María Cristina Boiero de De Angelo
Ana Celi[1]
En las postrimerías del siglo XX, la educación superior debe hacer frente a los desafíos de una época en la que se profundizan múltiples factores negativos que ni los avances científicos ni los modelos de desarrollo socioeconómico han podido erradicar de la faz de la tierra. El orden social y cultural que hemos construido y continuamos construyendo está dominado por las categorías de una filosofía basada en una concepción cuestionable sobre la verdadera naturaleza humana y su relación con el mundo natural, produciendo en consecuencia, una creciente separación entre ambos órdenes que condena a la humanidad a avanzar rápida y ciegamente hacia una pérdida total de identidad, hacia una falta de control sobre los productos creados por su inteligencia y por ende hacia su autodestrucción. El hombre contemporáneo enfrenta así una dificultad cada vez mayor para acceder a un orden, a un sistema de valores, para encontrar el propósito de la vida implícito en la actividad cotidiana, lo cual evidencia la imperiosa necesidad de restablecer las conexiones humanas, de reforzar los vínculos solidarios y promover el entendimiento a partir de la interrelación de los diferentes campos del conocimiento.
La alta función social que debe cumplir la universidad en la formación de individuos autónomos, críticos y responsables, capaces de afrontar los delicados problemas que la realidad finisecular exhibe, requiere su evolución hacia paradigmas más complejos que abarquen la articulación e integración de diferentes disciplinas no solamente entre las mismas ciencias sociales y humanas sino entre éstas y las llamadas «ciencias duras». Mario Bunge es muy enfático en este sentido y aboga por una modernización del concepto de humanidades para equilibrar «los diversos ingredientes de la educación, ofreciendo las posibilidades de una educación integral y actual… es preciso que renovemos las ideas acerca del lugar que deben desempeñar las artes y las humanidades en la educación moderna» (Bunge 1993: 101).
El espíritu humano necesita representaciones del mundo y de la realidad, representaciones de origen científico o mítico que apelan “siempre en buena medida a la imaginación… como subraya Peter Medawar, el quehacer científico comienza siempre por la invención de un mundo posible, o de un fragmento de mundo posible” (Jacob 1998: 167). En este reconocimiento de la complementariedad del quehacer científico con el espiritual es importante no confundir la multidisciplinariedad con la interdisciplinariedad. La primera es una mera sumatoria de aportes disciplinarios en tanto que la interdisciplinariedad «se refiere más bien a interconexión, a la articulación entre los distintos aportes disciplinarios al abordar un fenómeno bajo un mismo marco epistémico, bajo un mismo enfoque analítico» (Paz 1996: 165). Los valores que aseguran la supervivencia de la especie humana no son reglas prescriptivas ni la ciega adhesión a postulados científicos sino aquellas revelaciones más profundas que son la suma de los valores del científico, del poeta y de cada creador, a cuya luz los medios y los fines, el bien y el mal, la justicia y la injusticia son vistos en toda su dimensión.
LA LITERATURA COMO ESPACIO DE INVESTIGACIÓN INTERDISCIPLINARIA.
En la necesaria reflexión crítica sobre distintos problemas contemporáneos la literatura obra como un eficaz vínculo de diferentes perspectivas que conducen a una percepción más global de la realidad. Si bien numerosos críticos y filósofos destacan el rol moral y social de la literatura, tanto su importancia como eje articulador de diversos discursos sociales, como su abordaje a través del enfoque interdisciplinario, han cobrado importancia en esta última década.
