Anguiano de Campero, Silvia[1]

Introducción

Es frecuente hablar de los procesos de cambio que se han verificado con relación a la estructuración de la familia, como un proceso de sustitución de un modelo de familia patriarcal a otro nuevo por el que paulatinamente va siendo parcialmente reemplazada. La transición de la familia «patriarcal» a la familia «moderna», (o de «responsabilidad individual») operaría en el sentido de una democratización de su estructura de poder, mayor equidad en las relaciones entre género, liberación de la opresión patriarcal y emergencia de sujetos individuales y autónomos. Los valores de los derechos humanos, de igualdad, equidad y democratización han guiado la orientación de numerosos esfuerzos tendientes a producir estas transformaciones.

Nuestro trabajo tiene por objetivo analizar la dinámica doméstica en relación a los conflictos de poder desencadenados entre los géneros y entre generaciones, por un desempeño más «autoafirmativo» de las mujeres frente a la autoridad del esposo y a la expectativa de los hijos, a fin de reflexionar sobre el alcance de la «democratización» efectivamente alcanzada y los caminos posibles para realizarla.

Para ello usaremos la fuente de datos proporcionada por nuestra investigación: «La familia en Villa Mercedes (San Luis), Estructura y Organización», dirigida por la Master Olga Mercedes Paez. Dicha investigación fue abordada desde lo macrosocial con técnicas cuantitativas y desde la perspectiva microsocial (privilegiando el ámbito de la experiencia de lo cotidiano) con técnicas de recolección de datos y análisis cualitativo. Además, también recurriremos para ilustrar las ideas aquí expuestas, a nuestra investigación actual en un barrio de la ciudad de Villa Mercedes sobre Estrategias de Reproducción Familiar, en Familias en situación de pobreza y el trabajo de Asesoramiento Familiar que hemos implementado en este barrio, en el marco de nuestra investigación. Así también, haremos uso de nuestra experiencia como integrantes de familias, los diálogos entablados en el equipo y de las entrevistas efectuadas a profesionales del medio, a fin de enriquecer la mirada sobre nuestras dificultades en un tema que nos implica particularmente como miembros de «familias».
Nuestra hipótesis es que la pauta democratizadora no ha concretado en una pauta democrática de resolución de los conflictos desencadenados por la tensión generada por la vigencia del mandato integrador y la función de la mujer en hacerlo viable, (propio de la cultura patriarcal donde la mujer-madre tiene un rol centrado en «el bienestar de los demás») y, al mismo tiempo, las exigencias de un rol más autoafirmativo implicado en un reconocimiento de su individualidad como personas, posibilitado por los cambios estructurales operados en la institución familiar.

Este trabajo está inspirado en la problemática que los valores de los derechos humanos, igualdad, equidad y democratización de las instituciones políticas y sociales, en particular de la familia, plantea a nuestro futuro teniendo en cuenta las realizaciones alcanzadas hasta el presente.

Es nuestra convicción, que la concreción de los valores de los derechos humanos, igualdad, equidad y democratización de las instituciones políticas y sociales, en particular de la familia, no obedecen a una transición operada por fuerza de una ley ineluctable del decurso histórico desde formas autoritarias a formas democráticas, sino que ellos orientan numerosos esfuerzos teóricos y prácticos encaminados a su logro.

Si bien estos valores han adquirido una amplia aceptación y un auge preponderante en nuestro tiempo, su significado (que se construye socialmente) y su concreción histórica demandan un esfuerzo en dilucidar cuales son los problemas que en pos de una democratización de las relaciones familiares visualizamos como los imperativos del presente. La intención de este trabajo es analizar las dificultades resultantes de la democratización alcanzada dentro de las familias y los desafíos futuros que partiendo de estas dificultades deberemos enfrentar si orientamos nuestras acciones con los valores de justicia, igualdad y democracia.

Para los fines del presente análisis el marco referencial que utilizaremos es el concepto de familia en tanto institución social construida socialmente, delimitado en tres niveles de análisis:

a) la familia como categoría social y como estructura objetiva del mundo social;

b) la familia en tanto «campo» social, esto es como complejo interrelacionado de posiciones sociales que se diferencian en relación a factores económicos, físicos, materiales y sobre todo simbólicos poseídos por los miembros y que constituyen el núcleo por el que se lucha (por conservar o transformar esas relaciones de fuerza) en el interior del grupo familiar;

c) La familia como «cuerpo», esto es, como disposición a actuar como grupo, proporcionando una identidad a sus miembros.

Los niveles de análisis utilizados son desarrollados por Pierre Bourdieu en el artículo sobre «L’esprit de famille» que está dedicado a analizar como “la familia”, en tanto ficción nominal (categoría) deviene en grupo dotado de una identidad social, conocida y reconocida, esto es, se constituye en “cuerpo”, que pone los límites dentro de los cuales la familia funciona como “campo”. La construcción de un “espíritu de familia”, del “sentimiento familiar” como principio afectivo de cohesión social es un principio construido socialmente que instituye el funcionamiento como “cuerpo” a un grupo que, de otro modo, tiende a funcionar como “campo”. Gracias a este espíritu de familia que le permite constituirse en cuerpo, la familia cumple un rol determinante en el mantenimiento y reproducción del orden social, conformándose, de este modo, en una “ficción social bien fundada” y garantizada por el Estado.[2]

Desde este marco referencial, sostenemos que el proceso de democratización experimentado por las familias fundamentalmente en los últimos treinta años, ha incentivado el crecimiento de las luchas del «campo» familiar por las redefiniciones sobre la posición de los miembros en el espacio familiar, incrementando el potencial de conflicto y socavando las bases de mecanismos tradicionales de resolución de la conflictividad, por lo que el funcionamiento de la familia como «cuerpo» cede lugar a su funcionamiento como campo.

