RESUMEN

El presente trabajo centra su atención a las formas de ocupación de la tierra, los mecanismos políticos que con ella se vinculan y, sobre todo, a las nuevas formas de relaciones que se generan en las organizaciones de «los sin techo». Aunque nuestro análisis se localiza en un asentamiento, su proceso de constitución y la vida cotidiana no tiene prácticamente diferencias con los otros asentamientos populares.

“…this happens when one is poor…”

“The homeless struggle in San Pedro , Jujuy”

ABSTRACT

This paper focuses on the ways of land occupation, political mechanisms associated with it and, above all, new ways of relationships generated in the homeless organizations. Although the analysis focuses on a settling, its process of constitution and daily life has no difference with other popular settlings.

Presentación

En los últimos años en la provincia de Jujuy, Argentina, la emergencia socioeconómica generada a partir de las reformas implementadas por el Estado[iii], ha provocado la expulsión de gran parte de la población del mercado inmobiliario. La ciudad de San Pedro de Jujuy no sólo no escapa a todo este critico entorno, sino que su situación es una de la más graves de toda la provincia. La gravedad de esta crisis es consecuencia de que gran parte de la economía regional depende casi exclusivamente de la industria azucarera[iv] y del Estado (Municipal, Provincial y Nacional) como fuente de empleo[v].

En este contexto socioeconómico, la gravedad de la crisis, ha llevado a que gran parte de la población excluida, busque como forma de solución a los problemas habitacionales, la ocupación de hecho, en distintos espacios de la ciudad. Si bien la toma de la tierra y la ocupación del espacio, como única forma de acceder al terreno propio, es la expresión más visible de impotencia y reclamo social, esto no es más que la manifestación de una lista muy grande de necesidades cada vez más larga y acuciante. La crisis económica y financiera del país, se ve reflejada en la fluctuación del pago de salarios de la administración pública, tanto provincial como municipal. A la demora se le agrega el creciente deterioro del poder adquisitivo de la moneda y del salario[vi]. A todo esto se le suma la cada vez más ineficiente prestación de los servicios públicos, especialmente la educación, salud y vivienda.

El presente trabajo centrará su atención en las formas de ocupación de la tierra, los mecanismos políticos que con ella vinculan, sobre todo, a las nuevas formas de relaciones que se generan en las organizaciones de «los sin techo». Aunque nuestro análisis se localiza en un asentamiento, su proceso de constitución y la vida cotidiana no tiene sustanciales diferencias con los otros asentamientos populares. Metodológicamente el estudio se ha basado en las propuestas interpretativas de investigación social (Guber 1992; Taylor y Bogdan 1990; Hammersley y Atkinson 1994), prestando especial atención al flujo del discurso y a las acciones de los actores sociales. Ambos autores residimos en la ciudad de San Pedro de Jujuy. Si bien en 2001 hemos visitado todos los asentamientos populares[vii] de la ciudad, ya hemos realizado otros estudios en la ciudad[viii]. El discurso de los actores ha sido trascrito tal cual nos fue relatado; sin embargo hemos colocado seudónimos para salvaguardar la identidad de los hombres y mujeres a quienes entrevistamos.

La Entrada

Llegamos al asentamiento un sábado a la tarde. Camino al lugar, la vida transcurría inalterable: las canchas de fútbol, improvisadas a un costado de la ruta nacional número 9, en el acceso norte de la ciudad de San Pedro, estaban llenas de jóvenes. Algunos niños jugaban en las veredas de sus casas. Algunas personas tomaban mate en la puerta, otras regaban con agua las polvorientas calles.

Bordeamos el asentamiento, los vecinos nos miraban con expectativa. Hacía ya una semana que se habían instalado, de la noche a la mañana, en un casi operativo relámpago. Cuando llegamos al lugar, algunos estaban arreglando o construyendo las improvisadas viviendas, otros daban marco a los pasajes internos que separaban las casas. A la distancia, el humo de los fogones y el polvo le daban un contorno difuso a las casillas y sus moradores, una imagen de incertidumbre, como el vacilante futuro que les espera. Hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos, trabajaban en la construcción del asentamiento. Sin embargo, el mayor dinamismo se desarrollaba alrededor del gran fogón, junto a dos casillas que oficiaban de comedor, al costado de la calle que separa el asentamiento de otro barrio. En la vereda del frente, donde comienza uno de los barrios más antiguos de la ciudad, había gente que miraba disimuladamente, otros no tanto. Algunos vecinos solidarios permitieron que conecten mangueras a sus grifos de agua para regar los terrenos, pues el polvo invadía todo. Corría un suave viento fresco anunciando la llegada del invierno. Al mirar las empalizadas y la fragilidad de los techos, nos imaginamos que las noches debían de ser muy duras en el asentamiento. En realidad, y después lo confirmamos, todo es más difícil en estas condiciones. Por la radio, un par de días atrás, habíamos escuchado que la organización de «los sin techos», tal cual se definían ellos, estaba encabezada por un hombre y una mujer. Nos guiaba el propósito de tener una entrevista con ellos. Así que saludamos, y nos acercamos al fogón para calentarnos un poco. Preguntamos por «Juan y María, los de la organización del asentamiento». Primero, el grito de una mujer a otra: «avisale al Juan», «avisale a la María», ésta le dice a una niña, que corrió hacia el fondo del asentamiento. Al rato nos atendió Juan. Nos hizo pasar a su casilla, «-aquí vamos a hablar mejor», nos dijo. En el terreno que le tocó en suerte a Juan, había una habitación cuyas dimensiones se aproximaban a los tres por tres metros, el techo de chapa («-lo traje de la casa de mi viejo», nos diría Juan más tarde), y las paredes, como todas las del asentamiento, eran de madera, cubiertas con plásticos por dentro.

