RESUMEN
Es nuestro interés en este trabajo, acercar un debate acerca de Buenos Aires y su condición potencial o no de ciudad multicultural. Inscribiremos esta problemática en el marco de asuntos que se han vuelto claves para entender las sociedades contemporáneas y sus vínculos con las naciones modernas y la construcción de identidades y ciudadanía.
En forma enfática desde 1990, los especialistas han resaltado la importancia del multiculturalismo y la relevancia que esta cuestión pasa a tener en las ciudades actuales. Desde esta perspectiva, se ha vuelto un “lugar común” que las ciudades contemporáneas son multiculturales. Suele articularse este núcleo duro con el movimiento y circulación intenso de personas y grupos sociales que está teniendo lugar desde que la globalización se agudizó, el que a su vez encuentra sentido en la dilución de fronteras y en el debilitamiento de las naciones que han sabido subsumir diferencias sociales y culturales.
En este sentido, es nuestra intención discutir este asunto a partir del análisis del caso Buenos Aires, considerando los procesos históricos que la coherentizaron respecto de la nación como espacio de “crisol de razas”, así como los imaginarios que sectores de la población contemporánea de diferentes clases sociales, edades, género y zonas de la ciudad, construyen en la actualidad respecto de los inmigrantes llegados a la misma. Examinar “políticas de lugares” vinculadas a la “gentrification inmigrante” formuladas por planes del gobierno de la ciudad y del nacional, y confrontar las mismas con los imaginarios planteados, permitirá confrontar esa visión de “multiculturalismo” impostada y vinculada a lo pintoresquita con la perspectiva de conflicto que pervive y tensiona la anterior. En este sentido, la postura planteada permitirá discutir no sólo el “crisol de razas” bajo el cual nos hemos nacionalizado y urbanizado, sino también “contestar” por un lado, el propio concepto de multiculturalismo y por el otro, la idea prevaleciente de “ciudad multicultural”.
“Everywhere and nowhere”: Visibles/visibilized and invisibles/invisibilized looking for a place in the Buenos Aires of the 21st century
ABSTRACT
It is our interest in this paper, to encourage a debate about Buenos Aires and its potential condition or not of multicultural city. We believe that this issue is a key matter to understand contemporary societies and their links with modern nations and the construction of identities and citizenship.
From 1990, specialists have emphatically stood out the importance of multiculturalism and its relevance in present cities. From this perspective, it has become “common” that contemporary cities are multicultural.
This ‘hard core’ is sometimes articulated with the movement and intense traffic of people and social groups since the widespread of globalization. This also has a sense in the dilution of frontiers and in the weakness of nations that have subsumed social and cultural differences. In this sense, it is our intention to discuss about this topic from the analysis of Buenos Aires considering the historical processes that characterized it in respect to the country as a place of race crucible as well as the imaginaries that sectors of contemporary people from different social classes, ages, gender and places build at present about the immigrants. To examine ‘place policies’ connected to ‘immigrant gentrification’ proposed by provincial and national government plans. And to confront that ‘multiculturalism’ vision related to ‘pintoresquista’ with the conflict perspective that live together with the former. In this sense, the proposed position will allow us to discuss not only about ‘race crucible’ under which we have nationalized and urbanized ourselves, but also to ‘answer’, on the one hand, the concept of multiculturalism itself, and on the other, the prevailing idea of a ‘multicultural city’.
A first version of this paper was presented at the “Buenos Aires-New York: Diálogos metropolitanos entre sur y norte” Symposium. Buenos Aires, 29 and 30 May, organized by the International Center for Advanced Studies of New York University, Arquitecture, Design and Urbanism (UBA) School, with the headquarters in Buenos Aires of New York University.
“…de todos lados y de ningún lado…”
Cuando recientemente se les preguntó a hombres y mujeres, residentes de la ciudad de Buenos Aires, de diferentes edades, niveles sociales y barrios, algunos de ellos migrantes, de dónde creían que eran los habitantes de nuestra ciudad[iii] mayoritariamente unificaron su discurso en un primer nivel de imprecisión y abstracción testimoniado en un “de todos lados y de ningún lado”. Esta primera representación nos pareció altamente significativa respecto de las imágenes e imaginarios constituidos en relación a Buenos Aires. Y nos permitió iluminar algunas cuestiones que sin duda aportarán al problema que es de interés en esta ponencia: por un lado, la relevancia del perfil migrante de la ciudad, sin embargo, diluido en un ‘otro amalgamado’ no identificable en la misma medida en que se constituyó como parte del proceso de ‘nacionalización’ de la ciudad ocurrida bajo una determinada ‘política de la semejanza’ propia del modelo de nación que se conformó; por el otro, la metáfora del ‘crisol de razas’, que convoca la idea de una mezcla muy heterogénea simultáneamente que integrada, sin embargo, visualizada en un tiempo continuo hasta la actualidad, desde donde la ciudad aún continúa haciéndose, como si se tratara de un ‘espacio virgen’ hecho y rehecho sólo por personas que vienen de otros lados, en consecuencia sin una identidad definida, por tanto con escasa inscripción territorial.
Este primer nivel de representación sin duda resulta paradojal: la ciudad es definida por una mezcla permeada por la cristalización de un pasado legitimado hacia el presente, y desde esta perspectiva la integración parece haber cuajado plenamente; sin embargo, y en la otra cara de la moneda, esa integración resulta precaria, aún en proceso de formación, aunque no necesariamente en dicho proceso se visualice un lugar para las nuevas migraciones. La “remodelación étnica” de los primeros migrantes y de resultas, la “descaracterización de las diferencias” (García Canclini; 1999:115), logró implantar un modelo de homogeneización y de “terror étnico” (Segato, citada en Op.cit) inscripto en los imaginarios sociales mediante dos caras de la misma moneda, una, vinculada a la idea de una Buenos Aires compuesta sólo de una multiplicidad de migrantes –aunque convenientemente de un tipo de migrantes-, la otra, como han planteado los autores mencionados, relacionada al modelo de una nación, también de una ciudad, “gran antagonista de las minorías’, es decir conformada en base a un modelo anti-étnico. La dilución de la diversidad, no consiguió ‘ausentar’ de las visiones de la gente la existencia y presencia constante de la inmigración, como si residiéramos en una ciudad móvil sin asentamiento permanente de habitantes; aunque una multiculturalidad [iv] no asumida más que parcialmente, que llega al presente no sólo con el dilema de “cómo llamar a los otros” (Op.cit.: 125), sino con un quiénes somos o un de dónde somos inconclusos.
Las ciudades suelen manejar la diversidad cultural de diferentes maneras y en ese sentido, Buenos Aires, no parece tener una única manera, no sólo de manejarla, sino incluso de organizarla, denostarla o beneficiarse de ella –en relación a cómo lo hacen las otras ciudades y a cómo lo hace a su interior-. Y esto sin duda, tiene relación además con los diferentes actores sociales involucrados en dicho manejo, incluyendo en ello no sólo los habitantes en general, sino también la mirada particular de los propios inmigrantes.
La ubicuidad planteada para los de esta ciudad en el ‘de todos lados y de ningún lado’, define una ciudad poblada por hombres y mujeres a los que se atribuye la condición de ‘seres extraños’, si bien distribuidos ampliamente, sin localización explícita. Una ciudad por ende, carente de una “‘segmentación ordenada’del espacio y las familias inmigrantes” (Wacquant; 2001:152. Cfr.Zukin; 1996). Una ciudad muy heterogénea en su conjunto, pero aparentemente sacando “el mínimo partido de las partes, [construyendo] un mosaico espacial…” (Hannerz; 1998:237) sólo relativamente definido desde el componente migratorio-étnico, y más desde la posición social a la que sin duda contribuye el [dis]valor de ‘ser migrante’. Al mismo tiempo, recuperando el valor añadido de la diversidad cultural en el microespacio de calles y espacios locales, cuando el valor se vuelve un recurso a gestionar desde los poderes públicos o mismo desde las minorías –y aún en estos casos, el recurso se construye con diferentes grados de intencionalidad-.
Es innegable que la ciudad se ha constituido en relación a la construcción de una nación que supo ‘arreglar’ y ‘equalizar’ las diferencias de un modo determinado. Lo que sí parece discutible es que este ‘arreglo’ se haya incorporado socialmente sin quiebres, fisuras y conflictos. Como resalta Amendola (2000:278), el Buenos Aires contemporáneo parece –como otras ciudades actuales- el resultado de un “multiculturalismo mal negociado”. En esta perspectiva, habría que analizar con más minuciosidad la imagen de Buenos Aires como una ciudad de “puertas abiertas”, como si desde esas puertas –retomando y recreando la metáfora de Hannerz para Amsterdam, sobre las ventanas- se pudiera ver y recibir el mundo. Pero nuevamente tomando otro préstamo de Hannerz, qué sucede una vez adentro con sus espejos, qué es lo que cada uno de nosotros ve en ellos cuando nos miramos, qué es lo que observan los ‘otros’ cuando se miran y si siguiéramos metaforizando, qué diversidad(es) se escoge para mostrar en las vitrinas y escaparates. Asimismo, dónde son colocados esos espejos, vitrinas y escaparates.