La democratización familiar.

Es común presentar la caracterización de este proceso de democratización como una transición desde la «familia patriarcal a la familia de responsabilidad individual»[3]. Ella se nutre de la percepción de que la autoridad paterna era considerada el eje de la responsabilidad familiar especialmente en su representación hacia fuera, frente a la sociedad, derivada de la responsabilidad que se adjudica al padre de familia tanto en las leyes como en las políticas estatales que toman la familia como unidad administrativa. Instituciones como la «patria potestad», la representación del esposo en la administración de los bienes propios de la esposa y de los gananciales, el derecho del esposo a fijar domicilio, si la mujer abandona el hogar (incluso aunque sea por salvaguardar su integridad física ante la violencia de que son objeto) pierde la custodia de los hijos, los subsidios por hijos, esposa, familia numerosa, etc. abonan la percepción de una familia con centralidad masculina, un modelo androcéntrico.

De este modo el proceso democratizador se define como un proceso que ha desdibujado esta representación económico social atribuida al padre alcanzando sus integrantes una liberación de estas ataduras que le han permitido tanto a la mujer como a los hijos, asumir sus propias responsabilidades y por consiguiente adquirir una mayor autonomía. Este proceso se inscribe en el marco de un amplio proceso social que lleva por lo menos tres siglos[4] de emergencia de sujetos individuales y autónomos, que significó la ampliación del espacio para la elección y la decisión propia y la propia responsabilidad consecuente. Iniciado en Occidente se extendió gradualmente afectando las normas sociales y a instituciones fundamentales, entre ellas el matrimonio y la familia, promoviendo reformas en el marco jurídico de las sociedades donde se sostiene «el derecho a tener derechos». El resultado de estos procesos es el resquebrajamiento de la concepción convencional de familia sancionada por las leyes del pasado, la tradición y la religión, afectando la vida cotidiana de la familia, abriendo opciones diferentes para compartir la cotidianeidad (como las relaciones homosexuales manifiestas, la vida en comunidades etc.) que hoy tienen derecho a manifestar lo que antes se debía ocultar.

Este resultado sin embargo ha afectado, en nuestra opinión, tres aspectos centrales de la familia en tanto «cuerpo social»: la dominación masculina, la gestión colectiva del grupo familiar y los mecanismos que permitían sostener el «espíritu de familia».

Es decir, que la organización familiar ha quedado afectada profundamente por estos procesos. Sin embargo el análisis no puede circunscribirse solamente al nivel organizacional. Si bien este nivel proporciona un punto de partida importante, no constituye el único nivel de la realidad. El análisis que aquí proponemos si bien parte de la organización familiar en tanto gestión colectiva de la producción, reproducción, distribución y consumo entre sus miembros distingue los componentes míticos ideológicos que cementan la unidad familiar, que la instituyen como cuerpo social y de este modo ayudan a la persistencia del grupo y su reproducción. La organización familiar recibe de lo instituido su significación y su fundamento para existir, constituyéndose en condición de posibilidad para el funcionamiento organizado del grupo. Pero por otra parte, la institución no existe (salvo como principio) fuera de las organizaciones concretas a las que da nacimiento. De este modo la integración, la acumulación del capital transmitido entre las generaciones familiares, la gestión colectiva del capital familiar, la solidaridad económico afectiva, pero también la dominación que garantiza la supervivencia del grupo y reproducen el orden social son los aspectos centrales que enfocamos.

1.-La gestión colectiva: económica, afectiva y de la cotidianeidad

Los principios básicos de la organización interna de la familia siguen los criterios de diferenciar tareas teniendo en cuenta la edad, el sexo y el parentesco.

En el contexto social, ideológico y político del capitalismo[5], los hijos están subordinados a los padres a los que deben respeto, obediencia y colaboración en las tareas del bienestar común. Las madres son las encargadas de la gestión de la cotidianeidad, el hombre el proveedor de recursos y los niños están al cuidado de la madre. Este orden era definido y mantenido por una serie de ritos y técnicas en las que las mujeres tenían un papel protagónico, pero fundamentalmente por la autoridad paterna que se erigía en última instancia de apelación. La trayectoria de este modelo idealizado en las circunstancias que hoy vive una familia puede ser ilustrado con la descripción que dos entrevistadas efectuadas en nuestra investigación. La primera de ellas es Norma, originaria de Mendoza, cuya historia familiar parte de sus padres, una familia que trabajaba en el campo; y Mary, originaria de un pueblo de las sierras de San Luis, con una historia de familia de trabajadores de campo pero con un lapso de diferencia de una generación en relación a Norma.

