Alicia B. Gutiérrez[2]
La gestión de lo cotidiano en familias de un barrio pobre cordobés puede ser construida como un conjunto de prácticas sistematizadas entre sí, que, como el conjunto de las posiciones que fundamentan las prácticas y representaciones dentro de la unidad doméstica, están relacionadas con otras prácticas y otras posiciones que ocupan –analizadas sincrónicamente y en su trayectoria- otros agentes implicados en el proceso de gestión de las estrategias de reproducción social de esas familias, tanto como de gestión de su propia reproducción (grupos políticos, agentes del Estado en diferentes niveles, ONG)
En el marco global de varios sistemas de relaciones que pueden construirse en torno a cierto capital social, de “gestión”, sistemas que están estrechamente relacionados entre sí y que comprometen a esos agentes en diferente grado, las familias generan internamente estrategias de gestión de su cotidianeidad.
Por razones de tiempo y de espacio, no pueden considerarse aquí todos esos sistemas de relaciones. Por ello, en este trabajo, se presentarán en primer lugar algunos aspectos generales de la investigación en curso, y luego se hará hincapié, a través de la presentación de casos, en las diferentes modalidades que puede cobrar uno de dichos sistemas: el que puede construirse en torno a la gestión de los mecanismos de organización doméstica y su relación con la estrategia habitacional implementada -individual o de corresidencia-.
Caracterización de las familias. Los sistemas de relaciones
Las familias ponen en funcionamiento distintos mecanismos para llevar adelante la tarea de vivir y sobrevivir dentro de las condiciones objetivas que caracterizan la posición social que ocupan, tarea que les lleva a organizar cotidianamente un conjunto de prácticas sistematizadas entre sí, que les permiten reproducirse socialmente, y que son analizadas en su trayectoria. Este sistema de estrategias de reproducción social adopta formas determinadas y diferenciadas según los distintos factores, objetivos y simbólicos, que permiten explicarlo y comprenderlo[3] (Bourdieu, Pierre, 1988, 1994, 1998).
La investigación involucra ese sistema de estrategias de reproducción social en 34 familias que viven en un barrio pobre cordobés, situado en la zona este de la ciudad de Córdoba, con un relativamente buen servicio de transporte urbano, gas, electricidad, agua corriente y recolección de residuos. Las principales vías de acceso al sector son netamente comerciales, con negocios pequeños y de gran envergadura, de todo tipo y rama de actividad. Cuenta además con centros de salud y educativos -gratuitos y privados- muy cercanos. Por sus características históricas y físicas, el barrio presenta algunas particularidades que lo diferencian de otros asentamientos similares de la ciudad, ya que no se conformó por sucesivos agregados de nuevas familias, sino por un traslado colectivo a un terreno fiscal desocupado, a lo cual, con el transcurso del tiempo, se agregaron nuevas familias a un terreno privado lindante.
Las 34 familias constituyen el 90% de la población de ese barrio. El número de miembros por grupo familiar oscila entre 2 y 8, concentrándose la gran mayoría entre 3 y 6 miembros por familia. 24 de ellas son propietarias del terreno y de la vivienda[4], 4 son sólo propietarios de la vivienda –habitan en el terreno privado lindante- y 6 no son propietarios ni del terreno ni de la vivienda. Esta situación se explica por la forma de residencia adoptada: 21 familias viven de manera independiente y 13 son corresidentes. Todas las familias cuentan con luz en la vivienda –aunque están “colgados” y sufren, por ello, constantes cortes de electricidad-, sólo una de ellas tiene gas de red instalado y teléfono, sólo 13 tienen baño instalado y 21 grupos familiares cuentan con cama para todos sus miembros. La estructura ocupacional revela un amplio predominio de los trabajos manuales y de escasa calificación, tanto para los hombres como para las mujeres. Entre los jefes de familia (3 no trabajan y otros 3 son jubilados o pensionados), la ocupación predominante es la de cuentapropista (pequeño negocio o changas) frente a los empleados (taller metalúrgico, mercado de abasto, taxi, etc.) entre los hombres, mientras las tres mujeres jefas de familia son empleadas domésticas. Entre las mujeres no jefas de familia, 10 no trabajan fuera de su casa, 7 forman parte de un taller de costura y tejido, y las restantes son empleadas domésticas o cuentapropistas de un pequeño negocio. El tipo de ocupación de los hijos es similar al de sus padres: predominio de ocupaciones manuales y de baja calificación, siendo aún más predominante el cuentapropismo (changas) para los varones y el oficio de empleada doméstica para las mujeres. Los niveles de ingresos monetarios por grupo familiar son variables (van desde 0 a 800$), pero el 80% de las familias no obtiene más de 450$ por mes. El nivel educativo formal predominante entre los varones adultos es el primario incompleto (11) y luego primario completo (9); el de las mujeres adultas es primario completo (15), luego primario incompleto (14), mientras el de los hijos que han dado por terminada su trayectoria escolar es el de primario completo.
Para analizar el conjunto de las estrategias de reproducción social de las familias y su diversificación, desde un enfoque relacional, y que rescate, a la vez, los procesos históricos del mismo, pueden construirse distintos sistemas de relaciones que involucran a diferentes agentes en torno a cierto capital social[5] que supone la acumulación y la inversión de cierta capacidad de gestión:
- a) un primer sistema pone en relación a algunos miembros de las familias –especialmente a un grupo de mujeres[6]-, en el marco de una estrategia colectiva con un grupo de montoneros, en un proceso que apunta a la gestión de la tierra, por un lado, y a la gestión de la acumulación inicial de capital político, por el otro: el traslado al terreno que hoy ocupan, se realizó en 1972, luego de una gran inundación del río Suquía, que afectó a numerosas familias que residían en sus márgenes[7], y fue promovido por un grupo de montoneros quienes, dentro de sus estrategias de reproducción como grupo de acción política, intervenían en villas cercanas[8] . Ese mismo sistema de relaciones, ya en la época de la restauración de la democracia, involucra a otros políticos, especialmente en momentos preelectorales.
- b) Puede construirse otro sistema de relaciones, que establece lazos entre representantes de todas las familias, una ONG, y organismos estatales, precisamente en el momento en que los montoneros dejan de tener presencia en el barrio[9] y que implica la gestión del hábitat por un lado, y la gestión internacional de la pobreza y de la propia reproducción, por otro: entre 1977 y 1978, con el apoyo financiero de la OEA y la coordinación de una ONG, se realizó un Plan de Viviendas que benefició a nueve familias, actividad que supuso la organización del barrio, que luego se consolidó como Cooperativa; entre los años 1980 y 1982, con subsidios estatales y externos, se construyó el Salón Comunitario, se continuaron las obras de veredas, escalera, murallón de contención, red de agua y desagües y pavimentación de la calle interna; finalmente, en 1984, un nuevo plan de viviendas –coordinado por la misma ONG- permitió, al resto de las familias, mejorar sus precarias unidades habitacionales.
