Estela IPARRAGUIRRE
Luisa ARIAS
INTRODUCCIÓN
La convertibilidad marcó en la República Argentina un punto de inflexión: hizo posible eliminar un flagelo que durante años fue corroyendo las posibilidades de crecimiento del país: el fenómeno inflacionario.
En un contexto de estabilidad, la discusión económica se comenzó a desarrollar en torno a otros problemas, que antes o no existían o permanecían velados por el crecimiento del nivel general de precios.
El Mercado hizo su aparición ofreciéndose como la panacea de todos los males que nos aquejaban a los argentinos, mientras que se instaló una representación de Estado que le asignaba la suma de defectos, lo cual llevó a legitimar su desaparición, o, al menos a una drástica reducción de sus estructuras administrativas e institucionales.
Las privatizaciones y la descentralización en materia de salud y educación, fueron disminuyendo el peso específico de lo estatal como contrapartida al crecimiento desmesurado del Mercado.
Los años transcurridos han cambiado nuestra sociedad. Se ha demostrado que la panacea del mercado lo ha sido para unos pocos. Otros males se han hecho presentes: el aumento del desempleo a una cifra de dos dígitos, una distribución del ingreso cada vez más desigual, la concentración de la riqueza y el poder en manos de pocos privilegiados, el crecimiento de la deuda pública para poder cumplir con los compromisos externos, un déficit fiscal que se incrementa día a día, disminuyendo aún más las posibilidades de revertir la situación recesiva en que estamos inmersos.
El desconcierto de dirigentes y ciudadanos ante la persistencia y agudización de estas problemáticas nos lleva a pensar que tal vez el fortalecimiento de las instituciones en el contexto democrático, pueda permitir vislumbrar el inicio de un camino hacia la reconstrucción de las relaciones sociales y del bienestar ciudadano.
No debemos olvidar, por otra parte, que el desempleo no es un problema exclusivo de nuestro país. En el contexto mundial, donde las sociedades sin mercado han prácticamente desaparecido, también se presenta la problemática del desempleo, la violencia, la exclusión social, la marginalidad de grupos cada vez más importantes de individuos.
El capitalismo pareciera ser el único sistema económico posible a nivel global, aunque adopte matices diferenciales en cada país – no es lo mismo el capitalismo europeo o el norteamericano, que el de los países en desarrollo- la pregunta es: ¿existe la solución en el seno de este sistema?
Si de algo estamos conscientes en el presente, es que el Estado no puede continuar ausente ya que el Mercado es el mejor redistribuidor de los recursos de aquellos que están dentro de su órbita, pero no soluciona los problemas de quienes se vieron excluidos de su reinado a lo largo de estos años.
¿Es posible encontrar un equilibrio en la tensión entre Estado y Mercado?
Intentaremos a partir de la historia y de los datos que nos brinda nuestra realidad cotidiana encontrar algún principio de respuesta.
UN POCO DE HISTORIA: LOS SISTEMAS ECONOMICOS, EL ESTADO Y EL MERCADO
Los inicios: Grecia y Roma
En la Antigüedad, en época de las polis griegas, del imperio ateniense y posteriormente en Roma, eran inexistentes los problemas económicos, tal como se los entiende en la actualidad.
La actividad económica básica era la agricultura, la unidad de producción era el hogar y la fuerza de trabajo eran los esclavos (no había por lo tanto problemas de salarios, ya que no se necesitaba algún criterio para su fijación, era impensable una teoría de salarios). El uso o consumo de bienes estaba reducido a una pequeña minoría, siendo importante la provisión de servicios por parte de los esclavos: no eran por lo tanto economías de consumo, por lo que tampoco había política de precios. La producción de bienes, en manos de los esclavos formaba parte de la esfera privada, la esfera pública permitía a los hombres libres, los ciudadanos, reunirse en el ágora para dedicarse al estudio y a las disquisiciones. “Ser político, vivir en una polis, significaba que todo se decía por medio de palabras y de persuasión, y no con la fuerza y la violencia” [1].
Aristóteles refleja en sus escritos las cuestiones económicas de la época y su examen tiene un fuerte acento ético. Una de las razones de esta preocupación por las cuestiones éticas fue el interés en la justificación moral de la esclavitud.
En general, las ideas sobre economía no fueron sistematizadas, hecho que puede explicarse porque las relaciones Individuo-Estado eran muy simples, las finanzas públicas limitadas, el comercio internacional muy escaso, el trabajo era manual y los deberes ciudadanos se limitaban a debatir en el ágora.
La sociedad platónica (hay quienes la denominan «comunismo primitivo») está organizada en tres clases: filósofos (sin acceso a la propiedad, lo que implica gran austeridad) guerreros (custodios y defensores del conjunto) y productores -comerciantes y artesanos- (cuyos aportes asegurarían la existencia de los primeros).
Su interés primordial es el interés moral y considera al estatismo como ideal y aprecia la actividad económica como medio para la satisfacción de las necesidades materiales del ser humano y para su desarrollo intelectual.
