Dr. Diego Levis – Universidad de San Andrés (Argentina)

Me pareció que tanto a sabiduría como la vida están hechas de progresos continuos,

de nuevos comienzos, de paciencia”.

(Marguerite Youcenar enAlexis o el tratado del inútil combate”)

I- Encuentros en la plaza

Internet puede compararse con una plaza pública: un espacio comunicativo en el que hay lugar para el encuentro y el  intercambio, en el que confluyen fiestas y mercadillos, buhoneros y poetas, tramposos y filósofos, banqueros y enamorados, policías y soñadores, niños y ancianos, hombres y mujeres, ricos y pobres.

Plaza sin territorio físico, la Red es un espacio simbólico cuyos usos se van conformando a través del tiempo en una continua pulsión entre las prácticas de los usuarios, el desarrollo tecnológico, las imposiciones e intereses comerciales y las disposiciones legales presentes o futuras.

Hoy, millones de hombres y mujeres de todas las edades utilizan las posibilidades que le ofrecen las redes telemáticas para comunicarse con personas a las que muchas veces no conocen físicamente. Muchos de ellos lo hacen para pasar el rato, otros buscan amigos con los que compartir buenos momentos y hay quienes están a la búsqueda de un amor con quien crecer. Para ello utilizarán las diferentes herramientas que Internet les ofrece, correo electrónico, chat y sitios de encuentro en la World Wide Web. En lugar de demonizar, de fingir indiferencia o entusiasmarse ciegamente con la aparición de estas nuevas formas de relacionarse debemos preguntarnos qué características tienen, qué representan socialmente, a qué necesidades, a qué carencias responden, qué fantasías satisfacen.

La ciudad es hoy vivida como territorio hostil, los espacios públicos de encuentro se reducen mientras cada vez son menores las situaciones en las que podemos acercarnos a personas a las que no conocemos sin ser vistos con malos ojos, cuando no es con miedo, incluso mirar a alguien en la calle puede dar lugar a incómodos equívocos. La soledad es un acompañante habitual de muchas personas que recorren la ciudad sin cruzarse nunca con miradas ni voces amigas. Muchos vivimos atrapados por nuestros miedos e inseguridades que hacen que sintamos que la presencia del Otro cuestiona permanentemente nuestro ser. Y no nos gusta…

Aislados enloquecemos, incluso podemos morir. Es en el encuentro (o el desencuentro) con los Otros en donde se justifica, se explica nuestra existencia. Romper con el cerco del aislamiento es lo que nos permite mantenernos vivos, a nosotros como individuos y a los seres humanos como especie. En este contexto, Internet aparece como un medio para combatir la pesadumbre que nos provoca la sensación de soledad con la que convivimos, pues no olvidemos que la Red es antes que nada un formidable canal de comunicación. Así parecen entenderlo quienes que hacen uso de ella para establecer y mantener relaciones afectivas. Práctica cada vez más extendida.

Los encuentros y desencuentros amorosos surgidos a través de cualquiera de las herramientas de Internet empiezan a formar parte de las pequeñas historias ciudadanas que alimentan las leyendas urbanas contemporáneas. En determinados círculos sociales, resulta cada vez más difícil encontrar a alguien que no tenga algún amigo o conocido que no esté o haya estado metido en una relación afectiva-sexual nacida o desarrollada en la Red.

Las historias de romances y desengaños envuelven Internet. Rodeadas por un halo de misterio y aventura muchas producen en sus protagonistas la fascinación de los cuentos de hadas. Impulsados por el callado deseo de hallar el amor de la vida (o una ardiente pareja sexual), miles, millones de hombres y mujeres de distinta edad y condición social participan en chats y en los innumerables sitios de contactos que se ofrecen en la Web. Otros muchos recurren al e-mail para alimentar o mantener vivas relaciones afectivas con personas de las que se encuentran separadas físicamente.

II- Relacionándonos en la Red

Según diferentes estimaciones, a mediados de 2001, alrededor de 15 millones de latinoamericanos utilizan habitualmente Internet. La búsqueda de información y en especial la comunicación personal son los dos usos más extendidos entre los usuarios de la región (el 90 % de los usuarios latinoamericanos usa el e-mail y del 55 % utiliza algún tipo de chat y/o de mensajería electrónica, principales medios para establecer y mantener contactos afectivos)[i]. Según la consultora IDC los internautas utilizan el 40 % del tiempo que pasan conectados para comunicarse. Aproximadamente la mitad de este tiempo se dedica a actividades relacionadas con la búsqueda de pareja sentimental o de sexo virtual.

