas necesitan tener un pesito en la cartera ..el hombre es más ciruja no tiene drama …entonces es para la escuela …las cosas íntimas de ellas ….lo de la casa me encargo yo .El dinero hay que saber administrarlo …además este mes viene bastante gordo … se vienen los impuestos». Las estrecheces económicas no son utilizadas por Juan Carlos para eludir sus compromisos como ciudadano, quizás esta actitud le sirve para diferenciarse tanto de aquellos empresarios inescrupulosos que lo llevaron a esta situación como de los «verdaderos pobres», de los que no tienen nada, de los que viven en las «villas», se enganchan en la luz y no pagan ningún impuesto.
A pesar de seguir detentando la jefatura no deja de reconocer la profunda transfiguración ocurrida en el seno del hogar a partir de haberse quedado sin su empleo «… los papeles están invertidos …..porque yo pasé a ser la mujer de la casa y mi mujer el hombre de la casa …porque yo me levanto y hago las pizzas y ….después si tengo que limpiar quedate bien tranquila que no voy a escatimar el bulto de limpiar,….si tengo que lavar lo voy a hacer ….las chicas me ayudan a eso sí ..yo les hago la comida a los chicos …yo ya tengo todas las cosas diagramadas …sé que al mediodía tengo que tener la comida .y..le mando la comida al que trabaja, al de 19 años, todos los días con el mayor»
A pesar de sus carencias actuales, Juan Carlos no se reconoce como un pobre, al fin de cuentas el logró a partir de su esfuerzo construir su casa que hoy en día aparece como su principal capital «…porque cuando yo me casé dormíamos en el sofá en la casa de mi vieja y después de ahí hice la casa, hice todo ….».
Sin embargo es consciente que su precariedad actúa como un fuerte condicionante del futuro de su familia. Al haberse esfumado su situación de asalariado se ha producido un debilitamiento del eje que lo integraba con la sociedad, empujándolo hacia una «zona de turbulencia», ya que no sólo ha perdido su puesto de trabajo sino que con éste también se fueron todos aquellos beneficios en los cuales participaba a partir de él, entre ellos la posibilidad de gozar en el futuro de una jubilación ….» ..ahora no hago aportes…no me alcanza…además de los veinte años que me retuvieron …sólo diez están …los otros me hicieron los descuentos pero no aportaron…». Por otra parte también perdió la «obra social» y ahora recurre al hospital público. El futuro lo desvela, «..a la noche pienso….a veces no quiero hacerme malasangre porque me trabaja la croqueta más de lo que debe….la veo muy fulera», y sus mayores anhelos se confunden con la nostalgia de «…tener un sueldo fijo …. por mes ……yo no quiero ganar fortuna ….solamente quiero una vez al año decir ..bueno loco agarraste a tu familia y te fuiste quince días a algún lado …yo no conozco lo que es una vacación desde hace años ….la última fue cuando nos casamos que fuimos a Mar del Plata en el 76……..y pienso que lo que pido es la mentalidad de un argentino ….de cualquier ser humano …..Es muy bravo todo……lo principal es tener trabajo para el obrero «.
El relato de Liliana
La importancia del trabajo para estar «incluido»
Cuando se realizaron los primeros contactos en el barrio, allá por setiembre de 1996, Liliana encarnaba uno de los casos con que se forman las estadísticas: una mujer de 36 años, se asumía como jefa del hogar con carga de familia y estaba desocupada. Es decir, pertenecía a uno de los grupos de edad donde el índice de desocupación es más elevado, tenía que mantener a sus hijos y estaba buscando trabajo.
Su relato está signado por la condición de género y en él se entrecruzan sus vivencias barriales, su afincamiento en este lugar con su vida laboral y los esfuerzos por mantener a los niños.