En el caso de los romanos, su preocupación se centra en temas prácticos o técnicos de las actividades rurales –que eran las más importantes- y en la elaboración de normas y criterios legales, que configuraron desarrollos jurídicos que han repercutido, de manera indirecta, hasta la actualidad: derecho de contratos y obligaciones, régimen patrimonial de la familia, derecho sucesorio y derecho de propiedad.
Fueron los romanos los que otorgaron a la propiedad su identidad formal, a su poseedor el dominium y definieron sus características: el derecho de usar, disponer y gozar de sus frutos, entendiendo que no era un derecho absoluto, ya que reconocieron limitaciones de derecho público y de derecho privado.
La diferencia fundamental entre el pensamiento romano y el aristotélico radica en que éste limitaba el derecho de propiedad.
El derecho aristotélico se convertirá en la base de la filosofía medieval y aún del derecho canónico, en tanto que el derecho romano servirá de base a doctrinas e instituciones legales del capitalismo a partir del siglo XIX.
Feudalismo y escolástica medieval
En la época medieval el mercado era un elemento secundario. La inmensa mayoría de los campesinos vivían de lo que ellos mismos cultivaban, pescaban, criaban o cazaban, se vestían con lo que ellos mismos tejían o hilaban. Entregaban parte de su producción a sus amos o señores en pago de la protección por éstos otorgados. Dicha producción no se vendía, se entregaba.
La mentalidad medieval se preguntaba sobre la licitud y justicia de las operaciones, más que sobre sus implicancias económicas.
Las preocupaciones de los escolásticos giraron alrededor de los siguientes temas:
q La propiedad privada se consideraba un derecho natural y a las características ya atribuidas por los romanos se le agregaba la función social de la propiedad.
q La división del trabajo aparecía como natural para ellos, ya que Dios otorga a los hombres distintos dones e inclinaciones. Las actividades comerciales comienzan a ser vistas con más benevolencia.
q La utilidad era reconocida como fuente de valor.
q El precio justo: Santo Tomás de Aquino se refirió a la equidad en los precios, a la necesidad de tener en cuenta el costo de producción para su determinación. Ni productor ni consumidor debían aprovecharse de las ventajas ocasionales para perjudicar al otro.
q La necesidad de un salario digno para el trabajador, que debía ser fijado en función de las habilidades y destrezas adquiridas en el entrenamiento.
q El interés y la usura preocuparon intensamente a los escolásticos. La Iglesia condenó la usura, entendiéndose por tal a cualquier suplemento que se agregara al capital en los préstamos de dinero (mutuo) y de otros bienes de consumo. El préstamo de dinero era admitido solamente cuando era gratuito y consistía un favor que se hacía al prestatario.
La clase comerciante -dada la condena del cobro de intereses y de las actividades mercantiles- necesitaría un tiempo muy largo para rehabilitarse, casi hasta nuestros días. En general, la creación de riqueza está más ligada a las actividades de producción que al comercio y la prestación de servicios.
La distribución de bienes y servicios en la Edad Media no se realizaba con el sentido que tiene en la actualidad, sino siguiendo la rígida estructura de la sociedad feudal, en la que el señor proveía defensa y seguridad a sus siervos, encargados de las actividades necesarias para la subsistencia. En este período crece la esfera privada, las relaciones entre los individuos se establecen con criterios domésticos.
Desde fechas inciertas del siglo XV hasta mediados del XVIII se desarrolla la era de los mercaderes: el «mercantilismo». Más que un sistema puede considerárselo un conjunto de ideas, de medidas de política económica, surgidas básicamente de los funcionarios estatales, los comerciantes y financistas de la época.
Entre sus características cabe destacar el desarrollo y proliferación de los mercados (muy diversos: en ellos se vendían vinos, hilados, tejidos, cereales, artículos de piel) y el incremento del comercio de larga y corta distancia. El mercader se convirtió en un personaje bien definido, que lograba alcanzar el prestigio y respeto en la sociedad, si bien en Europa la máxima jerarquía social seguía perteneciendo a la clase terrateniente.
Se debe destacar que los mercaderes, no sólo tenían influencia en el gobierno, eran el gobierno, y comprendían muy claramente la manera en que el Estado podía servir a sus intereses.
Acontecimientos como el descubrimiento de América y los viajes al Lejano Oriente, tuvieron una importante influencia en la vida económica de la época. Se ampliaron las fuentes de abastecimiento de materias primas y surgieron nuevos productos.
La afluencia de metales preciosos a España, de dónde, luego de ser acuñados, continuaban viaje a otros países europeos – para pagar las operaciones militares y las mercancías que se importaban- tuvo como efecto un notable incremento de los precios, un gran desarrollo de la actividad mercantil y contribuyó a forjar una concepción determinante del mercantilismo: la acumulación por parte de los gobiernos de dichos metales. De hecho, para los mercantilistas la noción de riqueza pasaba por la posesión de la mayor cantidad posible de metales preciosos.
