María Rosa HERRERA

INTRODUCCIÓN

La inauguración de la etapa democrática en Latinoamérica dio lugar al desarrollo de procesos políticos que contribuyeron a la conformación de democracias deficitarias, en términos de la institucionalización de una cultura democrática.

Estos déficits, en la Argentina, se profundizan en regiones menos desarrolladas del interior del país, reproduciendo modos de dominación tradicional que operaron como condiciones de producción para la emergencia de regímenes de tipo patrimonialistas en muchos estados provinciales. En tal sentido se propone como unidad de análisis a tal fin la Provincia de San Luis, por entender que configura en caso significativo. Una vía de acceso a la explicación de la legitimidad de estos regímenes, – quizás una de la más rica en términos analíticos- es la cultura política.

Este trabajo se propone avanzar en torno a la pregunta de cómo se reproduce la cultura política de los patrimonialismos al interior de las organizaciones de la sociedad civil. Se propone reflexionar respecto de las prácticas de los actores y las representaciones sociales que se generan en los agentes de las organizaciones sociales..

En primer lugar se exponen las dimensiones teóricas para iniciar una descripción del fenómeno señalado: régimen patrimonialista, cultura política, ciudadanía, organizaciones de base. Luego se intenta aportar una somera descripción de los modos de funcionamiento de las organizaciones de base. Finalmente, se reflexiona acerca de las posibilidades de cambio de sociedades como la estudiada, tendientes a la profundización de valores democráticos, planteando nuevas preguntas que orienten la profundización de esta investigación

LAS CATEGORIAS TEÓRICAS

El patrimonialismo[1]

De las tipologías de dominación propuesta por Max Weber [2]nos interesa, a los fines de este trabajo, desentrañar aquella cuyo fundamento de legitimidad descansa en la tradición. Este tipo puro se caracteriza por ser aquel en el que la legitimidad descansa en la santidad de ordenaciones y poderes de mando heredados de tiempos lejanos, desde «tiempo inmemorial». Las órdenes del dominio se legitiman por la tradición y por el libre arbitrio del señor. Los motivos de la obediencia a la dominación van desde la habituación inconsciente hasta motivos racionales con arreglo a fines.   En el caso de la dominación tradicional la obediencia no es la orientada a reglas estatuidas (como en el de la dominación legal) sino a la persona del señor.

El caso especial de la dominación patrimonial se distingue, la presencia de un cuadro administrativo personal del señor que asume una estructura de tipo radial.   El soberano no es un superior sino un señor personal y la relación de este con el cuadro administrativo no esta mediada por el deber, sino por la fidelidad, de modo que los funcionarios en este esquema son servidores y los dominados “súbditos”. El reclutamiento de este cuadro administrativo suele ser de modo tradicional o por relaciones personales de confianza mediante reafirmación de pactos de fidelidad.[3]

Cuando la autoridad se ejerce dentro de las organizaciones políticas, se denomina estatal- patrimonial, y su forma es semejante a la establecida en la comunidad doméstica, incluyendo el poder judicial y el poder militar.

En su versión moderna este régimen se rodea de instituciones formales de la democracia, pero posee el monopolio de las decisiones de todas las áreas de la esfera estatal[4]. La designación de funcionarios (o súbditos) es el elemento clave para transformar a los Estados en el gobierno privado de quienes poseen el poder necesario para el ejercicio de la dominación, desdibujándose los limites entre lo público y lo privado.

Las categorías de dominación que delineara Weber son tipos puros, en la realidad pueden encontrarse formas combinadas de dominación patrimonial y carismática -como el caso de la provincia de San Luis- que le otorgan un mayor grado de complejidad a estos fenómenos culturales modernos.