- c) finalmente, pueden construirse otros sistemas de relaciones que involucran a cada grupo familiar en sí mismo y a algunos de ellos entre sí, aquellos que conforman redes habitacionales, donde se combinan un conjunto de prácticas y mecanismos que relacionan la estrategia habitacional adoptada con la organización doméstica.
La organización doméstica. La familia como campo y como cuerpo
La organización doméstica muestra aspectos fundamentales del sistema de estrategias de reproducción social, considerando a la familia como cuerpo; es decir, como sujeto colectivo que debe coordinar sus actividades para poder reproducirse socialmente. Por otro lado, también permiten visualizar asimetrías, teniendo en cuenta los diferentes miembros que la componen, sus luchas y negociaciones; es decir, considerando a la familia como campo, constituida por agentes que poseen distintos tipos de capitales, que generan desigualdades y relaciones de poder, especialmente de género y generacionales (Bourdieu, P., 1994)
Ello supone que no hay necesariamente una estricta correspondencia entre la morfología de un grupo doméstico y su forma interior, y la forma de organización doméstica, resultado de un proceso de negociación entre las personas implicadas, constituye la manera como dichos grupos delimitan, en el espacio objetivo y simbólico, aquellas cuestiones que comparten en conjunto de aquellas que cada uno se reserva (Glaude, Michel y de Singly, François, 1986), constituyendo una “constelación familiar” (Lahire, Bernard, 1995).
Tomando el conjunto de las 34 familias, se había observado que es claramente diferenciable la organización doméstica que se adopta según la estrategia habitacional implementada, en primer lugar, si ella es independiente o de corresidencia, y, en segundo lugar, según la relación de parentesco entre las familias corresidentes, situación que genera diferente tipo de arreglos y de negociaciones[10].
Para analizar estos aspectos en detalle[11], se hizo un estudio seleccionando cuatro casos, teniendo en cuenta que dos grupos familiares residieran en unidades habitacionales independientes y dos fueran corresidentes (con otros). Con respecto a éstos últimos, también se tuvo en cuenta a los otros grupos familiares con quienes se comparte la unidad habitacional, lo que hace un total de siete familias. Más específicamente, se trabajó en torno a las actividades relativas al “trabajo doméstico” y su organización en función del tiempo y del espacio. Se consideró entonces el tiempo que insumen esas actividades y la incidencia que tienen las condiciones espaciales en la organización y distribución de las mismas: tamaño de la vivienda, tipo de mobiliario, equipamiento doméstico, oferta de servicios y equipamiento del barrio, etc. Además de ello, se analizó la relación que dichas actividades tienen con la organización doméstica y la sistematización de las estrategias de reproducción social. Se considera, entonces, que las distintas prácticas relativas a lo que se denomina “trabajo doméstico” forman parte del sistema total de prácticas que constituyen la manera en que las familias conforman y construyen, entre los distintos miembros que la componen, una serie de arreglos que les permiten enfrentar la compleja tarea de vivir dentro del conjunto de sus condiciones objetivas.
Veamos ahora, muy brevemente, como, dentro de este contexto, los distintos grupos familiares analizados se organizan y reparten las tareas tendientes a asegurar su reproducción cotidiana y social. Cada uno de los casos se identifica con el nombre de la o las mujeres de la casa, es decir, de quienes son las “gestionarias de lo doméstico” (Lahire, Bernard, 1993).
Caso 1. Claudia: separación de roles y administración masculina
Claudia tiene 24 años, está juntada con Ramón, de 59, desde hace tres años. Tienen dos hijos pequeños: Gonzalo, de dos años y medio y Soledad de uno. Viven en una vivienda independiente, de la cual son propietarios, que está ubicada en el terreno privado lindante. Se trata de una casita de material muy prolija y cuidada en un pequeño terreno, con plantas, y rodeado por un cerco de alambre tejido, con dos habitaciones (cocina comedor y dormitorio) y un baño pequeño equipado con un inodoro y dos canillas.
El equipamiento doméstico, que es evaluado como “suficiente” por Claudia, incluye: una heladera, una cocina a gas (“de garrafa”), un televisor color, un calefón eléctrico, dos estufas eléctricas, un lavarropas “a paleta”, un secarropas centrífuga, una plancha, una radio y un ventilador. Ramón posee también una bicicleta, que es su medio de transporte cuando sale a trabajar y a hacer las compras.
Dentro de la vivienda los espacios están claramente diferenciados y los artefactos domésticos y el mobiliario (cuentan con cama para cada miembro de la familia) tienen su lugar específicamente asignado. El dormitorio es el lugar de descanso y el ambiente para ver televisión, la cocina-comedor -un ambiente sencillo, cálido, prolijo, limpio y bien equipado- es el lugar donde Claudia pasa la mayor parte del día y donde se reciben las visitas.
Considerando a la familia como “cuerpo”, puede decirse que Claudia y Ramón conforman una pareja que divide clara y explícitamente sus “obligaciones” en relación con el mantenimiento cotidiano de la familia y sus estrategias de reproducción social: Ramón es el único proveedor de ingresos del grupo y Claudia tiene bajo su responsabilidad las tareas domésticas.
Considerando a la familia como “campo”, esta división aceptada y asumida como tal, es el resultado de la imposición simbólica de las divisiones sociales de los sexos y del trabajo sexual, de la imposición de Ramón en cuanto varón y jefe de la familia y de la “aceptación” de Claudia de su lugar de subordinación.[12] Ahora bien, esta división de roles entre la esfera masculina y la femenina implica para ambos, dado el contexto de sus condiciones objetivas, un sentimiento de “carga”, y, especialmente para Ramón, a veces de angustia y desesperación.