¿Cómo puede la literatura contribuir a que las diversas ramas del conocimiento coexistan y se complementen entre sí? En primer lugar, la literatura es expresión de, y reflexión sobre, el mundo; interpretar la literatura es comprender el mundo, revivirlo y repensarlo y en este proceso de fusión de cultura y puntos de vista surgen perspectivas diferentes que nos permiten escapar de las concepciones reduccionistas del saber encasillado para dirigirnos hacia una reforma profunda de nuestras percepciones. El conjunto de prácticas, técnicas y sistemas que orientan la suerte de nuestras sociedades necesita una conciencia contrapuesta y a la vez complementaria, una conciencia que reflexione sobre la humanidad y los valores. Este es el lugar de la literatura que, al estar “a mitad de camino entre las indagaciones totalmente disciplinadas de las ciencias por un lado y campos no disciplinables como la ética y la filosofía por el otro” (Toulmin 1977: 399), adquiere una nueva dimensión al despertar en el humanista un nuevo interés por otros campos del conocimiento y en profesionales de otras ciencias un estímulo para la reflexión ética. La descripción profunda de las situaciones humanas es la función científica de la literatura porque es una función cognitiva: revelar cómo afecta el mundo a un hombre particular en un lugar y tiempo determinados. Las imágenes, metáforas y símbolos que aporta la literatura nos alejan de la visión mecanicista del universo acercándonos en cambio a un conjunto nuevo de ideas y supuestos que contribuyen a formar una imagen del mundo capaz de tratar conceptualmente al hombre como parte integrante de un todo coherente.
El poder de la imaginación como la capacidad humana que nos permite crear nuevas perspectivas del mundo ha sido reconocido entre otros por el filósofo norteamericano Richard Rorty quien se opone a la distinción tradicional entre ciencia y literatura. La propia obra de Rorty puede ser leída como un intento de introducir el vocabulario de lo que él llama una cultura post-filosófica para reemplazar los ideales “objetivos” de la ciencia y de la filosofía. Rorty ve que la cultura occidental se aleja de una visión científica del mundo y se desplaza hacia una forma más literaria de vida ya que las restricciones a nuestro conocimiento o a nuestras interpretaciones no son objetivas o impuestas por el mundo sino que son conversacionales. Por ello, la literatura es para Rorty una práctica importante en la ampliación de nuestra conversación cultural.
En Contingency, Irony, and Solidarity, Rorty expresa su esperanza en que la sociedad pueda ser “poetizada” y no “racionalizada” como lo esperaba la Ilustración. En la Introducción de este libro, como alternativa a la objetividad, Rorty introduce la noción de solidaridad, asociando este movimiento con la tradición pragmática norteamericana de Dewey y James. Considera que la solidaridad humana no se logra mediante la investigación académica sino a través de la capacidad imaginativa de ver a los demás como compañeros en el sufrimiento. Una importante función de la literatura es desafiar nuestras auto-descripciones prevalentes, ampliar nuestro sentido individual y colectivo del yo. El proceso de ver a los otros seres humanos como “uno de nosotros” en vez de “ellos” no es tarea a ser abordada por la teoría sino por géneros diversos entre los que otorga un lugar especial a la novela como vehículo de cambio y progreso moral.
Otra pensadora contemporánea, Martha Nussbaum, también defiende una concepción de la ética que involucra tanto la actividad emocional como la intelectual y prioriza – al igual que Richard Rorty – la percepción de situaciones y personas en particular en lugar de la obediencia a reglas abstractas. La teoría moral analítica incluye dos posiciones dominantes pero divergentes que aplican racionalmente reglas y principios: el Kantianismo (o ética deontológica) y el utilitarismo, ambas hostiles a la literatura (Nussbaum 1990: 13). Al enfatizar lo particular y lo emotivo, Nussbaum encuentra ejemplos en los trágicos griegos sobre la inconmensurabilidad de las cosas valiosas, la prioridad de las percepciones, el valor ético de las emociones, un reconocimiento de la importancia ética de la contingencia, un profundo sentido del problema de las obligaciones en conflicto, y un reconocimiento del significado ético de las pasiones. En el escenario filosófico contemporáneo, por el contrario, observa la fascinación con los métodos y el estilo de las ciencias naturales que a lo largo de la historia se convirtieron en el paradigma del único tipo de rigor y precisión digno de cultivar y de la única norma de racionalidad digna de emular, aún en la esfera ética. (Nussbaum 1990: 19). No obstante Nussbaum de ninguna manera pretende que la literatura sustituya el estudio de las grandes obras representativas de las diferentes tradiciones filosóficas; por el contrario, la propuesta es sumar el análisis de ciertas obras literarias que proveen el tipo de entendimiento humano que no se puede obtener a través de la razón solamente sino que involucran también la intuición y la emoción creando una relación con el conocimiento ético, con la reflexión acerca de lo particular. Sostiene que la forma literaria no es separable del contenido filosófico sino que es indispensable para una investigación filosófica en la esfera ética, parte integral de la búsqueda de la verdad (Nussbaum 1990: 23).