Nos ha tocado escribir y hablar sobre la ciudad contemporánea, y aún más específicamente sobre sus barrios y sus vínculos con la inmigración. Pero indudablemente la mirada que construiremos sobre estos temas tendrá soporte en nuestra ciudad y en la confrontación respecto de otras ciudades. En este sentido, los procesos histórico-sociales sobre los cuales se ha conformado esta urbe resultarán de suma importancia para dar cuenta de la problemática y su complejidad en la actualidad. Ya que no podríamos concluir en la ‘etnicización’ de la ciudad, como tanto se ha resaltado sobre Los Ángeles –por mencionar sólo una ciudad americana-, ni siquiera en un multiculturalismo al estilo de algunas ciudades europeas –como Barcelona, por mencionar sólo una también-. Es por ello, que empezaremos por preguntarnos si Buenos Aires es una ciudad multicultural, y en todo caso, qué papel cumple en la actualidad el multiculturalismo migrante en la conformación de la ciudad. Asimismo, develar desde dónde se construye la diferencia cultural –considerando la incidencia de lo ‘migrante’-, cuáles son los modos de inscripción territorial de la pertenencia / diferencia y cuáles son los modos de funcionamiento de los espacios locales (barrios?) donde la misma se inscribe, en qué medida influencian los lugares, la utilización estratégica de los rasgos etno-culturales por parte de las poblaciones migrantes, qué identidades se construyen y que modelo está prevaleciendo.
1. Buenos Aires: ciudad multicultural?
“Vivir en Buenos Aires es un viaje por numerosas costumbres culturales… Ya parte del paisaje convierte a Buenos Aires en una metrópoli con rincones de otras culturas como Londres, Nueva York o San Francisco. Ellos [los inmigrantes] comparten espacios en festivales, fiestas y ferias de colectividades. Allí, entre un ají de gallina del Perú y una feijoada brasileña, mezclan la cultura local con las suyas y construyen una Buenos Aires cada vez más mestiza”[v].
El párrafo extractado de la nueva revista del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, muestra diferentes aspectos de uno de los fenómenos que más se asocian en la contemporaneidad con las grandes ciudades. Nos referimos a la relevancia que adquieren los flujos migratorios y el consecuente multiculturalismo en el contexto de la globalización.
Como lo testimonian los entrevistados, apelando a una vieja metáfora que nos identifica desde hace por lo menos un siglo, “los inmigrantes ya no descienden de los barcos, sino de los aviones”, recomponiendo los imaginarios acerca del fenómeno, cuando asumen que la inmigración en Buenos Aires “ahora es mayor, hay cada vez más, hay más y se nota más”. En este sentido, el primer aspecto a resaltar, es que Buenos Aires está participando como otras ciudades, aunque diferencialmente, de procesos económicos, tecnológicos, políticos, sociales y culturales productores de fuertes transformaciones propias de un mundo hoy estructurado en base a relaciones, ya no internacionales, sino intranacionales o como dice Ortiz (1996:17) “estructurales al movimiento de globalización”. En el ‘espacio de los flujos’ (Castells; 1996), la “nueva economía” (Castells; 2000) fuertemente basada en una economía corporativa y en la transformación tecnológica y organizativa, por tanto también en la denominada por Sassen “cultura corporativa”(1996), las fronteras se han flexibilizado –si bien y aunque parezca contradictorio se fijan y nacionalizan en términos de la inmigración[vi]- ocupando un lugar de relevancia una de las cinco dimensiones del flujo de la cultura global –tal como fueron establecidas por Appadurai (1994)-: nos referimos a los “etnopanoramas”. Los ‘etnopanoramas’ corresponden a los flujos migratorios que favorecidos por este contexto, promueven la circulación constante de inmigrantes, turistas, refugiados, exiliados, gentes que trabajan fuera de su país de origen, un fenómeno mundial desde donde se calcula que hay 150 millones de personas trashumantes, migrantes legales e ilegales que se mueven por el mundo[vii].
Este último aspecto es el que permite decir a los especialistas que “nuestro mundo es étnica y culturalmente diverso y [que es en el contexto de] las ciudades [donde mayormente] se concentra y expresa dicha diversidad” (Borja y Castells; 2000:1. De allí, que sobre el fin de milenio se ha retornado a la concepción de ‘ciudad multicultural’, aunque ya no en el sentido que tuviera en el seno de la ciudad premoderna, sino como parte de la globalización económica, de su manifestación en grandes ciudades, que llevan al incremento de la pluralidad étnica y cultural en las mismas, como consecuencia de “la tendencia hacia la diversificación cultural ligada a la globalización, la metropolinización, a la organización de redes…”(Prevelakis; 1999:5, n/traducción). Siguiendo a este autor, las ciudades actuales a diferencia de las ciudades modernas, reintroducen el elemento etno-cultural, disminuyendo el lugar de lo social como factor principal de la estructuración de las urbes bajo los efectos de la nación (cfr.Op.cit.). Si bien este es el horizonte que prevalece al dar entrada a estas problemáticas, por otra parte corroborado por datos concretos, como veremos no necesariamente al hablar de ‘ciudad multicultural’ en estos términos, podemos englobar a las diferentes grandes ciudades. Pero de lo que no cabe duda es de la trascendencia pública que ha tomado esta ‘realidad’, en la misma medida en que es percibido por la gente como un ‘hecho’ observable en las ciudades donde viven: los habitantes de Buenos Aires expresan “hay más y se nota más”, negando cifras que hablan no sólo de que no ha habido incremento de la inmigración, sino que incluso hay disminución, pero sí iluminando los cambios en la tipología de la migración llegada en los últimos años, que la hacen percibible como aumentada e ‘invasiva’, así como más visible que la conocida[viii].
En el ‘hay más y se nota más’ se involucran varias cuestiones a considerar respecto de las nuevas perspectivas y su influencia en grandes ciudades, incluso en la nuestra, en la que sus habitantes observan que “hay mucha movilidad a comparación de otros tiempos [si bien]no tiene comparación con lo que son otros países como por ejemplo en Europa o Estados Unidos”. Por un lado, el nuevo lugar de los inmigrantes –aunque no de todos- en la conformación de la nueva economía, en consecuencia uno de los grupos sociales trasnacionales que más importancia encuentra en las ciudades contemporáneas. En éstas se concentra una élite trasnacional de empresarios que cumplen un papel fundamental en la nueva economía, los que junto con los turistas requieren de determinados servicios, los que son cubiertos en gran medida por los inmigrantes –generalmente provenientes de países del Tercer Mundo-. Con lo que éstos sirven a la economía globalizada y a la organización cultural de las ciudades contemporáneas (cfr.Hannerz; 1998). Desde este ángulo de la cuestión la nueva cultura global los absorbe, los incorpora, resulta inclusiva, aunque no de todos ni del todo. Y al mismo tiempo que los incorpora, los neutraliza en un ‘otro indiferenciado’ (cfr.Sassen; 1996). Como resalta la autora, “El espacio del otro amalgamado creado por la cultura corporativa es constituido como un espacio devaluado, disminuido en la narrativa económica dominante… El hecho que una proporción importante de la población trabaje en la ciudad corporativa durante el día, muchas mujeres, muchos inmigrantes o africanos-americanos…” no deduce que sean incluidos “en la representación de la economía corporativa o de la cultura corporativa” (Op.cit.: 146, n/traducción). En este concepto la ‘ciudad multicultural’ es jaqueada, en tanto la “cultura corporativa colapsa las diferencias” (Op.cit.).
La ciudad de Buenos Aires, aunque sólo aproximada a las denominadas ‘ciudades globales’ y más bien categorizada como una de las ‘ciudades emergentes’ con una importante proporción de emigrantes calificados, ha venido concentrando desde los ’90 transformaciones económicas y tecnológicas, que sin duda permiten hablar de zonas que a nivel de su espacio dan muestras de la presencia de esa ‘cultura corporativa’. Y en este sentido, parte de la inmigración que recibe es posiblemente incluida e invisibilizada en tanto sirve a esa economía. Esta neutralización tiene efectos por sobre la inscripción territorial del otro en el espacio urbano, en el seno de una ‘arquitectura corporativa’ que suele concentrarse donde se localizan los nudos corporativos. Pero esta neutralización en ciertas zonas de la ciudad –como en Puerto Madero por tomar un ejemplo- funciona en tanto y en cuanto cumplen un papel ligado a los servicios que otros actores necesitan. Es así, que simultáneamente esta ciudad corporativa, como ya hemos mencionado, termina devaluando a ese otro y al mismo tiempo operando con mecanismos de segmentación, que los vuelve más visibles en espacios locales degradados y donde la diferencia resulta estigmatizada y también un problema –en nuestra ciudad pensemos sobre todo en los barrios de la zona sur y también en asentamientos precarios-.
Este último punto da cuenta de la otra cara de esos ‘otros’, la faceta a partir de la cual los residentes de Buenos Aires pueden especular con que ‘se notan más’. Las ventajas de una movilidad mayor propia de la globalización, contribuyen a la mayor circulación de personas en busca de un destino mejor, pero en sociedades hoy regidas por economías desindustrializadas. Esto lleva a que una vasta proporción de inmigrantes no logren integrarse, siendo víctimas de la desocupación o también visualizados como los ‘culpables’ de esa misma desocupación que afecta a los locales. En este sentido, parecen más y se notan más porque se constituyen en el causante de los males y por tanto en un problema –fortalecido como tal en campañas realizadas por los medios, los gobiernos, los empresarios, los sindicalistas, los mismos habitantes-.