Norma recuerda el hogar de sus padres con una fuerte pesadumbre, especialmente por la diferencia que, el hecho de ser la única hija mujer con seis hermanos varones, produjo en la consideración de la madre hacia ella. Un velado resentimiento aflora cuando nombra a su madre: “mi mamá nunca pensó: – Pobre Norma, ella también tiene que descansar”. Debió trabajar en las viñas como sus hermanos, en el cuidado de los animales de la chacra y ayudar a su madre en la atención de los siete varones (seis hermanos y el padre). Incluso, cuando a los diecisiete años comenzó a trabajar en una fábrica de duraznos enlatados, y durante los cinco años que dura el empleo, tenía que volver del trabajo a su casa a atender sus hermanos, como si el único trabajo importante fuera el que realizan los hombres. La subordinación del papel de la mujer, tanto en el hogar paterno como en el propio, la mueve a repetir una apreciación negativa sobre el rol femenino: “no es bueno ser mujer”, o “yo envidio a las que se quedaron solteras y hacen su vida, aunque es feo quedarse soltera”, “la vida de la mujer es ser siempre esclava de los demás y encima uno nunca tiene razón”. La expectativa de la madre esperando que los hombres vuelvan de trabajar y tenerles preparada la merienda y el baño (tareas que Norma debía realizar, calentando agua para el baño), le hacen sentir la inferioridad de condición que su madre le imponía por el hecho de ser mujer. Norma se da cuenta que esto fue por el modo en que su madre asumía su propia condición de mujer. El padre es el que manda, (a la madrugada el padre salía al patio y repartía la tarea de los hombres) los hijos y la mujer obedecían, la distancia entre los padres y los hijos se marcaba claramente a la noche con el rito de tomar mate en el galpón solos, en donde los hijos no podían intervenir. Con la misma pesadumbre recuerda que su mamá no fue a su casamiento, porque tenía que estar en la casa atendiendo los detalles de la fiesta de boda. A su padre no lo culpa de este modo. Recuerda cómo lloraba el padre cuando ella se casó, y nos dice con una sonrisa: “Debe ser porque se quedaba sin la hija mujer que les ayudaba.” Norma, que ha asumido un rol tradicional en el hogar, comienza a trabajar cuidando ancianas como ayuda a su marido en el mantenimiento del hogar, cuando su hija menor entra al secundario. Pero cuando su marido envejece y ya no puede llevar el control sobre la gestión económica, Norma “asume las riendas” decidiendo en qué se gasta y en qué se invierte. Hoy piensa que ella hubiera sido mejor administradora que su marido, que hubiera tomado mejores decisiones y que vivirían en un barrio más céntrico y confortable.

Veamos como describe Mary su propia historia.

Mary es una señora joven que vive en una casa de Plan muy bien puesta, con buena terminación, rejas, y muy bien arreglada y ordenada, con cortinas blancas con volados.

Nos recibe en su peluquería que en este momento tiene cerrada al público.

Vive con sus dos sobrinas adolescentes.

Recuerda su vida en casa de su madre, en un pueblo de las sierras de San Luis (Carpintería) junto a sus hermanos, su madre y sus abuelos a quienes consideraba como si fueran sus padres. Su madre los ha tenido de soltera con un hombre que vivía en concubinato con otra señora con la que también tuvo hijos de edades similares a las de ellos. Vive con ella seis años solamente, cuando su tía le pide autorización al abuelo para traerla a Villa Mercedes a vivir con ella para que pueda ir a la escuela. En esta ciudad vive hasta los diez años y vuelve junto a su madre, para ayudarla económicamente. Termina la primaria y trabaja en hoteles como mucama. A los catorce años, se le presenta la oportunidad de trabajar en una casa de familia cuidando una beba en Villa Mercedes y sin dudar, viaja y se instala definitivamente aquí.

Su determinación para vivir es el rasgo que define su personalidad: “yo soy siempre la que toma las decisiones”. “En mi familia todos esperan que yo decida. Aún de chiquita (doce años) fui la que decidí llevar a mi abuelo a Río Cuarto e internarlo para que lo operaran de cáncer”. “Yo soy la que decide las cosas en mi familia; mis hermanos, mis cuñadas, todos, esperan que yo los “oriente”. El hecho de ser la que tiene experiencia en la ciudad, la ha colocado en este rol desde pequeña. Su marido nunca tuvo problemas con esto e incluso se apoyó mucho en el carácter decidido de su mujer.

Estudia peluquería, dactilografía, redacción comercial y taquigrafía en su empeño por “ser algo” y al mismo tiempo trabaja sin descanso. Consigue entrar en una fábrica radicada en Villa Mercedes (Promoción Industrial), y al mismo tiempo abre una peluquería, trabaja en este oficio a domicilio, se hace cargo de un Restorante con su marido. Más adelante, a fin de ayudar a sus familiares abre un comedor para dar de comer a los obreros de diferentes fábricas, organizando a su madre, sus cuñadas y hermanos en la tarea. «Mi familia siempre ha sido un poco responsabilidad mía». Nos hemos ayudado económicamente en todo, y yo soy siempre la que organiza la ayuda, las fiestas, los encuentros, soy siempre yo la que toma la iniciativa, y en mi familia nunca me han discutido este rol. Yo tomo las decisiones, pero la plata siempre la manejó mi marido, yo le daba toda la plata a él. Siempre me preocupé de que no le fuera a faltar el dinero en el bolsillo. Cuando discutíamos, no durábamos peleados, él me traía un ramo de flores, o algún regalito, y siempre nos arreglábamos inmediatamente». Mary, hace todo en su hogar y convive con dos sobrinas menores a las que ha tomado a su cargo. Sin embargo termina separándose de su marido. «Pienso que me dejé influir demasiado. Me dijeron que estaba saliendo con otra mujer, y al comprobarlo personalmente me enceguecí. Me vinieron a decir demasiadas cosas y yo las escuché todas. A pesar de que lo quiero muchísimo, hay algo que se ha roto dentro de mí. Yo no tenía otra vida que no fuera él. Y siempre pensé que él era mío. ¡Si éramos tan unidos! Todo lo hacíamos juntos, y él era tan bueno. Hoy estamos muy bien, somos muy amigos y seguimos trabajando juntos. Él viene a comer a veces, se queda a dormir la siesta y se va a trabajar. Pero yo no puedo perdonarlo, muy en el fondo mío hay algo que se ha roto, se ha perdido la confianza, esa seguridad que yo tenía de que él era para mí. Ahora quiero independizarme, volver a concentrarme en la peluquería y no compartir más los negocios con él».

