José María Valcuende del Río.·
Presentación.
La comarca de la Cuenca Minera de Riotinto, situada en la provincia de Huelva (Andalucía) está formada actualmente por siete municipios: Zalamea la Real, el Campillo, Riotinto, Nerva, Campofrio, Berrocal y La Granada de Riotinto. El núcleo matriz de la comarca lo constituye el pueblo de Zalamea la Real, localidad que formó parte de los dominios del arzobispado de Sevilla hasta finales del siglo XVI. En 1592 pasará a depender como villa de realengo de la Corona, reforzando su papel como pueblo al independizarse por «autocompra» del poder eclesiástico y obtener el título de «real». De esta forma se constituye una amplia comarca, con Zalamea la Real como núcleo matriz, de la que dependían un número importante de aldeas.
La intensificación de la actividad minera a partir de la llegada de la empresa minera británica Riotinto Company Limited en el siglo XIX supone una ruptura histórica sin precedentes, que tendrá una indudable influencia en la posterior evolución de los pueblos de la zona. Por un lado, se producirá la potenciación y, en algunos casos, creación de los municipios más próximos a las instalaciones mineras, por otro, asistimos a un cambio progresivo en las actividades económicas de sus habitantes. La transformación en las bases económicas de la comarca y la redefinición del aprovechamiento de los recursos del espacio suponen para Zalamea la Real una pérdida gradual de centralidad sociopolítica. De ser el centro administrativo y de poder pasará a convertirse, desde finales del S.XIX, en una localidad periférica en el contexto comarcal, desplazándose el centro sociopolítico de la misma hacia Riotinto, antigua aldea de Zalamea la Real, y lugar donde se establece la nueva elite británica, que controlará a partir de ahora la vida económica, social y política de toda la Cuenca Minera.
La extracción del mineral exigía una nueva planificación del espacio y una transformación de las relaciones sociales y de poder de zonas que hasta entonces tenían una base agroganadera. Un hecho que se producirá no sin una férrea oposición por parte de los grandes propietarios zalameños, que ven cómo las bases en las que se sustentaba su poder son minadas por los nuevos terratenientes mineros, que utilizarán todos los recursos disponibles, que fueron muchos, para garantizar la rentabilidad de sus inversiones y debilitar el poder de la elite tradicional. La elite zalameña se vio condenada inevitablemente a perder los mecanismos de poder a nivel comarcal, aunque esto trajo como consecuencia el reforzamiento de los discursos ruralistas a nivel local. Pese a que a partir de entonces la agroganadería en el caso zalameño juega un papel secundario y que muchos habitantes de esta localidad pasan a trabajar a las instalaciones mineras, la localidad de Zalamea refuerza sus señas de identificación en oposición a la minería.
A través del caso de la Cuenca Minera de Riotinto y en concreto de la localidad de Zalamea la Real vamos a reflexionar en torno a las nociones de localidad, sociedad local y comunidad, tres nociones fundamentales en el desarrollo de la acción política[1].
Localidad, sociedad local y comunidad.
En ocasiones, en los análisis sociales, se tienden a equiparar categorías puramente administrativas con categorías de carácter científico. El discurso científico requiere de una traducción de lenguajes que nos permita distanciarnos de la realidad de la cual formamos parte. Deslindar los dos tipos de lenguajes: el cotidiano y el de carácter científico es una tarea compleja pero fundamental si no queremos caer en la pura descripción. Es por ello que consideramos necesario diferenciar entre dos términos, que en muchas ocasiones tienden a ser equiparados: municipio (localidad) y sociedad local. El municipio se refiere a una categoría puramente administrativa, pero no puede ser equiparada a sociedad local, por cuanto que la existencia de la primera no implica necesariamente la existencia de la segunda. Son muchos los ejemplos que podríamos señalar en el caso andaluz de la no correspondencia entre los límites administrativos de los municipios y los límites sociales configurados a partir de la interacción cotidiana. El constante cuestionamiento de algunos de los términos municipales y los sucesivos intentos segregacionistas que se producen en los distintos núcleos que configuran un municipio ponen, en ocasiones, en cuestión la lógica puramente administrativa no coincidente con la lógica social de los actores locales.