En el caso de la dominación carismática la obediencia es al “caudillo” a causa de sus méritos excepcionales y personales, él es el ungido, el llamado, un fetiche político, en palabras de Bourdieu: «el “señor” es un fetiche cuyo valor, que esta en la cabeza de los súbditos, aparece como una misteriosa propiedad objetiva de la persona, un encanto”. [5]

Nos preguntamos, ¿cómo explicar la perpetuación de estos regímenes en sistemas democráticos de gobiernos? y ¿en qué medida es posible la constitución “ciudadanos” en un régimen en los que el dominado se constituye en “súbdito del señor”? Creemos que la legitimidad obedece en gran medida a la eficacia con la que se imponen sistemas de significación es decir se construye sentido común. Creemos poder aportar luz a este interrogante indagando en relación mutuamente determinante entre régimen político y cultura política. Concebimos a la cultura como un “campo” de fuerzas en permanente pugna, por imponer sistemas de significaciones. Es en el campo cultural en donde se desenvuelve el conjunto de los fenómenos de la producción social de sentido y en el que se construyen las identidades colectivas. En este sentido estricto, la cultura no puede sino ser, como diría Bourdieu (1984), un “campo” de fuerzas en permanente pugna -consciente o no- por imponer sus propios sistemas de representación.

Intentaremos revisar las relaciones entre las estructuras objetivas que genera el régimen político y la cultura política que lo reproduce y legitima, deteniéndonos en los modos de constituir en ciudadano, a través del análisis de las prácticas particularistas, y las prácticas clientelares.

La ciudadanía

Cuando hacemos referencia a distintas modalidades de constitución de ciudadanos, nos referimos a estructuras estructurantes internalizadas por los agentes a través de discursos que ganan en la lucha por imponer sentido, e instauran códigos legitimados y legitimadores de un orden simbólico, matriz de significaciones compartidas. Sólo es posible comprender las prácticas sociales dentro de esta matriz significante que construye el sentido común.

Siguiendo a Marshall y Dahrendorf -y en esto coinciden la mayoría de los autores analizados- podemos afirmar que la ciudadanía esta íntimamente ligada a los derechos individuales y a la noción de vínculo a una comunidad política. Esta última dimensión de ciudadano se efectiviza como consecuencia de la primera. “Y este status se otorga a los que son miembros de pleno derecho de una comunidad”[6].

Algunos teóricos incorporan a la noción de ciudadanía la dimensión de la responsabilidad.[7] Zapata Barrero propone pensar en un «sentido normativo» de la ciudadanía, sugiriendo que ésta debe ir relacionada con la autonomía de la persona, la que se define como: «capacidad básica que debe ser considerada como condición necesaria para satisfacer valores democráticos como la libertad, la responsabilidad, el bien compartido, y para engendrar formas de vida, utopías particulares, sentido de la solidaridad y de la comunidad «[8]. Una ciudadanía democrática se construye a partir de la posibilidad de constitución histórica de sujetos que internalicen las dimensiones: a) formal, ser miembros de una comunidad política; b) sustantiva, saberse portadores de derechos individuales civiles, políticos, sociales; y c) normativa, tener capacidad de autonomía. Esta última dimensión es la que diferencia el ejercicio de la ciudadanía en regímenes democráticos de los que no lo son.

Esta propuesta, en definitiva, incorpora a la noción de ciudadanía el componente de la acción. Esto supone un sujeto que ejerce las capacidades que definen al actor. Sin embargo, en los regímenes de tipo patrimonialistas se obstruye la posibilidad de construcción de una ciudadanía democrática, porque el espacio público está limitado para el actor social. Esta exclusión de la escena constituye a los sujetos, en meros agentes receptores de políticas o dicho en términos de Arendt[9], en espectadores.

La constitución del ciudadano en los regímenes patrimonialistas

En los patrimonialismos la pregunta central podría ser: ¿Cómo se constituyen históricamente los «ciudadanos» en regímenes en los que la característica predominante es la brecha entre los derechos formalmente reconocidos y las reglas informales que estructuran los comportamientos de los agentes sociales?

Para avanzar en la respuesta a este interrogante es preciso reflexionar acerca de lo que entendemos por sujeto y los dispositivos de constitución de las identidades. Adherimos a Mouffe[10] al concebir al agente social como “una entidad construida por una diversidad de discursos«[11]. Es decir que entendemos a la identidad como una construcción múltiple que es producto de estructuras discursivas contingentes. No existe una posición de sujeto unívoca y estática sino «posiciones» de sujeto que corresponden a una multiplicidad de relaciones sociales que se construyen dentro de discursos específicos.