Llegó al barrio hace doce años, cuando se casó y allí vive desde entonces; este traslado significó el comienzo de su vida en pareja pero no le implicó grandes cambios en lo que se refiere al entorno ya que proviene de otro barrio de Rosario, con características semejantes. Hoy, ya separada desde hace algún tiempo, continúa viviendo en el mismo lugar, con Yolanda, su suegra, que es a su vez la propietaria de la casa. Del tema de su separación no dice nada; tampoco se quiso indagar en ese aspecto de su privacidad, pero lo que se pudo entrever es que el padre de sus hijos “no aporta”, que ella se tiene que hacer cargo y la suegra le ayuda con lo que cobra de jubilación. “Ella pone para todo, para lo que les hace falta a los chicos, porque yo recién ahora empecé a tener el ingreso, así que me estoy reacomodando”. Si no fuera así, no sabe como podría hoy pagar un alquiler ya que con sus 200$ de ingreso, transitorios, tiene que mantenerse ella y a sus hijos de 12, 10 y 2 años. Tampoco nada desdeñable es otra ayuda, la que proviene de la escuela del barrio y a la que concurren los mayores: en el comedor de la misma reciben el desayuno y algunas veces el almuerzo. Para la atención a la salud se acude al hospital público ya que los programas de empleo no contemplan esta clase de beneficio social.
Ese “me estoy reacomodando” tiene que ver con el poco tiempo que hace que recibe un ingreso por trabajo. Su condición de desocupada cambió con el correr de los meses: ahora es una más de las personas que tienen empleo, no importa cuáles sean las características del mismo. Liliana fue una de las beneficiarias de alguno de los programas de empleo transitorio, destinado a tareas comunitarias[10].. Ella sabe que “esto es por un tiempito” y “que esto de ahora no es seguro tampoco, pero sé que todos los meses tengo el dinero ese”; además, desgrana ilusiones con un “lo lindo sería que el proyecto siga…viste que se pueda llevar a otros barrios…”.
A pesar de los rasgos de transitoriedad del empleo, lo mismo le asigna una importancia enorme que va más allá de las características precarias de la ocupación. Y eso tiene que ver no sólo con llevar un modesto aporte a la casa, que, para los recortados ingresos familiares, se convierten en una gran suma. Tal vez el mayor significado se relaciona con lo que, en su imaginario, esta ocupación implica. Liliana cree que este trabajo de promoción barrial le brinda alguna herramienta que la posiciona mejor para buscar después otros empleos; piensa que la tarea que la lleva a visitar los domicilios, a charlar con los vecinos, a participar en las reuniones del grupo y, quién sabe, hasta a reconocer “conductas sociales” de diversos sectores (“vos vas por el lado de los chalecitos…y la gente te cierra la puerta y no te atiende”), la entrena en una forma distinta de sociabilidad y la inserta en una red de relaciones. En definitiva, sus expectativas están puestas en la adquisición de ese tipo de “capital social”. Pero, además de todo, lo importante es su vivencia ya que siente que está haciendo algo. Esa sensación “de estar ocupada” junto a la certeza, de hecho transitoria, de tener un ingreso, se vincula fuertemente a la de pertenencia a un grupo que no es sólo el de sus compañeras de trabajo, es el de los incluidos. “….Al no tener empleo estás marginado de todas formas,…al menos yo me sentía sí…”.
La trayectoria laboral de Liliana tiene las intermitencias que caracterizan el paso de un trabajo a otro por la búsqueda de algo mejor, pero no las que se relacionan con la crianza de los chicos, ya que el aporte de su trabajo siempre fue necesario, desde que era soltera, y más aún después cuando se casó y la familia aumentaba.
Empezó a trabajar desde muy joven, a los dieciséis años, sin concluir la escuela secundaria. La ausencia de esta credencial marcará limitaciones para su inserción en un mercado laboral cada vez más restringido y exigente.
La doble condición de género y pobreza signan una trayectoria
Si bien las dificultades de generación de empleo formal, la retracción de los salarios y la precarización de las condiciones de trabajo comienzan a manifestarse a mediados de la década del 70[11], los efectos sobre los asalariados son percibidos por los propios actores bastante tiempo después. La zona del Gran Rosario se caracterizaba por la importante presencia de empresas medianas y pequeñas, fuertes demandantes de mano de obra. El dinamismo del mercado de trabajo permitía la constante rotación en diferentes lugares, buscando siempre mejores condiciones laborales y salariales. El fantasma del desempleo no era percibido como tal y en los trabajadores operaba una imagen de grandes posibilidades de inserción en el mercado de trabajo, ya sea como asalariados o por cuenta propia[12].