La no correspondencia entre término municipal y sociedad local nos permite confrontar las dos lógicas que interactúan en la definición de los espacios locales. La lógica político-administrativa tendente a sacralizar los límites definidos desde los ámbitos de poder vinculados directamente al Estado en sus distintos ámbitos territoriales y la lógica de los actores locales. Actores que, en su interacción cotidiana, reafirman o niegan dichos límites; que en su interacción cotidiana manifiestan la existencia de un colectivo articulado o bien la existencia de grupos etiquetados bajo una misma división administrativa, tras la que se esconde la pluralidad e incluso la existencia de intereses confrontados, que no pueden ser ocultos por el hecho de que los integrantes de determinada localidad sean definidos como «habitantes de….» Podríamos pensar que esta falta de correspondencia entre localidad y sociedad local es meramente un problema cuantitativo. Es decir, lógicamente una localidad configurada por distintos núcleos de población separados por varios kilómetros parece más difícilmente definible como «sociedad local» al igual que una ciudad de grandes dimensiones en las que conviven grupos que hacen uso del espacio y se representan de forma diversa. Sin embargo tal y como señala Devillard (1988:47) el problema no es una cuestión meramente cuantitativa. Si hacemos referencia a una unidad aparentemente homogénea espacialmente, y normalmente de unas reducidas dimensiones como es el pueblo, nos volvemos a encontrar con el mismo problema:
A primera vista, el pueblo es una categoría que evoca una unidad, físico-espacial y sociológica a la vez, fácilmente identificable. No obstante, en cuanto uno intenta analizarlo y averiguarlo, no puede menos que constatar que esta opinión descansa sobre una visión exageradamente simplificadora, que tiene muy poco que ver tanto con la práctica como con las ideas con las que se los representa.
Por ejemplo, ¿Hasta qué punto son válidos los límites legales del término municipal?, ¿Cómo debemos considerar aquellos casos en los cuales unas personas son consideradas a todos los efectos como habitantes del pueblo a pesar de ocupar una casa situada en el municipio vecino? Mientras se plantea de modo general (…), la contestación a la cuestión «¿ Quién forma parte del pueblo ?» parece obtener un amplio consenso: el nacimiento, la filiación y la residencia se combinan en apariencia armónicamente (Pitt-Rivers:1971); pero no sucede siempre así en casos concretos: ¿Qué pasa con aquellas personas que viven fuera del pueblo pero siguen teniendo lazos familiares y económicos, incluso un papel religioso o político, en su lugar de origen? ¿Cómo se consideran a sí mismos y cómo les ven los demás? etc. (Opus. cit.)
A estas preguntas cabría añadir algunas más ¿Qué sucede cuando, a pesar de compartir nacimiento, filiación y residencia, determinados grupos no son considerados del pueblo, o bien, estos no se consideran integrantes del mismo?… A la definición legal sobre el hecho de ser habitante del pueblo de…, se le unen toda una serie de significaciones resultantes de la interacción cotidiana de los grupos que comparten un mismo espacio administrativo pero desde distintas posiciones sociales e incluso desde distintas posiciones espaciales.
El municipio es una realidad más o menos compleja, según su mayor o menor grado de homogeneidad social, pudiendo encerrar incluso fronteras espaciales más o menos delimitadas. Esa realidad puede tener a nivel ideológico una traducción en la idea de comunidad de intereses, a partir de hechos como los señalados por Pitt-Rivers: nacimiento, filiación, residencia, pero no de una forma necesaria.
El punto central que nos plantea Devillard es precisamente la idea de excesiva homogeneidad que encierra el municipio, la localidad, el pueblo… La apariencia de homogeneidad se convierte en un instrumento político de primera magnitud en tanto que afecta, en último término, a la legitimidad de los gobernantes, a los representantes del nosotros local. Los habitantes del pueblo… los naturales de….,desde estas representaciones igualitarias, tienen unos mismos intereses, comparten una misma sangre, se representan en unas mismas acciones simbólicas, se vinculan a un mismo territorio, con el que se crean unos vínculos «ancestrales», en definitiva son una comunidad.
Este hecho es claro en el caso de la Cuenca Minera si comparamos el caso de Zalamea con el de Riotinto, donde una gran empresa minera controlaba todo el entramado social, fenómeno que configuró un sistema de relaciones de poder totalmente desvertebrado y una profunda desarticulación en un pueblo fragmentado en barrios, que se correspondían con determinadas categorías socioprofesionales. No sucedió así en el caso zalameño. En Zalamea nos encontramos con un sistema de poder autocentrado, que ha tenido como manifestación más clara la existencia de un discurso propiamente comunitario. Un discurso que se ha ido modificando y que se modifica constantemente, sin que por ello se deje de reproducir la idea de continuidad histórica. Una idea que permite la percepción de la unidad del colectivo, más allá de los avatares históricos. Y es en este punto donde debemos añadir una noción más a las de localidad y sociedad local, la noción de comunidad.