Entendemos lo discursivo como un conjunto de fenómenos de producción social de sentido. Como afirma Mouffe[12], siguiendo a Gandamer, dentro del lenguaje es donde se constituye el horizonte de nuestro presente, ya que existe una unidad fundamental entre pensamiento, lenguaje y mundo. Este lenguaje asume múltiples materias productoras de sentido: la imagen, el sonido, la escritura, la palabra. Los discursos en definitiva operan constituyendo/reforzando el/las estructuras del imaginario -«red compleja de representaciones engendradas en el seno de las prácticas sociales»[13]- es decir, que el discurso está articulado a la matriz significante que le da sentido, fuera de la cual no se pueden explicar las prácticas sociales.

La ciudadanía como «principio articulador que afecta diferentes posiciones de sujeto«[14], es producto del interjuego de discursos en pugna por otorgar sentido a esta identidad, y estructurar representaciones que determinan las prácticas de éstos ciudadanos. Y el gran implementador de los distintos modos de constituir al ciudadano es el Estado, que como afirma Bourdieu «está capacitado para ejercer una violencia simbólica porque se encarna a la vez en la objetividad bajo la forma de estructuras y mecanismos específicos y también en la subjetividad, bajo la forma de estructuras mentales de categorías de percepción y de pensamiento»[15].

Son útiles a los fines de este trabajo los modelos de ciudadanía propuestos por Bustelo y Minujin[16], ciudadanía asistida y ciudadanía emancipada, cada uno de ellos con una estructura de valores muy diferente.

En la ciudadanía emancipada el valor principal es la igualdad social. Existe la posibilidad de construcción de un espacio común y de constitución de sujetos sociales autónomos. Es una propuesta socialmente inclusiva en la que las personas son actores, en su doble dimensión individual y societaria .

La ciudadanía asistida es «esencialmente de naturaleza civil, los derechos sociales no son demandables en sentido positivo y los políticos se restringen a lo meramente formal». La estrategia predominante en las políticas sociales es la focalización, sin pretensiones de redistribución del ingreso. En ese contexto las prácticas son de tipo clientelar y paternalista.

En regímenes patrimonialistas el ejercicio de la violencia simbólica, opera en dirección a diluir la autorrepresentación de sujeto como portador de derechos;  planteando un conflicto entre el ciudadano autónomo y el cliente.

La institucionalización de las relaciones clientelares es funcional a este tipo de dominación que venimos desarrollando, en la medida que la fortalece: hay un sujeto de acción (el gobernante) y otro objeto de la misma[17] (los gobernados). La desigualdad es atemperada a nivel de las enunciaciones discursivas que apelan a la pertenencia a una misma comunidad, a compartir los mismos orígenes, a «ser uno más del pueblo»[18]. Javier Auyero[19] llama la atención respecto a la dimensión simbólica o cultural de esta práctica a la que llama “la objetividad del segundo orden y constituyen un habitus” [20] es decir la estructura que producirá sistemas de disposiciones durables (habitus) y que al constituir un aprendizaje posibilita su reproducción, instituyendo al dominado en cómplice de esa dominación

Finalmente, nos interesa incorporar al planteo la tensión irresuelta entre la formalización de los derechos de ciudadanía y su posibilidad de ejercicio, es decir entre titularidades y provisiones. Siguiendo a Dahrendorf[21], entendemos el concepto de titularidad como la relación entre la persona y el bien de consumo cuyo acceso y control está legitimado, y el de provisión como el bien material o inmaterial que constituyen las opciones reales sobre las que se ejerce la titularidad. Creemos que esta tensión se plantea principalmente en la efectivización de la ciudadanía social, pero no es exclusiva de este ámbito.