INTERRELACIONES DE LA LITERATURA
Las interrelaciones de la literatura con otras disciplinas han sido discutidas por largo tiempo pero recién en estos últimos años se ha profundizado su inserción en estudios interdisciplinarios. Es así como Karl Vossler, Mario Praz, Theodore M. Trecne y René Wellek enfatizan la importancia de la literatura como recurso central para extender la experiencia humana más allá de los límites disciplinarios. La integración de los conocimientos desde un enfoque globalizador e interdisciplinario no presupone ni el desplazamiento de las ciencias individuales, ni la eliminación de los límites de cada una, sino por el contrario, contribuye a un análisis más integral de un tema específico. En este sentido la literatura no se opone a la argumentación racional sino que provee aportes esenciales para una reflexión que involucra las dimensiones estéticas, afectivas y cognitivas de la mente humana.
Por otra parte, al elegir operaciones más complejas que un texto unidimensional, funcional o pragmático, la literatura posibilita un diálogo productivo entre las diferentes disciplinas. Su práctica se inscribe dentro de un sistema complejo de discursos sociales con los que el discurso literario entra en relación. Desde la mirada de campos del saber como la filosofía, la psicología, la sociología, la historia y las ciencias naturales se establece un prisma interdisciplinario donde cada observador aporta su visión para la construcción de esa respuesta que persigue el género humano acerca del universo que habita.
El abordaje interdisciplinario de la literatura facilita una original conceptualización y representación de la heterogeneidad del presente y constituye asimismo un movilizador del proceso unificador de la tradicional dicotomía de dominios separados: el intelectual-cognitivo vs. el artístico-emocional. Al mismo tiempo intensifica la percepción del lector acerca de la coexistencia de multiplicidad de diferencias. Recuerda igualmente que todos los procesos cognitivos del hombre, científicos o humanísticos, son simultáneamente expresivos y explicativos y ello es perceptible en la presencia de lo estético en las ciencias y de lo fáctico en la literatura (Jones 1976).
CLÁSICOS DE LA LITERATURA EN EL ESTUDIO DE LA ECONOMÍA COMO CIENCIA PRÁCTICA
A pesar de los notables avances tecnológicos y productivos del presente siglo, los problemas asociados con la miseria y el hambre que enfrenta un gran porcentaje de la población mundial hacen pensar en un replanteo de las teorías económicas actuales. Las ramificaciones sociales y políticas de esos problemas requieren una orientación práctica que no puede dejarse totalmente en manos de los políticos ni totalmente en manos de los académicos; se trata más bien de encarar la economía como ciencia moral tal como fue concebida desde su nacimiento con Aristóteles (Crespo 1996ª: 1)
Para el filósofo griego, el ámbito propio de la economía es el moral, su fin es la vida buena del hombre cuyo acabamiento se da en la polis. Aunque la economía aristotélica en principio se refiere a la administración de la casa, también tiene otro sentido más amplio que abarca la administración de la polis, en este sentido “no habría un corte entre lo privado – la casa- y lo público – la polis- asociado lo primero a la economía y lo segundo a la política” (Crespo 1996b: 12). El uso de los recursos necesarios tanto para el ámbito doméstico como para la polis es para Aristóteles la economía mientras que la adquisición de esos bienes es la crematística. Los actos de la primera son intrínsecamente morales, en tanto que la crematística puede ser parte de la economía, o una búsqueda ilimitada de riquezas como fin en sí mismo. En esta última “se confunde la búsqueda de la mayor felicidad, con la de las mayores riquezas” (Crespo 1996b: 15); esta crematística innecesaria usa el mismo medio que la crematística subordinada pero muta los medios en fines. Desde comienzos de la Edad Moderna el estatuto práctico de la economía en el sentido aristotélico fue objeto de un reduccionismo cada vez más acentuado que considera sólo el aspecto poiético de la acción económica desvinculándolo del práctico.