La comunidad es la máxima expresión de lo que Devillard define como excesiva homogeneidad, aunque bien es verdad que cuando un colectivo asume como propia esta idea pasa a convertirse en un eje central de la vida social del colectivo. Un colectivo que en primer término tiende a crear vínculos esenciales con el espacio que ocupa y que ha ido configurando a lo largo del tiempo. Aunque a la hora de crear los nexos de unión con dicho espacio se tienden a seleccionar determinadas representaciones entre varias posibles. A partir de los modelos de identificaciones colectivos se establecen límites más o menos definidos, con los que se señala ideológicamente el contorno espacial propio del colectivo, al mismo tiempo que se definen las normas, valores, comportamientos… que sus integrantes deben seguir como miembros de una «comunidad». La construcción de los modelos de identificación comunal tienen un carácter marcadamente ideológico que tiende a ocultar la heterogeneidad social que se encierra en lo que, de forma simplista, en determinados análisis antropológicos, es considerado como «comunidad» entendida como conjunto de iguales. Entre otras cosas porque no todos los sectores sociales tienen la misma capacidad de articular discursos que sean asumibles como comunitarios. En la mayor parte de los casos los referentes de identificación con los que se pretende representar al colectivo son discursos de clase, que se hacen extensivos al resto de la población.
El entramado social en el que interactúan los miembros de una sociedad local debe ser reconocido a nivel ideológico, debe ser representado de una u otra forma por aquellos individuos y grupos que comparten un mismo espacio social. Este reconocimiento requiere no sólo de unas normas objetivas, sino también de una aceptación de las normas que son asumidas por los distintos individuos y grupos a partir de unos referentes comunes. Entre estos, nos encontramos los referentes simbólicos, que sirven para canalizar los procesos de identificación, haciendo que «dos o más cosas en realidad distintas aparezcan y se consideren como una misma»(R.A.E); es decir, haciendo que los integrantes de un colectivo, por encima de sus diferencias, sientan que hay un interés común en función de haber nacido en determinado espacio social.
Discursos de representación: el pueblo y los campamentos mineros.
La creación de imágenes y símbolos de identificación local requieren de un discurso común compartido por los habitantes del pueblo, requiere de un discurso comunitario. En el caso zalameño la idea de comunidad se ha forjado en la interacción con los pueblos vecinos (condicionada en buena medida por la planificación social de la comarca realizada por las empresas mineras y por el cambio de significación de las bases económicas a los que antes hemos hecho referencia). La relación entre Zalamea y el resto de los pueblos de la Cuenca Minera se puede definir a partir de dos ideas contrapuestas: la de pueblo y la de campamento minero.
En los discursos locales se define a Zalamea la Real como un pueblo «desde siempre», mientras que a localidades como Nerva, Riotinto, Campillo… se les niega tal categoría. Estas localidades pasaron de ser aldeas de Zalamea a campamentos mineros. En todos los discursos de carácter comunitario se tienden a resaltar toda una serie de aspectos que señalan la superioridad de la localidad en relación a las localidades vecinas. Veamos cómo los zalameños sustentan la idea de pueblo en oposición a la de campamento minero:
-La continuidad histórica: Mis abuelos y mis padres eran zalameños. En los pueblos mineros no se encuentra a mucha gente de varias generaciones pertenecientes al mismo pueblo. Son pueblos «sin genealogía», pueblos «sin pasado».
La «antigüedad» es utilizada por los zalameños para establecer una jerarquía entre «la Madre de la Cuenca» y los poblados de origen más reciente, creados y/o potenciados a partir de la expansión minera. En los pueblos sin historia no pueden existir los lazos afectivos que se producen en un pueblo que desde los discursos localistas es presentado como «anterior a Cristo.» Las genealogías, con las que se reproducen los discursos histórico-míticos, normalmente de los hombres «importantes», de aquellos a través de los cuales se reinterpreta la Historia, son utilizadas para reforzar el discurso de la continuidad histórica, de la comunidad mítica que vincula a los actuales zalameños con un pasado cuanto más remoto mejor. Al fin y al cabo la antigüedad es un elemento fundamental para diferenciarse del resto de los pueblos mineros:
Ciertas líneas genealógicas zalameñas, con apellidos y nombres pueden seguirse con relativa facilidad desde hace más de dos siglos hasta nuestros días. Un ejemplo lo constituye la familia Lorenzo:
El apellido Lorenzo aparece por primera vez en la persona de Juan González Lorenzo, funcionario municipal que acompañó a Rado en el amojonamiento del término, allá por 1520. Un siglo después, en los documentos de aprobación de la Hermandad de San Vicente, de 1637 Martín Lorenzo era hermano por entonces de la Cofradía.