Organizaciones de la sociedad en regímenes patrimonialistas

El desarrollo de las organizaciones de la sociedad civil es indicador de democratización de la sociedad, en otras palabras una democracia estable demanda una sociedad civil organizada, capaz de participar de la definición de problemas sociales y construcción de la agenda de las políticas públicas con sujetos colectivos que se sumen a los procesos de ampliación de los derechos de ciudadanía. Sin embargo el tipo de régimen analizado nos plantea la inquietud de la posibilidad de constitución de actores sociales definidos en términos de capacidades: ¨a)capacidad de negociación (posibilidad de influir en las instancias reales de formulación y gestión de las políticas públicas, b) Capacidad para descifrar el contexto (posibilidad de acceder a la mayor cantidad y calidad de información esencial durante el proceso de política pública, c) capacidad de representación (en el caso de actores sociales, posibilidad de liderazgo para expresar con legitimidad a quienes conforman su ¨base¨ de sustentación, en lo que refiere a los actores estatales, posibilidad de respaldo legal que ampare su accionar).¨ [22]

Sostenemos que en estos regímenes el ejercicio personalista del poder ejerce una acción desmovilizadora y atomizante en sociedades de tipo tradicional y dependientes del Estado que impide la constitución de actores con las capacidades antes mencionadas. En términos de Arendt, la capacidad de romper con procesos predecibles depende de la acción, ya que es la actividad humana exclusiva de los hombres encargada de introducir lo novedoso. La lógica de funcionamiento de las organizaciones de la sociedad civil en el escenario descripto es la de agente.

En este sentido la categoría teórica construida por Guillermo O´Donel el particularismo es de utilidad a los fines analíticos. Los particularismos son los modos conductuales de los regímenes patrimonialistas y de las formas delegativas de gobierno.[23] Estas prácticas políticas no se formalizan pero se internalizan a nivel de los “habitus”. Sus características son la no-diferenciación del ámbito de lo público y lo privado, con la consiguiente apropiación privada de los recursos públicos, y el débil o inexistente control –vertical y horizontal- de los actos de gobierno.   En otras palabras, el representante actúa como si los bienes simbólicos y materiales, propios del ámbito de su representación, fuese de su dominio privado. Esta relación que establece es percibida como natural produciendo nuevas prácticas que responden a este esquema de apreciación.

El representante, líder o “grupo hecho hombre” en términos de Bourdieu[24] concentra el poder que le delegan las bases y que le confiere el “dominante”. Esta segunda institución de poder opera en actos del aparato burocrático que, legaliza ese proceso de delegación-representación (es el caso de organizaciones consolidadas o medianamente consolidadas- o legitima al portavoz aceptándolo como interlocutor (caso de organizaciones no consolidadas). Así el representante es capaz de hablar y actuar en sustitución del grupo, a que a menor capital social, cultural y simbólico mayor necesidad de abandonarse en los mandatarios que si pueden tener una palabra política, es decir que son “colocados ante la alternativa de callarse o de ser hablados” [25] Bourdieu llama la atención respecto al efecto oráculo, gracias al cual el portavoz hace hablar al grupo … anulándose en nombre del grupo, pero constituyéndose en un todo, único capaz de actuar. De esta forma el intermediario produce la necesidad de su propio producto.

Retomando la reflexión acerca de las organizaciones de la sociedad se puede decir que no son muchos los acuerdos logrados a la hora de conceptualizar y clasificar el fenómeno de la revolución asociativa global, tal como califica Johns Hopkins a los procesos de asociacionismo.

Una propuesta de clasificar este universo asociativo es agrupándolo según su naturaleza de la siguiente manera: a) organizaciones vecinales; b) organizaciones culturales y deportivas, filantrópicas o de camaradería; c) organizaciones asistenciales educacionales (cooperadoras); d) instituciones religiosas y gremiales; e) organizaciones gremiales y profesionales.

A los fines de este trabajo interesa reflexionar acerca de las organizaciones de base que forman parte de lo que desde la óptica estatal se denomina entidades de bien público, sin discriminar niveles de desarrollo de las mismas. Este grupo de asociaciones se caracteriza por nuclearse con el objetivo de cooperar al bienestar social de la comunidad y no poseer fines de lucro[26].