Sin duda, como podemos observar en estos ejemplos, el modelo idealizado por la burguesía ha sufrido muchos cambios. La posición de la mujer, los hijos, la autoridad paterna, la división sexual y genealógica de las tareas, están siendo redefinidas tanto en la discusión ideológica como en su institucionalización a través de cambios legislativos importantes.

¿Como han afectado estos cambios la gestión colectiva de lo económico, lo afectivo y lo social en el funcionamiento familiar?

En la generalidad de los hogares de los entrevistados, la mujer tiene a su cargo la gestión del hogar, es la encargada de la limpieza, la comida, vigilar a los niños, hacer que realicen su tarea escolar, reprender, ayudar. La participación de la mujer en el campo laboral ha ido en aumento, y en consecuencia el aporte que ella realiza al hogar es valorado positivamente como “ayuda” que la mujer hace al esfuerzo del marido por proveer de recursos al hogar. En general, las entrevistadas han considerado ellas mismas como un aporte secundario el que ellas podían realizar. Sin duda la gestión económica del hogar ya no es tarea exclusiva del hombre, y el papel de la mujer y los hijos se relaciona con el aumento de la capacitación recibida como estrategias de ascenso social, pero también por las chances objetivas que desde hace tiempo han incorporado mujeres y jóvenes a la esfera laboral.

De este modo, la carga, sobre la mujer que trabaja, de seguir cumpliendo con la responsabilidad de la gestión doméstica ha aumentado el nivel de conflictos entre las parejas y el nivel de insatisfacción que es posible observar.

Los hijos por otra parte han cambiado su posición en dos sentidos: la prolongación en el tiempo de su condición de estudiantes y por otra parte, una creciente autonomía de los jóvenes ya que la cultura hoy los demanda como consumidores. En el hogar, los entrevistados afirman que los niños y jóvenes tienen tareas acordes a su edad: Norma expresa: “los hijos son para pasar el lampazo, hacer las compras, lavarse sus zapatillas“. Mary dice que a sus sobrinas les “enseñó a trabajar a su lado”.

La diferencia entre hijos varones e hijas mujeres sigue siendo enorme aún. Graciela, otra entrevistada “le dice” a su hijo que ayude pero no lo presiona. Norma por su parte, que ha sufrido la condición de hermana al servicio de sus seis hermanos, ha insistido en que sus hijos varones ayuden tanto como la hermana.

En relación a la gestión social, esto es las vinculaciones entre el grupo familiar y el entorno social, también requiere una discriminación según ciertos criterios de edad, parentesco y sexo dada la complejidad de este entorno. Así hemos podido observar que en ciertos casos son las mujeres y los niños los que se relacionan con el barrio más frecuentemente, los hombres con otras organizaciones tanto públicas como privadas, como Bancos, Financieras, DGI. etc, los jóvenes se alejan del barrio y frecuentan otros lugares de la ciudad, especialmente, los lugares de diversión o encuentro, los clubes, etc.

Estas distinciones podrían ser visualizadas como círculos de relaciones topográficas, que permiten a la familia abrir canales de comunicación que pueden convertirse potencialmente en recursos para la sobrevivencia del grupo. La gestión social comprende la construcción de un entramado de relaciones entre las familias y otras instituciones sociales (tanto las que se encuentran de ordinario más próximas a la institución familiar como la iglesia y la escuela como de otras organizaciones como gremios, financieras, etc). Dada la importancia del trabajo hoy, éste suele ser, tanto para el hombre como para la mujer, una esfera importante de reclutamiento de amistades y relaciones sociales. De este modo, la gestión social es la que acerca al grupo familiar a otras instituciones sociales y es la que, llegado el momento, puede acumularse como capital y transformarse en un recurso disponible para la sobrevivencia.

Este universo está muy distante de la imagen predominante no hace mucho tiempo atrás, donde el hombre monopoliza las relaciones con el entorno confinando a su mujer a ser “la reina del hogar”, del ámbito de lo privado, que muestra al público en aquellas ocasiones que abre sus puertas para recibir a amistades o relaciones importantes.

En las entrevistas realizadas, por ejemplo, el esposo de Norma que era “rezador” en los velorios, solía ser muy solicitado. La mayoría de los entrevistados en nuestra ciudad, se reconocen como católicos practicantes, Mary y su marido “son cursillistas”, Mirta invoca a Dios, y sostiene que la virgen es toda la compañía que necesita. Esto nos muestra la frecuencia de encuentros con otras personas de la misma fe. Sin embargo ninguno de los entrevistados manifestó participar activamente en otro tipo de organizaciones. En la encuesta a las familias de Villa Mercedes, se informa como participación central «ir a misa». En cambio, la participación en clubes u organizaciones deportivas, «es para los jóvenes».

Los entrevistados procuran dar una imagen de vida «puertas adentro», sin participación social o política, y de evitar que se los considere partícipes del «chusmerío». Sin embargo, Mary que trabaja de peluquera admite que las relaciones fueron muy importantes para ella: sus compañeras de trabajo en la fábrica fueron sus clientas más antiguas, las relaciones del barrio nutren las filas de sus clientes actuales. Norma por medio del cuidado de ancianas ha encontrado una fuente de financiamiento: préstamos de sus «patronas» le han permitido mejorar su vivienda.

La gestión social es la que más se ha diversificado, hoy hasta los niños tienen su propio ámbito de relación. La esfera social de los adultos en nuestra ciudad, sus amistades, se circunscribe en general a los ambientes laborales, la iglesia y en una medida muy inferior a su participación en otras organizaciones. La participación de los padres en la escuela de los hijos es considerada un trabajo de la mujer que el hombre «comparte» cuando su mujer no puede concurrir.