Mientras Claudia es la única de las siete mujeres amas de casa entrevistadas que declara que sí trabaja, “aunque en la casa, que es peor, porque es doble trabajo”, Ramón expresa constantemente su angustia por no conseguir una ocupación fija: luego de trabajar durante 35 años en una curtiembre, el establecimiento cerró y él se quedó en “la calle” y sin indemnización. Desde ese momento, en 1996, parte en su bicicleta todos los días, de lunes a sábado -y a veces también los domingos- a buscar changas. Sus contactos y relaciones le permiten ir “enganchando” un trabajo tras otro y hacerse así de un dinero que va aproximadamente desde los 7$ a los 20$ diarios. Este “vivir al día” y “no saber que va a pasar mañana” le provoca un fuerte sentimiento de ansiedad que agrava su problema de hipertensión. Los ingresos monetarios de Ramón y la caja de alimentos PRANI (Programa Alimentario Nutricional Infantil) que reciben, completan la gama de los recursos materiales con que cuenta la familia para su reproducción.
Las tareas domésticas, en ese contexto de estrategias, son responsabilidad de Claudia (aunque Ramón “colabora” en algunos aspectos), que las vive como “carga”, pero las asume con resignación, aceptando como una situación natural el esquema de relaciones impuesto: “Y que le vamos a hacer, los niños son chicos y yo por eso no puedo trabajar…antes de juntarme con él siempre trabajé, desde los 12 años trabajé en casas de familia”. Cuidar a los niños aparece en el discurso como una tarea femenina clara, y, más específicamente, de “la madre”. Así Ramón declara: “Y bueno, atiéndame, ¿sabe qué pasa? Pasa lo siguiente: que la mujer no puede trabajar y dejar los hijos solos …Imagínese los dos niños…Si ella se va a trabajar, y yo tengo que salir a laburar, y ¿quién los va a cuidar?….Eso es lo triste ¿vió? cuando uno deja los niños solos, en manos de otros ¿vió?” “Cuidar a los niños” es pues, una tarea doméstica, pero que engloba un conjunto de actividades que son responsabilidad de Claudia[13]. Ahora bien, en el discurso de Claudia y de Ramón, aparece en primer lugar, en el orden de prioridades de las tareas de la casa, “la limpieza”, y luego “hacer de comer, lavar, planchar, cuidar los niños, atenderlo a él”.
“Hacer de comer” incluye un conjunto de actividades que comprometen a Claudia y a Ramón, aunque por el tiempo que insumen, la mayor carga es para la mujer: las compras[14], cocinar[15], el proceso anterior[16] y posterior a la comida[17].
Claramente, la participación de Ramón en las tareas reproductivas está asociadas con el “afuera” de la casa: trabajar, y, dentro de la esfera de lo doméstico, barrer el patio (nexo entre el “adentro” y el “afuera”), acondicionar y llevar la basura hasta la calle (una distancia aproximada de 100 ms). También, mientras a Claudia le corresponde el mantenimiento de lo cotidiano dentro de las condiciones ordinarias, normales, día por día, Ramón se hace cargo de los momentos extraordinarios: a veces, la comida del día de descanso, el domingo, y cuando Claudia está enferma.
En otros momentos extraordinarios de la vida doméstica, la participación masculina aparece como protagonista, mientras la mujer “acompaña”, haciendo pequeñas tareas o cebando mate (cuando se está acondicionando la casa, recién ocupada, o cuando hay que hacer arreglos de albañilería, etc.) De todos modos, aunque sea ocupando un rol secundario, la mujer está presente también en el desarrollo de estas actividades. En la percepción de Claudia y de Ramón, en contraposición a lo que veremos en los casos siguientes, esas no son consideradas tareas domésticas, como así tampoco el arreglo de los artefactos que se rompen. Para ello, si se puede se arregla en casa, y si no se recurre a un vecino “que trabaja por unas monedas”.
Claudia vive su tiempo como un tiempo continuo, de trabajo de mantenimiento de las actividades cotidianas de su casa, no sabe precisar cuánto tiempo concreto le llevan las distintas tareas domésticas, sintiendo que eso “ocupa todo el día” y todos los días son iguales, salvo en los momentos excepcionales en que visitan a algún familiar. Los espacios que transita son los estrictamente domésticos: el espacio cerrado de su casa, y el espacio circundante del barrio que está asociado a sus tareas femeninas: el negocio donde diariamente compra el pan y la leche.
Ramón vive dos tiempos: el tiempo del trabajo y el tiempo del descanso y recreación, tiempo que a veces comparte con su esposa y sus hijos y otras veces lo vive individualmente, cuando llega a su casa o comparte charlas con sus vecinos. Transita por espacios más amplios que su esposa: el espacio social del trabajo, los espacios públicos de la feria, el supermercado, el barrio en un sentido más amplio: el “afuera”, con la calle, con los vecinos, con los otros hombres.
Caso 2. Gladys: diferenciación de roles y administración femenina
Gladys tiene 57 años, está juntada con Hugo, de 48, desde hace 24 años, y crían a su nieto, Luis, de 4 años, desde que nació. Viven en una vivienda independiente, de la cual son propietarios, al igual que del terreno.
La vivienda es una casa de material, originariamente de un dormitorio, una cocina-comedor y baño instalado (del primer Plan de Viviendas del barrio), a la cual ellos le agregaron dos habitaciones más, que han cumplido diferentes funciones, según el ciclo vital familiar[18]. Las paredes de la casa están un poco descuidadas, aunque todo parece prolijo y ordenado. El terreno está rodeado por un desvencijado cerco de alambre tejido.
El equipamiento doméstico, que es evaluado por Gladys como “venido a menos y hasta me faltan cosas, como la plancha”, incluye: una heladera, una cocina a gas (“de garrafa”), dos televisores a color, un calefón eléctrico, una estufa eléctrica, un lavarropas “a paleta” , un secarropas centrífuga, dos ventiladores, una licuadora y una radio.
Al igual que en el caso anterior, dentro de la vivienda los espacios están claramente diferenciados y los artefactos domésticos y el mobiliario tienen su lugar específicamente asignado. El dormitorio original de la casa es el lugar de descanso y cuenta con cama para cada miembro de la familia. El comedor –separado hoy de la cocina- es un ambiente sencillo, cálido, prolijo, limpio, modestamente equipado, y decorado con pocas cosas. Allí es el lugar donde se desarrolla la mayor parte de la vida familiar.