EL CASO PUNTANO [27]

Breve mirada histórica

Hemos caracterizado a la sociedad puntana como de tipo tradicional, tal como puede observarse en su evolución histórica[28]. Los historiadores reivindican los aportes que realizaran los «valientes» hombres de San Luis a la lucha por la Independencia y la falta de atención de los gobiernos nacionales.[29]

La sociedad puntana se fue integrando así por militares y terratenientes cuyos hijos (que fueron educados en Buenos Aires), constituyeron el grupo de «familias ilustres» que moldearon los contornos del poder de una clase dominante de fuerte sesgo conservador -posibilitado por una población sumisa y «tranquila»- que alternaba en el gobierno de la provincia «pobre y postergada», instituyendo así un mito histórico, creando la imagen de la «postergación y sacrificio del humilde pueblo puntanoEl Gobernador, un descendiente de aquellas familias que se instituyeron en el poder de la provincia en el siglo pasado, retomó en su discurso la constante histórica del pueblo postergado y olvidado por la Nación Argentina, junto a la promesa de cambiar la historia de la Provincia.[30]

La génesis de las organizaciones sociales: en el patrimonialismo puntano

Sin duda el nuevo paradigma de políticas sociales, la eficientización del gasto social vía descentralización, la participación de la sociedad civil en la ejecución de los programas sociales demanda procesos de constitución y desarrollo de las organizaciones de base. La característica de la génesis de las organizaciones en el caso estudiado es que además de ser estimuladas desde el poder político son controladas por él. Esta particularidad las condiciona y refuerza un vínculo de fidelidad y dependencia para quien “las impulsó”.

Respecto al control que señaláramos creemos poder explicarlo por la confluencia de dos procesos: a) uno, la eficacia del discurso del Proceso de Reorganización Nacional, que delega en la sociedad la función de patrullarse a sí misma; b) el otro se debe al modo radial de ejercicio de la dominación en los patrimonialismos, a nivel de las representaciones compartidas. el “dominante” se instituye como Señor omnipresente, que todo lo sabe. El producto de estas prácticas son organizaciones con un incipiente grado de formalización.

Prácticas al interior de las organizaciones.

Los modos conductuales preponderantes al interior de las organizaciones sociales reproducen una “cultura política patrimonialista” caracterizada por prácticas sociales particularistas, clientelismo, gestiones delegativas, desencanto político, lógica de agente. Iremos desentrañando cada una de estas dimensiones del problema.

Las organizaciones sociales son cooptadas por un sector– en algunos casos unipersonal- como patrimonio propio. El desdibujado límite entre lo público y lo privado legitima la apropiación de bienes simbólicos y materiales y la distribución discrecional de los beneficios de éstos.   La conducción de estas agrupaciones, se perpetúa en la mayoría de los casos, reforzando a nivel del imaginario la noción de propiedad del dirigente. Los modos particularistas de conducción, presuponen inexistencia de control, tanto vertical, como horizontal. El primero, de existir, supondría la existencia de mecanismos internos cuya función fuera el control de gestión y la transparencia desde afuera. El control horizontal, acountability, citar supone bases sociales movilizadas ejerciendo el control (de acciones, decisiones, etc.) sobre sus representantes.

La contraparte de los particularismos son las prácticas delegativas de gobierno, las bases sociales de estas organizaciones delegan poder, funciones, capacidad de negociación –si es que la hay- en estos lideres patrimoniales. La agudización de la crisis de representación, es producto de la perdida de sentido de la relación representado – representantes. El quiebre se produce porque la representación termina ejerciéndose en función de intereses particulares por sobre los intereses generales de la agrupación.

Los liderazgos paternalistas y autoritarios son los estilos de ejercicio de representación más frecuentes, y como sabemos que un líder es siempre producto de una determinada estructura grupal son estos estilos de liderazgo, reclamados por las bases. La sobredimensión que asume la concentración de poder de los lideres, vacía el espacio organizacional como escena de debate, disenso y consenso. Los niveles de participación de las bases se reducen a la ejecución e información en el mejor de los casos. Esta lógica de funcionamiento interno se reproduce en la arena de las políticas públicas para el sector, estas organizaciones son ignoradas en los escenarios de decisión y diagramación de políticas para el sector, reduciendo su participación a la ejecución de programas y proyectos sociales diseñadas por actores estatales.

Estas dimensiones analizadas, colaboran en la dificultad aguda que presentan estas organizaciones para su constitución en actores sociales, reduciéndolas a agentes de las decisiones de los actores estatales.