También es importante en este período el nacimiento y consolidación de los estados nacionales, en los cuales surgió una vinculación muy íntima entre los intereses de los mercaderes y la autoridad pública.
Premisas tan importantes para los mercantilistas como el monopolio, la restricción a las importaciones, el fomento de las exportaciones («exportar mucho, importar poco» era su lema), eran políticas claramente favorables a los intereses de los mercaderes. Su actividad perdió las connotaciones negativas que poseía en el medioevo y fue haciéndose respetable. Los mercados prosperan, pero bajo la regulación de la autoridad central. Sin las características de los mercados competitivos modernos.
Tampoco los salarios ocuparon un lugar de interés para estas prácticas, los trabajadores – siervos, esclavos, etc.- que en países lejanos producían las telas y especias, no eran tenidos en cuenta. La industria doméstica transformaba las materias primas, provistas por el mercader, en telas, a cambio de un pago para que el trabajo se realizase. El mercantilismo no desarrolló una teoría del salario.
El transcurso del tiempo trajo el ocaso de esta era, en la cual el concepto de riqueza estaba dado por la acumulación de oro y plata, en una clara subordinación del interés público al de una clase dominante.
La sociedad rural
A partir del siglo XVIII se consolidó en Francia un grupo de intelectuales que, en el marco de la Ilustración, compartían una visión de cambio y reforma como respuesta a las grandes preocupaciones de la época. El conjunto de sus ideas económicas constituyó tal vez el primer sistema económico y se denominó fisiocracia. Esta defendía la supremacía de la agricultura como sector productor de riqueza, era el único que, según ellos, podía lograr un resultado neto positivo. No es accidental que estas ideas tuviesen su cuna en Francia, país que mantenía una estructura sociopolítica con fuertes rasgos feudales, en la que los propietarios rurales gozaban de privilegios.
Su principio básico era el concepto de derecho natural, que legitima la existencia y protección de la propiedad y la libertad de comprar y vender.
El lema de la fisiocracia «laissez faire, laissez passer», tendía a dejar que las cosas funcionasen por su cuenta, los economistas llegaron a interpretarlo como una noción similar a la del mercado, cuyos resultados se logran sin ninguna intervención estatal.
Este sistema era claramente opuesto a las prácticas mercantilistas. Los fisiócratas desarrollaron el concepto de producto neto y, en su estructura de clases, la agricultura era la única fuente de riqueza y bienestar, ya que, según afirmaban, los mercaderes compraban y vendían el mismo producto, sin agregarle valor y la industria elaboraba los productos de la tierra.
Aparece el mercado: La Revolución industrial
Hacia fines del siglo XVIII se produjeron en el mundo, especialmente en Europa Occidental, grandes cambios sociopolíticos, tecnológicos y económicos.
Se inició la Revolución Industrial en Inglaterra, originando el traslado de trabajadores desde el sector rural hacia las ciudades y el surgimiento del industrial, como figura relevante en esta transformación.
Adam Smith, una de las figuras más célebres en la historia económica, publicó en 1776 su «Investigación acerca de la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones», obra en la que el autor, profesor de filosofía moral en Edimburgo, estudia la naturaleza del sistema económico, el proceso de formación de precios, la distribución de los ingresos y las finanzas del Estado, analizando de qué manera éste promueve el progreso económico y la prosperidad.
Smith creía en la bondad de un orden natural, y consideraba que el interés individual era el principal incentivo de la actividad económica. Su postura es que el hombre, en libertad, trata de satisfacer su egoísmo, con lo que contribuye al bienestar general. El estado debe intervenir sólo cuando sea necesario restablecer la armonía en el campo económico, su función es garantizar la defensa, la justicia y el sostenimiento de obras y servicios no rentables.
Las ideas de Smith llegaron en el mejor momento: el empresario industrial deseaba escucharlas, necesitaba esos argumentos para demostrar que el comercio no era una actividad pecaminosa, que la libertad era necesaria y que el orden y la prosperidad se impondrían en condiciones de competencia, sin necesidad de la intervención del estado.
En el mercado la conjunción de la oferta y la demanda de bienes y servicios determina el precio, y por lo tanto, la ganancia. La acción del mercado gobierna a la sociedad, en su seno, en un «orden natural» se toman las decisiones de la producción, distribución y consumo de los bienes.
A decir de Polanyi, «así como la transición a un sistema democrático y a una política representativa entrañaba una inversión de la tendencia de la época, el cambio de los mercados regulados a los autorreguladores a fines del siglo XVIII representó una transformación completa en la estructura de la sociedad. Un mercado autorregulador exige nada menos que la separación institucional de una sociedad en una esfera económica y una política. La sociedad del siglo XVIII en la que la actividad económica fue aislada e imputada a un motivo económico distinto, fue en realidad una novedad singular» [2].