A grandes rasgos podemos diferenciar de tres grandes tipos de relaciones personales en la Red:

  1. Las relaciones puras de Internet: son aquellas que se desarrollan exclusivamente a través de la computadora, preferentemente entre personas que no se conocen físicamente.
  2. Entre estas podemos distinguir las relaciones eventuales y anónimas que se dan en los canales de chat abiertos, en las que “charlarnos” con personas con las que, en general, sólo volvemos a coincidir por casualidad. Son los encuentros más propensos a los disfraces, un juego de personajes en el que todos en principio saben que quien está del otro lado puede ser o no quien dice ser. Esto es indiferente para el desarrollo de la charla. Cuando uno juega a asumir diferentes personalidades, de algún modo se comunica más consigo mismo que con sus interlocutores, que son los catalizadores que le permiten proseguir con la historia. Esta práctica tantas veces estigmatizada no tiene nada en si misma que sea negativo o amenazante. Todos tenemos la necesidad de generar espacios imaginarios. En este sentido el chat podría verse como un gran espacio de catarsis creativa colectiva. En ocasiones  se dan amistades y ciberamores que nacen en  encuentros casuales en un chat y que tienen continuidad a través de e-mail u otras formas de intercambio electrónico de mensajes
  3. Otra forma de relaciones “puras” de Internet son las que se establecen a través de la participación en las innumerables y variadas listas de correo, foros de discusión u otros tipos de comunidades virtuales que existen en la Red. Las características de cada relación cambiarán de acuerdo del contexto en el cual se inició. Muchas veces la relación alcanza una intensidad y nivel de compromiso que, como en el caso de las relaciones iniciadas en un chat, requiere culminar en un encuentro físico.
  4. El segundo tipo de relación en la Red son las que mantenemos con personas conocidas a través de e-mail, programas de mensajería instantánea y canales privados de chat. Cuando estas relaciones son de amor, muchas veces, se desarrollan acunadas por el conflicto entre la paradójica ausencia presente del cuerpo de la persona amada y un fantaseado amor perfecto construido desde esa ausencia. Este tipo de relaciones suele complementarse con frecuentes llamadas telefónicas.

En tiempos no muy lejanos – un tiempo que perdura aún para millones de personas en el mundo – los enamorados se escribían cartas que tardaban días en llegar y hablar por teléfono era difícil y caro. Hoy las tarifas telefónicas tienden a bajar y el correo electrónico y el chat permiten intercambiar mensajes de forma inmediata o casi inmediata.

 

  1. Hay quienes utilizan Internet como un instrumento para conocer gente personalmente. Para ellos la Red es un espacio para hacer el primer contacto, persiguen encontrar alguien con quien pasar un rato divertido, yeventualmente un amor. Los canales de chat  cumplen esta función  y de este modo complementan y en algunos casos directamente a los lugares de encuentro tradicionales.

A esto se le añaden los servicios de contactos afectivos que ofrecen muchos portales en el que miles personas se anuncian buscando pareja y amigos[ii]. Un fenómeno que tiene un antecedente en las secciones de avisos por palabras de muchos diarios y revistas impresos.

III –       El espejo de la bruja de Blancanieves

Cualquiera sea la naturaleza de las relaciones vividas a través de la Red, todas comparten una característica: la interposición inevitable de una pantalla. La pantalla, falsa ventana, actúa como filtro entre nosotros y la realidad, como un biombo que, en demasiadas ocasiones, nos impide percibir lo que nos rodea. Acostumbrados a ver el mundo a través de una pantalla, cada vez nos cuesta  más ver a nuestro lado, mirar a nuestros semejantes. Las pantallas nos asedian y nos atrapan, y hay a quienes les sirven de refugio ante una vida que les resulta poco atractiva y, a veces también, amenazante.

Pasamos horas acompañados por la presencia luminosa de una pantalla. Pantallas en casa, pantallas en el trabajo, pantallas en la calle, en los bares, en los bancos, en el supermercado, en el metro, en el coche y en el colectivo, pantallas de bolsillo en  las agendas electrónicas, en las calculadoras y en los teléfonos móviles, las pantallas nos seducen ocupando un espacio creciente de nuestro tiempo, de nuestras vidas. Importa poco el lugar, lo determinante, lo significativo es la atracción casi hipnótica que  ejerce sobre nosotros el centelleo de una pantalla encendida.

La pantalla de la computadora se constituye ante nuestra mirada como un espacio en donde son posibles todos los prodigios. En ella, como si fuera el espejo de la bruja de Blancanieves, buscamos respuestas sobre aquello que somos y deseamos o tememos ser, sin darnos cuenta que lo que nos devuelve es una imagen deformante que, apartándonos de la mirada del otro, sólo nos dice lo que creemos ser. Fascinados por la sucesión de luces y colores que surgen de su brillo, acostumbramos olvidar su incuestionable opacidad material.