Los ritos, los clientesLas estructuras y mecanismos implementados por el régimen en el campo de las políticas públicas, operan también en el plano de las subjetividades, constituyendo categorías de percepciones y pensamiento (posibilidades e imposibilidades). En este sentido otra de las estrategias que administra el régimen son los ritos de entrega de bienes. Tanto la entrega de subsidios o donaciones materiales como la inauguración de proyectos ejecutados por las organizaciones desde programas sociales; son montados como espectáculos rituales.

La estructura social del rito permite distinguir distintos niveles de participantes observable en los roles desempeñados, la disposición del espacio y posicionamientos en la estructura jerárquica. Estos grupos diferenciados son: los funcionarios públicos; un representante eclesiástico, los adjudicatarios de bienes en cuestión y por último sectores más carenciados. La vestimenta de los participantes y la música que se emite previamente y durante el ritual, lo asemeja a una fiesta.

Podemos observar diferentes momentos en la secuencia ritual, sin embargo el más relevante, en cuanto a su carga simbólica es la escena cuando el adjudicatario recibe el beso del «Señor Gobernador» que lo espera con los brazos abiertos.   Finalmente, cobran centralidad en la escena las familias más pobres, no beneficiadas por la política motivo del acto. Estos personajes interactúan directamente con «El Adolfo» a quien rodean «esperando su turno» – según explican- para pedir favores y gracias, el mandatario escucha atentamente cada caso.

La práctica ritual descripta reafirma el lugar de cada uno y su identidad social. Los que ofician de mediadores entre el poder divino y el poder mundano, los que dan y los que reciben, reforzando estructuras de autoridad. Los dispositivos discursivos (verbales, gestuales, espaciales…) buscan reactualizar la imagen del líder -padre «hacedor del sueño de…. «, anulando la representación del beneficiario como titular de derechos sociales. Este ritual se vale del soporte massmediático para reproducir la escena.

DE ESPECTADORES A ACTORES

Creemos que los regímenes patrimonialistas modernos como el analizado, generan una ciudadanía de baja intensidad, que es funcional a la reproducción de la dominación. Y que el tipo de dominación y los estilos de ejercicio de esta se reproducen al interior de las organizaciones sociales internalizándose en el campo de la cultura política como el modo legítimo de dominación. El ejercicio de la ciudadanía en este tipo de regímenes asume características propias tales como: deficitario reconocimiento de la titularidad -y su consecuente inscripción en la subjetividad de los ¨ciudadanos¨- fortalecido por las prácticas clientelares. Se observan dificultades para la emergencia de actores sociales con capacidades de influencia en las arenas de las políticas publicas, y constitución de una cultura democrática al interior de las organizaciones.

Estas practicas operan -a nivel de las representaciones- en dos sentidos, por un lado refuerza la imagen del líder paternal atento a las demandas de «su pueblo», a la vez que remarca los posicionamientos. Por otro lado debilita la noción de titularidad de derechos sociales, inhibiendo la percepción de la dimensión ciudadana. El modo en que se traban las relaciones gobernante-gobernado aleja la posibilidad de constitución del sujeto como ciudadano autónomo.

Frente a panorama, parece difícil imaginar el futuro en términos de democratización para esta sociedad. Sin embargo, creemos que la salida podría estar en la confluencia de dos procesos de transformación: a) uno que opere hacia el interior del régimen y sus modos de relación con la sociedad, b) otro que opere a nivel microsocial.

Para el primero, se requiere de una transformación del régimen, que puede venir desde nuevas coaliciones de poder y alianzas políticas opositoras. Para ello se requieren referentes sociales que articulen discursos democráticos que, además, operen en dirección a “cuestionar” los saberes cotidianos -las creencias- introduciendo representaciones que modifiquen el imaginario social descripto. En este sentido las demanda de transparencia instalada en la sociedad argentina, a partir de casos resonantes como el del senado empiezan a generar en el imaginario la necesidad de institucionalizar nuevas prácticas en donde el ciudadano recupere –o conquiste- la escena pública.

El proceso microsocial, depende del desarrollo de los incipientes movimientos sociales y pequeños grupos de la sociedad civil, que detentan valores democráticos y pretenden formas genuinas de participación. Las posibles combinaciones entre estas variables generarían una transformación en las prácticas formales e informales, construyendo espacios de acción y ejercicio de la ciudadanía democrática, donde los espectadores de estos regímenes se transformen en verdaderos actores de la democracia.