«…a la noche hace frío acá, hay que poner esto (dice sosteniendo el plástico) porque sopla feo el viento por las rendijas. Cuando me haga mi casita, la voy a hacer bien. Esto es provisorio, hasta que nos resuelvan el lugar donde vamos a ir» (Juan, 25 años, padre de dos chicos, vive sin su pareja, desempleado)

Una mesa, dos sillas, cuatro cajones de madera. Una cama sin colchón, cartones, algunos utensilios en desorden, un par de viejas colchas. Una bolsa de bizcochos sobre la mesa, al lado de un paquete de velas; la luz del día se cuela por las rendijas de las maderas de las paredes, rasgando la apretada oscuridad del «cuarto», imprimiéndole una atmósfera irreal, difusa, mezcla de humo y polvo en suspensión. Bien podría haber sido la descripción de un cuadro que representa una naturaleza muerta. Nos presentamos. Una vez vencida la primera resistencia, comenzamos a charlar. En la habitación, compartiendo la exigüidad del espacio con Juan y tres personas más, parecíamos una multitud. La gente comenzó a agolparse, asomándose por la puerta y la ventana; rostros prematuramente avejentados, en donde se notaba que la vida no fue fácil para ninguno de ellos. La situación que estaban viviendo en esos momentos como usurpadores de un espacio privado, lo confirmaba plenamente. Vestidos con sencillez, asumían con espontaneidad la estrechez económica que los convertía en nuevos excluidos en una ciudad también azotada por la crisis. En todo caso, eran pobres en una región pauperizada, eran la consecuencia lógica de un país económicamente devastado. A pesar de todo, el entusiasmo bullía en un rumor creciente que se iba haciendo cada vez más nítido, permitiéndonos atribuirle una identidad y un rostro a las voces, a los gritos y a las risas. Por fin estábamos frente a frente con «los sin techo». Fuera del apodo, en principio descalificador, reconocíamos al vecino de todos los días, con sus dramas y sus sueños, con sus planes para un futuro incierto, con la preocupación pintada sobre la piel. Pero había una diferencia sustancial: hoy los vecinos de siempre estaban en pie de guerra. Hombres jóvenes mascando el «acullico»[ix] de coca entretenedor y oloroso, niños carasucias y descalzos, mujeres de apariencia seca y amarga, adolescentes con sus hijos colgando de los brazos, eran los protagonistas de una lucha por la vida, en el más literal de los sentidos. Aún así, fue posible percibir una ciega determinación a permanecer en el asentamiento aún en las condiciones más adversas. A los pocos minutos de comenzar la entrevista, la gente que estaba en la puerta se corrió, dejando lugar a la entrada de María. Su figura confirmaba el porqué de ese liderazgo. Por alguna razón no explicitada imponía respeto aún entre las personas mayores que ella. Nos saludó, suave sonrisa, temerosa, desconfiada. La mirada inquisidora no podía ocultar, sin embargo, curiosidad y cierto alivio, como si nuestra llegada garantizara de un modo secreto, un triunfo para sus reclamos. Pero al mismo tiempo nos dio la impresión de que sentía nuestra presencia como una invasión a su territorio. Toda su actitud estaba plenamente justificada por los rumores de un inminente desalojo por parte de la policía. Nos volvimos a presentar, y a pesar de haberlo hecho tantas veces, lo creímos necesario para llevar tranquilidad y generar confianza entre la gente: somos de la Universidad y del Semanario Local. Concluimos aquella primera reunión con una idea emergida de la propia gente[x], «queremos que ustedes escriban sobre lo que pasa acá, nosotros estamos luchando por algo, para nosotros, para nuestros hijos, quizás no sea la mejor manera, pero es la única forma en que podemos obtener algo (dice María, con los ojos llorosos). esto ocurre cuando uno es pobre…».

La organización del asentamiento

Marina corta con rítmicos y furiosos machetazos, las ramas secas amontonadas al costado del camino; la falta de filo en la hoja metálica dificulta la tarea. Los trozos de leña son pequeños, para que el numeroso grupo de niños que la acompaña, pueda acomodarlos en hangarillas improvisadas con dos palos largos, único medio de transporte hasta el asentamiento. Se siente la falta del casi folclórico carrito o acoplado[xi], elemento de trabajo indispensable para cualquiera que deba realizar una «changuita»[xii]. Hoy le toca a Marina, junto con otras tres mujeres, ocuparse del cuidado de los niños, del acopio de leña, de la preparación y reparto del mate y de cualquier otro menester en el asentamiento. El trabajo es agotador. Y aunque los niños se divierten, jugando a trabajar o trabajar jugando, también saben que están cumpliendo con una importante tarea de rutina que garantizará el fuego necesario para la preparación de la comida del día, siempre elemental, o para cocer el pan, abundante por falta de otros alimentos.