La pantalla acerca pero también separa. En Internet, poderoso medio de comunicación, esta paradoja implica el peligro de crear una ilusión de comunicación total que lleve al aislamiento en la compulsiva, conmovedora, búsqueda de algunos usuarios por estar siempre conectados, es decir comunicados.

Ingenuidad en algunos o perversa forma de autoprotección, a veces ignorada por ellos mismos, la que lleva a buscar soluciones en el reflejo de espejos preparados para devolver imágenes falseadas de uno mismo que para poco o nada sirven cuando el alma se duele. Eso sí, cual un estimulante, producen una placentera efervescencia de efecto narcotizante que sirve para ocultarse momentáneamente en una ficción cuyas consecuencias pueden llegar a ser devastadoras.

En tanto nos comunicamos cada vez más con interlocutores mecanizados, podemos terminar de alejarnos de quienes tenemos cerca, condenándonos a la soledad, destino inapelable de los narcisistas. «Al igual que Narciso con su espejo, la gente que trabaja con computadoras puede enamorarse fácilmente de los mundos que ha construido o de su desempeño en los mundos que otros han creado para ellos. Su adhesión a los mundos simulados afecta las relaciones con el mundo real»[iii].

IV-        El baile de máscaras

La Red marca las pulsaciones de la sociedad en la que se desarrolla. Formamos parte de una civilización constructora de máscaras en la que el ser se suele confundir con el parecer ser. Al fin y al cabo, la suplantación o el fingimiento de la personalidad es una posibilidad abierta a todo acto comunicativo. Después de todo, convengamos que no existe sistema de comunicación, desde la palabra hablada hasta la más sofisticada herramienta de representación digital que no lleve en su propia naturaleza la posibilidad de la mentira, “si una cosa no puede usarse para mentir, en ese caso tampoco puede usarse para decir la verdad: en realidad, no puede usarse para decir nada”[iv].

Internet puede ser vista como un multifacético y amplio lugar de encuentro. Un espacio para conocer gente, para charlar con desconocidos, para jugar, para escapar de la rutina del trabajo y del estudio, y también, y porque no,  para seducir y enamorarse. En la Red siempre habrá alguien con quien compartir un rato. No importa el momento, no importa el lugar. Tampoco es relevante tener cuerpo de modelo ni de atleta, ni vestir a la moda, ni tener ojos hermosos o una deslumbrante sonrisa de estrella de cine. No importa ser gordo o flaco, joven o viejo, bello o feo; derribada la barrera de las apariencias físicas, en la Red somos, principalmente, lo que dicen las palabras que escribimos, invitándonos a hacer de nosotros personajes de ficción para participar en una suerte de simulacro de relación interpersonal con interlocutores que ineludiblemente se presentan asimismo como una ficción.

Cada uno se muestra como es, o como desea ser, sin ningún condicionante corporal. En la Red llevar puesta una máscara es totalmente irrelevante pues el sólo hecho de que exista la posibilidad de que los disfraces pasen desapercibidos hace que se disuelva la distancia entre lo verdadero y lo falso. De hecho, el anonimato permite que a veces el mejor disfraz sea nuestra verdadera personalidad. En un chat, por ejemplo, nunca podemos saber si quien está detrás de la pantalla es quien dice ser, sólo sabemos lo que nos muestra ser, que no es necesariamente lo mismo.

Todas las transgresiones son imaginables, todas las suplantaciones son posibles, todas. Incluso cabe la posibilidad que la sensual jovencita con la que nos encontramos cada noche en una sala de un chat erótico o el galante caballero que ocupa los sueños amorosos de una mujer solitaria sean en realidad un programa de inteligencia artificial preparado para interactuar con personas, desarrollado por un laboratorio de ciencia cognitiva para el estudio del comportamiento humano en la Red o diseñado especialmente por una empresa de software de entretenimiento con el objeto de animar la participación en chats [v].

La condición básica a la que deben responder los participantes en un entorno digital basado en la comunicación escrita, sean humanos o artificiales, es la credibilidad y esta depende de que consigan proporcionar la ilusión de vida. La clave reside en la capacidad de expresar emociones.

 

V-         Fuera de los cuerpos

En las relaciones puras de Internet el nacimiento del amor prescinde de la existencia del cuerpo. El único indicio que tienen del otro son sus palabras, que separadas de cuerpos e historias personales, sirven como constancia de la presencia (presumible) de alguien tecleando del otro lado de la pantalla.