En este contexto, el relato que hace Liliana de sus comienzos están marcados por cierta nostalgia hacia la facilidad que se tenía, veinte años atrás, para acceder a un trabajo. “Entré a un taller a trabajar en una marroquinería…y bueno eran tiempos buenos…donde vos salías a buscar un laburo y lo conseguías”. El punto de partida como costurera, además de darle alguna experiencia, la marcan en su búsqueda posterior, siempre en pos de un mayor salario y de condiciones de trabajo donde se sintiera mejor. En su recorrido por la rama textil, pasó por varias fábricas de pantalones, ya sea como operaria en el taller de las respectivas empresas o realizando trabajo domiciliario (menciona Yuack, Topecka, Loiser, This Week). Después de esa “rotación” por la industria textil, tentó suerte en el transporte público: empezó a trabajar como guarda en los ómnibus de la ciudad, porque “ganaba un poco más” pero “después nos echaron a la miércole y como los guardas desaparecieron, volví a pedir trabajo (en la rama donde tenía más experiencia) y… ahora no hay nada”. Desde esa ocupación hasta que empezó a trabajar en el proyecto de promoción barrial estuvo casi dos años desocupada, desempeñándose como empleada doméstica por horas, cuando podía conseguir algo.
La búsqueda de trabajo es la peregrinación para conseguirlo, demostrar que se conoce algo, que se tiene alguna experiencia, volver y volver a buscar una respuesta y también someterse a las condiciones que se le imponen. “Sí, ahora vos ves cualquier cantidad de avisos, pero tenés que laburar gratis la primer semana de prueba, además ellos, cuando te sentás y tomás la prenda, ya saben si vos sabés o no de costura. Pero te quedás una semana a prueba después te llamamos, … y no te contestan más. Imaginate, toman una semana a una, una semana a otra y así se hacen la producción que quieren…”. Como Liliana ya conoce estas reglas, está en sobreaviso “lo primero que les pregunto cuando me voy a anotar a algún lugar es ¿pagan?, yo prefiero anotarme donde haya perspectiva de pago”. En cuanto a establecer prioridades, que haya pago es de hecho una de las más importantes pero también toma en cuenta, ahora que tiene un ingreso, cuál es el gasto en tiempo y dinero, si se tiene que movilizar lejos de su casa; si hay que viajar cuatro horas diarias (entre ida y vuelta) piensa que no le queda tiempo para estar con los chicos.
Toda la peregrinación de la búsqueda aparece agravada por la superposición de condiciones: de género y pobreza. La salida al mercado de las mujeres en esa situación, las relega a un abanico limitado de posibilidades laborales, en empleos de calidad precaria, de baja remuneración, a tiempo parcial. En la cotidianeidad, donde se condensan y cristalizan procesos de diferentes niveles societales, los condicionamientos se manifiestan a veces también en los comportamientos de los eventuales empleadores o contactos; “una se cansa de (tener que) esquivar los “lances”;“…que los tipos se te hacen los vivos porque van viendo la necesidad que hay”; además de “yo te puedo conseguir…pero ¿que me das a cambio?…¡te da tanta bronca!”.
A pesar de todo, solidaridad y participación…
Uno, como observador externo, imagina el desgaste que significa buscar en los avisos, presentarse en los lugares de posibles oportunidades laborales, volver mañana y tarde porque “te prometen, te dicen por ahí vení…. y luego nada”. En ese panorama se le pregunta por el uso del tiempo no dedicado al trabajo. A veces los fines de semana, se va caminando a la casa de la madre que vive a algunas cuadras. Pero también trabaja en un local partidario del barrio “porque quiere ayudar a otros más carenciados” y le interesa “estar enterada, qué es lo que se habla”. Su participación en el mismo es independiente de su simpatía hacia algunos referentes políticos de esa fuerza por quienes se siente traicionada.