«Todo comenzó a las dos de la mañana de un lunes del mes de junio. Una amiga me fue a avisar a la mañana, tempranito, a casa de mi mamá, (Patricia vive con su madre desde siempre). Fueron los muchachos del centro vecinal de Santa Ana (este barrio junto con La Merced, son los que tienen el NBI más alto de la ciudad), quienes tomaron la iniciativa. Cuando llegué, los terrenos ya estaban marcados, cada uno tiene 8 de frente por 20 de fondo. La ocupación terminó cerca del mediodía. Mientras venía para ocupar un terreno, aproveché para avisarle a dos amigas, que son la que se instalaron al lado. Ahora somos vecinas »

(Patricia, 21 años, desocupada, soltera, madre de tres niños).

Todo resulta más difícil en el asentamiento. Tomar mate, preparar una comida, lavar ropas, bañar a los niños, son tareas siempre complejas cuando no se tienen los servicios elementales de agua corriente, energía eléctrica o gas. Instalaciones sanitarias no es posible encontrar en el asentamiento. Con la llegada de la primeros fríos y luego con la temporada estival, la carencia de estas instalaciones se harán sentir dramáticamente y se tornará preocupante. Es inevitable pensar en el deterioro de la salud, principalmente en la población infantil -la mayoría de los asentados no cuentan con la cobertura del seguro social, al no tener un trabajo estable- A pesar de todo, con los mínimos recursos se han podido establecer redes de ayuda solidarias compuestas por amigos y amigos de amigos. Cada uno de ellos aporta con lo que puede.

«Ahora tenemos la suerte de que cualquier mamá cuando va al hospital, aprovecha para pedir otros remedios básicos, un geniol, un jarabe para la tos o lo que sea…así hemos armado un pequeño botiquín que nos saca de apuro cuando alguien se enferma. También tenemos amigos que no viven aquí en el asentamiento pero que siempre nos visitan y nos acercan algo: mercadería, remedios que consiguen de las muestras médicas, de esos que se regalan»

(Rosa, 23 años, dos hijos, desocupada, en pareja)

«Los vecinos del barrio nos prestan el baño, siempre hay un amigo dispuesto a hacernos la gauchada, imagináte cómo la pasamos aquí, con tantos chicos» (María, 36 años, madre de 6 hijos, abuela de dos nietos, trabajadora contratada en la municipalidad, soltera).

«Los míos tienen conjuntivitis todo el tiempo y hay otros que están afectados con algún problemita de piel. También la falta de leche nos preocupa, pero gracias a Dios, siempre hay buenas personas que nos hacen llegar lo mínimo… y así vamos tirando.»

(Norma, 24 años, dos hijos, desocupada)

Todo sirve para levantar un rancho: cartones, carteles pasacalles con leyendas políticas, palos, lonas, alambres, plástico para los techos. Sin embargo, a pesar de la precariedad de las construcciones, los vecinos del asentamiento aceptan de buenas ganas el sacrificio que significa pasar por tantas privaciones. La ilusión de ser propietarios es un poderoso motor para las aspiraciones de llegar a «ser alguien» en una sociedad que hasta el momento les ha menoscabado todo. Ser alguien es tener una casa. Y ellos se propusieron tener una.

«Lo hago por mis hijos, no quiero que sufran lo que yo he pasado. Sé que si puedo conseguir que me den el terreno, ellos algún día podrán vivir como se merece, no como yo, que con los años que tengo, nunca pude tener algo propio, siempre a costillas de mis viejos, que terminaron por cansarse. A la final, todo termina por pudrirse. Nos peliamos entre hermanos y terminamos por faltarnos el respeto». (Rodolfo,35 años, tres hijos, está en el asentamiento con su pareja, desocupado)

Aguantar, quedarse en terrenos que están bajo jurisdicción nacional, o son de propiedad privada, es el paso previo, es la única posibilidad que tienen para poder acceder a un terreno propio. Los ocupantes saben que están violando el orden estatuido, saben que pueden tener problemas con las autoridades, pero la gran mayoría no tiene nada que perder porque son los excluidos de un sistema que no se preocupó por darle la posibilidad de una vivienda digna. Bien vale entonces, cualquier trasgresión, aunque parezca un intento desesperado.

«…a nosotros nos dicen ilegales, no queremos que nos pongan ese rótulo. En todo caso, podemos ser ‘irregulares’, pero nunca hemos violado la ley. ¿Acaso es violar la ley, reclamar por nuestros derechos?» (Cristina, 46 años, madre, abuela, desocupada)

En septiembre de 2001, semanas antes de las elecciones para renovar las legislaturas (nacionales, provinciales y municipales), se ha nombrado una comisión que intentó dar respuesta a la problemática de las ocupaciones de tierra en San Pedro. La misma está integrada, (aunque no fue esa la manifestación al momento de conformarla) por dos radicales y un justicialista. Si bien la misma deberá dar respuestas técnicas, hasta ahora fue el escape que utilizó la dirigencia política para derivar los reclamos de la gente. Ha pasado casi un año y esa comisión aún no se ha expedido, y si lo hizo, el informe no fue dado a conocer públicamente.