Así, por ejemplo, el proyecto utilitarista ve al mundo con la razón y con el poder distante, teórico y calculador del intelecto matemático, en vez de adoptar algún modo más cualitativo de deliberación razonada. Es decir, la mente económica-utilitarista: a) reduce las diferencias cualitativas a cuantitativas mediante un proceso de abstracción y versión generalizada del ser humano en vez de atender a las diversidades y diferencias concretas, b) el individuo es simplemente un número en una operación matemática que suma los datos de las vidas individuales hasta llegar a un cuadro de la utilidad total o promedio que borra las separaciones personales así como las diferencias cualitativas, c) hay una determinación a encontrar, en un proceso de maximización, una solución clara y precisa para cada problema. Si la política económica no reconoce las complejidades de la vida moral de cada ser humano, sus luchas, sus complicadas emociones, sus esfuerzos y sus temores, si no distingue en sus descripciones entre una vida y una máquina, entonces deberíamos mirar con desconfianza su pretensión de gobernar una nación de seres humanos; esto nos lleva a la cuarta característica de la racionalidad económica: d) la ignorancia de las leyes que gobiernan el mundo interior del ser humano llevan a suponer que las preferencias son simplemente materia prima para elecciones personales o sociales y no productos en sí mismos de las elecciones sociales. Los hechos de la economía actual son percepciones reduccionistas e incompletas y su razón es una operación dogmática del intelecto que aparece incompleta y poco confiable a diferencia de una razón autocrítica y comprometida en la búsqueda de la verdad. Las cuatro características del modelo anterior: conmensurabilidad, suma, maximización y preferencias exógenas sintetizan el punto de vista característico del utilitarismo con respecto a las personas. Es decir, que no cuentan las distinciones cualitativas entre las personas (fuera de la cantidad de utilidad que generan) ni los límites entre ellas (son meros receptores de utilidad) y mucho menos su libertad de elección. El utilitarismo clásico y los modelos contemporáneos presentan ciertas divergencias, las teorías de Bentham y Sidgwick se concentran en los usos normativos de la utilidad y, dentro de un proyecto normativo, en una idea radical, de acuerdo a la cual el objetivo de las elecciones personales y sociales debe ser la maximización de la suma total de la felicidad humana generalmente entendida como placer o satisfacción; es decir, que en cada una de mis elecciones debería preferir la opción que sea mejor para la vida humana en general. En cambio, los teóricos contemporáneos usualmente esgrimen pretensiones explicativas/predictivas más que normativas, es decir intentan proveer modelos que nos posibiliten predecir comportamientos y no darnos indicaciones para cambios en el comportamiento. Es cuestionable, desde la perspectiva aristotélica, si estos propósitos predictivos divergen de los sentimientos y elecciones reales de la gente porque si bien son necesarios los bienes exteriores para alcanzar la felicidad también es importante una cierta actitud frente a ellos que es facilitada por una serie de virtudes con las que Aristóteles trata en el Libro IV de la Ética Nicomaquea: la liberalidad, la magnificencia, y la magnanimidad, combinadas con la moderación.
La rehabilitación de la economía como ciencia práctica está presente en la postura de economistas como Lionel Robbins y Amartya Sen. El primero sostiene que existe un nivel diferente al de la teoría económica “en el que el análisis económico toma contacto con los supuestos acerca de los objetivos finalmente deseables de la sociedad” (Crespo, 1996ª: 20). La ciencia económica no es suficiente para formar un economista político; debe sumar además criterios de valoración provenientes “de la filosofía, particularmente política y social, y de la ética. Pero además de los criterios de valoración, la praxis requiere otra serie de conocimientos de administración pública, psicología social, filosofía política, derecho, historia, e incluso de obras clásicas de la literatura” (Crespo 1996b: 21)[2]. El segundo de los autores nombrados, el economista y filósofo Amartya Sen, Premio Nobel en Economía 1998, recupera también los postulados aristotélicos. Sen es pionero en la defensa de un enfoque de medición de calidad de vida basada en la noción del funcionamiento y capacidad humana en lugar de su opulencia o utilidad. Las reflexiones del Dr. Sen pueden encontrarse en su crítica de las bases filosóficas de la economía arraigadas en una estrecha visión de racionalidad. Argumenta