«En los mecanismos de mercado, y no en la política se descubren los cimientos de la sociedad moderna. Así ésta va a conocer dos instancias de regulación de lo social: el mercado y el estado. La regulación automática, provista de una «racionalidad espontánea» y la regulación institucional o burocrática”[3].
Adam Smith sienta las bases de la teoría económica moderna. Su libro analiza la teoría del valor, concluyendo que la cantidad de trabajo requerida para elaborar un bien es medida de su valor. Distingue entre valor de uso y valor de cambio. Desarrolla el concepto de división del trabajo y vislumbra las ventajas del comercio, tanto interno como internacional.
Los economistas que sucedieron a Smith se dedicaron a refinar sus conclusiones, a ampliar su obra, a adaptar el pensamiento económico al contexto de la Revolución Industrial, que alcanzó pleno auge luego de la muerte del pensador escocés.
Entre estos economistas clásicos, David Ricardo, con una visión pesimista cuando analiza el problema de la distribución de los ingresos, fue precursor de corrientes tan distintas entre sí como el socialismo marxista, el neoliberalismo y los neoclásicos.
Se debe tener en cuenta que la prédica del libre comercio propugnada por los economistas clásicos fue funcional a los intereses de las clases comerciales e industriales del Reino Unido, quienes presentaban continuamente petitorios al Parlamento para lograr la defensa de la libertad comercial.
Existiendo leyes naturales y la mano invisible del mercado en la regulación del funcionamiento de la economía, cualquier intervención del Estado o de los particulares no era deseada. He aquí uno de los pilares del liberalismo económico.
El socialismo
Mediando el siglo XIX el progreso industrial y los avances tecnológicos en los países europeos tenían su correlato en la miseria que sufrían grandes estratos de la población. El crecimiento se veía interrumpido por crisis y depresiones. La escuela clásica con su visión no intervencionista comenzó a sufrir críticas, por lo que no es de extrañar la aparición de teorías reivindicando la igualdad social, entre ellas el socialismo utópico (Saint Simon, Owen) y el socialismo científico, cuyos principales representantes fueron Marx y Engels.
Uno de los supuestos de la economía clásica afirmaba que las relaciones básicas entre patrones y trabajadores, entre la tierra, el capital y el trabajo eran constantes y no producían conflicto. Los cambios que podían producirse tenderían nuevamente al equilibrio. Marx rechazaba esta afirmación, planteando que el equilibrio era sólo un medio para un proceso de cambio que alteraría las relaciones de producción entre capital y trabajo.
Aún hasta nuestros días, ésta es la mayor diferencia entre las posiciones económicas.
Marx realizó una brillante crítica al capitalismo, sobre todo en sus aspectos sociales y económicos destacando puntos vulnerables en ese sistema que logró en un lapso de 100 años crear » fuerzas de producción más sólidas y más colosales que las de todas las generaciones anteriores juntas» [4].
La consideración del marxismo de que el capitalismo marchaba hacia su propia destrucción, se desprende de su funcionamiento social y económico.
Algunas de las debilidades del capitalismo, tales como la «alienación del trabajador», la desigual distribución de la riqueza, la tendencia al monopolio y la concentración del capital, la disminución creciente del beneficio, la tendencia a crisis periódicas y al desempleo generarían la revolución socialista, al decir de Marx » El monopolio del capitalismo se convierte en una traba para el modo de producción que ha surgido y florecido con él, y bajo él. La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo llegan finalmente a un estado en el cual se vuelven incompatibles con su envoltura capitalista. Esta envoltura estalla»[5].
De nuevo el mercado: Los neoclásicos
Paralelamente a los desarrollos teóricos socialistas, se desarrolló la teoría neoclásica – aproximadamente desde 1870 hasta mediados de la década de 1930- que lograría sistematizar el desarrollo alcanzado por la ciencia económica.
El énfasis de los neoclásicos se situaba en la teoría de la demanda, El comportamiento del consumidor, la teoría de las preferencias individuales, la utilidad como fundamento del valor, pasan a ser centrales en su cuerpo teórico
La preponderancia del individuo en la economía fue muy bien recibida por una sociedad que deseaba alejarse de los conflictos y exaltar los resultados de la Revolución Industrial.
Las connotaciones ideológicas de esta doctrina son fácilmente observables: la existencia de una economía de mercado, que, a través de la interacción individual permite el logro de los deseos de los consumidores, la maximización de su bienestar, la distribución adecuada de la producción y niveles de ocupación próximos al pleno empleo, evidencian los supuestos subyacentes en el modelo, muchas veces alejados de la realidad y de difícil confrontación y contrastación.
Los neoclásicos ignoraban la estructura social y la diversidad de elementos necesarios para lograr el desarrollo. Sostenían la eficiencia del mercado como mecanismo espontáneo de asignación de los recursos productivos, en función de la demanda y en un contexto de competencia. Dejaban de lado consideraciones tales como que la demanda depende de la distribución del ingreso, determinada ésta a su vez por las estructuras sociales y por las relaciones de poder que de éstas provienen.