En la falta de compromiso real para dar solución al problema planteado por los «sin techo», «usurpadores», «los sin tierra», «ilegales» y otras tantas adjetivaciones utilizadas al respecto, se argumentan razones económicas y políticas. Autoridades del municipio arguyen la falta de recursos financieros como el mayor impedimento a salvar en el supuesto caso de que se pudieran otorgar los terrenos a los ocupantes del asentamiento. La realidad del municipio es que no puede afrontar la realización de obras de infraestructura, como ser los servicios elementales de agua potable, energía eléctrica y gas natural, que se requieren en la planificación de toda extensión urbana. La inversión necesaria excede ampliamente a la capacidad económica de la administración local, agravada por la crisis recesiva de los últimos años, esto se nota dramáticamente en los índices de desempleo e incide directamente en la recaudación impositiva. Según informes de la Dirección de Rentas de la Municipalidad, los ingresos por pago de impuestos disminuyen mes a mes, conforme aumenta el desempleo. Otro factor a tener en cuenta es que no se tiene confianza en la capacidad de pago por parte de los «sin techos» (por recupero en impuestos o cualquier compromiso de pago) en el caso de que el municipio invierta dinero en las obras mencionadas. La mayoría de los pobladores de los asentamientos son desocupados o con empleo precario.

Las razones políticas son menos claras: se juegan intereses electorales mezclados con el clientelismo partidario y la demagogia propia de las actitudes populistas[xiii]. No hay por el momento funcionario o político en actividad que haya tomado el compromiso de ocuparse responsablemente de la cuestión de los asentamientos ubicados en las periferias de la ciudad. La solución a cualquier problema de la comunidad pareciera ser función de los tiempos electorales: ante la inminencia de la renovación de autoridades electivas, recién entonces es posible encontrar respuestas concretas por parte de los funcionarios políticos. Se puede pensar que esta actitud es una forma de auto-protección que ensaya la clase política para su preservación.

Una vez producido el hecho (la toma de las tierras para el nuevo asentamiento), se deriva en nuevas formas de relaciones que se van estructurando en el asentamiento, tanto individuales, como familiares y colectivas. Formas inéditas, hasta el momento desconocidas por gran parte de los «asentados»:

«Al comienzo me daba miedo dormir sola con mis dos hijos, en esto que no tiene ninguna seguridad. Pero los muchachos se organizaron y comenzaron a turnarse en las rondas de vigilancia toda la noche, para evitar que ocurra algo malo. Esto me tranquiliza, me siento protegida. Nos cuidan mucho» (Ana, 27 años).

Los habitantes del nuevo asentamiento son gentes desprovistas de todo. Todo lo que poseen, siempre es mínimo y casi nunca alcanza para nada; un parche desesperado para un hueco que se agranda con el tiempo. Desde analfabetismo hasta una salud comprometida por la falta de hábitos de prevención. Entre otras cosas, no tienen el mínimo para tipificar dentro de los requisitos que propone el sistema del Instituto de Vivienda y Urbanización de Jujuy (IVUJ) para acceder a una unidad habitacional. Se encuentran en un estado de indefensión total. Es gente que esta fuera de cualquier circuito. Ninguno tiene trabajo estable, no tienen seguro laboral, obra social de asistencia para la salud.

«Yo estoy anotada en el IVUJ hace un montón de años. Me ha visitado la asistente social, me han hecho llenar un montón de fichas y hasta hoy no pasa nada. Ahora que soy una desempleada más, ya he perdido las esperanzas de tener una casita del instituto. Por eso estoy aquí… no me queda otra.

Una característica llamativa es la joven edad de los habitantes; el promedio oscila entre los 25/35 años. La gran mayoría estuvo viviendo, en una obligada relación de dependencia, en casa de sus padres, con quienes habían establecido una doméstica sociedad económica para la subsistencia familiar. Para muchos de estos jóvenes el estado de relativa tranquilidad se rompió cuando comenzaron a formarse nuevos núcleos familiares a partir de los casamientos, concubinatos o simplemente de la llegada de hijos. El espacio paterno se achica y es en ese momento cuando los conflictos latentes se manifiestan a veces en enfrentamientos dolorosos. Ha llegado el momento de buscar nuevos horizontes.

El hecho de aventurarse en la conquista de un terreno propio, en cierto modo constituye el primer y más importante símbolo de independencia. Laboralmente, los que estuvieron alguna vez ocupados, eran empleados estatales. Al no tener una profesión u oficio especializado no pudieron reinsertarse en el circuito laboral local, por otra parte cada vez más exigente en cuanto a la capacitación. Gran parte ni siquiera llegaron a ser ocupados, su primer empleo fue ser desocupados, pues dicha categoría les permitía entrar en los planes «trabajar», «proyecto joven» y cualquier otro programa que eufemísticamente encubren subsidios para el desempleo.