que si los seres humanos se obsesionan con maximizar su utilidad, sin considerar su entorno político o económico, corren el riesgo de acabar como “tontos racionales” (Sen 1998:1). El gran logro de Sen ha sido reconectar la economía con la ética, en su insistencia de un enfoque no-dogmático de la pobreza, que de acuerdo con su definición abarca el espectro completo de asuntos como analfabetismo, atención a la salud, reformas agrarias e igualdad entre los géneros. Su idea es evaluar la incidencia del funcionamiento de formas de vida en una variedad de áreas diferenciadas que incluyen movilidad, salud, educación, participación política, y relaciones sociales. Este enfoque supone la irreductibilidad de la calidad a la cantidad y un reconocimiento de las desigualdades; admite que los individuos necesitan diferentes cantidades de recursos para llegar al mismo nivel de funcionamiento: la persona con alguna discapacidad más recursos para movilizarse que la persona sin problemas físicos, la persona de físico grande y activa más alimento que la persona pequeña y sedentaria, etc. Aunque este enfoque recurre a modelos y mediciones, ellos solamente son indicadores de los accesos para personas discapacitadas o las diferentes necesidades alimenticias de personas de diferentes tallas, edades y ocupaciones, para seguir con los ejemplos anteriores. Tales mediciones serán indudablemente plurales y no singulares, cualitativamente diversas y no homogéneas (Nussbaum 1995:51).
Las consideraciones anteriores nos llevan a proponer la utilización de obras literarias para contextualizar situaciones y cultivar habilidades de imaginación esenciales para la evaluación de las distinciones cualitativas entre los seres humanos. Además de Martha Nussbaum, y Richard Rorty, también debe destacarse Adam Smith, en muchos aspectos el fundador de la economía moderna, quien adopta el paradigma del utilitarismo aunque con ciertos reparos pues no creía que la racionalidad ideal estuviese desprovista de la emoción ya que “la separación de la teoría respecto a la práctica… ha impreso un sesgo errado en las ideas y sentimientos, tanto del estudioso como del hombre de negocios” (Crespo 1996ª: 9). En su Teoría de los Sentimientos Morales, describe una figura a quien llama el “espectador juicioso” cuyos juicios y respuestas pretenden proveer un paradigma de racionalidad pública. Es, ante todo, un espectador, es decir, no está personalmente involucrado en los hechos que presencia. Por lo tanto, ni su seguridad personal ni su felicidad están involucradas, lo que no implica que carezca de sentimientos. Entre sus facultades morales más importantes está la capacidad de imaginar vívidamente lo que significa estar en el lugar de cada una de las personas cuya situación observa. Como resultado de esta vívida imaginación, el espectador siente no solamente compasión y simpatía sino también temor, pena, ira y alegría, es decir, emociones que Smith considera importantes para la vida del ciudadano. Pero no debe suponerse que todas las emociones son guías adecuadas para el comportamiento ético. Primero, debe estar acompañada de todas las dimensiones de la situación de los actores y segundo, la emoción debe ser la emoción de un espectador, no de un participante a fin de filtrar las motivaciones personales.
Las novelas y obras de teatro actúan como construcciones artificiales en las que el lector oficia de espectador a la manera que propone Smith, profundamente inmerso en la situación pero sin esa intensidad emocional especial y a menudo confusa que deriva de la idea de que es realmente nuestra propia vida la que está involucrada. La naturaleza multifacética de la literatura presenta una variedad de personajes con creencias, deseos y comportamientos radicalmente diferentes. La interacción de estos personajes aumenta la complejidad del dilema ético. Así, al analizar su situación ya no son solamente los intereses de la organización o empresa los que deben considerarse pues los personajes se convierten en seres reales que toman decisiones y son afectados por ellas y por las decisiones de los demás. A pesar de ser ficticios, los intereses de personajes literarios plenamente desarrollados no pueden ser tan fácilmente ignorados pues la literatura humaniza los dilemas éticos e ilumina el contexto completo de una situación revelando los conflictos subyacentes y penetrando profundamente en el modo en que pensamos acerca de las necesidades de los demás y acerca de nuestro lugar en sus vidas. Por otra parte, nos hace ver que las decisiones organizativas tienen ramificaciones que van más allá de la organización y que los hechos fuera de ella también la afectan.