En 1777 era alcalde de Zalamea, Francisco Lorenzo Serrano y el catastro de la Ensenada de 1786 nombra a Don Manuel Lorenzo Linares como gran propietario. Un hijo suyo, Don Juan Lorenzo Serrano también fue alcalde de Zalamea cuando la entrada de los ejércitos en el pueblo. Don Pedro Lorenzo, que vivió en Zalamea a mediados del siglo pasado, poseía extensas heredades en Los Membrillos. Por su testamento, fechado en 1892 sabemos que tenía hermanos y sobrinos. A uno de ellos, Don José Lorenzo Serrano, le lega terrenos que se extienden desde el Pilar Nuevo, por los Palmares, El Extremo, El Encanto y Racalero hasta la Charquilla. Vivió en el actual número 8 de la plaza de Talero y fue el histórico cacique que encabezó junto a su suegro, Don José González Domínguez la trágica manifestación de 1888 en Riotinto.(…).
Una hija de Lorenzo Serrano casó con Don José Ordóñez, jefe de la Liga Antihumista; otra, Mari Paz, con Don José María Ordóñez Rincón, un abogado de Higuera de la Sierra que llegó a Senador del Reino. (….) Gómez Ruiz,R (1992:63)
-La existencia de una historia, mitología local, de una tradición que garantiza la idea de la comunidad. Piensan muchos zalameños que a diferencia de otros pueblos mineros, ellos «saben conservar sus tradiciones». Y es que efectivamente los rituales son no solamente una forma de conservar y garantizar la tradición, sino también la forma en que ésta se convierte en un hecho «real», en una acción que asegura la continuidad del colectivo. Esto se manifestaría para los habitantes de Zalamea la Real en la existencia de unas fiestas y acciones simbólicas mucho más estables que en otras localidades, consideradas, en muchos casos, como pueblos sin costumbres, sin tradiciones. … Las fiestas zalameñas tienen una gran antigüedad, son fiestas, por tanto, «más tradicionales» . En este sentido es curioso cómo fiestas de nuevo cuño pasan en muy pocos años a ser consideradas como «tradicionales». No podemos olvidar que pese a la apariencia de inmutabilidad, la tradición se encuentra constantemente en un proceso de creación y recreación. De hecho la «tradición» no depende tanto de la antigüedad, como de la apariencia de antigüedad, que es utilizada normalmente para legitimar las viejas y nuevas fiestas (un buen ejemplo es la recientísima y ya considerada como «ancestral» –tradicional- fiesta de El Romerito[2].)
-La anterioridad a la minería: mientras los pueblos mineros surgen o son potenciados en función de la actividad minera, Zalamea es anterior a esta actividad (lo que a nivel ideológico significa que también puede sobrevivir a la misma). Aspecto de indudables repercusiones en los momentos en que la minería atraviesa por periodos de crisis (no olvidemos que las «crisis» en esta actividad son una cuestión estructural), y en la que se pone en cuestión la propia subsistencia de una comarca, centrada, durante mucho tiempo, en una monoactividad.
El carácter de pueblo se sustenta, por un lado, en la propia experiencia de los zalameños que pueden delinear su árbol genealógico en varias generaciones y en un discurso histórico/mítico, un discurso letrado, que es conocido desigualmente por los propios zalameños. La preeminencia del discurso letrado sobre los discursos de la tradición oral supone el reconocimiento de la preeminencia de aquellos que podían escribir y generar discursos, de aquellos que «conocen la historia». Una historia con mayúsculas que, en algunos casos, no tiene que ver con la propia experiencia individual. La historia del pueblo es la historia de los que pueden crear historia. En muchas ocasiones los informantes te remiten a «los que saben»; su propia historia, su experiencia personal carece de sentido a la hora de explicar la realidad de la comunidad.. De este modo el discurso histórico se transforma en un discurso mítico, religioso, definidor de la esencia de los zalameños; en un discurso que se presenta por encima de los actores sociales, pero que al mismo tiempo determina y justifica su propio comportamiento como «zalameños».