La subsistencia los ha llevado preparar la olla popular, amasar su propio pan, compartir los jarros de mate. Aquí observamos la primera contradicción: cuando ellos niegan rotundamente la existencia de intenciones políticas detrás de la organización de los «sin techos», al mismo tiempo, recurren a los políticos para legitimar la ocupación de la tierra, o, aunque más no sea, para obtener una colaboración mínima que ayude a mantener la lucha, ya sea con mercaderías para la olla popular, ropas o medicamentos. Un dato a tener en cuenta es la falta de conceptos claros cuando se refieren a «la política». No hay convicciones ideológicas. Y reaccionan en forma refleja ante lo que desconocen. Ocurre que por sus características y condiciones socioculturales, la mayoría de los habitantes de los asentamientos nunca tuvieron la oportunidad de participar activamente en el campo de la política lugareña desde un lugar relevante o de expectación. Su participación se ha reducido históricamente a integrar las «fuerzas de choque» o a realizar tareas menores de proselitismo, consistentes en pegar carteles, repartir los votos o armar las reuniones barriales para que los candidatos puedan ser conocidos. Son «punteros políticos». Las tareas de éstos siempre han sido recompensadas con una ínfima paga monetaria o con las «clásicas» bolsas de mercadería que se reparten con profusión en épocas pre-electorales. Si el puntero «tiene suerte» o logra los favores del jefe político o caudillo podrá ascender en la escala jerárquica de la estructura partidaria y tal vez, con el tiempo, podrá acceder a un trabajo estable en la administración pública. No es el caso de los «asentados». La relación entre la dirigencia política y estos punteros siempre es descendente. Las relaciones de horizontalidad no se practican, y por lo tanto no es posible debatir razonablemente las diferentes concepciones políticas que animan a los partidos existentes en el país. El esclarecimiento o la docencia política que bien podría ejercer la dirigencia no es posible, tal vez por la conveniencia de no perder los espacios de poder ganados a fuerza de demagogia. La relación de paternalismo se incrementa notoriamente a grados de cosificación por la pertenencia, a tal punto que entre los diferentes «punteros» que se enrolan en las otras tantas corrientes partidarias, se reconocen a sí mismo con giros o expresiones coloquiales tales como:»yo soy del doctor…». Aquí se nota que «pertenecer» al caudillo es más importante que «ser» de un partido político. Y la única carta de legitimación para cualquier actividad proselitista, es que esté «apadrinada» por alguno de reconocido prestigio o poder en el medio. Esta situación de extrema dependencia es lo que les lleva a actuar con una prudencia rayana en la desconfianza. Casi todos los asentados, aunque no lo reconozcan abiertamente, se han visto comprometidos en actividades pre-electorales, como «punteros». Y tal vez, negándose a la confrontación política partidaria abierta, puedan garantizar cierta tranquilidad para encarar los trabajos en común y que necesitan del aporte de la mayoría, como puede ocurrir cuando se levanta un rancho para una mujer sola, jefa de familia. De un modo intuitivo han priorizado las prácticas de lo más urgente por sobre las especulaciones partidarias. El campo político es muy limitado y reconocen sólo a los dos grandes partidos en vigencia: el peronismo y el radicalismo. Cualquier otra manifestación ideológica es reducida al campo de lo «zurdo», sobre todo aquello que pone énfasis en las transformaciones sociales.

«Si alguno de los candidatos nos soluciona el problema en caso de ganar las elecciones, nosotros estamos dispuestos a «trabajar en la política»(Carlos, 23 años, dos hijos, desocupado)

El estigma y la política

Si bien parte de la población de San Pedro tiene una visión positiva respecto de los asentamientos, pues consideran que es la única forma en que «esa gente» puede conseguir un lugar para vivir, otra parte de la población ve a los asentamientos como «morada de maleantes, borrachos, vagos, negros y prostitutas»[xiv]. Pese al rumor de los vecinos, esta gente, al igual que la de los otros asentamientos producidos en los últimos meses, se consideran «gente honesta, gente buena, que lucha para obtener un terreno para sus hijos». Es por eso que a partir de esa visión rechazan a los políticos, pues «todo lo que tiene un tinte político es malo». Esta concepción maniqueísta de la realidad sirve sin embargo, para justificar cualquier acción que pudieren encarar, ya que otorgan a la pobreza, y a ellos mismos por ser pobres, una cierta naturaleza imbuida de caracteres positivos que no pueden ni deben ser cuestionados por los «otros», los «malos». En este discurso determinista los pobres siempre resultan exonerados de todo e impunes. Los culpables de un estado de injusticia, son por lo tanto los ricos, los políticos asociados a la corrupción que linda con la delincuencia.

Sin embargo este rechazo no pasa del mero discurso, ya que la gran mayoría de los habitantes del asentamiento estaría dispuesto a enrolarse en cualquiera de los numerosos partidos políticos, coincidiendo con lo expresado por Carlos. Es en la intimidad de sus dominios en donde se verbalizan los más duros conceptos, que consagran como culpables de todos los males a los «políticos» en general, y a los que eventualmente ejercen el poder, en particular. Este último posicionamiento tal vez responda en San Pedro de Jujuy -gobernado por el radicalismo en alianza con otros partidos menores- al hecho de que la mayoría de los «asentados» reconocen raíces peronistas o justicialistas. No podía ser de otro modo, ya que en todo el territorio de la provincia, y especialmente en regiones en donde se concentraron los actividades productivas más importantes (industria azucarera en San Pedro y Ledesma, metalurgia en Palpalá, tabaco en los Pericos) se puede apreciar una gran franja poblacional de migrantes, que con su descendencia, conformaron una importante clase proletaria empobrecida, donde el peronismo histórico se nutrió de militantes y simpatizantes.