Bismarck o Keynes: ¿Quién es el culpable?[6]
A medida que fue transcurriendo el siglo XIX y en las primeras décadas de nuestro siglo se hicieron evidentes problemas tales como la brecha existente entre los salarios de los trabajadores y los ingresos y nivel de vida de los empresarios capitalistas, la incapacidad práctica de los obreros para luchar por mejores condiciones de vida y, finalmente, se presentó el fenómeno de la depresión o recesión, con sus terribles consecuencias de desempleo generalizado, desesperación, desintegración social.
La Gran Depresión demostró la inutilidad de la ortodoxia económica en la resolución de la aguda crisis imperante. Las ideas de Keynes sirvieron para liberar a las políticas antidepresivas de las restricciones clásicas: el equilibrio con subempleo, la posibilidad de escasez de la demanda (abolición de la Ley de Say) y la necesidad de que el Estado promoviera la demanda recurriendo a los gastos públicos más allá del límite de los ingresos disponibles, fueron elementos básicos del sistema keynesiano.
El objetivo central de esta política era asegurar el crecimiento económico y el pleno empleo aplicando instrumentos de política fiscal, monetaria o crediticia. En su logro subyacía una lógica de producción y rentabilidad económica, ya que era un mecanismo que aseguraba un óptimo de producción y ganancia, no un instrumento de redistribución progresiva del ingreso, función cumplida por el Estado Benefactor, que ya había desarrollado sus instituciones antes de la Depresión de 1930.
El origen del Estado de Bienestar se asocia al nacimiento del seguro social, a fines del siglo pasado en Alemania, por iniciativa del canciller Otto von Bismarck. Sus instituciones se fueron incrementando y afirmándose sostenidamente desde principios de este siglo. Cumplieron la función de mantener el orden social y legitimación del orden político.
A través de su análisis de la demanda efectiva y de la posibilidad que tiene el gobierno de intervenir para paliar los ciclos económicos, Keynes cambió la visión de las funciones del estado. Se produjo un incremento de su influencia en el manejo del sistema económico.
En la etapa de la posguerra se aceleró el crecimiento económico y las recesiones, más moderadas, no afectaron los niveles de empleo.
El estado keynesiano favoreció un desarrollo económico con bases materiales que permitió que el Estado Benefactor cumpliese una función legitimante de redistribución.
Ambas instituciones produjeron la etapa más exitosa del capitalismo, tanto en materia de crecimiento como de bienestar de la población.
La crisis de acumulación
En la década de 1970 se produce una desmejora de los indicadores económicos, entre ellos la producción, la productividad, el empleo y la estabilidad de precios.
Al keynesianismo se le adjudicó la responsabilidad de no lograr el control de los niveles de inflación, fenómeno que a su vez influyó negativamente en las decisiones de inversión. El proceso inflacionario de los años ’70, fue causado por el incremento de la liquidez internacional por parte de EE.UU., con una política monetaria fuertemente expansionista. La crisis del petróleo también influyó en la inflación de esa época. Hay hipótesis de tipo sociológico: la crisis de acumulación se debería a un proceso de redistribución del capital al trabajo que limitó los recursos destinados a la inversión.
El incremento del gasto social favoreció a los asalariados, quienes también podían lograr la satisfacción de sus demandas en negociaciones de tipo político. En el marco del estado keynesiano, con pleno empleo, en democracia, los trabajadores no estaban dispuestos a pagar el costo del deterioro de los términos de intercambio, de las devaluaciones de las monedas, de los precios crecientes de la energía o de las commodities. Se produjo una puja redistributiva que desembocó en la inflación al no ceder ninguno de los sectores en el logro de sus expectativas. Entonces fue la inflación el límite impuesto por los capitalistas a los asalariados en la lucha redistributiva.
La crisis del estado keynesiano abrió el camino para las estrategias monetaristas neoliberales, que precipitaron su desmantelamiento. Sus objetivos eran eliminar la intervención del estado en la actividad económica para el logro del crecimiento y suprimir los programas de protección social. Los monetaristas afirman que el Estado despilfarra los recursos que utiliza, que el gasto público es ineficiente, a causa de las presiones de los distintos grupos sociales y que incurre en déficits presupuestarios, por lo tanto debe ser reducido a su mínima expresión. Con esta posición, ¿ quién se hace cargo de la protección social de los ciudadanos? Es evidente que el mercado, a través de su autorregulación y de su pretendida igualdad de oportunidades, es incapaz de asumir esta responsabilidad.
Sin embargo tampoco ha sido posible la abolición total del mercado y el fracaso del socialismo así lo demuestra.
La situación en Argentina
La realidad de nuestro país se encuadra en la descripción anterior. Las crisis inflacionarias sufridas a lo largo de treinta años justificaron los sucesivos ajustes impuestos por la ortodoxia neoconservadora a través del Fondo Monetario Internacional.