Con el propósito de discutir y evaluar el impacto sobre la sociedad de la aplicación de teorías económicas o de los vaivenes del mercado desde la literatura Martha Nussbaum toma como paradigma de la evaluación cualitativa de las situaciones a la novela Tiempos Difíciles del autor inglés Charles Dickens. Esta obra presenta la vida de una población con una amplia variedad de distinciones cualitativas y complejas descripciones individuales, usando una noción general de las necesidades y funcionamiento humanos en un contexto concreto. Provee el tipo de información requerido para evaluar la calidad de vida e involucra al lector en la tarea de realizar tal evaluación. Presenta así el marco imaginativo dentro del cual debe formularse cualquier modelo más cuantitativo y simplificado. Al mismo tiempo, ejemplifica y cultiva la imaginación esencial para una evaluación inteligente tanto en la vida pública como privada. El lector de Tiempos Difíciles se ubica en la situación ideal del “espectador juicioso” de Adam Smith para iniciar una crítica de la descripción que realiza la novela de la situación de los trabajadores. La visión moral del autor comienza destacando la profunda importancia de las vulnerabilidades de la vida humana: temor, gratitud y compasión. No todos reaccionamos del mismo modo a los personajes y a sus situaciones, pero la estructura de la novela nos coloca, si respondemos a ella, en una posición del corazón y la mente que no es de indiferencia escéptica. Podemos, por supuesto rehusar la invitación a involucrarnos en la narración; mas si seguimos la historia atentamente, a lo largo del proceso de lectura realizamos juicios –acerca de la revolución industrial, del utilitarismo, de las leyes de divorcio, de la educación de los hijos. Nos constituimos, en efecto, en jueces con la capacidad de discutir sobre lo que es correcto y adecuado, en búsqueda de normas aplicables no solamente para nuestra propia experiencia personal sino para defensa y apoyo de otros con quienes queremos vivir en comunidad. El interés en la novela de Dickens para la discusión de ética y economía radica en el hecho de que aún se corresponde con las prácticas actuales del desarrollo económico y sus políticas asociadas. En la escuela de Gradgrind se destaca la prosperidad de la nación en forma tabular como se hace en la actualidad al referirse al Producto Bruto Interno per cápita. Pero tal enfoque – como bien ilustra la novela -, al concentrarse exclusivamente en los aspectos monetarios no explica la distribución de la riqueza ni de los ingresos y por lo tanto ignora las desigualdades sociales, las tasas de mortalidad infantil, salud, educación, derechos políticos, relaciones étnicas, raciales y de género.[3]
Para Alasdair MacIntyre, quien sostiene que “la forma narrativa es la apropiada para entender las acciones de los demás” (MacIntyre 1987: 261), las novelas de Jane Austen son representativas de la realidad económica que William Cobbett denostaba en la Inglaterra de fines del Siglo XVIII. Sus obras describen de una manera irónica e incisiva el quehacer de la clase media alta de su tiempo. Aunque fundamentalmente destaca la práctica de las virtudes en la vida cotidiana, no desconoce el origen de la riqueza de sus personajes y las consecuencias de la transformación económica de Inglaterra sobre las mujeres de su época. Efectivamente, el individualismo de la economía y el poder del mercado que reemplaza a la producción doméstica, divide a las mujeres entre aquellas que deben someterse al duro trabajo en las fábricas o a la prostitución y las otras obligadas a un matrimonio conveniente para buscar la seguridad económica o simplemente para evitar la connotación denigratoria de la soltería. Además de las tensiones entre sus heroínas y la sociedad, en las novelas de Austen “contemplamos buenas dosis de egoísmo económico, de la ‘pleonexía’ que es fundamental en la visión de Cobbett” (MacIntyre 1987: 294).