«Aquí se puede ver la verdadera solidaridá entre los pobres. Nuestro único delito es querer tener nuestra propia vivienda. No pedimos que nos regalen nada. Y cuando dicen que nosotros somos ilegales nosotros le respondemos que más ilegales son los políticos que viven robándonos. Todos sabemos que a ellos lo único que les interesa es vivir a costilla de nosotros. En cambio, los que estamos aquí sabemos de las privaciones y siempre nos ayudamos entre nosotros. Y todos ponemos lo que está a nuestro alcance para sobrellevar el hambre y la falta de trabajo. Ahora se hacen los ‘buenitos’ porque la ‘política’ está cerca. Ya vienen a visitarnos con la bolsita de mercadería, nos buscan y prometen cosas para que en octubre votemos por ellos…»

(Carlos, 22 años.)

De madres solas a madres colectivas

«Cuando vivía con mi mamá me consideraban una carga molesta para la familia. Encima con mis hijos… En los últimos tiempos ya se hacía difícil seguir aguantando… además, estando sola, sin marido, cualquiera se daba el lujo de querer faltarme el respeto. Para muchos de los vecinos yo no pasaba de ser una «putita» más…» (Lorena, 25 años, madre de tres hijos, soltera)

El caso de Lorena, como el de muchas otras madres jóvenes solteras con quienes conversamos, se convierte en paradigmáticos. En el asentamiento no sólo han encontrado una nueva valorización para sus actividades cotidianas; también han encontrado un nuevo espacio en donde es posible hablar de una re-jerarquización de sus antiguos roles a través de una toma de conciencia de los valores afectivos que posibilita novedosas formas de relación: de «putitas» sin valor, de carga familiar, del maltrato afectivo que sufrieron, pasaron a tener la importancia de verdaderas «matronas», de «madres solas» se convirtieron en respetadas «madres colectivas». Ya no sufren la desvalorización de sus pares. Ahora son las responsables del cuidado de los niños: el futuro está en sus manos y no se pueden dar el lujo de malograrlo. Ellas están construyendo una nueva ciudad, una nueva sociedad a su imagen y semejanza. Son las hacedoras del mañana. He ahí su valor que ellas están dispuestas a defender hasta el sacrificio. Recién entonces estamos en condiciones de entender porqué hay tanto esfuerzo por afirmar una voluntad de cambios en un medio tan precario y frágil. Un nuevo valor social paradójicamente nacido de lo que se considera un «anti-valor».

Conclusiones

Hacer una reflexión sobre «los sin techo», «ocupantes ilegales», «gente de los asentamientos», «los sin tierra» y otras tantas adjetivaciones, implica necesariamente hacer una reflexión sobre la «plataforma electoral» partidaria, de los programas de acción y de la capacidad de los funcionarios públicos. La ocupación de hecho de la tierra como medida de reclamo, llega cuando otras acciones se han agotado. La critica situación en la que están inmersos «los sin techo» y que los lleva a ocupar la tierra (en otros casos a tomar supermercados, cortar las rutas, huelgas de hambre, etc..) es también el reflejo de la falta de una política eficiente de los sectores políticos dirigenciales. Estos han sido acusados por el rumor popular como «gente que no les interesa nada», «no saben que hacer», «cuando llegan se olvidan», cuando no de «corruptos» y «delincuentes disfrazados». A estas acusaciones habría que sumarle la falta de capacidad técnica, política y en mucho casos hasta intelectual, para dar cuenta de los problemas de la población que los elige. Así la manera de perpetuarse en el poder es manteniendo a los habitantes de los asentamientos con la necesidad constante, y a ellos como únicos salvadores posibles. Esta relación simbiótica sostenida y fomentada por el «stablishment», es lo que posibilita un juego perverso que inevitablemente tiene a un sólo ganador: los políticos de turno.

Hay una excesiva simplificación en el análisis de los problemas por parte de la gente que ocupa la tierra, aún cuando se reconozca la complejidad del mismo. Una visión pueril, consecuencia de la falta de información precisa, alienta la esperanza de solución en cortos plazos. Pero también la apelación al sacrificio como un necesario ingrediente para triunfar en la vida, se ha convertido en un recurso sustentador de las charlas cotidianas.

Curiosamente la reivindicación del techo, entendiendo el techo como el hábitat donde realizar la actividad domestica, excede al hábitat. ¿Por qué lo decimos? Gran parte de lo testimoniado por la gente evidencia a personas expulsadas de su medio familiar.

«en mi casa de mi mamá, vivíamos seis hermanos, cada uno con sus propios hijos, en el caso mío tengo tres, y por ser los más chicos de la familia… siempre son los más peleados por los primos, que son más grandes…» (Juana, 25 años, desocupada, madre soltera)

El techo para gran parte de los «usurpadores» «sin tierra», «sin techo», significa el lugar donde construir un hogar para desarrollar el espacio propio, el espacio privado de la familia, para construir un espacio que le fue negado en el hogar de la familia. Construir una casa una vez obtenida la tierra es el primer paso para construir el hogar, el espacio de intimidad que no tenían en la casa de sus padres, familiares, inquilinatos, etc. Lo que se busca es el amparo que le fue negado.