Los avatares de la vida de Liliana no menguan sus ganas de participar, de estar activa, aun cuando esto signifique más esfuerzo y menos tiempo del que tan escasamente dispone para descansar; tampoco hicieron desaparecer sus actitudes solidarias aunque caracteriza al entorno social como de indiferente. Sólo percibe ayuda desde el núcleo familiar más extendido y el apoyo no es “económico, moral sí..”
Tal vez, en esta forma de plantarse ante las incertidumbres intervenga la convicción religiosa que lleva a valorar y compartir lo poco que se tiene con otros en peores situaciones aun (en la charla cuenta que ahora también vive con ellos un anciano de más de 80 años que no tenía dónde vivir ni de qué hacerlo).
La frase “…se vive como se puede no como se quiere…” fue apropiada por Liliana para expresar lo que es su trayectoria de vida y además para vincularla a las expectativas, escasas, que expresa hacia el futuro.
Al preguntársele si le teme al futuro, responde “…No por mí sino por mis hijos…porque yo ya estoy hecha…”; y sigue diciendo “…vos crees que en algún momento va a cambiar, y no, creo que no, lo veo negro y me da terror…”.
Recapitulando su propia historia, se desespera porque quisiera que sus hijos no pasen por lo mismo que ella, pero sabe que eso será bastante difícil. Todo su anhelo está puesto en el trabajo como recurso que le permite acceder a otros recursos para satisfacer necesidades. “Mirá, para mi tener un empleo fijo es todo, …es salario fijo, te descuentan la jubilación, tenés la obra social para tus hijos, eso sería como tener el cielo con las manos”.
A modo de conclusión
Entre la nostalgia por el trabajo asalariado y como adecuarse a los «nuevos tiempos» transcurren los relatos de estos testigos de lo que Castel ha denominado «la crisis de la sociedad salarial».
Las historias ilustran las vivencias que genera la situación de empobrecimiento y muestran la persistencia de la centralidad del trabajo como valor social, como recurso no sólo material sino para acceder al reconocimiento y a la sociabilidad. A través de ellas se observan asimismo los esfuerzos para, al menos, no pasar de la «zona de turbulencia» a la de exclusión, para de algún modo recuperar la ciudadanía, «la utopía de la modernidad».
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* Este trabajo es parte del proyecto de investigación «Condiciones de vida de los sectores populares urbanos» que se desarrolla en la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales. Universidad Nacional de Rosario.
* Investigadoras y Docentes de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales. Universidad Nacional de Rosario. nperona@citynet.net.ar. robin@fcpolit.unr.edu.ar
[1] Las tasas de desempleo en Argentina muestran la siguiente evolución: 2.5 en 1980, 6,3 para 1990, 12,2 en 1994 y 16.4 en 1995. Tomado de: N. López, “Malos tiempos. Primeros efectos del desempleo en la Argentina, en L’Ordinaire Latinoamericain, Nº 165-166, set.dec.1996.Ipealt, Université de Touluse-Le Mirail.
[2] La tasa de empleo pasó de 35.3 en 1994 a 32.5 y 31.7 en 1995 y 1996 respectivamente. La tasa de desocupación abierta fue de 21.1 en 1995 y 19.8 en 1996. Para 1996 la tasa de subempleo visible fue de 10.8%; este indicador considera a la población que trabaja menos horas de las que quisiera. Carlos Crucella, La situación ocupacional en el Gran Rosario durante el primer semestre de 1996.. Serie informes de Coyuntura Nº 2, Servicio Municipal de Empleo, Municipalidad de Rosario, Noviembre de 1996.