Pero “la geometría variable de la nueva economía mundial y la intensificación del fenómeno migratorio”, no sólo promueve la llegada de migrantes que se asientan en la ciudad, sino también una categoría cada vez más frecuente y también muy visualizada por los locales, como los que vienen, trabajan y se vuelven a su lugar de origen, o sea la denominada población flotante “que se desplaza con los flujos económicos y según la permisividad de las instituciones, en busca de su supervivencia, con temporalidades y espacialidades variables, según los países y las circunstancias” (Borja y Castells; 2000:7). En el caso de nuestra ciudad, los habitantes que hemos entrevistado, vieron como bastante frecuente este tipo de movimientos en el caso de los provenientes de los países limítrofes. Sin embargo, y aunque esto no fuera remarcado por ellos, los medios y la ciudad vivida están mostrando nuevos colectivos que llegan a la ciudad, vistos como nómades, de los cuales se espera que sólo estén “de paso” –como decía uno de los testimonios-. El caso de los rumanos o las dominicanas entrarían en esta categorización, en la medida en que su carácter de ‘población flotante’ se manifiesta incluso en la inscripción territorial que hacen de la ciudad –pero sobre ello volveremos luego-.
Esta faceta es la que acerca a nuestra ciudad a los procesos de transformación globales y desde ahí a los procesos que hablan de grandes transformaciones en la composición étnica de grandes ciudades occidentales, como Londres que concentra el 42% de población de minorías étnicas, o Zurich, que aparentemente más ‘pura’, ha visto aumentar su población de extranjeros (sobre todo turcos y yugoslavos) del 18% en 1980 al 25% en 1990 (Borja y Castells; 2000:7). Siguiendo en esta línea, en nuestra ciudad ya se habla del “recambio demográfico”, del “empobrecimiento demográfico” o bien de “cambios demográficos” que hacen que no podamos estar ajenos “a este fenómeno transmigratorio mundial”[ix]. Si bien debe anotarse que el criterio de lo étnico no parece aún cuajar en esta nueva realidad.
En sintonía con las declaraciones y programas propuestos por organismos internacionales (como Unesco, Banco Mundial, BID), la ‘ciudad multicultural’ es observada como “una ciudad enriquecida por su diversidad” (Borja y Castells; 2000). En la “era del acceso”, pero del acceso a la experiencia (Rifkin; 2000), “la promoción de las culturas locales y nacionales y la preservación de la diversidad cultural”[x], se ha vuelto una prioridad absoluta del mundo globalizado. Esta concepción en las ciudades actuales lleva a su definición como ‘multiculturales’ en razón de su composición en torno de grupos culturalmente distintos, sumado a la intensidad de flujos migratorios sobre los cuales hemos puesto la mirada en la primera parte de este tópico. Esta visión, dentro de la cual podemos incluir a Buenos Aires, conlleva una adjetivación de las ciudades, o dicho de otro modo lo ‘multicultural’ se convierte en su adjetivo que “sirve para identificar una realidad pluri-étnica o incluso multiétnica, pero a menudo sin ninguna referencia a la perspectiva política” (Ghora Gobin; 1999:2, n/traducción).
No hace tantos años, en 1997, la historiadora María Saenz Quesada en ocasión del festejo del Día del Inmigrante en nuestra ciudad, decía “… la gente se mezcla”…”fantaseando con un crisol donde los colores y las lenguas no tengan la menor importancia”[xi]. Resulta interesante su expresión y la ocasión en que es hecha. Empezaríamos por remarcar que en la ciudad adjetivada por el multiculturalismo, los colores y las lenguas adquieren mucha más relevancia de la que espera la historiadora, porque importa la ‘celebración de la diversidad’ en su mayor potencialidad. Es así que nuestra ciudad ingresa en esta forma de multiculturalismo bien apreciado y bien visto socialmente, pero de la mano del pasado: a ‘festejar la diversidad cultural’ pero en la sintonía del ‘crisol de razas’ en cuyo seno predomina la peculiaridad cultural de los inmigrantes del siglo pasado, mientras ante la existencia obvia de los ‘nuevos’, éstos sólo son incluidos en función de la globalización, es decir en términos de su ingenua exoticidad. Y habría que agregar que el ‘día del inmigrante’ se constituye con fuerza en el presente –cuando esta cara de la multiculturalidad se vuelve importante-, pero desde una perspectiva asociada a la migración europea, vinculada al siglo pasado, cuando como dicen quienes lo impulsan se “fomentó la inmigración, pues uno de los objetivos era poblar el territorio y transformar la sociedad”[xii].
En el seno del ‘multiculturalismo blando’(Martiniello; 1998), los inmigrantes de la globalización –en el caso de esta ciudad, los ‘nuevos inmigrantes’- son incluidos, aunque diluidos en el ‘crisol’ de los migrantes legítimos. La ‘estetización de la diversidad’, dentro de la cual lo étnico suele trasmutar en una categoría estética (cfr.Zukin; 1996), responde a nuevas necesidades que exceden el ámbito de las ciudades, pero que sin duda encuentran su mayor convocatoria en las mismas, como la de hacer confluir “cultura comercial con identidad étnica” (Op.cit.: 46). Esta forma de multiculturalismo que se construye sobre la base de una forma de concebir la diversidad desde organismos internacionales, gobiernos, empresarios, en la que las ‘plumas atávicas’ (Yúdice; 2001) son necesariamente inherentes al deseo de ver diversidad y a que algunos la proporcionen; resulta ampliamente ponderada en el escenario de las ciudades. Existe una demanda cada vez mayor ante ‘otros’ para que se expongan como diversos, pero sin embargo, no son ellos quienes hablan desde su diversidad (Op.cit.), sino los demandantes quienes los hacen hablar y hasta hablan por ellos, en tanto imponen qué tipo de diversidad puede admitirse y hasta dónde extender la misma.
En esta perspectiva, acciones públicas promovidas por los gobiernos locales o mismo las desarrolladas por los privados, colocan en el componente exótico de la inmigración –en algunos casos otorgando más potencia al componente étnico- un valor material y simbólico, que puede contribuir a su capitalización en pos del fortalecimiento de la identidad urbana, pero también volverse un segmento potencial para el mercado. Los festivales y ferias de las colectividades auspiciadas por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires –aunque en su organización intervienen asociaciones de colectividades, embajadas, comerciantes privados, etc.-, utilizan el recurso de la diversidad multicultural, promoviendo de ese modo una política de imagen en la que el consumo de las “patrias chicas y su cultura” contribuye al fortalecimiento de una ciudad atractiva y competitiva en términos simbólicos. Por otro lado, este tipo de propuestas ayudan a mostrar una ciudad que se abre a los ‘otros’ y los integra en el mentado ‘crisol’, si bien oculta los mecanismos bajo los cuales triunfa la armonización, es decir la inclusión mediante la construcción y exposición de una diversidad estereotipada, mostrando al mundo ‘buenas minorías armonizables’ bajo la forma de tradiciones, colores, sabores, en suma forjadas en torno de un pasado vuelto ideal e idealizado, que sin duda despolitiza el problema del multiculturalismo.
Aunque las ferias y festivales recorren los barrios de la ciudad, no se identifican especialmente con ellos, ni se constituyen en función de una inscripción territorial con peculiar densidad de cierta particularidad cultural. Así, la misma feria, reproducida en sus diferencias, podrá encontrarse en La Boca, Parque Patricios, Palermo Viejo, por sólo mencionar algunos, haciendo sus recorridos por relación a temporalidades vinculadas con la diversidad, pero fundamentalmente con el pasado idealizado –tales como el día del inmigrante o también el de la tradición-, tiempo deshistorizado con el objeto de retorno a los orígenes, vistos como un estadío excepcional, una ‘edad de oro urbana’. En estos eventos, los colores, sabores, bailes, costumbres, dejan emerger grupos de inmigrantes reinventados e incrementados para la ocasión –como húngaros de pequeños pueblos, entre otros-, los que contribuyen a atenuar el papel de los ‘nuevos inmigrantes’, aquéllos que aunque mostrados en su exoticidad, son el ‘problema’ del día a día. Son celebraciones en que ‘somos diversos’ y ‘ellos’ no sólo pueden compartir entre sí –aunque pertenezcan a diferentes culturas-, sino que además pueden contribuir al crecimiento de esta ciudad mediante una buena mezcla entre sus culturas y la nuestra. Pero como hemos dicho, este tipo de ‘fiesta’ hace suya o se apropia de la ciudad en su conjunto, sin marcar huella en ningún territorio en particular, más aún sin producción de signos localizados, sino como ‘paquetes’ que recorren la ciudad en su conjunto.
El multiculturalismo que adjetiva, contiene su propia ambigüedad y paradoja: la aceptación e inclusión de los ‘otros’ –hasta recientemente excluidos- en un mundo definido como ‘plural’, al mismo tiempo que fortalece procesos contradictorios entre sí, por un lado movimientos de esos ‘otros’ por su identidad, aspirando a vivir entre caminos paralelos y separados, por el otro, la promoción de procesos de segregación mediante una integración ficticia, y silenciando desigualdades y conflictos sociales propios de ese mundo plural.