Estos ajustes, implementados a partir de estrategias como la privatización y la descentralización trataron de lograr el achicamiento del estado argentino, que, más que un problema de tamaño, ha sufrido históricamente un problema evidente de ineficiencia en la gestión administrativa y financiera. Debemos considerar también que la clase dirigente de nuestro país, la burguesía, el empresariado, siempre golpeó las puertas de ese estado (al que luego tildaron de sobredimensionado e ineficiente) a los efectos de lograr prebendas y beneficios personales y corporativos. Hoy las políticas llevadas a cabo han logrado la casi desaparición del estado y la reducción de la esfera pública
Los procesos privatizadores buscaron disminuir la ineficiencia y la irracionalidad en el uso de los recursos del estado en la producción de bienes y servicios, con el fin de reducir los déficits fiscales. Las privatizaciones se legitimaron ante la ciudadanía por paulatinos procesos de abandono y destrucción de las empresas estatales, su funcionamiento pasó a ser no sólo deficitario, sino desastroso.
El tiempo ha demostrado las falencias en las privatizaciones. La permanencia del «agujero fiscal», combinado con el déficit de cuenta corriente y la restricción monetaria impuesta por la convertibilidad, constituyen una suma de problemas económicos y en consecuencia sociales, cuya posibilidad de resolución se complejiza día a día. Sobre todo, en el marco de una ideología centrada en los méritos exclusivos del mercado.
Y LA SOCIEDAD CIVIL?
La crisis de acumulación y la política de desorden financiero, facilitó el movimiento hacia la utopía neoliberal de un mercado puro y perfecto que basa su principal éxito en la destrucción metódica de los colectivos [7].
El mercado actúa naturalmente como negador de todo espacio público, ya que pone el acento en el desarrollo del interés económico individual y en el libre juego de las fuerzas económicas, y de esta manera “desgasta los vínculos sociales con la sociedad y socava la pertenencia de las instituciones del Estado para asuntos colectivos” [8].
Esta lógica tiende a desintegrar lo colectivo, dejando al hombre librado a sus propias fuerzas quitándole la posibilidad de encontrar su identidad a partir de lo social. El mercado fija las reglas de juego y excluye a quien no las respeta.
Los objetivos solidarios que sustentaban la acción de sindicatos, asociaciones, cooperativas, son corroídos por la instalación de un discurso que impone como valor primordial la competencia individual, lo cual conlleva una lógica de fragmentación, impidiendo la creación de un entramado capaz de sostener los intereses comunes por encima de los intereses privados.
El espacio público queda reducido drásticamente y “se quiebra el diálogo como instancia pacífica de re-conocimiento y de interacción”[9]
Se asiste a lo que Pierre Bourdieu define como “neodarwinismo social”: son “los mejores y los más brillantes” los que triunfan, se concibe a la inteligencia como un don divino, negando el papel decisivo de las desigualdades sociales en el acceso al conocimiento que el modelo requiere como condición para la inclusión. ”La ideología de la competencia es muy adecuada para justificar una oposición que se parece un poco a la de los amos y los esclavos: por un lado, unos ciudadanos al ciento por ciento que tienen capacidades y actividades muy poco comunes y extraordinariamente bien pagadas, que pueden elegir patrono (cuando los demás se consideran afortunados si los elige un patrono), que pueden conseguir cotizaciones muy elevadas en el mercado laboral internacional, que están sobrecargados de trabajo, hombres y mujeres (he leído un estudio británico muy interesante sobre esas desmesuradas parejas de ejecutivos que recorren el mundo, saltan de un país a otro, tienen ingresos alucinantes que no conseguirían gastar aunque vivieran cuatro vidas, etcétera), y, por otro lado, una masa de personas condenadas a los empleos precarios o al desempleo”[10].
Esta situación se ve acentuada en las sociedades con pocos recursos ya que la regulación exclusiva por parte del mercado tiende a acentuar aún más los extremos, produciendo una gran masa de excluidos. El desempleo es cada vez mayor y se convierte en una amenaza constante que ejerce un fuerte control social sobre los individuos.
En todos los países aumenta la proporción de trabajadores con contrato temporal. La precariedad laboral y la flexibilización llevan aparejadas la pérdida de las conquistas sociales obtenidas durante el Estado de Bienestar, todo ello agravado a partir de la privatización generalizada de los servicios públicos y una importante reducción de los gastos públicos y sociales en el contexto recesivo más largo de la década.
Esta situación ha llevado a la consolidación de un “ejército de reserva” de mano de obra domada por la precarización y por la amenaza permanente del desempleo, ejército conformado por hombres aislados, atomizados, desmovilizados.
La productividad y la competitividad se han impuesto como el fin último y único de las acciones humanas; se ha establecido una línea divisoria entre lo económico y lo social. Todo ello ha contribuido a la debilidad de las instituciones que en la actualidad están desmanteladas, deslegitimadas por el discurso oficial, atravesadas por prácticas de lo privado, de lo mercantil, lo que acarrea en su seno el desconcierto y la incapacidad para reaccionar.