[3]Castel(1991) considera las situaciones de carencia en función de relacionar dos ejes: Un eje de integración-no integración en relación al trabajo, es decir la relación con los medios por los cuales un individuo logra o no reproducir su existencia en el plano económico; otro vinculado a la inserción, o no, en una sociabilidad socio familiar, es decir la inscripción o la ruptura con respecto al sistema relacional en el seno del cual reproduce su existencia en el plano afectivo y social. Esta intersección generaría tres zonas: de integrados- estables, de vulnerabilidad y de exclusión donde se encuentran los más desfavorecidos. Robert Castel, “Los desafiliados. Precariedad del trabajo y vulnerabilidad relacional”, en Revista Topía, año I Nº 3, noviembre 1991.pp.28-35 y “De la exclusión como estado a la vulnerabilidad como proceso”, en Archipiélago, Nª 21, Madrid, 1995. La métamorphoses de la question sociale, Fayard, París, 1995.
[4]Las entrevistas se efectuaron en el Barrio Parque Sur que comprende un radio de 35 manzanas; la selección de los casos se realiza después de haber efectuado un estudio cuantitativo. En este caso, la información se obtuvo a partir de un relevamiento censal en el barrio. Para el mismo se preparó un cuestionario estructurado, en parte similar al utilizado por el INDEC para las EPH; el trabajo de campo se realizó en el segunda semana del mes de octubre de 1996, coincidiendo con el período de aplicación de dicha encuesta. En el operativo censal participaron alumnos de la Licenciatura de Ciencia Política. Un análisis detallado de las características del barrio, así como de la relativa al mercado laboral, en Perona, N. y Robin, S. Estudio Ocupacional Modelo. Barrrio Paque Sur. Informe de Investigación preparado para Dirección Municipal de Empleo y Unicef. Enero 1997.
[5]Este se produjo en noviembre de 1996.
[6]El índice de Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI) utilizado para medir la pobreza, se construye a partir de indicadores que relevan información sobre: materiales de construcción de la vivienda, condiciones sanitarias, niveles de hacinamiento, entre otros. La aplicación del mismo da como resultado la identificación de población en condiciones de pobreza estructural.
[7]Ver referencia en cita 4.
[8]Bibliografía especializada y los datos suministrados por los Censo de población y vivienda indican que en 1960 el 50% de los jóvenes entre 14 y 19 años trabajaban o buscaban hacerlo. En los censos posteriores se observa una apreciable disminución, entre 1960 y 1970 la variación negativa es de 14% y entre 1970 y 1980 la misma supera al 18 %. Estas notables caídas en la tasa de actividad en este rango etáreo coincide con un aumento en la tasa de escolarización, fundamentalmente de la escuela media.
[9] Los conceptos de «estrategias familiares de vida» o de “estrategias de sobrevivencia”, intentan explicar aquellas conductas o comportamientos que realizan los componentes de una familia para optimizar los medios con que cuentan y asegurar la reproducción, en sentido amplio, de dicha familia. Se entiende que estos comportamientos están condicionados no sólo por las capacidades, atributos y oportunidades de cada uno de los miembros del hogar que buscan optimizar los recursos, sino que aquellos se encuentran limitados por procesos macrosociales generados en el modelo de acumulación de dicha sociedad. Las características del modelo de desarrollo nacional actúan como fuertes condicionantes de las posibilidades que tienen los sujetos involucrados para modificar su suerte.
[10]Se trata del Programa provincial “Fortalecer”, destinado a mujeres; éste es administrado por el Municipio. El proyecto específico implementado en la Vecinal tiene como objetivo concientizar a los vecinos en temas ambientales, por ejemplo en la forma que sacan la basura, los horarios y los días en que lo hacen, que los baldíos se mantengan limpios, etc.
[11]El trabajo de Luis Beccaria y Néstor López “Notas sobre el comportamiento del mercado de trabajo urbano”, en Sin Trabajo, Losada-Unicef, Buenos Aires, 1996, analiza el proceso de reestructuración de la economía argentina y su impacto en el mercado de trabajo entre 1975 y 1990.
[12]Si bien en los análisis actuales se marca como punto de inflexión l período iniciado en 1975, la imagen expresada se asentaba sobre alguna base cierta, Los índices de desempleo que se registraban eran: 3.4, 2.5 y 5.9% para 1974, 1980 y 1985 respectivamente. Tomado de Ibidem, p.26-27.