Los discursos del ser zalameño se crean en contraposición a los que son considerados fuera de la comunidad local. La idea de comunidad tiene siempre un carácter referencial. Así la respuesta a qué significa ser de Zalamea está en relación al significado de ser habitante de Riotinto, Campillo…. a ser habitante de los pueblos con los que los vecinos de Zalamea la Real han mantenido una mayor relación en función de compartir un mismo espacio económico, aunque desde distintas posiciones sociopolíticas. Las diferencias son remarcadas siempre en los discursos de carácter localista. Diferencias que dan lugar, que están en la base, de un supuesto carácter local:
(el zalameño) es una persona muy arraigada, muy apegada a las tradiciones (…) Eso lo defendemos quizás porque somos el pueblo más antiguo de la Cuenca y hemos vivido aquí, la solera que te da el haber sido siempre del pueblo [3].
Para ser habitante del pueblo no sólo es necesario vivir y haber nacido en el pueblo es necesario también «haber sido siempre del pueblo»( y no sólo en relación a la propia persona, sino también en relación a la célula con la que se le adscribe automáticamente y con la que conecta a nivel comunitario: la familia, sus antecesores). Nuevamente volvemos a la idea de continuidad en el tiempo, a la idea de comunidad imaginaria que abarca el presente pero también al pasado:
(…) al ser un pueblo hecho, formado y curtido y viejo y estar constituido por gente de Zalamea, a lo mejor tiene un cincuenta y cinco, sesenta por ciento de personas nacidas en Zalamea y criadas en Zalamea, mientras que en la Cuenca eso no existe. A lo mejor tienen un setenta y cinco por ciento de gente de fuera, entonces no sienten tanto al pueblo como nosotros, entonces por eso defendemos mucho más lo nuestro.
El ser un pueblo conlleva una serie de rasgos que están en la base del supuesto «carácter» zalameño. Así la mayoría definen a la localidad como tradicional: los zalameños son muy tradicionales. De nuevo la tradición vuelve a ser el hilo conductor de la comunidad a lo largo del tiempo. Pero hay otra serie de rasgos definidores de los zalameños muy en relación con los dos modelos de identificación basados en el discurso minero y en el discurso agroganadero. Es precisamente el segundo modelo el que habría influido más en lo que los actores locales definen como carácter zalameño. Durante mucho tiempo se ha ido creando una imagen negativa de los mineros, imagen no asumida de un modo consciente, en muchos casos (habida cuenta de que una gran parte de zalameños han vivido de las minas o han tenido familiares que han trabajado en las mismas). Una imagen que ha salido a relucir constantemente en las distintas entrevistas que realizamos en esta localidad durante el trabajo de campo. Como muestra de ello reproducimos los testimonios siguientes:
«Entre los pueblos de la Cuenca sí hay muchas diferencias. Zalamea tiene mucha cultura, son gente muy pacífica, muy tranquila, cada uno va a lo suyo, no tienen que ver con nada ni con nadie, mientras que en Campillo hay mucha morralla, gente de distintos pueblos que han venido a trabajar a la mina»
«El resto de los pueblos (de la Cuenca) ha sido de aluvión y Zalamea se ha mantenido como algo autónomo y el resto han estado en función de la mina. En el asunto laboral también marca mucho a la gente en el sentido de que los mineros han sido antirreligiosos».
Si los mineros son normalmente definidos como «antirreligiosos», los zalameños se definen como «religiosos». Si los pueblos mineros tradicionalmente han sido definidos como pueblos «luchadores», «violentos»… los zalameños se definen como «pacíficos». La ideología dominante que ha tendido a dar un cariz negativo a todo lo relacionado con la minería ha influido de forma notable en el discurso comunal con el que los zalameños reafirman sus peculiaridades en contraste con los pueblos vecinos. Con estos discursos se señala también el distinto carácter entre los habitantes de Zalamea la Real y los habitantes del resto de los pueblos de la Cuenca Minera. Esta definición de los caracteres locales está marcada por una visión esencialista, que tiende a fijar a través del tiempo su carácter unitario, independientemente de los cambios económicos y sociales que sustentaban de forma real o hipotética estas supuestas diferencias. Los estereotipos locales contribuyen a regular la interacción social y política tanto en el seno de la propia comunidad, como en la relación con las localidades de la Cuenca Minera con las que han compartido unas similares bases económicas.