La gestión social por lo tanto también ha desdibujado el rol protagónico del hombre en la representación social del grupo familiar

En nuestra cultura la responsabilidad de las mujeres, fundamentalmente, es ocuparse de gestionar tanto la armonía como el conflicto y las negociaciones por la paz en el hogar. Esta es la que denominamos la gestión afectiva de la familia. Esta gestión consiste tanto en un conjunto de acciones rituales como técnicas que instituyen el “nosotros” entre los integrantes del grupo, los dota de un espíritu de familia que es la condición necesaria para la gestión común de la cotidianeidad, la gestión económica y social.

Estos rituales y técnicas comprenden numerosos actos cotidianos como servir la mesa, preocuparse por si el hijo está abrigado cuando sale, dar las recomendaciones necesarias, despedir al marido que sale a trabajar, pero también ser pivote de la relación entre el padre y los hijos, y del enfrentamiento entre hermanos, organizar la ayuda económica a los familiares, acordarse de las fechas importantes, preparar el festejo de los acontecimientos familiares: cumpleaños, casamientos, bautismos, navidades y fines de años, etc.

La gestión afectiva también se relaciona con brindar contención al grupo familiar, dar consuelo ante las dificultades que la situación les presenta a cada uno de los integrantes, y también dar sostén para enfrentar los problemas de la vida y consejo al que lo necesita.

La autoridad paterna como contención afectiva también es de importancia crucial. Menos conocida, y olvidada por el predominio de la mujer en estas tareas técnicas y rituales. Sin embargo es en los bordes, en el límite donde nos podemos asomar al significado de la paternidad: la experiencia de la muerte del padre, la separación que aleja la figura paterna, ponen de manifiesto, por el efecto de ausencia, el significado de su presencia: el que da seguridad, el que devuelve la imagen de lo que estamos haciendo bien o de lo que estamos haciendo mal. Pero también el apoyo fundamental en la defensa de los límites que protegen al grupo ante el extraño.

Como vemos, sin embargo, la gestión colectiva de lo económico, social y afectivo ha empezado a desdibujar las fronteras de lo que en relación al género y la generación correspondía como responsabilidad y como derecho a cada uno de los integrantes .

La figura del padre proveedor ha cedido terreno frente a los aportes de esposas e hijos que trabajan.

Las redes sociales se han diversificado para cada integrante desdibujando la representación masculina de la familia.

La madre-esposa ve dificultado el cumplimiento de la gestión afectiva en múltiples sentidos. La menor disponibilidad de tiempo cuando trabaja fuera del hogar, la necesidad de contar con otros, (familiares o empleadas) que efectúen parte de las tareas, complica en términos de tiempo y presencia el cumplimiento de estas tareas.

2.-La unidad familiar y el mito de la armonía: los componentes míticos ideológicos que cementan la unidad.

Esta gestión común, afectiva económica y social del grupo familiar se hace posible por un trabajo de construcción simbólica que reúne mitos, ideologías e imágenes identitarias que son la condición de posibilidad de la institución de la «familia» y «lo familiar». Esta construcción simbólica se constituye así en la condición de posibilidad de las familias en tanto grupos dotados de una identidad conocida y reconocida, capaces de acción común y por lo tanto capaces de convertirse en sujetos de prácticas sociales.

Como una matriz instituyente de lo familiar, esta trama de significaciones que reúne mitos, ideologías e imágenes identitarias permiten la constitución de la familia como «cuerpos» sociales, esto es como grupos que instituyen un «nosotros», conocidos y reconocidos por los miembros de la sociedad y sujetos de las prácticas sociales.

La instancia mítica:

La familia, como todos los grupos a los que reconocemos entidad de tales, esto es como cuerpos sociales que contribuyen al orden en que observamos la sociedad (como compuesto por familias) para instaurarse, para existir, exige la elaboración de un momento en el tiempo en que el orden se legitima, saca a los individuos de su soledad y los inviste como miembros integrantes de lo familiar. Este punto de anclaje, como lo llama Enriquez[6], «intenta investir las conciencias y regir los inconscientes» y se vale para ello de un relato. El relato mítico nos habla de la primera familia, en el tiempo sin historia a partir del cual la familia entra en la historia: fuera de la historia pero obrando en la historia.

El relato mítico ensaya soldar el vínculo provocando una identificación con los protagonistas del drama. No es suficiente la proximidad física para crear el vínculo, es necesaria la admiración, el amor, el abandono amoroso ilimitado característico de la relación hipnótica (Enriquez) ya que el mito no procede por demostración argumentada sino que apunta a la fascinación, al encantamiento de quienes lo escuchan. El mito cumple una función esencialmente intelectual: expresa bajo una forma simbólica concreta, accesible a todo el mundo, un sistema conceptual que permite a los hombres pensar con una misma coherencia, la naturaleza y la sociedad. Soporte indispensable en la creación de un grupo que reproduce el orden en la sociedad.

La familia mítica en nuestra cultura occidental está en el origen mismo del hombre sobre el planeta: Adán y Eva (creación directa de Dios), Abel y Caín, engendrados por la primer pareja. La mujer creada a partir de la costilla del hombre, y los hermanos como rivales. Este mito es la traducción de los fantasmas colectivos e individuales elaborados en un relato que proporciona una respuesta única y definitiva, que resuelve el enigma que genera la angustia por el origen y el destino: ¿de dónde vengo, quién soy, qué puedo esperar, qué me está reservado?

Como todo mito necesita ser interpretado por lo que puede olvidarse, enriquecerse o evolucionar, y de hecho, la mitología familiar está profusamente enriquecida: la «Sagrada Familia», la Virgen Madre, de la tradición cristiana, más los aportes de la mitología Griega y Romana vertientes de nuestra cultura occidental.