En esta perspectiva, se focaliza en el rastreo de “identidades culturales vigorosas”[xiii] de esos excluidos a fin de ser integradas, así como de ‘culturas vivas’, que aunque se espera alejar del folklorismo, terminan ‘fosilizándose’ por vigorosas.
Mirado desde las perspectivas planteadas, la ciudad de Buenos Aires se está constituyendo como una ‘ciudad multicultural’ en los términos en que la globalización lo demanda. Por un lado, siendo escenario de mayor intensificación de flujos migratorios –si bien no por efecto de una política planificada como fuera en otros tiempos, sino como resultado de un nuevo contexto que favorece los flujos-, por el otro, utilizando la diversidad como ‘capital global’ desde el cual procura el fortalecimiento de la identidad de ciudad y desconflictiviza la presencia de migraciones en su mayoría no deseadas. La inmigración en este sentido hace parte de políticas culturales urbanas en las que la imagen de la diferencia como ‘accesorio’ resulta de gran prestigio social. Este ángulo de la cuestión elude la posibilidad de construir un multiculturalismo que incluya su perspectiva política.
En esa ‘multiculturalidad’ es que sus habitantes la imaginan y perciben. Una Buenos Aires que es “un rejunte, un conjunto de culturas de todos los países”, que han logrado constituir el incluso definido por “Discépolo, como el crisol de razas, donde trajeron todo lo malo y todo lo bueno de todo el mundo”, si bien cristalizado en el carácter ‘europeo’ en el que continúa subsumiéndose a esos ‘otros’ que ya nada tienen de europeos.
2. Del ‘crisol de razas’ a la ‘celebración de la diversidad’
Los barrios: ventanas al mundo de ‘colores’ y segregaciones
“K: Acá… La Boca… tiene que ser todo colorincho… porque es así de inmigrantes, de todos colores, de todas marcas…
E: y que tiene que ver los inmigrantes con todos los colores?
K: y claro todas las banderas, paraguaya, uruguaya está mucho…”
Aunque en una primera visión vinculada a la ciudad como un ‘todo’, somos ‘de todos lados y de ningún lado’, es decir habitantes deslocalizados, al mismo tiempo que ‘multiculturales’ por excelencia, una vez superado ese primer nivel de observación y principalmente cuando los imaginarios se constituyen desde determinados barrios con cierta densidad migratoria –como La Boca, el Abasto, Once-, de la ciudad puede transitarse hacia el barrio, y desde el lugar específico desunificar los discursos y prácticas sociales, produciendo otros contradictorios entre sí.
Quien inicia este acápite con el testimonio recogido es una vecina de un conventillo de La Boca, tal vez el barrio vivenciado desde siempre como el de más protagonismo migratorio, escenificando a través de su discurso una de las facetas que hacen a ese perfil, aquélla estrechamente vinculada a la ‘celebración de la diversidad’ que hemos planteado para la ciudad. Ella –de origen provinciano- no puede escapar al origen mítico del barrio, que ha congelado en los primeros migrantes, sobre todo genoveses –según cuenta la historia local, en buena medida resituada desde la oficial-, un barrio idílico ‘de colores’ –ya que la historia también narra que esos inmigrantes pintaban los conventillos de colores- que vuelve a colocar en el pasado ese manto de desproblematización que llega hasta y permea el presente. Esta mirada sin duda se soporta en un proceso de construcción local, en que el poder simbólico se ha constituido en función de ese hito que divide las aguas del barrio entre un antes y un después, uno positivo y el otro negativo, con lo cual el antes debe hacerse llegar al presente. La Boca se constituye en un modelo paradigmático de esta ciudad, donde las diferencias se han ‘arreglado’ en torno de quiénes se han constituido en la legitimación del poder simbólico (los inmigrantes prestigiados y sus seguidores, artistas, vecinos, gobiernos, empresarios), y en pos de una identidad barrial esencial, desde la cual se establecen los parámetros de inclusión-exclusión. Sin embargo, este panorama y el discurso manifiesto de la vecina –que aunque no pertenece al grupo de los incluidos, pugna por pertenecer- se construye en simultáneo, y aunque parezca contradictorio, subsumiendo en las experiencias cotidianas ese pasado prestigiado. Los mismos vecinos actuales, algunos nativos, otros de origen migrante ‘no deseado’, puestos a definir el perfil migratorio actual, aceptan que hoy no existen esos míticos ‘genoveses’, sino provincianos y originarios de países limítrofes, a quienes se observa como ‘los invasores’ –aún cuando puedan ser un semejante, más próximo que el italiano ausente-, el ‘problema’ focalizado en el entorno laboral, pero con inscripción territorial manifiesta en su consecuencia ineludible: la ilegalidad. En este punto se acepta consensuar una identidad barrial que excluye la diferencia y efectivamente el barrio se torna ‘étnicamente’ viable o inviable según se corra o no el velo de lo incluido / excluido. Sin embargo, habría que remarcar que en el contexto barrial actual, la variable étnica actúa por sobre la cuestión laboral y de la ilegalidad en su conjunto, asumiendo una clara diferencia respecto de la relevancia relativa de esta variable por sobre el arraigo local, cuando éstos espacios se constituyen en relación al pasado e intentan permear el presente para desproblematizarlo.
Si bien cuando desde los medios y otros ámbitos de la opinión pública se intenta una caracterización de las ‘nuevas migraciones’ arribadas a esta ciudad, se dice que “el mapa de los 46 barrios porteños también comenzó a cambiar de colores, según la impronta que van dibujando los hábitos y costumbres de los nuevos vecinos”[xiv], como si esta ciudad hubiera sido el resultado de un proceso en el que la inmigración de antes y la actual, hubieran producido y reprodujeran una “segmentación ordenada” y concentrada de vecindarios étnicamente homogéneos y diferenciados entre sí; esta visión es parcial respecto de la relación barrios-inmigración en Buenos Aires. Podemos especular que los inmigrantes, los de antes y los de ahora, han producido movilidades, desplazamientos con consecuentes juegos sobre el espacio, que sin duda permiten hablar de un sistema de lugares reconocidos colectivamente–pero también simplificados y estereotipados- como nichos migratorios, que puede volverlos equivalentes en función de su carácter migratorio –más allá de que los grupos migratorios sean diferenciados- y al mismo tiempo diferenciales según su posición social relativa (cfr.Faret; 2001). Entonces, ya no son los 46 barrios, sino sólo una red constituida por algunos de ellos y que la misma opinión pública define individualmente según un grupo migratorio particular en el pasado, hoy recambiado por algún otro en el cual se subsume a todos los ‘otros’ devaluados que también puedan apropiarse del lugar: por ejemplo, el Once de los judíos, en un momento posterior de los coreanos, hoy de los peruanos; La Boca de los genoveses / italianos, hoy de los uruguayos; el San Cristóbal de los turcos, hoy de los peruanos; el San Telmo de los europeos en general, luego de los ‘negros uruguayos’, hoy de los dominicanos y rumanos; entre otros. Y asimismo es vivenciado por nativos habitantes de algunos de esos barrios, como quien nos decía “… y depende de los barrios, se concentra más en un barrio que en otros, porque nuestro barrio[Abasto] últimamente ha venido una cantidad muy grande de inmigrantes de la República del Perú, entonces de golpe nos encontramos con mucha gente que son peruanos”. Probablemente porque el origen migratorio sólo ha tenido relevancia circunstancial, especulando con Wacquant respecto de Chicago a principios de siglo, que por un lado, los vecindarios étnicos se constituyeron heterogéneamente, y como etapas intermedias de transición en la escala hacia la integración en una “sociedad blanca compleja”(2001:47), o en el ‘crisol de razas’[xv]. Al mismo tiempo, la cristalización en determinado grupo migratorio reconocido y articulado en forma complementaria con un espacio local preciso –aunque ya no exista o exista relativamente- funciona a modo de estrategia respecto de determinados objetivos.
La materialización del ‘multiculturalismo’ a escala urbana, y más específicamente a escala barrial, no implica necesariamente un proceso de etnicización[xvi], ni siquiera un proceso en el que la articulación entre los espacios barriales y los grupos migratorios sea estrechamente ecuacionable. Tampoco es posible asertar en que las marcas culturales y/o étnicas en los diferentes barrios de una ciudad, implique necesariamente la preeminencia de tensiones o conflictos, como no lo es que la ausencia de “inscripciones culturales se constituya en la prueba ineludible de movilidad económica y de tradición asimilacionista” (Gilbert; 2000:46, n/traducción). El problema resulta sin duda más complejo, al menos en el contexto de este Buenos Aires.