El primer elemento identitario que sirve de sustento a la organización popular es el reconocimiento de similitud en lo afectivo: «todos estamos acá por lo mismo… nuestros hijos… queremos un espacio para nosotros, pero por nuestros hijos… que ellos tengan algo». A partir de la similitud en lo identitario, que actúa como elemento aglutinador, la gran mayoría de los habitantes de los asentamientos que no tienen trabajo se organizan de tal manera que se van rotando los roles. Por ejemplo, las madres solteras son estigmatizadas por el entorno social como las «putas», son las «fáciles». También son miradas como una carga familiar que implica una cuestión económica. En el nuevo asentamiento las madres solteras rejerarquizan su situación: las madres solteras que están sin trabajo se ocupan del cuidado de los niños de las que trabajan.

El asentamiento, el lugar de los sin techo, es la materialización de un mundo de promesas latentes, ahí es donde se resignifica un espacio en donde ellos son los protagonistas; pasan a ser jefes de familias, a decidir sobre sus hijos, sobre su futuro. Las madres solteras, que son víctimas, primero del prejuicio familiar, luego del prejuicio social; cuando se van de casa pasan a tener un papel protagónico: ella son «jefas de su propia familia». Es quizás el aspecto más importante en este nuevo esquema de relaciones que se van construyendo en forma aleatoria, remendando el alma cansada con el módico aporte de cartones y alambres de afectos, del mismo como se construyen los ranchos sin otra pretensión que la de albergar a seres de carne y hueso con historias propias que tal vez algún día será re-contadas.

Las reflexiones están permeadas por lo político, las emociones, los fracasos, los triunfos, las historias de vida, en definitiva, lo que aparece como una posición ideológica emergente de la situación en que están inmersos, responde a una convergencia de inquietudes, son incapaces de fundamentar todo lo que dicen; pero aun así, su fundamento encuentra legitimidad en la practica cotidiana, son ellos lo que «pagan todas las facturas, los que pagan los platos rotos».

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– Taylor, S. J. y Bogdan, R. 1990. (1984). Introducción a los métodos cualitativos de investigación. Ed. Paidos, Buenos Aires.

Notas

UNJu/CONICET/Argentina)

[ii]Hechos & Protagonistas, Semanario Independiente, Argentina)

[iii] Esta situación de sostenido ajuste, si bien tiene su mayor eclosión en estos tiempos, encuentra sus antecedentes, según Cortes (1990), desde la Dictadura del 1976/1983. En 1989, luego de un período de Gobierno Democrático (1983/1989) en manos de la Unión Cívica Radical caracterizado por la hiperinflación, llega al poder del Gobierno Nacional el Partido Justicialista. En ese entonces el Presidente Carlos Menem aplicó una serie de medidas económicas que básicamente tuvieron que ver con el achicamiento del Estado cuyas consecuencias fueron la disminución del empleo estatal y la privatización de la mayor parte de las empresas del Estado (Gas, Electricidad, Agua, teléfonos, Aerolíneas Argentinas…). Esto causó un reacomodamiento del mapa social y económico, lo que produjo el surgimiento de “nuevos pobres” en la estructura social (Minujin 1992; Minujin y Kessler 1995).

[iv] Por un lado es importante señalar que el ingenio azucarero es propietario de todas las tierras que rodean el ejido urbano. Por otro lado, la empresa azucarera, La Esperanza S.A., sufrió en los últimos años un proceso de deterioro gradual en su producción, sumado a ello la ineficiente conducción de las sucesivas administraciones; por lo que se encuentra actualmente en proceso judicial de quiebra y concurso de acreedores. Todo esto señala un futuro sombrío para la economía azucarera del departamento, fundamentalmente cuando se lo compara con los ingenios azucareros del Brasil. Según Ramirez (2001:43), siguiendo a Roffman (1999), sostiene que «el problema que debe enfrentar la Argentina, y en particular las provincias del noroeste (Jujuy, Salta y Tucumán), las mayores productoras de azúcar, es que Brasil se ha convertido en los últimos años en el primer productor mundial, y también en uno de los principales exportadores. Esto último se debe, a partir del programa Proalcool, a que la producción de caña se destina a la fabricación de combustible. Esto le ha permitido obtener fuertes incrementos en la productividad, lo que da lugar a profundas asimetrías en la estructura de costos con respecto a sus socios del Mercosur. Se trata del producto que mayor desequilibrio presenta entre ambos países. De eliminarse totalmente las barreras intra-Mercosur la producción brasileña arrasaría con la de los países del bloque. Según los acuerdos firmados, esa eliminación es inexorable. Cabe preguntarse qué sucederá si la Argentina no toma medidas al respecto, habida cuenta del rol fundamental de este sector como integrador y su papel central en la conformación del tejido social en el noroeste argentino».