Considerando a la familia como “cuerpo”, Gladys y Hugo también conforman una pareja que divide clara y explícitamente sus “obligaciones” en relación con el mantenimiento cotidiano de la familia y sus estrategias de reproducción social: Hugo es, actualmente, el único proveedor de ingresos del grupo y Gladys tiene bajo su responsabilidad las tareas domésticas[19]. Considerando a la familia como “campo”, esta división aceptada y asumida como tal, es también el resultado de la imposición simbólica de las divisiones sociales de los sexos y del trabajo sexual, de Hugo en cuanto varón protagonista del “afuera” y de la “aceptación” de Gladys de su lugar femenino del “adentro”. Sin embargo, fenoménicamente, esta situación no es vivida por Gladys como lugar de subordinación. Ella se considera “la jefa” de la familia, ella administra el presupuesto -situación que vive como una “carga”- y ella “fija” las normas que considera fundamentales en la casa, aunque no logra ya, que su marido colabore con las tareas domésticas.[20]
Ahora bien, esta división de roles entre la esfera masculina y la femenina implica para ambos, dado el contexto de sus condiciones objetivas, un sentimiento de carga, y, especialmente para Gladys, “por que el dinero a veces no alcanza” . Gladys declara “que no trabaja” –a las tareas domésticas las reconoce como propias de la mujer, por lo tanto “trabajo” sólo es el que se hace fuera de la casa-. Hugo, por su parte, toda la vida ha trabajado en changas de distinto tipo, y desde hace 20 años lo hace en el mercado de abasto, tarea que le permite redondear entre 250 y 350$ por mes. Los ingresos monetarios de Hugo, la caja de alimentos PRANI que reciben, sumado a las frutas y verduras que trae el hombre del mercado de abasto, completan la gama de los recursos materiales con que cuenta la familia para su reproducción.
Las tareas domésticas, en ese contexto de estrategias, son responsabilidad de Gladys, que las asume con naturalidad, aceptando así el esquema de relaciones impuesto. Desde su percepción de “cabeza de la casa” vive con cierta ansiedad el hecho de tener que administrar un magro presupuesto, pero asume las tareas de la casa como que entran dentro de su ámbito de pertenencia, aunque reniega del hecho de la falta de colaboración de su marido. En el discurso de Gladys, aparece en primer lugar, en el orden de prioridades de las tareas de la casa, “la limpieza”, y luego “cuidar el bebé, hacer de comer, lavar, planchar, tener las cosas que hacen falta” Cuando ella habla de “limpieza”, también se refiere a las condiciones de la casa: al arreglo de las humedades, a la pintura de las paredes, al arreglo y acondicionamiento del patio, tareas que considera propiamente como masculinas.
“Cuidar a los niños” aparece nuevamente aquí en el discurso como otra tarea doméstica claramente femenina, de “la madre”, función que Gladys cumple en relación con su nieto. Esta función parece signar toda su vida cotidiana actual[21].
“Hacer de comer” incluye también un conjunto de actividades que compromete a Gladys exclusivamente y jamás, desde que los hijos crecieron, es tarea de Hugo: las compras[22], cocinar, tender la mesa y la higiene de los enseres. “Hacer de comer” es para Gladys, una tarea “que se hace sola”, porque ella se da el “lujo” de cocinar siempre con la cocina a gas. Luego de decidir qué comer y comenzar a preparar los alimentos, Gladys pone el lavarropas y comienza a limpiar la casa. A la siesta, después de terminar con el proceso de “hacer de comer”, se encarga de terminar con el acondicionamiento de la ropa.
Claramente, y más tajantemente que en el caso anterior, la participación de Hugo en las tareas reproductivas están asociadas con el “afuera” de la casa: trabajar, y, dentro de la esfera de lo doméstico, sólo sacar la basura hasta la calle (una distancia aproximada de 10 ms). También, mientras a Gladys le corresponde el mantenimiento de lo cotidiano dentro de las condiciones ordinarias, Hugo, en la actualidad, sólo se hace cargo en los momentos extraordinarios (por ejemplo, cuando Gladys está enferma), de algunas cosas percibidas como fundamentales “para que no se le caiga el tren encima”. En otra etapa del ciclo doméstico, Hugo asumía también un conjunto de tareas rutinarias y cotidianas, mientras su esposa trabajaba y los niños eran pequeños. En ese tiempo, también asumía el protagonismo en las tareas que definimos más arriba como relativas a momentos extraordinarios: participación en el proceso de construcción de la vivienda por “ayuda mutua”, construcción de las otras dos habitaciones, arreglo de humedades y pintada de paredes, mientras su mujer “acompañaba”, haciendo pequeñas tareas –alcanzando los baldes de mezcla, acomodando los ladrillos- o cebando mate. En la actualidad, esas tareas siguen siendo consideradas como tareas domésticas y específicamente masculinas: Hugo ya no lo hace, y Gladys espera pacientemente que “un día de estos” su hijo Quico –que asumió la responsabilidad de acondicionar las habitaciones vacías para trasladar allí el comedor y la cocina- pinte las paredes de la casa.
Gladys, al igual que Claudia, vive también su tiempo como un tiempo continuo de trabajo de mantenimiento de las actividades cotidianas de su casa, sin precisar cuánto tiempo concreto le llevan las distintas tareas domésticas, pero también lo percibe con naturalidad, como que así debe ser: “soy mujer y eso es lo que me toca, por eso yo no me hago problema, problemas son otras cosas”. Los espacios que transita son más amplios que los de Claudia, la protagonista del caso anterior: el espacio doméstico de su casa, la casa de su vecina, Doña María, la vereda, el espacio del barrio y las zonas aledañas, donde hace las compras, mira y busca precios; el espacio de la casa de su madre –donde va domingo de por medio-, el barrio donde vivió cuando era niña. De alguna manera, esos espacios y ese tiempo conforman el ámbito donde Gladys percibe que se desarrolla su vida individual, con la compañía de su nieto y muy eventualmente de su esposo.
Hugo vive dos tiempos: el tiempo del trabajo y el tiempo del descanso y recreación, y actualmente transita por dos espacios fundamentales: su casa (en realidad, la casa de Gladys) y el mercado de abasto. Ya no vive como su vecino Ramón (es más joven que él pero su familia está en otra etapa del ciclo vital, los problemas son otros, los mecanismos de reproducción social diferentes). Su espacio de recreación es su propia casa y, más concretamente, el pequeño espacio del comedor donde está instalado el televisor.