Hasta ahora hemos venido hablando de un modelo de identificación comunal y de un discurso comunitario. Sin embargo tras este modelo dominante se esconden otras propuestas identitarias, otras formas de definir la comunidad y una diversidad de discursos, en función de los diferentes sectores sociales y de actividad que forman parte de la sociedad local. No podemos olvidar que detrás de la idea de comunidad se encuentra una localidad heterogénea, con grupos diversos y también, en algunos casos, con intereses contrapuestos.
Los discursos comunitarios unifican a los habitantes de una localidad de cara a los que no pertenecen a la misma, pero al mismo tiempo sirven para diferenciar en el seno de ésta a unos individuos en relación a otros, en función de su proximidad a la definición «ideal» de ser habitante de… El discurso comunitario, aunque, por un lado, reafirma la idea de conjunto frente a los extraños, por otro lado, tiende a reproducir una jerarquía, en este caso, entre «los zalameños» y «los menos zalameños».
El distinto papel jugado a nivel social por hombres y mujeres, es una variable fundamental a la hora de comprender las relaciones desiguales que se establecen en un mismo territorio. Los hombres han sido normalmente los representantes de toda la comunidad, estando presentes en todos los ámbitos públicos de relación más directamente conectados con la vida sociopolítica. El espacio y el territorio son construcciones culturales, y como tales, también tienen «sexo». Esto se pone de manifiesto en la desigual presencia de hombres y mujeres en los espacios «públicos» y «privados». La distinta capacidad de acceso a los símbolos comunales, con los que un colectivo se representa, es sintomático del claro papel jerárquico de la «comunidad»:
«En 1773 los hermanos caen en la necesidad de obtener la ratificación pontificia del patronazgo de San Vicente. De esta manera el ayuntamiento convoca mediante toques de campana a los vecinos varones con el fin de ratificar la elección del patrón. Ratificación que se llevó a cabo por 764 votos a favor, la práctica totalidad de los hombres del pueblo.» [4]
Bajo la idea de «comunidad» se ocultan también otras diferencias de carácter socioeconómico. Al fin y al cabo el discurso comunitario es una selección de algunos de los caracteres con los cuales puede definirse un colectivo. En dicha selección juegan un papel central los grupos de poder, aquellos que han podido reelaborar la Historia en función de unos intereses concretos. A partir de la mitología de la historia se crean discursos en los que se establecen las características ideales de pertenencia al colectivo, ocultándose así otras posibles reinterpretaciones, otras posibles lecturas sobre la significación de pertenecer a un colectivo en un espacio y en un tiempo concretos. Esta relectura crea una jerarquía entre los «verdaderos» miembros de la colectividad y aquellos que no se ajustan al modelo. Veamos en este sentido cómo uno de nuestros informantes diferencia entre los «auténticos» zalameños (los más antiguos, los más nobles, los más amantes de las tradiciones, los más zalameños…) y aquellos que no se ajustarían al modelo dominante:
«Zalamea es un pueblo que ha sido repoblado por caballeros leoneses (…) de León para abajo fue arrastrando gente, las familias viejas de Zalamea, las de raigambre, digamos así, que han seguido apegadas a Zalamea generación por generación. Desde esa fecha siguen amando a su pueblo, pero claro, Zalamea evoluciona y empieza a venir gente de Portugal, de toda la parte de Extremadura… la prueba es que a los de Riotinto les dicen mohinos, porque mohinos era una familia de Portugal que vino a habitar a Riotinto (…) Esta gente si viene desarraigada de otro sitio no puede amar algo que no es suyo. Es como si yo te presto un coche tú lo cuidarás mucho pero no como si fuera tuyo, eso es lo que pasa en Zalamea»
En el testimonio anterior se justifica en función de discursos «seudo-históricos» el desigual derecho de unos y otros grupos de representar a la comunidad en relación al lugar de procedencia y a la mayor antigüedad de determinadas familias. La visión esencialista que se produce a raíz de los caracteres locales, se reproduce ahora en relación a la posición de unas familias en relación a otras en el seno del propio colectivo. Estas justificaciones a nivel de discurso se realizan de diverso modo, pero siempre intentando conectar al individuo con el pasado más remoto, con el punto originario en que una comunidad se conforma como tal. Así en el texto que hemos reproducido esto se justifica a partir de las diferentes migraciones: por un lado estarían los supuestos descendientes de los caballeros leoneses (anteriores a la minería y con raíces «ancestrales» en la comarca), y por otro lado aquellos que llegaron tras la expansión de la minería.