 Dos personas se conocen a través de alguna de las aplicaciones de la Red y empiezan a intercambiar mensajes. Buscan, encuentran a otro del que sólo tienen de su ser a través de sus palabras, de la belleza o rudeza de su escritura. Sin embargo, muchas veces no tardan en sentir una sensación de cercanía, de proximidad; un cosquilleo, una emoción que identifican con el amor.

Enamorarse de las palabras del otro, construir con ellas una imagen imprecisa a la que evocar en los momentos de ensueño. Idealizar esa imagen, incorporarla a nuestra realidad hasta que adquiere una presencia casi física, capaz de sustituir el verdadero aspecto, la verdadera personalidad del ser amado.

Voces sin sonido, conversaciones sin sonrisas ni gestos que aligeran momentáneamente la angustia provocada por el aislamiento, el dolor por la ausencia de un amor anhelado aún por conocer. Se envían fotos, a través del videochat pueden, incluso, escuchar la voz y vislumbrar los gestos,  la mirada y la sonrisa del otro, tan importantes para el amor. Y aunque nada reemplaza las sensaciones que produce el contacto físico, en ocasiones sienten que en el aquel que se halla detrás de la pantalla se encuentra el amor de su vida.

“Todavía no hemos podido vernos frente a frente, pero es la persona que más amo en este mundo y él lo sabe. Ya contamos los días y las horas para poder estar juntos (…) Por lo pronto, ya llevamos un mes de ser novios, y aunque sea a distancia, sabemos lo que sentimos el uno por el otro. Solamente espero que muy pronto podamos estar juntos, porque las horas que pasamos hablando por teléfono no son suficientes, ni tampoco los e-mails que nos mandamos. No veo el momento de poder estar con él para verlo a los ojos y decirle «te amo», abrazarlo fuertemente y no dejarlo ir nunca. Soy la mujer más feliz del mundo”  Escribe en un espacio de encuentros una mujer argentina de veintitrés años refiriéndose a su ciber romance. Testimonios del mismo tono abundan en la Red. Lo que se promociona menos es el final de las historias, no siempre  feliz.

Dominados por la ilusión de transparencia, los amantes virtuales ( en realidad ¿cabe hablar de amantes?) pueden sentir la cercanía del  deseo, como si las palabras escritas alcanzaran para transmitir aquello que sólo el contacto de pieles y miradas puede expresar en toda su plenitud. La presencia ausente del ser amado no deja en ningún momento de inquietar. La relación crece contenida en los márgenes que establecen la distancia, la idealización del Otro, la ternura y el amor germinados en palabras bien tersadas y el deseo renovado del encuentro postergado.

A medida que la relación se intensifica va aumentando la necesidad de la presencia del otro, hasta que llega un momento en que el encuentro se hace imprescindible. Entonces no hay distancia, no hay obstáculo que pueda impedirlo. Momento deseado pero también temido, pues en muchos casos resulta más fácil escribir de amor que mirar con amor, más sencillo imaginar que hacer, prometer que compartir, leer que besar, teclear que acariciar.

La voluntad de amar empuja, a numerosos usuarios de la red, a atribuir cualidades imaginadas a aquel, aquella que viene a nosotros desde la pantalla, depositando en él o ella expectativas desmedidas que pocas veces corresponden a la persona de carne y hueso que llegado el momento tan esperado, un día conocerá físicamente.

La figura del otro, idealizada, fetichizada, se desvanece, casi indefectiblemente, al enfrentarse con la realidad. La mirada, la sonrisa, los gestos y los olores revelan con irrefutable contundencia que allí donde había envolventes palabras de seducción y desafío existe una persona con sus atractivos y debilidades, sus necesidades y sus limitaciones.

Cuando el velo protector de la pantalla desaparece de nada sirven ya las palabras que con tanto cuidado fueron construyendo la relación. Todo comienza a cambiar. Los tiempos son otros, los sonidos son otros, las intensidades son otras. Cuando los cuerpos empiezan a saberse cerca nada puede ser igual. Las máscaras se recolocan, cambian de densidad y de forma, a veces caen y dejan ver rostros asustados o desafiantes, dejan ver alegrías y ternuras y no esconden los enojos a quien sepa verlos, muestran amor y a veces rechazo que en ocasiones quiere hacerse pasar por indiferencia

En el momento de enfrentarse a la presencia apabullante de los cuerpos, el aspecto físico reaparece en todo su dramatismo, condicionando muy seguido la viabilidad de las relaciones que crecieron en el ámbito seguro, protegido, controlado de la computadora. La imagen proyectada, idealizante e idealizada, rara vez responde a las expectativas del otro, que desilusionado, frustrado por la brecha entre lo esperado y lo hallado se resiste a aceptar que se trata de la misma persona. Si la brecha entre el ser imaginado y el real es muy profunda el alejamiento será inexorable, definitivo. Pero no siempre es así. De tanto en tanto, la primera mirada revela complicidades propias de una intimidad larga, venida de muy lejos. Entonces, el amor es posible. Es su misterio.