Pero volvamos al ‘multiculturalismo de colores’ con el cual comenzamos esta sección. En 1997, en una conferencia dada por el entonces presidente Bill Clinton en la ciudad de San Pablo, donde el tema no era la inmigración sino la economía y las relaciones con Estados Unidos, él expresó: “Los barrios de Sao Paulo son una ventana hacia el mundo, donde los colores de la Italia se apropian de Bixiga, los sabores del Japón permean el Barrio de Liberdade, el espíritu del Oriente Medio toma el Bom Retiro y los ritmos de Africa recorren todos los rincones agradables…”[xvii]. Nos sorprendió que en una ciudad fuertemente industrializada y económicamente financiera, un presidente de los Estados Unidos apelara al origen migratorio / étnico de determinados barrios y los difundiera –ya que su difusión se hizo por Internet a través del Museo de la Memoria de Bixiga- en su forma multicultural de ‘colores’, rescatando en ese sentido las ‘culturas (aún?) vivas’ de espacios locales de la ciudad. En nuestra ciudad, como hemos visto este tipo de multiculturalismo ha encontrado un lugar y no sólo al nivel del conjunto de la urbe, sino muy especialmente a escala barrial.
La ‘celebración de la diversidad’ es a menudo una forma de capitalización de las diferencias culturales por parte del poder público y de los promotores privados, a las que suele añadirse el valor agregado de lo étnico. Sin embargo, con frecuencia este recurso deviene de inscripciones que los propios grupos involucrados realizan sobre el espacio público barrial. En esta ciudad, principalmente los ‘nuevos inmigrantes’ deciden mostrarse y exponerse como diferentes, cuando la diversidad ayuda a exotizar, produciendo y maquillando el propio espacio público urbano y transformándolo mediante una afirmación cultural que se vuelve a negar cuando ya no se trata de poner en escena el ‘multiculturalismo blando’. Si la visibilidad del ‘otro’ es una amenaza, sólo es posible neutralizarlo / se desde una ‘iluminación estética’. La misma es factible en la medida en que se ‘estetiza la diversidad’, “reduciendo así al otro o al extranjero a su imagen” (Amendola; 2000:281), y produciendo “dramatizaciones de la diversidad étnica” (Zukin; 1996:42, n/traducción) desde las cuales se simula la inclusión de esos ‘otros’.
Las dramatizaciones son la puesta en escena de fiestas, celebraciones, conmemoraciones, ferias, que producidas y reproducidas por las propias ‘minorías’, son retomadas y en algunos casos promovidas, por ejemplo en esta ciudad por el Gobierno de Buenos Aires. Entre los diferentes y el poder local se negocia qué faceta de las identidades mostrar, hasta dónde mostrarla y qué inscripción territorial marcar y representar a los fines de dicha exposición. Pero esta negociación que se realiza en el seno de unas determinadas políticas del reconocimiento, definido en relación al diálogo entre culturas, opera sobre la base de un diálogo en ausencia de conflicto o donde no se negocia ni el conflicto ni la identidad en términos de asunto político.
En este sentido, los grupos involucrados transforman sus barrios, pero no en su totalidad, sino en determinados recorridos, aquéllos que se legitiman desde ellos y los reconocidos simbólicamente como ‘emblemáticos’ de la inmigración de ‘exposición’ por el gobierno o por los privados –en los casos en que estos últimos intervienen-. Es por ello que los mismos territorios pueden variar en sus denominaciones, o clasificarse en forma diferenciada del barrio en que dichos grupos se asientan, pues se trata de una sobreimposición de marcas culturales respecto de las previamente establecidas y de hecho en muchos casos invisibilizadas. Las modalidades adoptadas por el ‘multiculturalismo del ‘otro’ barrial’ no adquieren las mismas formas, ni los mismos contenidos y esto depende del grupo migratorio involucrado, de los procesos histórico-sociales en que se han constituido respecto de la ciudad, de los barrios en que se producen estos ‘rituales de la diferencia’, entre otros aspectos a contemplar. El caso de La Boca tal vez es el más distante del resto, en la medida en que ‘vive’ cotidianamente como un ‘barrio de colores’ –como ha quedado expresado desde los imaginarios de una vecina- sin embargo, construido en esa faceta desde la inmigración del pasado, y decimos que se ha cotidianizado, en tanto es en uno de sus recorridos en que se ha inscripto como marca indeleble: nos estamos refiriendo a Caminito como el espacio local desde el cual el Gobierno de la Ciudad, privados y algunos sectores barriales, es reconfigurado y sintetizado en una imagen de origen que debe ser altamente visibilizada, aunque en este caso los modos y las marcas de inscripción territorial de la pertenencia/diferencia no corresponden a los actuales habitantes. En otros, las fiestas y celebraciones son los mecanismos que activan la producción de signos asignados a determinados lugares, adquiriendo un papel de mayor relevancia la fiesta y ritual que el territorio en que se asientan, al mismo tiempo que apelando a una costumbre desplazada desde otra cultura que pone en evidencia el multiculturalismo, satisface el ansia de tradición de esos ‘otros’ nuevos de la ciudad, la densifica en un espacio concreto y en el seno de una temporalidad definida y permitiendo vincularse a los ‘nosotros’ a la misma, desde el entretenimiento y placer, sin padecer las molestias de la cotidianeidad. Estas formas de ‘multiculturalismo light’ asumen la apropiación coyuntural de tradiciones sin historia en nuestra ciudad. Asimismo, en muchos de estos eventos “se observa que cada grupo minoritario se amolda a la imagen esquemática de su país de origen, que suele coincidir con la de los folletos turísticos… todos contribuyen a ‘folclorizar’ sus orígenes” (Martiniello; 1998:80): es el caso del Año Nuevo Chino –este febrero fue auspiciado por el Gobierno de la Ciudad como “Bienvenido a la Serpiente”-, que los nuevos inmigrantes de ese origen, recrean todos los años en el recorrido de una calle de la ciudad, la que fuera del festejo también ha sido transformada por esos ‘otros’ mediante la instauración de gastronomía y productos culturales propios a los que los vecinos de esta ciudad y de otros barrios recurren en tanto visualizados como productos provenientes de la diferencia, prestigiosamente consumibles. A través de la recreación de los carnavales porteños, los inmigrantes procedentes de países limítrofes –sin distinción respecto a si son recién llegados o no-, como bolivianos, paraguayos, brasileños, son reunidos y vendidos bajo la imagen más neutral de los ‘inmigrantes latinoamericanos’ que festejan el espíritu del carnaval según sus tradiciones y que son expuestos incluso en fotos coloridas donde se muestran las bonitas mulatas con sus vestidos exuberantes o bien las menos exuberantes bolivianas sin embargo envueltas en sus vestimentas tradicionales. En este ejemplo, se observa que así como se sintetiza bajo un ‘otro-inmigrante’ a diferentes ‘otros’, también se produce una síntesis territorial del festejo en la zona sur de la ciudad, aunque sin una inscripción territorial precisa o vinculada a algún barrio –como se supondría si pensáramos en La Boca como uno de los barrios con mayor tradición-, es decir por un lado, apropiándose de la ciudad multicultural en su conjunto –aunque sea sólo para esta ocasión-, si bien definida por el ‘sur’ de la misma, al que se estereotipa como el lugar de los arrabales, del candombe, de los viejos mulatos, etc. Un ejemplo muy particular lo constituyen los festejos y ferias que realizan los bolivianos en el Barrio Charrúa. En este caso, parece difícil decir qué empezó primero y qué luego, si bien podríamos aventurar que la producción de sentidos y signos fue parte de un proceso histórico sobre la producción, reproducción, transformación y reconfiguración de un espacio local concreto del cual se apropiaron un grupo de inmigrantes bolivianos hace muchos años. El barrio que no existía, fue producido, identificado y finalmente reconocido por ellos mismos, una vez que de un espacio virgen se levantó un espacio propio e identificable por el marcaje hecho al lugar mediante la instauración de productos culturales, comercios, espacios residenciales vinculados a los de su propio país, entre otros. Una vez marcado, clasificado y nominado y habiendo adquirido como dice Faret (2001) “competencias especiales” y una significación funcional mediante el “juego simbólico de afectación de sentidos”, al mismo se lo densificó con costumbres y tradiciones que se organizan y realizan en fechas determinadas, de las que se apropia el gobierno local para su promoción y visitan los otros habitantes de la ciudad en busca de algo distinto. El caso resulta especial porque logra legitimarse y ser reconocido colectivamente como el ‘barrio de los bolivianos’ en una ciudad donde estos inmigrantes son constantemente desplazados –de hecho lo fueron durante la dictadura militar de muchos de los asentamientos precarios donde vivían, retornándolos a su país-, siendo que dicho reconocimiento llega hasta el punto de una legitimación oficial, en cuanto a su nominación como barrio, pero lo que es más importante respecto de la propiedad de la tierra y sus viviendas conseguida por sus habitantes. Y aún más, el barrio logra inscribirse territorialmente más allá de la historia ‘asimilacionista’ que siempre remite a los primeros migrantes. El barrio es densificado y resaltado mediante la fiesta de la Virgen de Copacabana en octubre, o mediante la instalación de una feria todos los lunes, transformando aún más el lugar y reterritorializándose mediante la puesta en escena de la ‘rebolivianización’ que ni siquiera se intenta desde el lugar de lo político. En este sentido, encuentran un lugar de reconocimiento simbólico producido por ellos mismos, al que se aúnan hoy día el poder publico y los privados, a su vez de mayor grado, expresión y ampliamente difundido que en otros casos, como la Fiesta de Yemanjá brasilera, o el “circuito coreano-porteño” –así promovido por el Gobierno de la Ciudad- o eventos paraguayos, entre otros, donde además prima la fiesta o ritual antes que su inscripción en un espacio local determinado en el que la afirmación de identidad persistiera más allá del calendario.