Caso 3: María, Rosa y Lorena: espacios y servicios compartidos, alternancia de roles y administración femenina de cada grupo familiar
María, Rosa y Lorena son tres mujeres que junto a dos hombres, conforman los núcleos familiares que comparten la estrategia habitacional. Ello implica una definición de diferentes espacios “de uso propio” de un núcleo familiar y de “uso común”, y lleva implícita, y a veces explícitamente, un reparto de las tareas domésticas. María tiene 68 años, está juntada con Héctor, de 49, desde hace 27 años. La mujer es propietaria de todo el terreno y la pareja habita una vivienda, desde 1975. Rosa tiene 42 años, está juntada con Enrique, de 37 (hijo de una pareja anterior de María), desde hace 17 años. Tienen tres hijos: Lorena, de 18 años (“reconocida” por Enrique, pero hija de un matrimonio anterior de Rosa), Quique de 15 y Romina de 9 años. Lorena, soltera, tiene una bebé de 3 meses, Nadir. Viven todos juntos en una pieza construida al fondo del lote. Por definición propia de las mujeres entrevistadas, los grupos familiares son considerados dos: el constituido por María y Héctor y el que conforman Rosa y Enrique, sus hijos y su nieta.
La vivienda que habita el primer grupo familiar es una casa de material, originariamente con un dormitorio, una cocina-comedor y baño instalado (del Plan de Viviendas originario), a lo cual le agregaron otra habitación que cumple especialmente la función de dormitorio.
El equipamiento doméstico, que es evaluado por María como “poca cosa, viejitas pero alcanzan” incluye: una heladera, una cocina a gas (“de garrafa”), un calentador a kerosén, un televisor blanco y negro, una estufa eléctrica, un ventilador de pie, un lavarropas “a paleta” , una plancha, una máquina de coser -con la que Doña María hace algunas “changas”-, y una radio.
Dentro de la vivienda, los espacios no están claramente diferenciados en su uso aunque los artefactos domésticos y el mobiliario tienen su lugar específicamente asignado. El dormitorio original de la casa es fundamentalmente el lugar de descanso de María, suele ser también el ambiente para ver televisión y, eventualmente, además, lugar para “recibir visitas”. La cocina-comedor es un ambiente pequeño, atiborrado de cosas y sus paredes raídas están totalmente cubiertas de cuadros y posters. Allí es el lugar para cocinar, para lavar los platos, para comer, para coser, para tomar mate con Gladys y otras vecinas y lugar de paso de todos los miembros de la familia extensa: la heladera es compartida por Rosa y su familia y también el baño, ubicado al fondo.
El otro grupo familiar reside en una pequeña habitación que había sido la primera vivienda de María y Héctor. Es de material, con piso estucado. Tienen luz y una canilla para sacar agua, en el patio. Utilizan el baño de María. El equipamiento doméstico propio es muy modesto: un televisor color, un calentador a kerosén, un ventilador, un grabador roto y una estufa eléctrica. Sólo hay dos camas chicas para toda la familia: en una de ellas duerme Rosa con su hija Romina, en la otra Lorena con su bebé, Enrique duerme a veces en la cama con María y Quique, y a veces se acomoda en el piso sobre un angosto colchón.
Durante el día, en esa habitación están fundamentalmente Rosa, Lorena y Nadir. Los otros niños van a la escuela y, en el tiempo libre, “van y vienen” a lo de María y Enrique está todo el día afuera de la casa, trabajando como vendedor ambulante. La falta de espacio adecuado, la ausencia de baño y los escasos artefactos domésticos constituyen, para Rosa, una fuerte limitación objetiva, fuente de su constante angustia.
Los arreglos explícitos e implícitos que realizan ambos grupos familiares para enfrentar la tarea de reproducción social constituyen una compleja trama de relaciones entre las mujeres (María, Rosa y Lorena) y entre ellas y sus parejas (Héctor y Enrique), trama que fundamenta la división del trabajo en la constelación familiar.
Considerando a los grupos familiares en su conjunto (las familias como “cuerpo”), puede decirse que, de las declaraciones de las mujeres, surge que los adultos de cada una de ellas son los responsables de la reproducción social del propio grupo. En una primera entrada a la vida cotidiana, aparecía que cada familia produce sus propios ingresos, cada familia administra su presupuesto, cada una se hace cargo del mantenimiento del orden y la limpieza del espacio del cual se considera propietario (por lo tanto María y Héctor lo hacen en los espacios de uso común), cada familia es responsable del aseo personal y de la ropa de sus miembros, cada una cocina y come en su casa. Sin embargo, luego surgió que ambas familias están inmersas en una red de intercambios o, más precisamente, están unidos por una red que hace a Héctor y María (fundamentalmente a ésta última) proveedores de ingresos no monetarios y de servicios a los otros.
Considerando a las familias como “campo”, y teniendo en cuenta las relaciones que se establecen entre ambos miembros de cada pareja, encontramos que en ambas hay una definición clara y explícita de sus “obligaciones” en relación con el mantenimiento cotidiano de la familia y sus estrategias de reproducción social, pero esa división no es tan tajante como en los casos presentados anteriormente. Podría decirse que, básicamente hay una primera división aceptada y asumida como tal, resultado de la imposición simbólica de las divisiones sociales de los sexos y del trabajo sexual, que hace a los varones proveedores de los recursos materiales (protagonistas del “afuera” del hogar) y a las mujeres proveedoras del trabajo doméstico (protagonistas del “adentro” del hogar). Sin embargo, fenoménicamente, y dadas las limitadas condiciones objetivas que implica el mercado laboral, el ejercicio concreto de estos roles se “desdibuja” y pone a las mujeres en situación de disposición de asumir la búsqueda de ingresos monetarios y, en una de las dos familias, se produce una inversión de dichos roles, con alternancias, según van cambiando esas condiciones objetivas (claro que, no se modifican “las responsabilidades” sino el ejercicio concreto de las tareas).
Así, en la familia de Rosa y Enrique, en este momento él es el único proveedor de ingresos del grupo: trabaja como vendedor ambulante y “cuando le salen” hace changas de albañilería (su trabajo le lleva todo el día). Los ingresos se completan con la caja PRANI que reciben y, como veremos luego, con otros ingresos no monetarios que proporciona la familia de María.
Rosa declara “que no trabaja” –a las tareas domésticas las reconoce como propias de la mujer, por lo tanto “trabajo” sólo es el que se hace fuera de la casa-, pero como los recursos son escasos, está dispuesta a buscar una tarea fuera, desde hace bastante tiempo, aunque no consigue ubicarse como empleada doméstica[23]. El “quedarse en la casa” no es vivido por Rosa como lugar de subordinación. Rosa se considera “la jefa” de la familia, ella administra el presupuesto -situación que vive como una “carga”- y ella “fija” las normas que considera fundamentales en la casa, aunque no logra ya que su marido “colabore” con las tareas domésticas.