De la inagotable fuente de modelos semejantes a los señalados que provee la literatura universal, hemos seleccionado para ilustrar nuestra propuesta obras clásicas de la literatura norteamericana de los años de la depresión que contribuyen a analizar las consecuencias de una economía deshumanizante. La literatura de este período, bajo la influencia del pensamiento Marxista, se concentró en el impacto desmoralizador de la pobreza. El título de la obra de Erskine Caldwell El Camino del Tabaco (1932), se convirtió en sinónimo de miseria rural e indignidad. Es una historia de promiscuidad y violencia entre granjeros blancos pobres en el Sur de los Estados Unidos atrapados por las sombrías condiciones económicas de la Depresión. Los personajes, impulsados por sus peripecias abandonan todo cuestionamiento acerca de lo que es bueno o malo y el trágico final revela las consecuencias de la imposibilidad de cambiar sus vidas. Los personajes sufren un proceso de degradación que sus circunstancias han hecho inevitable. Básicamente, la idea central es de que cuando los seres humanos enfrentan día a día el fantasma del hambre, se debilita la creencia en Dios y en una vida moral.
John Steinbeck en Viñas de ira (1939), captura también el drama de la depresión. Este autor, quien adoptó una posición de izquierda con respecto al sueño americano, había acompañado las migraciones desde Oklahoma al Valle Central de California que se produjeron por un lado a causa de una devastadora sequía y por otro a raíz de medidas económicas como el Acta de Ajuste para la Agricultura convertida en ley en 1933. Este plan preveía una compensación para los agricultores que voluntariamente redujeran la producción para elevar los precios. Por un tiempo, estas medidas funcionaron aunque muchos agricultores se rehusaron a participar en un programa que les ofrecía subsidios para no cultivar la tierra. Irónicamente este programa de ajuste expulsó a muchos granjeros ya que los beneficios recaían en mayor medida sobre los grandes agricultores, mientras que los arrendatarios y pequeños propietarios recibían muy poco. Obviamente, estos granjeros marginales, cuyas tierras fueron adicionalmente perjudicadas por la erosión y las plagas propias de las tormentas de polvo consecuencia de las sequías, fueron rápidamente desplazados y formaron la corriente migratoria hacia California que constituye el eje de la obra mencionada. Steinbeck, como muchos naturalistas, presenta escenas de gran crueldad y pasión en su novela cuidadosamente documentada y esencialmente fiel a los hechos. La narrativa es una crónica de las peripecias de una familia desposeída que abandona las polvorientas tierras de Oklahoma atraída hacia California por propaganda que promete trabajo fácil y bien remunerado. No obstante la llegada al Valle de San Joaquín es un amargo desengaño; los empleos como recolectores de fruta son peor pagados que antes de la Depresión y difíciles de obtener y la familia cae presa de la explotación por un sistema inhumano de economía agrícola. En la tercera parte de la novela el autor brinda información histórica sobre la importancia social del asentamiento de California, explicando el proceso insidioso por el cual el amor por la tierra es reemplazado por actitudes comerciales y manufactureras. A medida que la agricultura se convierte en industria, la producción se concentra en pocas manos y se incrementa la explotación de los trabajadores –principalmente inmigrantes- acostumbrados ya a la miseria.
En torno a este núcleo se desarrollan otros temas paralelos como la decadencia moral y económica que son obviamente integrales a la novela y colisionan con la necesidad de sobrevivir. Asimismo la tierra adquiere un fuerte significado simbólico ya que la gente se identifica con ciclos de crecimiento natural y consecuentemente, cuando el suelo se erosiona y desgasta, el espíritu de la gente sufre el mismo proceso. Del mismo modo, cuando la tierra es arrebatada, la identidad del individuo – y por ende su auto-estima – también se pierde y la unidad familiar se destruye y desintegra.
Aún en sectores donde no se observaban privaciones, la decadencia moral del nuevo estilo de vida norteamericano era fácilmente visible y muchos escritores denunciaron la ciega complacencia con que se acompañaba a la opción de una existencia “industrializada y comercializada” dejando de lado las sólidas virtudes del trabajo honesto. Algunas de las historias que William Faulkner recoge en Baja, Moisés (1942) narran la pérdida de los bosques debido a la explotación maderera. Desde los campamentos de cazadores las memorias de los hombres se mezclan con el aullido de la locomotora que arrastra los troncos hacia la compañía maderera de Memfis dejando atrás tierras vacías de árboles y de animales.