Saskia Sassen habla de “gentrificación inmigrante”[xviii] para referirse al “increíble reciclaje urbano” (Gilbert; 2000:46) que por ejemplo los autores describen para Los Ángeles. Con dicha categorización resalta la transformación que los inmigrantes pueden llegar a hacer de la ciudad, de sus barrios del centro y de la periferia, de sus instituciones y residencias, “afirmando identidades culturales particulares y cambiando las relaciones socio-espaciales de la sociedad” (Op.cit.; N/traducción). Sin embargo, como bien resalta Gilbert, la cuestión no es tan simple, y este tipo de procesos deben mirarse en función de algunos más generales que han hecho una determinada conformación de la ciudad que sin duda inciden en la reformulación de lo particular, asÍ como estos particulares pueden contribuir –aunque no necesariamente- al reposicionamiento de valores comunes, creando procesos y experiencias de mayor complejidad. Este tipo de procesos visualizable en algunos de los ejemplos mencionados bajo el tópico del ‘multiculturalismo blando’, permiten producir –aunque con diferentes grados de influencia e impacto- espacios públicos propios bajo características que apelan al pasado / presente, a lo público / privado, a lo convocante/no convocante (cfr.Hayden; 1999). Las “comunidades” –como son denominadas por el Gobierno de la Ciudad y tómese en cuenta que bajo dicha categorización es posible eludir y eliminar aunque sea temporariamente el disvalor en que se constituyen los ‘otros’- procuran definir y afirmar su identidad cultural en términos espaciales, resaltando su presencia en el espacio de lo público mediante un poder simbólico recreado bajo el mando de las tradiciones vernaculares no problemáticas –fiestas, procesiones, ceremonias, comidas étnicas, músicas típicas, ferias-. Esto permite, en algunos casos más (como en el del Barrio Charrúa, no asÍ en Caminito donde es costoso apropiarse de algo anclado en el pasado mítico), remapear territorios otorgándoles centralidad y poder bajo la combinación de “usos territoriales históricos o de mapeamientos cognitivos” (Op.cit.: 39,n/traducción), anclaje que adquiere gran relevancia para grupos sociales que simultáneamente sufren desplazamientos propios de diferentes tipos de segregación socio-espacial.
Sin embargo, los procesos de reinscripción del espacio público en términos de ‘gentrificación’ no logran atenuar, ni eliminar, las formas de inscripción territorial del espacio público barrial no materializados en función de un ‘multiculturalismo light’, sino que ponen en juego signos propios de ‘otra cultura’, ahora esquematizados y simplificados en la estigmatización. La transformación territorial puede venir asociada entonces, a prácticas socio-espaciales que auto-producen signos de segregación y discriminación, pero que sin duda también marcan el lugar. En los últimos tiempos, los rumanos y/o gitanos llegados a Buenos Aires, quienes se instalan en determinados barrios como puede ser San Telmo –aunque más guiados por cuestiones de cercanía y económicas que por identificación- pero se distribuyen ampliamente por el territorio de la ciudad en su conjunto para ejercer sus actividades, como pedir por las calles (sobre todo mujeres y niños), con frecuencia –principalmente los hombres- se apropian de las veredas –tal vez en un símil de la ‘vecina de barrio’ que sacaba la silla a la vereda, pero con diferencias importantes- instalándose por horas a hablar a los gritos y comiendo semillas, cuyos rastros quedan luego en el mismo espacio. O en tiempos anteriores, los primeros coreanos que llegaron a los que se sumaron chinos, cuando comenzaron a instalar comercios ‘coreanos’ con cierta contundencia y provocando la destrucción de comercios locales guiados por nativos. En estos casos, los inmigrantes ‘afean el escenario barrial’, fortaleciendo el desorden barrial, mientras los que recurren a sus costumbres como imagen estética, tienden a ordenar el caos de la inmigración. Entonces, algunos usan las tradiciones culturales como un recurso de legitimación y reclamo del espacio público territorial, mientras otros con menos historia, vuelven esas mismas tradiciones en una especie de auto-sanción que los propios nativos u otros inmigrantes se encargan de hacerles notar bajo la producción de situaciones y fenómenos de discriminación.
Estos procesos diferenciados entre sí gestan situaciones de visibilización/invisibilización de esos ‘otros’. En el contexto del ‘multiculturalismo blando’ las minorías pueden visibilizarse y de hecho se auto-visibilizan, ellos deciden mostrarse exaltadamente, pero también deciden qué mostrar y hasta dónde, en algunos casos procurando que esa visibilidad fortalezca una afirmación identitaria espacial que pueda continuarse en el tiempo. Simultáneamente, hay ‘otros’ que deben invisibilizarse, con frecuencia en el seno del mismo espacio territorial, en tanto no son legitimables para su exposición, y en estos casos los mismos inmigrantes actúan en calidad de censores, en la medida en que no colaboran a la transformación no sólo del espacio barrial, sino del propio grupo social. Esto genera situaciones de alta complejidad, pues los uruguayos, por ejemplo, pueden visibilizarse en tanto celebren el candombe y recorran las calles del sur de la ciudad tocando y bailando, mientras deberán invisibilizarse cuando ‘toman casas ilegalmente’ o toman cerveza en las puertas de las casas, entre otras prácticas. Y las sanciones pueden provenir de los mismos compatriotas que generan diferenciaciones según tiempo de llegada, adaptación, etc. Pero también pueden encontrarse ejemplos de espacios locales donde la copresencia se vuelva un recurso de negociación entre grupos diferentes, como en el caso de Once, proclive a ello en tanto suele configurarse más como ‘lugar de paso’ que de establecimiento.
La ‘gentrificación’ puede ser realizada, entonces, con ayuda de la diversidad cultural, como es en el caso de la ciudad de Barcelona, donde se prepara el Forum Universal de las Culturas –Barcelona 2004, con auspicio de Unesco, Reino de Espania, Generalitat de Catalunya y Ayuntamiento de Barcelona. Como en este caso, las diferentes ‘maneras de ver y vivir’ utilizadas en el contexto preciso de una serie de eventos, festivales, festejos, contribuirán a la recualificación o proceso de ennoblecimiento de una zona hoy degradada de la ciudad. Pero en este caso, la diferencia es un recurso de organismos internacionales, nacionales y regionales específicos. En la misma sintonía y produciendo intensificados procesos de segregación socio-espacial, la gentrificación puede colaborar en la expulsión de un tipo de ‘otro-inmigrante’ bajo el manto de piedad de la ‘cultura de la tolerancia’, que se asume en la figura de un migrante remoto e inexistente para el lugar. Es el caso de ‘limpieza étnica’ que se está produciendo en la ‘inventada’ Rambla de Raval en Barcelona, donde se ‘limpia el lugar’ –con demoliciones de edificios- de paquistaníes y marroquíes hoy cotidianos al lugar, so pretexto de conservarlo para los ‘inmigrantes’ (sic), pero aunque no se aclare, para los de otro siglo. En La Boca, la remodelación que está sufriendo el barrio desde los ’90, que lleva a la desaparición constante de conventillos –sólo dejando una muestra de colores-, produce el mismo tipo de fenómeno o por lo menos un intento de ‘limpieza’ de ‘otros’ que no deben dejar huella en el territorio de los ‘viejos inmigrantes’. O el Abasto, donde una empresa privada ha iniciado un proceso de reorganización del lugar, excluyendo del proceso a los habitantes de ‘casas tomadas’ donde también viven los estigmatizados peruanos. Todos ellos son casos inducidos por el poder público y los privados, pero también por locales del lugar, aunque sin incidencia concreta de los grupos afectados. Pues como hemos visto con el caso boliviano en una reterritorialización específica en nuestra ciudad, o se podría observar con el proceso de reafricanización acontecido en el Pelourinho en Bahía, donde fueron los negros con elementos de la negritud quienes procuraron la reapropiación del territorio; estos procesos pueden ser producidos por los propios protagonistas si bien apoyados por gobiernos y privados[xix].
En la contracara de estos procesos, los espacios barriales y los espacios públicos dentro de ellos, son reificados bajo otras formas de apropiación que instalan en los imaginarios locales –es decir principalmente en los nativos de cada lugar-, pero también en los habitantes de la ciudad en su totalidad, una red de lugares marcados y significados densamente por la carga estigmatizadora que termina definiendo un barrio como equivalente a un grupo segregado. Cuando en las entrevistas realizadas, los imaginarios eran construidos desde barrios como La Boca, el Abasto o Constitución, los testimonios abundaron en la precisión de un sistema de lugares equivalentes en signos degradantes vinculados a un ‘otro’ excluyente: en el Abasto, los peruanos son el ‘chivo expiatorio’ de un mal uso del barrio mediante prácticas vinculadas a la ilegalidad en general, pero también a la apropiación de la calle –como en el caso de los rumanos- para prácticas desviantes (como tomar cerveza), mismo en el Once, primero los coreanos y luego los peruanos. Los barrios estigmatizados suelen ser construidos imaginariamente desde la infraestructura territorial que coadyuva a la presencia de estos inmigrantes no deseados –por ejemplo de hoteles que, según algunos, llaman al inmigrante recién llegado-. Pero como en Once o Retiro, la infraestructura puede estar dada por la posibilidad para el comercio, y en estos casos convertirse o persistir en su carácter de inmigrante desde un ‘paso necesario’ para la subsistencia cotidiana y no por la instalación en el lugar. Algunos tipos de inmigrantes toman protagonismo (a veces coyunturalmente por ser los más nuevos, los más diferentes, los más visibles) en el estigma y son inmediatamente vinculados territorialmente a un barrio determinado (Abasto=peruanos; Once=peruanos; San Telmo y Constitución=peruanos, rumanos, dominicanas; Bajo Flores=coreanos, chinos), tornándose en la distorsión de la ‘ciudad modelo’, obviamente la deseada y la que fue, y a su vez dichos barrios son marcados bajo clasificaciones de poca monta –como por ejemplo, cuando San Telmo ha sido denominado “el Bronx” o mismo La Boca-.