En la pareja de Héctor y María no hay un proveedor de ingresos “fijo”, ambos desempeñan alternativamente ese rol. Héctor hace changas “en lo que consigue” (carga y descarga de camiones, albañilería) y gana aproximadamente entre 7 y 15$ por día cuando tiene trabajo. María hace changas de costura y vende diferente tipo de artículos que compra en el centro y desde allí vuelve caminando en dirección a su hogar, vendiendo casa por casa. Los ingresos “limpios” que obtiene son muy variables, y van desde los 3 a los 18$ diarios, aproximadamente. Esos ingresos, la caja de alimentos que recibe por ser mayor de 60 años y otros ingresos no monetarios que mencionaremos luego, completan la gama de recursos materiales con que cuenta la pareja para su reproducción.
María y Héctor desempeñan alternativamente los roles de proveedor de ingresos monetarios y proveedor de tareas domésticas, pero si Héctor tiene trabajo, María se queda. El “quedarse en la casa” no es vivido por María como lugar de subordinación. Como Rosa, María se considera “la jefa” de la familia, ella administra el presupuesto -situación que vive con orgullo, por todas las cosas que puede hacer con ello- y “fija” las normas que considera fundamentales en la casa.
Rosa en cambio, asume completamente la responsabilidad de realizar las tareas domésticas pero las divide entre ella y sus dos hijos mayores (Lorena y Quique). Su situación es más difícil que en el caso de las otras mujeres: la falta de equipamiento doméstico y de agua en la vivienda hace que sus tareas insuman más tiempo. “Cuidar a los hijos” es para Rosa y Lorena la tarea doméstica a la cual le dedican más tiempo y la que asumen con mayor dedicación.[24]
Rosa declara que ellos cocinan por su cuenta, si hay dinero al mediodía y a la noche, si no, sólo a la noche. Rosa se hace cargo de todo el proceso de “hacer de comer’, aunque a veces cuenta con la ayuda de Lorena. Las mismas tareas relativas a la limpieza, lavado y acondicionamiento de la ropa y “hacer de comer” son responsabilidad de María, aunque, como hemos visto, a veces las realiza Héctor. Sin embargo, esta pareja cuenta con un equipamiento doméstico (lavarropas y pileta de cocina) que facilita el trabajo. Ahora bien, es interesante que, en el caso de María, el proceso de “hacer de comer” incluye un momento especial, que insume mucho tiempo, y que implica una constante actualización de relaciones sociales –fundamentales en el proceso de reproducción-: el de gestión de los alimentos[25]. Con ello y la caja de comestibles que recibe, la pareja sólo adquiere unas pocas cosas de almacén y le permite compartir lo que obtiene con la familia de su hijo.
Además de la transferencia de estos bienes, María es proveedora de otros servicios a la familia de Enrique: ella se hace cargo de la limpieza de los espacios comunes y lava, plancha y cose la ropa de su hijo Enrique, porque Rosa está cansada de la falta de colaboración de su marido y ha decidido “no hacerle nada”.
Las tareas de mantenimiento de la vivienda –como también las de arreglos de artefactos del hogar- no son incluidas dentro del rubro de “tareas domésticas” por estas mujeres, aunque no por ello las consideran poco importantes. En el caso de María y Héctor se recurre a un vecino, Don Ramón, que las realiza por unos pocos pesos y por algunos alimentos que María le da, de lo que consigue gratuitamente. Rosa, en cambio, debe esperar a que su marido se decida o pueda hacerlo[26].
Aquí también las tareas reproductivas de los hombres, en el plano de las representaciones simbólicas están asociadas con el “afuera” de la casa[27]. A las tres mujeres le corresponde el mantenimiento de lo cotidiano dentro de las condiciones ordinarias, normales, día por día, y esa situación es percibida por las tres como “lo normal”, “lo que es propio de la mujer” y lo que se espera de ellas socialmente. Sin embargo, por las modalidades que adoptan las diferentes relaciones que se establecen con los varones la situación global es diferente en las tres. Rosa y Lorena, como las protagonistas de los casos anteriores viven también su tiempo como un tiempo continuo de trabajo de mantenimiento de las actividades cotidianas de su casa. María en cambio, percibe que ella tiene el tiempo de su trabajo y el tiempo de su casa: claramente expresa preferir quedarse en casa, pero si su marido no tiene una changa, ella asume la responsabilidad de obtener ingresos mientras Héctor realiza las tareas en el hogar.
Los espacios que transitan las mujeres son diferentes. Lorena y Rosa especialmente el espacio doméstico de su casa, aunque también el espacio del barrio y las zonas aledañas, donde hacen las compras. María transita espacios más amplios: la casa, el barrio, las viviendas de sus amigas, el “centro” donde desarrolla su actividad como vendedora, los negocios donde consigue la comida.
Los hombres descansan los domingos de su trabajo, pero no comparten su tiempo libre con la familia. Enrique y Héctor viven dos tiempos: el tiempo del trabajo y el tiempo del descanso y recreación.[28]
Enrique transita por dos espacios fundamentales de la calle: las calles del centro de la ciudad, donde trabaja como vendedor ambulante y la calle del barrio, con los vecinos, con los amigos. Su permanencia en el espacio doméstico está absolutamente reducida a tres momentos: asearse, comer y dormir, especialmente en la parte de la vivienda que ocupa su madre. Héctor transita por tres espacios: el espacio del trabajo, el espacio doméstico y la calle del barrio, su lugar elegido para pasar su tiempo libre.
Caso 4: Olga, Victoria y Roxana: olla común, diferenciación de roles y administración femenina única
Olga, Victoria y Roxana son tres mujeres que junto a dos hombres y siete niños, conforman los núcleos familiares que comparten la estrategia habitacional en el último caso analizado en este estudio. Aquí hay también una definición de diferentes espacios “de uso propio” de un núcleo familiar y de “uso común” y lleva implícita y a veces explícitamente un reparto de las tareas domésticas.
Olga tiene 58años y es viuda desde hace aproximadamente quince. Ella es la propietaria de todo el terreno y de la vivienda, desde 1975. Allí vivió Olga con su esposo y sus hijos cuando eran solteros.
Actualmente Olga tiene un hijo soltero, Carlos, de 31 años que permanece en la casa familiar. Allí viven también su otro hijo, Gustavo, de 26 años, con su esposa Victoria de 21 y su pequeña hija Carolina de 1 año y medio. Esta pareja, desde que se conformó, en 1996, fue a residir a esa vivienda, ocupando una pieza exclusivamente para ellos. Allí vive también Roxana de 29 años, hija de Olga, desde 1996, momento en que se separó del hombre con quien vivía anteriormente en una pequeña casita del terreno privado lindante, y sus seis hijos: Yohana de 8 años, Hernán y Flavia de 7, Erica de 5, Lucas de 4 y Talía de 1 año.