La familia deviene por esta construcción, en fundamento del significado social y cultural de la sexualidad, la procreación y la convivencia: está en el origen del hombre, es lo natural puesto por Dios.

La instancia mítica es el prolegómeno indispensable para la interiorización de los valores culturales y el consiguiente sacrificio y postergación de las necesidades que ellos demandan.

La instancia ideológica

Cuando los pueblos construyen sus instituciones interrogándose sobre las presentes, y por un trabajo de alteración crean su mundo y sus instituciones, reconociendo en él su obra y no las de los Dioses, el mito se vuelve insuficiente. La construcción ideológica asume su lugar[7], y se constituye en un instrumento en la lucha por el poder, por imponer las categorías legítimas para decir, valorar, analizar, y ordenar la realidad trazando su camino, justificando y legitimando o deslegitimando a quienes ejercen este poder. La ideología pone a nuestra disposición el conjunto de las significaciones que permiten dar sentido coherente a nuestras acciones para la construcción o reconstrucción de lo real. Como la ideología habla el lenguaje de las certezas y lo verdadero, proclama a la FAMILIA con mayúsculas o en lenguaje insidioso nos habla de lo que es «ser buen padre», «buena madre» o «buen hijo». Producto de esta lucha por el poder es la construcción de una imagen que dota de identidad a estos agrupamientos en que se ordena la sociedad, que permite la construcción del consenso sobre los valores centrales. Cuando los mensajes alternativos proliferan, aumenta la disputa por el poder de ordenar la sociedad y es lo que nos hace decir que la familia está en crisis. Esta imagen de “lo familiar” construida socialmente y compartida por los miembros de la sociedad, plena de significaciones, es la que permite dar coherencia a los rituales y técnicas que inculcan en nosotros los sentimientos y valores que sostienen la unidad del grupo familiar. Imagen que el chismorreo cotidiano refuerza o rechaza y crea; que los medios de comunicación propagan: la familia reunida en la mesa, la madre en la cocina, o consultada sobre la blancura que deja el jabón en polvo XX sobre las manchas imposibles de la ropa de los hijos; que la literatura idealiza o cuestiona como “Mujercitas” de Luisa M. Alcott, La Familia Ingalls o la Nora de Ibsen.

La ideología burguesa que permite el funcionamiento como «cuerpo» al grupo familiar, esto es como unidad dotada de una identidad conocida y reconocida socialmente proporciona una imagen de lo que se entiende por una familia bien constituida: la imagen de la armonía, del afecto, del entendimiento convergente. En esta imagen, prevaleciente en nuestra sociedad, las decisiones familiares se toman en común, los hijos ayudan como corresponde, el marido es tolerante, la mujer abnegada, el conflicto se resuelve adentro. Pero si de todos modos, en la práctica, el conflicto se desata, la imagen identitaria nos proporciona un mecanismo de resolución del conflicto: nos señala quién es el que debe tener la última palabra y de quién se espera el sacrificio. Esta imagen se interpreta y reconstruye para cada uno de nosotros desde el mismo momento en que empieza el noviazgo, donde se establece un intercambio de significados trascendentes para la constitución de la nueva familia, y que el ritual de casamiento consagra como pasaje a un nuevo estado dándole trascendencia social al hecho del inicio de la convivencia entre un hombre y una mujer. Esta imagen funciona como espejo de la familia que uno quisiera tener, y que sirve para medir la distancia entre lo que se tiene y lo que le falta. Es la imagen que el entrevistado se afana por mostrar sometiendo a control aquello que puede desdibujar el efecto buscado sobre el entrevistador. La elaboración de la relación con el entrevistado permite leer entre líneas y favorece el diálogo en otro nivel. Sin embargo, esta imagen funciona a veces (y a veces ni siquiera así) para consumo público, lo que da un cierto prestigio social: tener una familia normal.

Fijada en nuestros inconscientes, fundada en la líbido, justificada en la ideología funciona como mandato social, como aquello que debe realizarse por estar en el orden «natural» de las cosas.

De este modo se edifican los métodos y mecanismos de control que sostienen, conforme a los principios ideológicamente sustentados, la unidad familiar. En la ideología burguesa, estos métodos y mecanismos de control se fundan en la división sexual y genealógica de la estructura de poder en la familia y estos patrones vertebran su organización.

Pero al estar socavadas las bases de estos principios, inclusive como consecuencia de ideales propios de la burquesía como la justicia, la equidad y la libertad, (esto es como valor supremo en la orientación de las transformaciones sociales que conducen a la democratización de las relaciones familiares) se acentúa el conflicto por la definición de las reglas que regirán las relaciones en su interior y por establecer quien decide en última instancia.

El conflicto y sus mecanismos de resolución

Lo interesante de estos conflictos es que hacen visibles tanto las normas que definen la posición como la responsabilidad de quien debe sostenerlas. Hacen visible la estuctura del poder Familiar. Estas normas que se elaboran expresa o tácitamente para la regulación de las relaciones entre las distintas posiciones, son reglas por las que se lucha para su reforzamiento o su reemplazo, por las que se negocia, y a las que incluso se transgrede. Este es el sentido de concebir a la familia como “campo”, especialmente como campo doméstico como señala Pierre Bourdieu,[8] como campo de fuerzas donde los agentes luchan por mejorar su posición dentro del campo, y donde se lucha fundamentalmente por imponer las leyes que rigen el juego del campo y la determinación de cuáles son las apuestas que pueden considerarse legítimas dentro del juego del campo.