Alimentada por un imaginario propio, en Internet nuestra intimidad da forma a un espectáculo privado del que no siempre es fácil desvincularse. En el caso de quienes mantienen una relación afectiva a través de Internet con personas a las que conocen físicamente, la transparencia atribuida a la pantalla puede separar, casi imperceptiblemente, al individuo real de los mensajes que escribe dando lugar a la aparición de un imprevisto alter ego virtual, que no siempre corresponde plenamente a la persona que está detrás del teclado. Así no es raro que los protagonistas de este tipo de relaciones queden envueltos en estos personajes construidos con sus deseos y sus palabras. Como si no pudieran desplazar a los alter egos virtuales, necesitan al Otro, al ser “imaginario” que ellos construyeron, impidiéndose la posibilidad de vivir con plenitud su amor.

 

VII-        Desenmascarar

Las máscaras no están en la Red, las creamos y las llevamos nosotros. Nos las ponemos voluntaria o inconscientemente. ¿Miedo a ser rechazados? ¿Búsqueda de nuestro verdadero rostro?  Necesitamos acercarnos a los demás para acercarnos a nosotros mismos, para ser nosotros mismos.

Para muchos, siempre ha resultado más fácil hablar desde detrás del biombo. Después de todo, es muy probable que el principal problema de Narciso haya sido de autoestima. Internet nos permite contactar con personas de todo el mundo, de toda condición, ofreciéndonos una engañosa sensación de cercanía pues en última instancia necesitamos compartir nuestra vida con el Otro, aquel o aquella que está junto a nosotros y justifica  nuestra existencia. El que nos permite no repetirnos hasta el infinito. El Otro del que nos viene la inteligencia, el que nos aparta de la tentación narcisista. El Otro que somos nosotros y ellos. Voces, miradas, caricias e intereses diversos como protección contra el autismo, insania que conduce, recordémoslo, a la muerte prematura.

Cualquiera sea la tecnología a la que se recurra, existen diferencias notables entre una comunicación cara a cara y la que se mantiene a través de la mediación de una máquina. El ser humano trasmite y recibe información sensorial a través de sus gestos, sus miradas, su olfato, del tacto, todo el cuerpo convertido en un gran órgano de comunicación. Las máquinas de comunicar apenas pueden proporcionamos un precario, insatisfactorio sustituto de comunicación interpersonal. Sin embargo, y a pesar de sus limitaciones, los medios técnicos consiguen acercar a personas que de otro modo nunca hubieran llegado a conocerse. En este sentido, Internet ofrece un espacio abierto a múltiples experiencias de interacción social que están dando lugar, entre otras transformaciones, a la aparición de nuevos modos de establecer y mantener relaciones afectivas, cuyos primeros rasgos recién comienzan a tomar forma.

La pantalla y el teclado de la computadora seguramente no sean el mejor camino para buscar el amor o la amistad, pero quizás ofrezcan el menos difícil e incluso el único posible para miles, millones de personas en este mundo de soledades en compañía. Y si el círculo virtuoso del amor no termina de cerrarse, siempre queda el recurso del Espejo de la Bruja de Blancanieves. “Espejo, espejito ¿Quién es la mujer más bella  y hermosa del Reino?” El único gran riesgo es que, como en el cuento, algún día el espejo nos responda la verdad y después, cuando apaguemos la pantalla, solos ante nuestra mirada, sintamos la ausencia, todas las ausencias

Notas

[i]  Fte. I.D.C. Latin America 2001. Proyecto Atlas. Agosto 2001

[ii] Los principales portales latinoamericanos acostumbrar a ofrece servicios de este tipo, mucho menos extendidos en los sitios de origen español

[iii]Turkle, Sherry (1984) :El segundo yo. Las computadoras y el espíritu humano. Buenos Aires: Galápago, pág.88

[iv] Eco, Umberto (1977): Teoría de semiótica general, Lumen, Barcelona, pág.31

[v] Aunque muchas personas no lo sepan (o no lo asuman), desde los años ochenta es común encontrar programas de este tipo en chats y en otras comunidades de conexión o virtuales basadas en la comunicación textual.

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