La disposición de las habitaciones que conforman el espacio doméstico y la conformación de los grupos familiares, como así también la trama de relaciones que se establecen entre los distintos miembros son diferentes al caso anterior. Por definición propia de las mujeres y de uno de los varones entrevistados, los grupos familiares son considerados dos: el que constituyen Gustavo, Victoria y su hija Carolina y el que conforman Olga, su hijo Carlos, su hija Roxana y sus seis nietos. Olga funciona como jefa de hogar ampliado, toma las decisiones más importantes que afectan a la familia en sentido más amplio y su palabra tiene mucha presencia: la casa es explícitamente de ella (así es reconocido por ella y por sus hijos), y allí viven sus hijos hasta que ellos decidan irse a otra parte, ella les “presta” la habitación en la que duermen, aunque Gustavo acondicionó la construcción y la pintó él mismo, como así también arregló la habitación de Roxana. Con relación a esta última, Olga percibe que “la tiene a su cargo”, junto a los niños, desde que su pareja la abandonó.
La vivienda que habitan está construida unificadamente. Es una casa de material, originariamente con un dormitorio, una cocina-comedor y baño instalado (del Plan de Viviendas originario), a lo cual le agregaron otras dos habitaciones que cumplen funciones de dormitorio. El terreno está en parte cercado con alambre tejido.
El equipamiento doméstico más importante es compartido por todos, aunque es propiedad de Olga. Las mujeres perciben que ese equipamiento, más otros artefactos que poseen cada uno en su dormitorio “les alcanza para vivir como viven los pobres, a los ponchazos”. Este incluye: una vieja heladera, una cocina a gas (“de garrafa”), un calentador a kerosén, un calefón eléctrico en el baño, una estufa eléctrica, una plancha y un equipo de música. También posee Olga un televisor color en su dormitorio, Carlos otro artefacto igual en el mismo dormitorio que comparte con Olga y Gustavo y su familia otro televisor color y otra estufa en la habitación donde ellos duermen.
Dentro de la vivienda, no todos los espacios están claramente diferenciados en su uso y los artefactos domésticos y el mobiliario cambian constantemente de lugar, en un intento de adecuar y separar dichos espacios, en función de las necesidades de la gran familia que reside allí.
El dormitorio original de la casa constituye, junto con la cocina-comedor, el espacio de uso permanente de la familia ampliada. Ese es también el lugar donde descansa Olga y su hijo Carlos. Olga es una persona enferma y se pasa la mayor parte del tiempo en cama, sentada, viendo televisión o conversando con su hija y su nuera. Todo allí –como en todos los espacios comunes- está sucio y desordenado: hay cajas grandes y pequeñas, ropa, zapatos, papeles y juguetes desparramados por todo el piso.
En uno de los otros dormitorios duerme Roxana y sus seis hijos. Para todos ellos sólo cuentan con una cama de dos plazas y una cama chica.
En claro contraste con el resto de la casa, se observa el dormitorio de Gustavo, Victoria y su hijita: todo está muy limpio, prolijo y ordenado, las paredes están recién pintadas y tienen posters y adornos. Ese lugar es el único de uso exclusivo en la casa: allí descansan y ven televisión hasta la hora de dormir[29].
Los arreglos explícitos e implícitos que realiza esta familia extensa para enfrentar la tarea de reproducción social constituyen una compleja trama de relaciones que implica una división de tareas, no tanto entre los grupos entre sí o entre la pareja (Gustavo y Victoria) sino más bien entre las mujeres (Olga, Victoria y Roxana) por un lado y entre los varones (Gustavo y Carlos) por otro. Aquí es necesario hacer una aclaración: considerando a los dos grupos familiares en su conjunto (las familias como “cuerpo”), puede decirse que, en el plano discursivo y de las declaraciones de las mujeres, surge que los adultos de cada una de ellas son los “responsables” de la reproducción social del propio grupo: Olga y Roxana de sí mismas y de los seis niños, Carlos de sí mismo y de ayudar a su mamá, Gustavo y Victoria de ellos y de su hijita. Sin embargo, dadas las muy limitadas condiciones materiales en que viven, en el plano de las prácticas, esas responsabilidades se diluyen en la conformación de una constelación familiar extensa: todos funcionan como dice Lomnitz (1978) como una unidad doméstica ampliada “de olla común”. Los gastos de la casa se dividen entre los tres que tienen ingresos: Olga, Carlos y Gustavo, pero es Olga quien toma las decisiones más importantes y podría decirse, quien dirige y controla las actividades del resto de la familia.
Considerando a la familia extensa como “campo”, y teniendo en cuenta las relaciones que se establecen entre todos los miembros adultos, encontramos que hay una definición clara y explícita de sus “obligaciones” en relación con el mantenimiento cotidiano de la familia y sus estrategias de reproducción social. Podría decirse que, como en el caso de las familias nucleares analizadas anteriormente, hay una primera división aceptada y asumida como tal, resultado de la imposición simbólica de las divisiones sociales de los sexos y del trabajo sexual, que hace a los varones proveedores de los recursos materiales (protagonistas del “afuera” del hogar) y a las mujeres proveedoras del trabajo doméstico (protagonistas del “adentro” del hogar). Así, Carlos y Gustavo son los principales proveedores de ingresos del grupo. Carlos hace changas de albañilería y percibe un salario de aproximadamente 300$ al mes. Gustavo trabaja en la Coca Cola y recibe una mensualidad de 400$. Olga aporta a la familia su pensión de 145$. Los magros ingresos (considerando el número de miembros que dependen de ellos) se completan con las dos cajas de alimentos PRANI que reciben.
Las mujeres declaran que no trabajan y se dividen entre ellas el mantenimiento cotidiano de la casa, especialmente entre Victoria y Roxana, mientras Olga apoya y dirige las tareas. El “quedarse en la casa” no es vivido por las mujeres como lugar de subordinación. Olga es “la jefa” de la familia, ella administra el presupuesto -situación que vive como una “carga”- y ella “fija” las normas que considera fundamentales en la casa, en una constante negociación con sus dos hijos varones, proveedores de los ingresos más grandes del grupo.