¿Quién establece las normas? ¿Quiénes las legitima? En el itinerario familiar recorrido por cada integrante de la pareja hace que cada uno de ellos traiga su propio bagaje de valores, ideas y creencias acerca de la pareja, los hijos y la familia. En el transcurso de su propia trayectoria familiar, la definición de lo “adecuado” no se resuelve siempre pacíficamente, la confrontación entre diferentes perspectivas puede ser declarada o hasta disimuladamente encubierta, negociada, debatida, formando parte de la comunicación cotidiana en base a gestos, conversaciones, o mutismos para evitar la confrontación que puede acarrear resultados inesperados. La confrontación a veces se resuelve pacíficamente ajustando opiniones sobre otros, que hacen ver más claramente el punto de vista de cada uno sin desencadenar el conflicto propio. En las entrevistas realizadas, es posible observar tres instancias de comparación que pueden desencadenar la confrontación: en primer lugar, en un diálogo consciente o inconsciente con los patrones que guiaron a nuestros padres: «no quise hacer como mi madre», o por el contrario, reafirmando la enseñanza recibida de los progenitores: «en mi casa me enseñaron así, y esto siempre fue lo correcto». En segundo lugar, la confrontación con los patrones que aporta el otro integrante y sus familiares: «tu madre dominaba en tu casa, pero el que lleva los pantalones acá soy yo». En tercer lugar lo que observamos en el comportamiento de otros y que forma parte del chismorreo generador de nuevas pautas o reafirmación de las antiguas. De este modo, la confrontación entre diferentes alternativas siempre ha constituido una fuente potencial de conflicto y cambio.

Pero lo que singulariza el proceso de conflicto en la familia hoy es que al desdibujarse, al perder la contundencia las pautas de la dominación masculina y al aumentar la autonomía y poder de determinación de sus integrantes, la confrontación no se puede resolver apelando a la simpleza de las pautas tradicionales, especialmente porque se ha producido un descenso del nivel de lo que «se debe tolerar» para conservar unida la familia. Este nivel de tolerancia, también depende de lo que otras instancias sociales definan como “límite de lo tolerable”. Los límites de lo tolerable están fuertemente influidos por las cambiantes condiciones históricas, por las trayectorias de las luchas por los derechos de mujeres, niños y hoy también, por la lucha de padres separados cuyas esposas no les permiten ver a sus hijos. Pero además, también este límite de lo tolerable se correlaciona con otros atravesamientos institucionales: la idea de ejercicio legítimo de la autoridad, por ejemplo, que sustentan otras instituciones de la sociedad.

El resultado de estos complejos procesos determina en gran medida una orientación hacia las propias realizaciones en el comportamiento de cada uno de los integrantes del grupo familiar, que cuestiona y no acepta tan simplemente que alguien deba «sacrificarse» siempre en beneficio de los demás. Librada de los límites que la ideología burguesa sustentaba para el ámbito de lo familiar, éste despliega las luchas que caracterizan el funcionamiento del grupo funcionando como campo doméstico. Estas luchas se orientan a la definición de las reglas que rigen el campo, de cuál es el sistema de diferencias legítimas, en definitiva quienes tienen autoridad y en qué temas. Estas luchas más o menos declaradas en el campo doméstico sin los límites que le imponía la dominación masculina es lo que suele definirse como «crisis de la familia». Subyace en muchas perspectivas la idea que tal crisis es algo que debe ser superado para instaurar una nueva armonía.

Nuestra hipótesis es que, lo particular de la situación actual, es la ausencia de nuevas pautas en las prácticas familiares que sustituyan las tradicionales en la resolución de estos conflictos que permitan resolverlo en la intimidad. La tendencia observable es la resolución del conflicto familiar por medio de instancias externas, que cuestiona o debilita el límite de lo «privado».

El panorama familiar a través de la desarticulación convergente de: a) la autoridad paterna como última instancia de definición y representación común del grupo familiar, b) la gestión compartida de lo común, y c) la dificultad en generar el «espíritu de familia» cuando sus participantes deben desarrollar una tendencia hacia las propias metas, expone a la familia a la presión social que la culpabiliza de «incapacidad» en el sostenimiento del orden social.

En efecto, se ha aumentado la presión social sobre la familia responsabilizándole de numerosos males de la sociedad, en especial de la delincuencia juvenil, la drogadicción, la violencia, inseguridad, deserción escolar, abandono de ancianos, etc. Esta presión social sobre la familia se ha incrementado por el aumento de la pobreza en nuestras sociedades en la hora actual. El crecimiento de la pobreza, que afecta tanto a las clases medias como a las estructuralmente pobres, tiene múltiples efectos perjudiciales sobre la familia: el desempleo y los bajos salarios han contribuido al desprestigio de las familias que no pueden solventar la sobrevivencia del grupo familiar, han provocado la desintegración de hogares y el desarrollo de la «feminización de la pobreza». Por otra parte, el desmoronamiento de la esperanza de ascender socialmente por medio de la educación, que alimentó la imagen de un país en crecimiento, deja a las familias inermes frente a sus jóvenes y a estos jóvenes los deja sin proyectos y a la sociedad sin una generación orientada hacia el bienestar general, centrada en valores pasatistas e insolidarios.

Frente a esta situación de alerta, suenan voces que reclaman «protección» a la familia por medio de un «policiamiento moral de la vida privada», que reclama una mayor injerencia de la autoridad civil en el ámbito familiar.