Si bien es la ‘cara del inmigrante’ la que produce parte de estos procesos, no podríamos concluir que la etnicización territorial define la vida urbana y barrial de esta ciudad. Antes que una etnicización barrial, hay una etnicización de la ilegalidad y también laboral. Es bien probable que en la de la ilegalidad, pueda incluirse la inscripción territorial como fuente ineludible en su construcción, pero no necesariamente por vinculación barrial, sino por asociación a la residencia en determinado tipo de vivienda o asentamiento –la casa tomada, la villa de emergencia, el conventillo, el hotel-, que más allá de que en su mayoría se corresponden con su asentamiento en determinado barrio, también se distribuyen a lo ancho y a lo largo del conjunto de la ciudad. Sin embargo, la ilegalidad no se constituye sólo desde lo territorial. Es lo residencial asociado a la indocumentación, la delincuencia, la drogadicción, la violencia, los aspectos que contribuyen a darle forma y finalmente discriminar a un ‘otro’ que normalmente se vuelve genérico. En esta perspectiva, el inmigrante, puede ser clasificado sucesivamente como ‘ilegal’, ‘indocumentado’, ‘delincuente’, ‘drogadicto’, ‘pobre’ y en ocasiones es primero cualificado desde algunos de estos rasgos y finalmente como inmigrante. Esto no quiere decir que ser inmigrante, y sobre todo determinado tipo de inmigrante, no incida en estas definiciones, sólo que no es de hecho el carácter de lo ‘étnico’ el que determina la exclusión. En cuanto a lo laboral, no nos parece que sea un hecho atípico y particular a nuestra ciudad. Sino más bien vinculado al contexto de globalización, que por un lado favorece los flujos de personas, mientras por el otro, genera más desempleo, produciendo ‘choques’ inevitables, y la búsqueda de ‘acusados’ que justifiquen la falta de trabajo. Este tipo de proceso en Buenos Aires ha sido fuertemente promovido por el gobierno nacional en los tiempos del menemismo, en la misma medida en que el índice de desocupación comenzó a crecer. Y efectivamente, este golpe de efecto rindió sus frutos, ya que la gente lo incorporó como una realidad ineludible: “son todos peruanos y bolivianos… y los tipos agachan ahí, son animales… el argentino es muy elegidor del trabajo, después se enojan cuando vienen los extranjeros y dicen nos sacan nuestro trabajo, nos sacan la comida…”, en tanto para el peruano esta ciudad puede convertirse “en el paraíso” respecto de su país y “trabajar por dos pesos”.
3. Ideas para una reflexión que debe continuarse
Pensar sobre los vínculos que pueden establecerse entre la inmigración y los barrios de esta ciudad en la actualidad, resulta de extrema complejidad. Entre otras cuestiones, porque es posible que la problemática haya sido tratada –hasta en exceso- con relación al pasado. Sin embargo, sin ese pasado sería imposible intentar una comprensión de la ampliamente difundida como ‘ciudad multicultural’.
La ‘domesticación del otro’ con el objeto que deje de ser diferente, fuertemente incorporada a la realidad de nuestro país, fundamentalmente de Buenos Aires, permanece en las modalidades y mecanismos de ‘arreglar’ las diferencias y a su vez de éstas en su inserción territorial. Esta tradición asimilacionista ha dejado huellas y da lugar a un ‘multiculturalismo’ (si es posible hablar del mismo) incompleto, lleno de ambigüedades y contradicciones, y desde ya extremadamente contrastante respecto del originario en los Estados Unidos –y sobre todo si éste es observado con relación a algunas de sus ciudades, como Los Ángeles, Nueva York, entre otras-.
La integración llevada hasta sus últimas consecuencias[xx] ha privilegiado en las representaciones, nuestro perfil migratorio, en efecto una forma de multiculturalismo, que remata en una ciudad hecha por inmigrantes que renovados constantemente –aunque su porcentaje en la actualidad sea mínimo[xxi]-, contribuyen a una imagen de Buenos Aires sumida entre una identidad que subsume las diferencias bajo la mirada del ‘pasado europeo’ y por tanto niega en sí misma a los ‘otros’ hoy evidentes y observables; y un ‘multiculturalismo’ que procura la ‘combinación’ de las diferencias presentes mediante recursos que adhieren a la desproblematización del problema, y atienden más al carácter atractivo de la diferencia, y sobre todo del rasgo étnico-migratorio, que al político de la misma. Mientras es posible observar una “deshomogeneización cultural” (Yúdice; 2001) de nuestra ciudad –mirado desde esta promoción de la diversidad y en vistas a la decadencia de los proyectos nacionales-, para los habitantes de esta ciudad, somos de ‘todos lados’, pero principalmente europeos. La ‘combinación multiculturalista’ presente en la ciudad, no hace más que acabar reforzando la idea de una figura, la ‘europea’, “haciendo patria”, en consecuencia “formando a Buenos Aires” en términos territoriales, sociales, culturales y políticos. La misma ‘combinación’ que fortalece la ‘negación del otro’ en sus propios términos, derivando de allí la negación de la discriminación, de la segregación e incluso como resalta Margulis (1998), contribuyendo a la auto-negación.
Este intento de ‘nuevo arreglo’ se inscribe territorialmente, aunque no adquiere la forma de un multiculturalismo político –basado en reivindicaciones étnicas determinadas-, ni tampoco la realidad del denominado por Ghorra Gobin (1999) “redistriting” peculiar a Los Ángeles, proceso que ha significado para la ciudad una división administrativo-territorial basada en la etnicización con consecuencias político-electorales precisas y con reforzamiento de la segregación racial. Aunque el ‘multiculturalismo blando’ atraviese los límites barriales de espacios locales precisos, en nuestra ciudad, parece impensable que la dimensión étnico-migratoria adquiera tal nivel de protagonismo como para convertirse en un recurso político de los grupos minoritarios en pos de un lugar en la identidad ‘barrial’ y en relación, por ejemplo, a la adquisición de un rol en la descentralización de la ciudad y su nueva partición en comunas. En Buenos Aires, no parece hacer falta buscar garantizar la presencia de la diversidad cultural en el nivel de lo político, porque a pesar de su ‘perfil altamente migratorio’, la ciudad no resulta aún tan pluri-étnica como el caso que hemos mencionado, y entonces la pluriculturalidad resulta de una ‘invención’ necesaria a la ciudad actual en términos de atracción pero también de diluir los posibles conflictos que sin duda existen respecto de los ‘otros’; pero además porque 7 de cada 10 habitantes prefieren una ciudad con poca inmigración y que en caso que la haya, el 46% la prefiere cercana a Europa y un 29% a EEUU[xxii].
En la misma perspectiva, el ‘multiculturalismo’ que prevalece no contribuye en la reivindicación y satisfacción de derechos sociales –además de culturales-. En otras ciudades –como algunas europeas- él ‘pintate de negro…’ –que en algunas épocas pudo ser un recurso de los ‘pobres’ y de los ‘villeros’ en nuestro país y en Buenos Aires específicamente-, no ayuda en la consecución de mayor asistencia social en vías a la promoción de desarrollo social y cultural. ‘Pintarse de negro…’ o trasmutar a negro, se ha vuelto en ciertos lugares en un nuevo camino para la obtención de soluciones a problemas del orden de lo social, en ese sentido, una clasificación positiva –también en una discriminación positiva- que hace que incluso aquéllos que no lo son, que no pertenecen a esas minorías, prefieran convertirse y pasar por tales.
En este sentido, especulamos con la inexistencia de un proceso de etnicización de los barrios, y sí con la contundencia de una etnicización de la ilegalidad y del ámbito laboral, que sin duda genera tensiones entre las relaciones sociales manifiestas en el espacio público de la ciudad, y muy específicamente a nivel local-barrial. A escala barrial –aunque no todos los barrios posean densidad migratoria proporcionalmente equivalente- la diferencia del migrante es incorporada desde la ‘multiculturalidad light’, atravesando y procurando un equilibrio entre las relaciones sociales locales pero incluso con los de afuera del territorio específico. Sin embargo, en la misma escala del territorio local, el conflicto emerge en la ilegalidad que el migrante porta y que se explicita con contundencia en las prácticas socio-espaciales desarrolladas en el espacio público barrial, asimismo en la rivalidad por el trabajo que enfrenta a ‘nativos’ contra ‘extranjeros’ como un problema que hace a la ciudad en general, pero que tiene su máxima expresión en el espacio de la vecindad –son los ‘ciudadanos parciales’ de los que habla Appadurai (2001)-. El ‘multiculturalismo blando’ se exalta en el territorio del barrio, del espacio público local, aunque no en su esfera pública en sentido político; simultáneamente el conflicto inter-étnico vinculado a lo ilegal y laboral contribuye a una auto-invisibilización del otro en el espacio local, a una distribución ampliada del problema a nivel de la ciudad –más allá de las fronteras locales-, colocándolo en escena desde la afectación a los ciudadanos y no a habitantes de un barrio en particular.