Como podemos ver, bajo los modelos dominantes de todos somos habitantes de… referente de identificación fundamental, que permite la creación de unas normas compartidas y el establecimiento de unas reglas comunes a partir de las cuales es posible la articulación social, subyacen otros modelos, otras formas de reinterpretar la comunidad, de instrumentalizarla. La comunidad, desde una ideología dominante, se nos presenta como algo inmutable, esencial… a partir de la cual se garantiza la reproducción social, el derecho preferencial del colectivo al uso de un espacio, y la desigual capacidad de sus miembros de utilización del mismo, en función de su mayor o menor grado de aproximación al modelo dominante. Sin embargo, no podemos entender la comunidad como algo estático; la instrumentalización de las pertenencias territoriales, en función de los distintos intereses que se ocultan bajo la pretendida homogeneidad, provoca un cambio constante en la propia definición del colectivo. Aunque dichos cambios sean asumidos como «tradicionales», la tradición se encuentra en la práctica, tal y como señalamos anteriormente, en un constante proceso de creación y recreación.
La homogeneización de la heterogeneidad social se produce, en buena medida, a partir de los discursos dominantes, discursos de clase (de fracción de clase) que han acabado por imponerse como el discurso global y unificador del colectivo. La definición colectiva de la comunidad viene marcada sustancialmente por uno de los sectores sociales dominantes en el contexto local. En algunos pueblos de la Cuenca Minera la definición de la localidad como «comunidad» pasa por el hecho de «ser mineros». No sucede así en el caso de Zalamea donde difícilmente podríamos hablar de un discurso de identificación local propiamente minero. Su mayor diversificación económica y social, así como la existencia de grupos desvinculados de las compañías mineras, que controlaron las bases del poder a nivel local: pequeños industriales y grandes propietarios, dejaron en un segundo plano a los colectivos «mineros».
El discurso comunitario como legitimador de la acción política.
Las formas en las que se representa un colectivo nos indican entre otras cosas quienes están facultados para acceder al poder, es decir quién puede representar al nosotros local. El «nosotros» local zalameño se ha representado tradicionalmente como «rural» y «agrario». Probablemente no podía ser de otro modo. La intensificación de la actividad minera supuso la pérdida a nivel comarcal del poder de la elite zalameña. Esta pérdida de poder se tradujo a nivel de discurso en la pérdida de importancia de la localidad. Esta visión condicionará decisivamente la actuación política a nivel municipal. Es significativo como en el caso zalameño los sectores mineros pese a que fueron de los sectores más significativos a nivel local no fueron capaces de crear un discurso «minero» capaz de aunar intereses diversos, capaz de representar a toda la «comunidad». Precisamente la «comunidad» se fue forjando en oposición a la expansión minera. Las señas de reafirmación local pasaban precisamente por negar la importancia de la minería a nivel local. De hecho después de las primeras elecciones municipales democráticas en 1979 se pueden apreciar dos hechos igualmente significativos: la progresiva desaparición de la vida política de las familias que habían detentado el poder hasta entonces y el ascenso de nuevos grupos no vinculados directamente a la minería. Los sectores mineros que en otras localidades de la comarca habían conseguido una presencia política importante, en el caso zalameño no dejan de ocupar un segundo plano. Son precisamente los sectores desvinculados de la elite tradicional y de los obreros de la compañía minera los que consiguen capitalizar la idea de comunidad. Para ello se siguen reproduciendo los discursos ruralistas en oposición a los discursos más marcadamente de clase que utilizaron los sectores vinculados a la minería.