SAN LUIS, ARGENTINA
Nuestra provincia no escapa al cuadro de situación descripto, pero adopta modalidades propias que responden a sus características demográficas, históricas, socioeconómicas y políticas.
En las elecciones de 1983 el justicialismo accedió a la gobernación de San Luis. Había ganado Adolfo Rodríguez Saá por el 40,5% de los votos. No contaba con mayoría en la Legislatura, las principales intendencias (San Luis y Villa Mercedes) estaban en manos de la oposición. En 1987 Rodríguez Saá es reelecto por el 51,4 % de los votos y en 1991 – reforma constitucional de por medio – accede a su tercer mandato. En 1993 el justicialismo provincial, que en la jerga sanluiseña se denomina «adolfismo» posee mayoría en la Cámara de Diputados, unanimidad en el Senado, y el control de los municipios de San Luis y Villa Mercedes. En 1995, nuevamente Adolfo Rodríguez Saá gana la gobernación con el 72% de los votos, y al momento de escribirse este trabajo está próxima la elección para renovar autoridades provinciales, en la cual según todo parece indicar, volverá a ser electo gobernador por quinta vez consecutiva.
La legitimidad del régimen patrimonialista de Rodríguez Saá, demostrada a través del voto, tiene múltiples causales. A lo largo de la investigación desarrollada por el equipo que integramos[11], se han analizado las prácticas discursivas y mediáticas que han favorecido este proceso de legitimación.
En este trabajo intentamos exponer algunas características del modelo económico desarrollado desde el gobierno y que ha sido marcadamente funcional al régimen.
La categoría weberiana “patrimonialismo” es utilizada para designar las situaciones en donde «la dominación de un solo hombre necesita de funcionarios para ejercer la autoridad” [12]. “Amparado en la legitimidad formal de los sistemas republicanos y como consecuencia de la dominación hegemónica en el partido político, un líder cuenta con los recursos de dominación que le permiten ejercer el ejecutivo y le facilitan la designación, y remoción de los funcionarios de todos los poderes”.[13]
El primer gobierno “adolfista” coincidió con el auge del proceso de radicación de empresas promovidas, consecuencia de los beneficios del Régimen de Promoción Industrial (Ley 22.702), generador en el ámbito de la Provincia de grandes cambios socioeconómicos, lo que permitió el transito de una sociedad preindustrial a una sociedad industrial. La población de San Luis se incrementó alrededor de un 50% en el período 85-93 a causa de la migración de otras provincias e inmigraciones de países vecinos. La generación de empleo en las industrias tuvo como consecuencia la mejora en el nivel de vida de la población, que antes dependía en alta proporción del empleo en el sector público.
El gobierno inicia importantes tareas para la provisión de la infraestructura adecuada necesaria para acompañar el crecimiento de las actividades industriales, comerciales y de servicio. La obra pública se extiende además a la construcción de monumentos y se inicia una fuerte política de construcción de viviendas, asignadas con un fuerte sentido clientelístico[14].
Analizando el devenir socioeconómico de la provincia en los últimos dieciseis años descubrimos varias prácticas en el Estado provincial que coinciden con lo que Evans denomina Estado desarrollista: El gobernador y su elite de funcionarios “…. extraen excedentes pero también ofrecen bienes colectivos. Fomentan perspectivas empresariales de largo plazo en las elites privadas, aumentando el incentivo para participar en inversiones transformadoras y disminuyendo los riesgos propios de tales inversiones. Es posible que no sean inmunes a la apropiación de las rentas públicas o al uso de una parte del excedente social en beneficio de los funcionarios y amistades, y no de la ciudadanía en su conjunto, pero, en general, las consecuencias de sus actos promueven el ajuste económico y la transformación estructural en lugar de impedirlos” [15]
Las prácticas patrimonialistas y clientelares presentes en la provincia conviven con la ideología neoliberal que utiliza como control social la precariedad laboral y la flexibilización, más del 40% del personal de planta se mantiene bajo contratos de corta duración, se han dictado en la provincia decretos de emergencia (habilitados por la ley de emergencia nacional) educacional, de la sanidad y de empleados públicos, cuyos vencimientos o plazos se van renovando por otro decreto, inhibiendo indefinidamente su ejercicio. Estos decretos “suspenden el beneficio de los derechos adquiridos en paritarias o convenios colectivos, lo que posibilita un manejo arbitrario y autoritario del personal. En consecuencia casi no existen reclamos sectoriales” [16].
A pesar de ello siguen produciéndose movimientos de resistencia a partir de distintos sectores, sobre todo cuando se ha intentado avanzar sobre la educación y la justicia, instituciones instaladas fuertemente en el imaginario social[17]. De todos modos los actores sociales no logran articularse alrededor una demanda social, pues por sus características patrimonialistas el ejecutivo subroga ese espacio.[18].