Muchos de los personajes de Faulkner, son blancos pobres que existen en un crepúsculo moral en medio de la esterilidad económica del Sur que resiste la civilización materialista del Norte. Así, “Incendio de Graneros” es una historia de decisiones morales y sus consecuencias en la que William Faulkner recrea las diferencias de clases a fines de la década del 30, período de agonía de la vieja sociedad agrícola del sur estadounidense para cuya recuperación los programas del New Deal se consideraban insuficientes. En su descripción de una sociedad que parecía autodestruirse y retroceder social y económicamente ante la transición a una nueva era de modernización, Faulkner contrapone a familias opulentas y privilegiadas, arrendatarios blancos pobres, marcando de este modo la dicotomía existente, la injusticia, la ausencia de reglas de juego claras y las divisiones dentro de la comunidad creadas por los constructores de imperios. Presenta asimismo la reacción violenta de algunos sectores de las clases pobres ante las vicisitudes socioeconómicas, demostrando que cuando los asuntos particulares se vuelven enemigos malévolos, el individuo se enfrenta a condiciones de desesperación y la contingencia se experimenta como algo amenazador ante la cual la única alternativa a la violencia es la mansedumbre observada en algunos personajes sometidos a un sistema de servidumbre legalizada.
Si bien los problemas que estos escritores enfocan tienen una significación regional, los mismos son de alcance universal: el colapso económico, el sistema de arrendamiento, el trabajo migratorio, el deterioro moral, son problemas generales que no pueden ser resueltos solamente por políticas locales. Las imágenes capturadas en estas obras pueden ser traspoladas a la época actual para preguntarnos si las presiones sociales son suficientes para justificar acciones consideradas como moralmente incorrectas y por otro lado si la tendencia a pensar estadísticamente obnubila la percepción de la realidad y de la naturaleza del sufrimiento, detalles a los que los escritores siempre han prestado respetuosa atención.
CONCLUSIONES
Generalmente los asuntos económicos no se asocian con la ética pero en realidad el manejo de la economía debería estar directamente relacionado con los valores que la sociedad sostiene. En las sociedades preindustriales, la actividad económica, como la política y la religión, estaba imbuida en la abarcativa trama social; los negocios se veían como parte de la comunidad, integrando la red de vida social que unía a sus miembros. Con el advenimiento de la era industrial el paradigma amoral de la economía lentamente logró aceptación al punto que en la actualidad las teorías económicas son consideradas modelos formales que proveen un sentido práctico de cómo pueden cumplirse ciertos objetivos –mayor desarrollo, menor desempleo, precios más bajos, en general, una mejor calidad de vida. Pero el enfoque de una ética económica como conflictos meramente teóricos cristalizados en dilemas refuerza una concepción que enfatiza el individualismo en detrimento de las relaciones interpersonales, en tanto que obras como las mencionadas proveen aproximaciones al conocimiento de diferentes realidades, su impacto en las vidas de las personas involucradas, sus sufrimientos y temores. Volviendo a la idea de Robbins de que en la formación de un economista deben confluir varias disciplinas, consideramos que las obras literarias, al invitar a participar imaginativamente en otras vidas, son útiles para provocar discusiones acerca de los desafíos éticos que enfrentan los administradores públicos de la economía y a replantear actitudes hacia la riqueza y el desarrollo. Al convertirse en participante y observador al mismo tiempo, el lector ejercita el juicio crítico, una de las características esenciales de un profesional pues el juicio requiere el movimiento continuo entre la simpatía y la objetividad, el ponerse en el lugar del otro y mantener al mismo tiempo cierta distancia de la persona o situación que se trata de comprender. La forma artística ofrece esta seguridad necesaria para analizar los temores reales que amenazan en la vida. Por ello, la inclusión de clásicos de la literatura en los estudios y debates económicos es una propuesta para una reformulación de la ciencia económica que tenga en cuenta datos humanos del tipo que proveen las obras literarias.
BIBLIOGRAFÍA
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Ø Jacob, François 1998 El ratón, la mosca y el hombre. Barcelona: Crítica.
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Ø Toulmin, Stephen 1977 La Comprensión Humana, I. El Uso Colectivo y la Evolución de los Conceptos. Madrid: Alianza.
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[1] Facultad de Ciencias Humanas – Universidad Nacional de Río Cuarto – e-mail: cboiero@hum.unrc.edu.ar
[2] (El subrayado es mío)
[3] Cf. Nussbaum, op. cit. cap. 2.