En los últimos años hemos asistido en la comarca a una desactivación de la minería. Esta desactivación se tradujo en una potenciación de los discursos localistas, al fin y al cabo la pérdida de importancia de la actividad minera cuestionaba también el que durante los últimos decenios había sido el centro socio-político: Riotinto. A partir de entonces nos encontramos con que los diversos pueblos pugnan por ocupar una posición más o menos protagonista, y en definitiva por atraer las inversiones de la administración. Zalamea la Real potencia en los últimos años todos aquellos referentes que sirven para reafirmar la superioridad local en relación a otros pueblos de la Cuenca Minera. Por un lado su anterioridad a la minería, por otro lado el hecho de haber sido el núcleo matriz. La imagen de Zalamea la Real como madre de la Cuenca volvió a adquirir un nuevo significado y se convirtió en una imagen con un gran potencial simbólico. De nuevo la reafirmación local pasaba por el «alejamiento» de la actividad minera. Curiosamente la instrumentalización política de la idea de la comunidad en este pueblo de mineros se construyó a través de la imagen de un pueblo esencialmente no minero. Este hecho nos manifiesta las limitaciones de la acción política en función de una serie de referentes de identificación colectivos, que efectivamente han ido cambiando a lo largo del tiempo como han ido cambiando los grupos que han podido capitalizar dichos referentes, pero precisamente la eficacia de la acción política ha residido en el reforzamiento de unas señas de identificación que se presentan como inmutables. La comunidad se presenta en los discursos como única y en ese sentido sólo puede haber una política eficaz, lo cual curiosamente nos lleva en último término a la negación social de la política en favor de la «gestión»: hay que hacer las cosas que hay que hacer en beneficio de todos. Desde el momento en que asumimos que sólo existe una comunidad, unos intereses compartidos difícilmente podemos favorecer cualquier cambio sociopolítico. En último término estos discursos conllevan la ocultación de los referentes de clase y por tanto de la existencia de intereses confrontados. Cuando se habla de una comunidad homogénea sólo puede plantearse una única línea de actuación posible a través de la cual se representan los intereses de todo el colectivo, el problema es ¿qué colectivo es el representado y cuál es el grado y capacidad de actuación de los grupos minoritarios y/o minorizados?.
A modo de conclusión.
-Aunque a nivel de discursos el municipio y la sociedad local se nos presentan de forma homogénea, ambas nociones no pueden ser equiparadas. En una misma localidad podemos encontrarnos con realidades sociales muy diversas.
-Estas realidades sociales diversas requieren de discursos compartidos a partir de los cuales se puede legitimar el poder local. La idea de «comunidad» es fundamental para la acción política, en la medida que a través de dicha idea el colectivo se reconoce como un todo en función de determinados referentes de identificación, que sirven para articular al colectivo.
-La «igualdad» con la que se representan los miembros de una localidad frente al exterior, crea una clara división jerárquica no reconocida a nivel de los discursos dominantes, a través de las cuales determinados sectores se aseguran la capitalización de la vida política, al mismo tiempo que otros grupos ven impedido o dificultado su acceso al poder.
Breve reseña bibliográfica.
Avery, D.: Nunca en el cumpleaños de la Reina Victoria. Ed. Labor. Barcelona.1985.
Devillard,Mª José. «Una categoría cuestionada y cuestionable: el pueblo». En Antropología de Castilla y León. Cood. Luís Diaz Viana. Ed. Anthropos.Barcelona,1988.
Escalera, Ruiz y Valcuende.: Poner fin a la historia. Ed. Instituto de Desarrollo Regional. Sevilla.1995.
Ferrero Blanco, Mª Dolores.: Capitalismo minero y resistencia rural en el suroeste andaluz.Ed.Diputación de Huelva. Huelva.1994.
Gil Varón,L.: Minería y migraciones. Ed. Monte de Piedad. Córdoba.1984.
Ruiz Ballesteros, E: Minería y Poder. Ed. Diputación Provincial. Huelva. 1998
Valcuende del Río, J.M.: Zalamea la Real: la tierra y la mina. Ed. Diputación de Huelva. Huelva.1998.
Valcuende del Río, J.M.: Fronteras, territorios e identificaciones colectivas. Ed.Fundación Blas Infante.Sevilla.1998.
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·
Universidad Pablo de Olavide (Sevilla). Grupo de Investigación Social y Acción Participativa
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[1] El trabajo aquí presentado es en buena medida resultado de la investigación realizada por el equipo de investigación integrado por Javier Escalera Reyes, Esteban Ruiz Ballesteros y José María Valcuende del Río, bajo la dirección de Javier Escalera.
[2]Esta legitimación se produce a partir de una supuesta vinculación de esta fiesta de nuevo cuño con las antiguas celebraciones de la primavera.
[3]Los textos que aparecen en cursiva corresponden a parte de las entrevistas realizadas a nuestros informantes durante el periodo en que realizamos la investigación.
[4] Manuel Domínguez Cornejo y Antonio Domínguez Pérez de León. Nacimiento y desarrollo de la devoción de San Vicente Mártir. En Programa de fiestas en honor de San Vicente.1993.