Victoria asume su rol con total naturalidad, plenamente convencida de que es el varón quien debe aportar el dinero necesario para el mantenimiento de la casa y la mujer encargarse de las tareas domésticas: en relación con su esposo, en su pequeño núcleo familiar, Victoria asume su lugar de subordinación. Es Gustavo el que trae el dinero, él decide –en negociación con su madre- qué se puede comprar y qué no, en qué momento del mes, etc. El “exige, por que es limpio y prolijo por demás” que la habitación que ocupan esté limpia y ordenada, y, aunque sin éxito, que la cocina, y los otros espacios comunes se conserven adecuadamente.
Roxana se representa su rol de mujer en el mismo sentido y, dada su situación objetiva de estar separada de su marido y no recibir apoyo económico para mantenerse ella y sus hijos, siente una profunda frustración por sentirse obligada a buscar trabajo afuera para mantenerlos y descuidar la atención de su hija más pequeña.
En esta familia, las principales proveedoras de trabajo doméstico son las mujeres. Las tareas se dividen entre Victoria y Roxana, en diferentes modos y dedicando diferentes tiempos, según se presenten distintas condiciones objetivas. Olga asume el rol de “dirección” y colabora en cosas que ella está en condiciones de hacer físicamente.
En la división de las tareas domésticas, en una primera instancia, cada una se hace responsable del dormitorio de uso propio y del acondicionamiento de la propia ropa, de la del esposo y de la de sus hijos. Olga realiza, en principio, el mismo proceso con relación a lo suyo y de su hijo Carlos –que es soltero-.
La limpieza –“limpiar la casa” aparece como la tarea doméstica más importante, en el plano discursivo- de los espacios de uso común y la comida del día, con todo lo que lleva implícito el proceso de “hacer de comer” (para los miembros de la familia que estén en la casa[30]) es asumido un día cada una por Roxana y Victoria[31], a menos que, “cambien” de día por alguna circunstancia especial, como la enfermedad de alguno de los niños.
“Cuidar a los hijos” es también una tarea doméstica importante (aunque no aparece en primer lugar) y determinante del hecho de que las mujeres permanezcan en la casa, tarea que es compartida por Roxana y Victoria y que, para el caso de los más pequeños, se cuenta con la ayuda de los hijos mayores quienes, además, suelen hacer la compra diaria de pan y leche en el almacén del barrio y llevan la basura hasta la esquina, por donde para el servicio de recolección de residuos.
Gustavo se encarga de barrer el patio, regar las plantas y podar el limonero (hemos visto anteriormente que el patio, el nexo entre “el afuera” y “el adentro” de la casa es una tarea propiamente masculina), tareas que realiza cuando vuelve de trabajar. El también –la figura masculina más importante, ocupando una posición más fuerte que su hermano mayor, soltero, que también vive en la casa- es el que “acomoda la casa”: es decir, corre los muebles, decide separar distintos ambientes, a fin de adecuar los espacios a las necesidades de los numerosos miembros que componen esta familia extensa.
Las tareas de mantenimiento de la vivienda –como también las de arreglos de artefactos del hogar- son incluidas por Gustavo y las mujeres, dentro del rubro de “tareas domésticas”. De ello se encarga actualmente Gustavo, con exclusividad y sin la ayuda de su hermano, asumiendo las tareas que en otro momento realizaba su padre[32].
Aquí también las tareas reproductivas de los hombres, en el plano de las representaciones simbólicas están asociadas con el “afuera” de la casa: trabajar, y, dentro de la esfera de lo doméstico, arreglar el patio. Ahora bien, esto involucra sólo a uno de los hombres: aquel que está casado, aunque es el menor. Su hermano no “colabora” con las cosas de la casa y es “el que más protesta, cuando tiene que poner plata”.
A las tres mujeres le corresponde el mantenimiento de lo cotidiano dentro de las condiciones ordinarias, normales, día por día, y esa situación es percibida por las tres como “lo normal”, “lo que es propio de la mujer” y lo que se espera de ellas socialmente.
Las tres mujeres, viven también su tiempo como un tiempo continuo de trabajo de mantenimiento de las actividades cotidianas de su casa, sin precisar cuánto tiempo concreto les lleva realizar las distintas tareas domésticas, sintiendo que eso forma parte de la vida de toda mujer. Los espacios que transitan las mujeres son especialmente el espacio doméstico de su casa, aunque también el espacio del barrio y las zonas aledañas, donde hacen las compras y donde está el dispensario donde atienden a los niños.
Los hombres descansan los domingos de su trabajo, pero no comparten su tiempo libre con la familia. Carlos y Gustavo, como los otros hombres, viven dos tiempos: el tiempo del trabajo y el tiempo del descanso y recreación. Transitan por dos espacios fundamentales de la calle: las calles del centro de la ciudad, donde trabajan, y la calle del barrio, con los vecinos, con los amigos. La permanencia de Carlos en el espacio doméstico está absolutamente reducida a tres momentos: asearse, comer y dormir, mientras que Gustavo comparte algunas tareas con la familia y permanece más tiempo libre en el espacio doméstico: le gusta mucho ver televisión tranquilo y en su pieza.
Comentarios finales
La gestión de lo cotidiano en un barrio pobre cordobés, a través del análisis minucioso de casos, demuestra que pueden conformarse diversos sistemas de relaciones entre los miembros adultos que forman parte del grupo familiar: pueden apreciarse una gran diversidad de arreglos y modalidades, de estrategias y percepciones, aun cuando las condiciones materiales de vida son precarias para todos. La organización doméstica, la definición de roles, la administración del presupuesto, están estrechamente relacionadas con la estrategia habitacional implementada –individual o de corresidencia-, pero también dependen de la especial forma que adopte la constelación familiar, en la que inciden la edad de los varones y de las mujeres, el ciclo vital familiar, y las especiales condiciones objetivas en que se desarrollan las actividades, es decir, en primer lugar, el volumen y la estructura del capital de la unidad doméstica en general, y de cada uno de sus miembros en particular.
Por otra parte, la construcción del sistema de relaciones que da cuenta de la organización doméstica es sólo uno de los sistemas que permiten explicar las prácticas (por las posiciones y las disposiciones) que generan las familias para vivir. Para entender este complejo conjunto a lo largo del tiempo, en una reconstrucción que permite comprender y explicar las prácticas presentes recuperando la trayectoria de las mismas, es necesario reconstruir otros sistemas. De este modo se pueden analizar relacionalmente distintos ámbitos donde se definen y redefinen las estrategias de reproducción social, considerando un elemento esencial: ellas se construyen a partir de lo que los pobres poseen y no de lo que les falta, de su volumen y estructura del capital, de la disponibilidad de instrumentos de reproducción y de sus disposiciones, y no de sus carencias.
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