[v] De acuerdo al censo realizado en el 2002, la ciudad de San Pedro tiene una población aproximada a los 70.000 habitantes. La desocupación alcanza una cifra aproximada al 40% (Golovanesvsky 2001). El empleo se resume a la actividad comercial, servicios y al empleo público. Pese a ello, o a lo mejor justamente por vivir en la ciudad de San Pedro de Jujuy, cuando hemos solicitado formalmente información a las autoridades de la Municipalidad de la ciudad sobre el estado de situación del personal jornalizado, contratado ó planta permanente, la única respuesta obtenida fue «esos datos son políticos… no podemos darlos».

[vi] Desde la renuncia del Presidente de la Nación, Fernando De la Rúa, en Diciembre del 2001, la cotización del peso argentino con el dólar norteamericano que estaba 1 a 1, paso a estar, en los picos más altos, aproximadamente a 4 pesos argentinos por un dólar en Marzo y Mayo de 2002.

[vii] Con este concepto se pretende abordar fundamentalmente cuatro dimensiones analíticas. La primera hace referencia a la ocupación del espacio urbano: frecuentemente pe­riférico, con viviendas construidas precariamente, en algunos casos usando materiales reutilizables, y con deficiente prestación de servicios públicos básicos como agua, electricidad, desagües domiciliarios y pluviales, gas, transporte y recolección de residuos. La segunda tiene que ver con la situación económica y las distintas estrategias que desarrollan las unidades domésticas. La tercera dimensión, cultura, – se refiere a la identificación y diferenciación de los agentes sociales en el contexto global. La cuarta especifica a la anterior y enfoca la participación de identidades étnicas en la urbanización (Jerez 1999). A la vez, se puede considerar a los asentamientos populares como un espacio local. Suele visualizarse a lo local (Safa 1997) como el contexto de vida comunitaria, ese lugar de resguardo, de lo propio, de las relaciones intensas y cercanas, que se opone al anonimato. Hay que pensar lo local no sólo desde adentro sino como parte de los procesos sociales más amplios, que nos remite al problema de la territorialización de los procesos sociales y culturales. En donde el territorio no es algo dado, estático, sin historia, sino una configuración espacial compleja en donde se articulan los distintos niveles de la realidad y donde interactúan diferentes actores implicados en la delimitación y apropiación de ese territorio con intereses e intenciones no solo distintas sino también, en algunos casos, contradictorios o en tensión. De manera que hay que pensar a lo local como espacio de negociación de identidades y de status en un contexto de fuertes desigualdades y diferenciaciones sociales que caracteriza a las sociedades contemporáneas.

[viii] Desde mediados de la década de 1980, Jerez estudió los procesos de urbanización en ciudades intermedias en el noroeste argentino, especialmente San Pedro en la provincia de Jujuy (Jerez 1995, 1999; Jerez y Rabey 1998).

[ix] Consumo de hojas de la planta de Coca.

[x] Existe cierta recurrencia por parte de la gente de los sectores populares urbanos ha plantear la necesidad de escribir la historia local. Consideran de esta manera que «su historia», «su versión de la historia» estará legitimada, el testimonio de su accionar quedará registrado, buscando quizás que sus historias sean dadas a conocer socialmente (García Moritán 1997; Mealla 1995; Jerez 1999; Rabey et al 1994). Así lo manifestaba un vecino en 1986 «la historia no tiene en cuenta las historias de las gentes como nosotros» (Jerez 1999).

[xi] Hoy están destinados -los pocos que pueden encontrarse entre los habitantes del asentamiento- a la importante tarea de trasladar los enseres más pesados desde los diferentes lugares de origen hasta el asentamiento, y se establece una curiosa relación de poder entre quienes necesitan los carritos y los propietarios.

[xii] Actividad laboral informal temporaria y/o circunstancial por la cual algunas personas obtienen un poco de dinero: trabajos en jardinería, venta de tierra para abonar macetas en las casas de familias mas adineradas, traslado de agua en «tachos» desde el grifo público, traslado de mercadería en la feria local, etc. Concentrándose en la Capital de la Provincia de Jujuy, San Salvador, Liliana Bergesio (2000) ha realizado un excelente estudio sobre los trabajadores cuenta propia del sector familiar y su incidencia en la estructura socioeconómica.

[xiii] Se entiende por clientelismo una forma especial de intercambio diádico en la que existe una carga afectiva que hace surgir confianza y garantiza la promesa de un apoyo futuro. El vínculo clientelar se basa en la reciprocidad entre desiguales: esta relación, eminentemente utilitaria, se da sobre una especial expectativa de reciprocidad, en la que lo que se intercambia no son bienes y servicios equivalentes. Desde el punto de vista del patrono, se espera que proporcione ayuda económica y protección contra abusos de autoridad; desde el punto de vista del cliente, la promesa implícita de no servir a más patrono que aquel del que ha recibido bienes y crédito, incluyendo la promesa de apoyo polí­tico (Neufeld y Campanini 1989).

[xiv] Existe una profusa producción de la sociología y antropología urbana en Argentina, que dan cuenta de las diversas estigmatizaciones con son calificados los habitantes de los sectores populares urbanos (Bellardi y De Paula 1986; Casabona y Guber 1985; Guber 1984; Hermitte et al 1983; Lacarrieu 1992, 1995, entre otros autores)

Omar Jerez

Juan Moreno

«…esto ocurre cuando uno es pobre…» La lucha de los sin techo en San Pedro de Jujuy»

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