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  • [1] Para mayor desarrollo del tema leer ROUQUAD, I ; HERRERA, M.R.: “La otra ciudadanía: el caso de una provincia Argentina, en “Contrapuntos sobre Política y Democracia, Cultura, Sociedad y Régimen Democrático. Edidtor: Junta de Andalucia Sevilla –España- 2001
  • [2] WEBER,Max .»Economía y Sociedad». Fondo de Cultura Económica. México . 2º reimpresión . 1974.
  • [3] WEBER. Ob.cit.
  • [4] OSZLAK O. «Políticas Públicas y Regímenes Políticos- Reflexiones a partir de algunas experiencias latinoamericanas». Estudios Cedes . Vol. 3 Nº 2 .l980.
  • [5] BOURDIEU, Pierre “Espacio social y poder simbólico” en “Cosas dichas”: Gedisa
  • [6] MARSHALL, Thomas “Ciudadanía y clase social” versión pública en Reis. Madrid Julio-septiembre 1997
  • [7] QUIROGA,Hugo «El ciudadano y la pregunta por el Estado democrático» en Revista de Estudios Sociales Nº14, Santa Fe 1998. Argentina. Realiza un desarrollo acabado del tema.
  • [8] ZAPATA BARRERO, Ricardo «Hacia una teoría normativa de la ciudadanía democrática» en Leviatán revista de hechos e ideas N º 59, II época, Madrid , Primavera 1995
  • [9] ARENDT, Hannah . ob. cit
  • [10] MOUFFE , Chantal «Feminismo, ciudadanía y política democratico radical» en «Feminists Theorize the political» ed. Judith Butler and Joan W. Scott Routledge 1992 MOUFFE ob.cit
  • [11] MOUFFE ob.cit
  • [12] MOUFFE ob.cit
  • [13] VERON Eliseo.
  • [14] MOUFFE, Chantal ob.cit.
  • [15] BOURDIEU, Pierre. «Espíritus de Estado» en Sociedad, Facultad de Ciencias Sociales UBA. Nº 8 Abril 1996.
  • [16] BUSTELO, E y MINUJIN, A » La política social esquiva» presentado en el 1º Congreso del Centro Interamericano para el Desarrollo (CLAD) Río de Janeiro 6 al 9 de Noviembre 1996.
  • [17] BENJAMIN, J. The Bonds of love. Psychoanalysis. Feminism and the problems of Domination. N.Y. Pantheon books, 1988. Citado por Auyero J. (Comp.) en ¿Favores por Votos? Estudios sobre Clientelismo político contemporáneo. Edit. Losada 1997
  • [18] GUNES-AYATA , Ayse. ¨Clientelismo: premoderno, moderno, posmoderno¨. En ¿Favores por Votos? Auyero, J. (Comp.) Edit. Losada 1997.
  • [19] AUYERO J. “La doble vida del clientelismo político” en Sociedad. Rev. de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA) Abril 1996.
  • [20] AUYERO J. Ob. Cit. Pag. 55
  • [21] DAHRENDORF, Ralf ¨El Conflicto Social Moderno. Ensayo sobre la política de libertad¨ Biblioteca Mondadori, Grijalbo. Madrid. 1993.
  • [22] Ídem
  • [23] O’DONNELL, Guillermo. «Otra institucionalización» en AGORA Cuadernos de Estudios Políticos, Grupo Universitario de Estudios Políticos, Año 3, Nº 5, Invierno de 1996, Bs. As. P
  • [24] BOURDIEU op.cit.
  • [25]  BOURDIEU, Pierre “la delegación y el fetichismo político” en “Cosas dichas”: Gedisa
  • [26] TABORDA, A; RODRIGUES M,ALDERETE A: “Proceso de organizaciones de base” SERVIPROH. 1997.
  • [27] El nombre obedece al accidente geográfico con que los fundadores identificaron la región de San Luis: «La Punta de los Venados», denominándose «puntano» al nativo de la misma.
Organizaciones de la sociedad civil y cultura política en regímenes patrimonialistas

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