Para una buena proporción de los habitantes de esta ciudad, los que residen en barrios sin densidad migratoria visible, ‘somos de todos lados’ colocando la relevancia de Buenos Aires en su figura emblemática, la del migrante, pero procurando no especificar el tipo de migrante. Estos mismos habitantes son los que atraídos por el pintoresquismo del ‘multiculturalismo blando’ se asumen ‘de visita’ en los espacios y recorridos apropiados en tal sentido. Los residentes de barrios con una importante proporción de migrantes, al menos en su visibilidad pública, son los que enmarcan su realidad cotidiana y por tanto la de la ciudad, en el inmigrante como problema. Para éstos el migrante ya no es una figura prototípica, ni la atracción de la celebración, sino el uruguayo, el paraguayo, el ‘bolita’, el peruano, el coreano, el chino, el rumano, la dominicana, con quienes día a día se enfrenta en sus calles y colisiona por necesidades que trascienden las fronteras del barrio.
BIBLIOGRAFIA CITADA
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NOTAS
Una primera versión de esta ponencia fue presentada en el simposio «Buenos Aires-Nueva York: Diálogos metropolitanos entre sur y norte. Buenos Aires, 29 y 30 de mayo de 2001, organizado por el International Center for Advanced Studies de la New York University, la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (UBA) y la sede en Buenos Aires de la New York University.
[ii] Investigadora Independiente CONICET. Profesora dela UBA. Directora del Programa Antropología de la Cultura, Sección Antropología Social; Instituto de Ciencias Antropológicas(ICA), FFyL, UBA.
[iii] Estamos refiriendo al Proyecto “Culturas Urbanas en América Latina y España desde sus Imaginarios Sociales” (Convenio Andrés Bello) coordinado desde Bogotá por Armando Silva y en Buenos Aires por Mónica Lacarrieu y Verónica Pallini (1999-2001).
[iv] La palabra multiculturalismo es parte en la actualidad de un horizonte de conceptos claves peculiares al fin de milenio. Y como otros ha sido aprehendido y utilizado desde los más diversos nichos de la opinión pública. A lo que habría que agregarse que viene cargada del peso de una realidad –la norteamericana- quienes la han promovido y exportado a situaciones, fenómenos y procesos bastante diferenciados. Por todos estos motivos, y a pesar de su uso ampliamente generalizado, creemos que es una palabra que corre el riesgo de vaciarse de contenido o de llenarse de contenidos ambiguos que deberían precisarse más. Es por ello que aquí será utilizada procurando una definición desde el contexto de la ciudad de Buenos Aires, considerando las limitaciones del concepto como tal.
[v] Párrafos extractados de “Ciudad Abierta”, La Guía Total de Buenos Aires, Secretaría de Cultura, Gobierno de Buenos Aires, Números 1 y 4 (enero y marzo 2001). Pp.41 y Pp.14-15.
[vi] La cuestión de la inmigración en términos de renacionalización de la política, en un contexto de economía nacional desnacionalizada, es trabajada por Sassen, Saskia “Losing Control?. Sovereignty in an Age of Globalization”, Columbia University Press, Nueva York, 1995. Por razones de espacio y objetivos de este trabajo, no abundaremos en esta problemática.
[vii] El dato fue extraído de “El recambio demográfico” por Cristina Noble, en: Enfoques, La Nación, 22/4/01, Buenos Aires, pp.2.
[viii] El último censo de Argentina reveló que 1.655.000 personas, o sea el 5% del total del país son extranjeras y que la mitad de esa cifra corresponde a migrantes de países limítrofes. Es cierto que se concentran mayoritariamente en Buenos Aires: el 10% de los casi 3.000.000 que viven en Capital no nacieron en el país, o sea uno de cada 10 habitantes es extranjero (“La Argentina por Opción”, en Revista Viva, 1997). Si bien es claro que en el período de 1869 a 1991 el porcentaje que representaría a la población extranjera por sobre la nativa se ha mantenido constante en un 2,5%, pero como consecuencia del cambio en la composición de las corrientes internacionales, su presencia entre el conjunto de los provenientes de otros países tiende a elevarse, situación que favorece su visibilización (Bonaparte, A., 1999, “Nosotros no cruzamos el mar”, Tesis de Licenciatura, UBA). Con lo que se estaría tendiendo a una transformación en la composición étnica, si consideramos que entre 1994 y 1998 se radicaron en Argentina 68680 extranjeros, de los cuales el 75% fueron inmigrantes latinoamericanos, mayormente paraguayos y bolivianos, seguidos por peruanos, chilenos, uruguayos y brasileños y lo que resulta interesante es que los inmigrantes españoles, italianos y de otros puntos de Europa duplicaron a los asiáticos (5509), a quienes se observa como ‘invasión’ de los últimos tiempos (“Mas americanos que nunca” La Nación, 30/1/2000).
[ix] Op.cit.
[x] Les industries culturelles dans la relation Europe Amerique Latine”. Bureau Europeen de la Banque Interamericaine de Developpement. 2000.
[xi] “Hoy los inmigrantes llegan con sus sueños a un país distinto” por Paula Andaló, en Clarín, Información General, 4/9/97, Buenos Aires.
[xii] Op.cit.
[xiii] Cfr. Informe Final, Conferencia Intergubernamental sobre Políticas Culturales para el Desarrollo. UNESCO.
[xiv] “Argentina por opción. Inmigrantes: La tercera ola”, por C.Muzi con J.Fainzod y E.Galarza, en: La Revista de Clarín, Viva, 9/11/97, Buenos Aires, pp.23.
[xv] Wacquant habla de la “Pequeña Irlanda” de Chicago que en 1930 era una “mezcolanza de veinticinco “nacionalidades” en la que sólo un tercio eran irlandeses y que contenía apenas un 3% de todos los residentes de esa descendencia de la ciudad”. Y podríamos plantear lo mismo por ejemplo para La Boca, donde efectivamente los italianos eran mayoría en los primeros años del siglo XX, pero donde no sólo eran genoveses, y donde además éstos aparecían mezclados con españoles, yugoslavos, incluso paraguayos.
[xvi] En su definición adoptamos el pensamiento de Gilbert (2000:44, n/traducción), quien sugiere que “el proceso de etnicización produce relaciones, prácticas e identidades socio-espaciales particulares… [entendiendo] el proceso por el cual la etnicidad es producida (asignada), reproducida (mantenida), y transformada dentro de las estructuras políticas, económicas y culturales de una sociedad”.
[xvii] Párrafo extractado del Museo de la Memoria del barrio de Bixiga, en San Pablo, quienes lo utilizaron en la difusión del lugar tanto en la Página Web del Museo en Internet, como a través de un cartel que colgaron en la fachada del museo. La traducción del párrafo fue hecha por nosotros.
[xviii] Los procesos de gentrificación –sobre los que ha trabajado mucho Zukin- aluden a procesos de recambio de población, o de ennoblecimiento, una vez que un grupo específico –generalmente no nativo del lugar- se apropia y le mapea centralidad y poder. En el caso mencionado por Sassen (1998, Globalization and its Discontents, New York; citado por Gilbert; 2000:46), son los inmigrantes quienes suelen concentrar poder y un lugar central en determinados espacios transformándolos a partir de sus propias marcas y en ese sentido, provocar cambios que impacten sobre el conjunto de la ciudad.
[xix] Para el caso del Pelourinho sugerimos la lectura de Araujo Pinho, Osmundo, 2000, “Agency Afro-Bahiana e a Intervencao no Pelourinho (Centro Histórico de Salvador)”, Ponencia presentada a V Congreso Internacional da Brasa, Recife).
[xx] La integración ha llegado hasta nuestros días, estrechamente vinculada a la promoción de determinados inmigrantes, aquéllos relacionados a los europeos de principios de siglo. Ha sido parte de políticas explícitas, como fue en los años de la dictadura militar (1976-83), en que en el artículo 2 de la Ley 22.439 de 1981 se expresaba: “El Poder Ejecutivo de acuerdo a las necesidades poblacionales de la República Argentina promoverá la inmigración de extranjeros cuyas características culturales permitan una adecuada integración en la sociedad argentina”, con antecedentes en el decreto 3938 de 1977 en que se hacia referencia a la homogeneidad étnica (citado en Bonaparte, Adrián, 1999, “Nosotros no cruzamos el mar”. La construcción de identidades sociales en la inmigración limítrofe a través de los medios de comunicación, Tesis de Licenciatura, FFyL, UBA).
[xxi] Como ya mencionamos el 5% según el censo 1991 frente al 30% que cita el censo de 1914 para principios de siglo.
[xxii] Encuesta de febrero del 2001 en “Ciudad Abierta”, Revista del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Marzo 2001.
Dra. Mónica Lacarrieu