Por lo tanto, dos fuentes principales de presión se ciernen sobre la familia hoy: la presión interna desatada por la inadecuación entre el mandato social de lograr la unidad familiar y las condiciones de ejercicio de este mandato en el contexto familiar actual y por otra parte, la presión social que responsabiliza a la familia en la superación de los «males» sociales, que se consideran una consecuencia de la falta de unidad familiar, en especial de alguna falla en la contensión afectiva, o en el ejercicio de la autoridad-

Simultáneamente, esta presión la expone a una definición externa en el modo de resolver sus conflictos. Esta instancia externa no sólo está constituida por especialistas a los que acceden las clases mejor situadas socialmente, sino por personajes televisivos que con características teatrales tratan el conflicto familiar en las pantallas de televisión, donde se refuerza la necesidad de depender de una instancia externa en la resolución del conflicto familiar con la presencia de un par de especialistas. En relación al mismo tipo de problemas, hoy está cobrando importancia los métodos y técnicas de mediación que requieren, del mismo modo, una apoyatura externa al grupo en la resolución de sus problemas.

Frente a esta dramática ruptura de la privacidad se agudizan los inconvenientes para crear en el hogar un ámbito de intimidad, esfera que la ideología burguesa concibió como refugio y amparo al calor del afecto, que permitiera la socialización de las nuevas generaciones en los valores que la sociedad reclama para una vida ordenada.

Por lo tanto, ¿es posible construir pautas democráticas de resolución de la conflictividad familiar? Nuestro análisis desea poner el acento con fuerza en la necesidad de no limitar la investigación ni las respuestas a un mero cambio en los mecanismos organizativos como si fuera el único nivel de la realidad. No se trata de producir transformaciones en la organización de la autoridad familiar pues ella no es un aparato o un mecanismo que pueda ajustarse, planearse o fabricarse, como supone el pensamiento sociológico cuando habla de reformas estructurales. Proceder de este modo es olvidarse de la historia de la institución y de los niveles mítico-ideológicos que son, en conjunto, la condición de posibilidad de la institución familiar.

La respuesta a este interrogante es crucial si esperamos educar en la comprensión y la cooperación a nuestros hijos, si esperamos que ellos puedan aprender a vivir aceptando al diferente, siendo solidarios con los más vulnerables, si aspiramos a preservar el futuro para la paz de los pueblos respetando la dignidad de todos. En el presente, sin embargo, carecemos de experiencias que puedan reflejar a nivel modélico la imagen familiar deseada que permita la interiorización del ideal. Al contrario, la ruptura de la imagen de familia nuclear «armónica» que la burguesía construyó ha revertido en una pluralidad de formas familiares que ha ensanchado el límite de lo aceptable socialmente. Madres solas con hijos, padres solos con sus hijos, familias ensambladas, parejas de homosexuales, parejas que no conviven y se «visitan» etc. han reforzado la creencia en que solamente el afecto es el fundamento último del vínculo familiar. Pero vivir el afecto, profundizarlo y mantenerlo no es una tarea sencilla cuando la familia funciona como campo doméstico. La violencia y las separaciones se vuelven una salida frecuente a la crisis.

Sin embargo, apostamos por la familia. Nuestro interés se dirige a buscar un nuevo consenso sobre la definición de mecanismos democráticos en la resolución de los problemas familiares. Fundamentalmente creemos necesario que la acción de las instancias externas superen la perspectiva culpabilizadora que alimenta sus prácticas y que se comprenda la posibilidad que esta fuerte desinstitucionalización del modelo familiar burgués ha desencadenado: la posibilidad de producir un cambio familiar que se funde en el reconocimiento de los derechos individuales, la libertad y la equidad.

Conclusión:

Las transformaciones verificadas en el contexto familiar, producto de procesos sociales complejos, replantean la necesidad de analizar las posibilidades de una democratización de las relaciones familiares a partir de los mitos y construcciones ideológicas que fundamentan su unidad. Este análisis nos permite acceder a la comprensión del funcionamiento de la familia en tanto campo doméstico, y al descubrimiento de la carencia de pautas democráticas en la resolución del conflicto, señalándonos el camino para hacer surgir del imaginario radical soluciones innovadoras en el contexto posibilitario de nuestra realidad histórica. Al mismo tiempo, permite corregir la perspectiva culpabilizadora que alimenta las estrategias políticas de otras instancias sociales que proclaman la necesidad de restituir la autoridad familiar por medio de un policiamiento de las familias. Esta es la tarea que visualizamos como imperativo del presente en la construcción de un futuro donde el valor de la Integración no sea alcanzado a costa de los derechos de los miembros más débiles.

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[1] Investigadora sobre temas de Familia y Docente de la Facultad de Ingeniería y Ciencias Económico Sociales de la Universidad Nacional de San Luis.Miembro fundador de la Red de Académicos Latinoamericanos

[2] Se puede consultar una versión completa de este marco teórico en el artículo «La perspectiva de Pierre Bourdieu y la Familia» de Silvia Anguiano, Revista Kairos, Nro. 1. Universidad Nacional de San Luis.

[3] Cebotarev, Nora.-«Families and Change»-in The Ecumenist.- 1.986. Y tambien Eichler Margrit.Family Shifts (Family , Policies and Gender Equality) Oxford, University Press, 1.997.

[4] Elizabeth Jelin, «Pan y afectos» -La transformación de las Familias- Fondo de Cultura Económica- Bs. As. Octubre – 1998.-

[5] Maria Ines Bergoglio, «La familia: Entre lo Público y lo Privado». Editorial Marcos Lener Editora Cordoba S.R.L., 1.986.-

[6] Eugene Enriquez «L’organisation en analyse», Sociologie D’aujourd’hui, Collection dirigee par Georges Balandier- Presse Universitaire de France – 1.992.-

[7] Op.Cit. Eugene Enriquez

[8] Bourdieu, Pierre: “L’Esprit de Famille. Anexe La Raisons Practique sur la therorie de la action”, Seuil, París .1994

El conflicto familiar

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