Los criterios del mercado han penetrado las instituciones lo que dificulta el logro de una síntesis entre el mercado y lo estatal.
La producción social de sujetos en una sociedad atravesada por la lógica inexorable del mercado, ha terminado rompiendo lazos solidarios afianzados en las instituciones, que permitían al hombre, en tanto ser individual y social, encontrar “un lugar en el mundo”.
A MODO DE REFLEXIÓN
“En una sociedad de desiguales el espacio social debe ser organizado y compensadas las diferencias. Es lo que explica al Estado”[19].
Pensamos que la alternativa para superar las dificultades impuestas por la ideología del mercado está en la defensa y fortalecimiento de instituciones indispensables para el ejercicio de una democracia plena: educación, derecho al trabajo, salud, seguridad social, etc., lo que permitiría que “el orden social no se hunda en el caos pese al volumen creciente de la población precarizada”[20]
Creemos que es necesario crear un espacio social que logre superar la imposición neoliberal de la búsqueda del beneficio individual, y que logre articular a la sociedad civil en pos de fines colectivamente elaborados y aprobados.
Esta articulación requiere del protagonismo del Estado que debe compartir con la sociedad civil la responsabilidad de la solidaridad social.
Junto con la gobernabilidad económica, que implica estabilidad monetaria, disciplina fiscal y capacidad para enfrentar los cambios de la historia, se debe preservar el tejido institucional de la república y al estado como núcleo central de la comunidad política[21].
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* Presentado en el XXII Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS) Concepción. CHILE 12 al 16 de octubre de 1999 – Trabajo de Investigación Nº 549305.
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[1] La condición humana, Hannah Arendt, Ed. Paidós, Barcelona, Buenos Aires- México. 1993
[2] POLANYI, Karl: «La gran transformación» Ed. Claridad.
[3] QUIROGA, Hugo » La democracia que tenemos. Ensayos políticos sobre la Argentina actual”. Homo Sapiens Ediciones. Rosario 1995.
[4] MARX, C. y ENGELS, F.: «Manifiesto del Partido Comunista», Ed. Europa y América, Barcelona
[5] Idem
[6] Título de un artículo de Aldo ISUANI, en el libro “El Estado Benefactor. Un paradigma en crisis”. Miño y Dávila Editores. Buenos Aires 1991.
[7] BOURDIEU, Pierre: “Contre-féux. Propos pour servir á la résistance contre l’invasion néo-libérale” Liber-Raisons d’Agir Paris, 1998
[8] PETRAS, James F., citado en Yannuzzi, María de los Angeles “La modernización conservadora. El peronismo de los 90” Editorial Fundación Ross. Buenos Aires, 1995.
[9] YANNUZZI, M. de los Angeles. Ob. Cit.
[10] BOURDIEU, Pierre: Ob. Cit
[11] Desde el año 1992 integramos un grupo de investigación que analiza el régimen patrimonialista imperante en la provincia y las prácticas legitimadoras del mismo. Actualmente nos hemos centrado en dos líneas de trabajo: una que estudia la relación entre régimen patrimonialista y violencia simbólica y otra que analiza la cultura política y la construcción de identidades colectivas”
[12] Las características de patrimonialismo y su aplicación a la provincia de San Luis se han desarrollado en Trocello María Gloria “El discurso del régimen patrimonialista puntano” en “Escenarios Alternativos” Año 2 Número 3. Otoño de 1998.
[13] TROCELLO, María Gloria “Cultura democrática versus patrimonialismo: su contribución a la crisis de representatividad” Trabajo presentado en el Coloquio internacional “Los déficits de la democracia: la crisis de representación política. Universidad de Sevilla. España. 7,8 y 9 de abril de 1999
[14] ROUQUAUD, Inés y HERRERA, María Rosa: “Políticas publicas y representación política. La ciudadanía en conflicto” Trabajo presentado en el Coloquio internacional “Los déficits de la democracia: la crisis de representación política. Universidad de Sevilla. España. 7,8 y 9 de abril de 1999
[15] EVANS, Peter. “El Estado como problema y como solución”. Desarrollo Económico. Vol. 35 N° 140. IDES Buenos Aires. Enero-marzo 1996.
[16] ROUQUAUD, Inés y HERRERA, María Rosa, Ob.Cit.
[17] El tratamiento en profundidad del tema justicia ha sido desarrollado en TROCELLO, María Gloria “Poder político vs. Poder judicial. San Luis: un ring patrimonialista”. Revista de la Sociedad Argentina de Análisis Político (S.A.A.P) Año 3. Número 5. Primavera de 1997.
[18] Idem
[19] QUIROGA, Hugo: “La democracia…” Ob.Cit.
[20] BOURDIEU, Pierre, Ob.Cit.
[21] QUIROGA, H. y IAZZETTA, O. (Coord) “Hacia un nuevo Consenso Democrático. Conversaciones con la Política”. Homo Sapiens Editores. Rosario. 1997.