Maricela PERERA[*]

Consuelo MARTIN[**]

En los años noventa, el mundo vive una realidad donde profundas dinámicas económicas, políticas y sociales impactan de manera general a todos los países. Cuba no está ajena a esa realidad, aunque desde el proyecto social que construye tiene peculiaridades que la hacen distintiva de lo que acontece en la región. En estas condiciones se han producido un conjunto de situaciones conocidas como Período Especial, dentro del cual se desarrolla una estrategia de reajuste económico para hacer frente a los impactos de la crisis. Este conjunto de situaciones novedosas demanda nuevas formas de organización de la vida cotidiana.

Al quebrarse las formas habituales y conocidas que conforman la cotidianidad, ocurre un proceso de desestructuración/reestructuración de las representaciones, hábitos, expectativas, normas que articulan y dan cuerpo a nuestra vida cotidiana; surge así nuevas formas de relación entre el sujeto y su contexto.

Ofrecer una visión general sobre este proceso es el objetivo central de este trabajo, para lo cual nos apoyamos en un conjunto de conocimientos acumulados a lo largo de más de cinco años de quehacer investigativo-docente.

Cuando se desea conocer una sociedad se debe estudiar a sus individuos, a sus grupos: – como viven, trabajan, piensan, como son y una de las formas de lograrlo es a través del estudio de la vida cotidiana.

La vida cotidiana deviene en espacio y fuente para el conocimiento de la subjetividad individual y social, al constituir el espacio inmediato donde el hombre produce y reproduce, construye la realidad social al mismo tiempo que la subjetividad. Así, coincidimos con Fernando González Rey (1997), al considerar que la subjetividad social se expresa en la vida cotidiana, en dos dimensiones fundamentales:

– una integrada por normas, valores, creencias sociales generales (transmitidas de modo relativamente estables en un contexto socio histórico determinado); y

– otra dimensión conformada por las necesidades en torno a la propia cotidianidad (el estado de las mismas, su contenido, supone expresiones de la subjetividad en armonía o contradicción con los valores y normas generales, que componen la anterior dimensión, de carácter más estable).

Teóricamente definimos la Vida Cotidiana como el sistema de actividades y relaciones sociales que, en un tiempo, ritmo y espacio concretos, regulan la vida de la persona, en un contexto sociohistórico dado.

En la cotidianidad se determina, reproduce y/o modifica el sistema de necesidades del hombre y el tipo de relaciones que éste establece con ellas, las metas sociales, formas y vías disponibles para su satisfacción.

Al estudiar lo cotidiano podemos hacer inteligible y accesible las tendencias del comportamiento social que pueden favorecer o entorpecer el crecimiento y desarrollo pleno del hombre. Desde un enfoque psicosocial, la vida cotidiana – por definición- implica un sistema, en cuya dinámica coexisten relaciones dialécticas entre el sujeto social (sociedad, instituciones, grupos) y el sujeto individual (persona concreta).

La vida cotidiana es acción tanto como experiencia, ella nos muestra a un mismo tiempo un mundo intrasubjetivo, individual, que experimenta la persona y un mundo intersubjetivo, compartido donde cobra forma la relación necesidades/metas. De tal modo, «mi vida cotidiana» es la vida que comparto conmigo mismo y con los demás, algo que en el diario devenir no cuestionamos, ni interpelamos, pues es «la vida misma», muchas veces concebida como la única posible, dotada de una relativa estabilidad y coherencia.

Todo en lo que toma cuerpo y se concretiza la existencia de la persona conforma la cotidianidad: la familia, el trabajo, los amigos, los modos que tenemos de ocupar el tiempo libre, de transportarnos, de comer los alimentos, de relacionarnos, de amar, etc.

Cuando por contingencias del individuo, por situaciones en la interacción con los otros, por cambios en la realidad social de tipo económicos, políticos, culturales, etc., se producen desequilibrios en los elementos reiterativos que permiten el mantenimiento del sistema que es la vida cotidiana, decimos que nos hallamos ante una Crisis – como situación de quiebra del equilibrio, susceptible de ocurrir a nivel individual, grupal, institucional y/o social -. Para un sujeto vivir en una situación de crisis supone una vivencia de ruptura, de discontinuidad en la secuencia lógica de lo cotidiano. Este estado de cosas en el pensamiento cotidiano o de sentido común generalmente se asocia a situaciones de pérdida e involución. Lo cual es una acepción estrecha de las consecuencias de la crisis, ella es posibilidad de regresión pero también de cambio, crecimiento y desarrollo.

Saberes tan milenarios como el de los chinos definen la crisis mediante dos ideogramas: pérdida y posibilidad, excelente idea que da espacio a un concepto de mayor amplitud. Asumir una u otra acepción depende de sí nos situamos en el rol de espectador o de actor.

¿Qué ha sucedido entonces en Cuba en la década de los 90?

Efectivamente, desde fines de los 80 y durante la actual década Cuba ha venido atravesando por una crisis económica, cuya impronta se ha hecho sentir tanto en los elementos que integran la estructura social cubana[ 1] , como en la subjetividad de los grupos e individuos que la conforman. La realidad cubana – caracterizada hasta antes de la crisis por niveles de consumo y vida relativamente estables y en ascenso para todo los grupos sociales y poco dada a rupturas y agudos cambios- se ha modificado a ritmos vertiginosos: se reedefinen condiciones concretas de existencia; se desestructuran normas y marcos referenciales; se movilizan los roles sociales; se frustran y generan nuevas necesidades a un mismo tiempo; se quiebran hábitos y expectativas, se interrumpe la reiteración diaria y aquello que por cotidiano era inadvertido, se torna problémico, objeto de cuestionamiento, reflexión y análisis, todo lo cual demanda de la persona recursos psicológicos y conductuales para dar cuenta de las nuevas situaciones.

¿ Qué sucede a nivel de lo psicológico-individual?

Los referentes cognitivos y afectivos que han configurado la subjetividad cotidiana no permiten dar respuesta a los nuevos eventos por su carácter inédito. Aparecen para el sujeto nuevas exigencias adaptativas, que en la mayoría de los casos se acompañan de costos emocionales. De tal modo se desorganiza – en diverso grado y atendiendo a las particularidades de cada individualidad o grupo- la percepción de lo cotidiano como historia coherente.

A nivel cognoscitivo, los referentes previos disminuyen o pierden su efectividad para dar una respuesta ajustada a las nuevas circunstancias. A nivel afectivo, las nuevas condiciones se experimentan con determinados niveles de emocionalidad, muchas veces vivenciadas como inseguras por nuevas y ambiguas, por desconocidas.

Lo nuevo que deviene abruptamente, provoca en el sujeto ansiedad, aún cuando cualitativamente sea mejor que lo anterior. De algún modo son impactados los referentes en los cuales se anclan las identidades, la pertenencia a un grupo o contexto social más amplio. Se produce, por una parte, una ruptura entre las necesidades y las formas sociales disponibles para satisfacerlas; y por otra, los hechos vitales no se corresponden con las representaciones que sobre los mismos han existido.

La ruptura del equilibrio de lo cotidiano como sistema reclama un rápido restablecimiento. Para ello se reconfiguran nuevas formas de acción y relación, aparecen nuevos objetos socialmente significativos, se transforman referentes sociales, se reconforman los atributos de hechos y fenómenos sociales impactados por la crisis.

Tales dinámicas han estado presentes en la realidad nacional cubana a lo largo de esta década. Reflexionar científicamente sobre este asunto supone un atractivo reto para la Psicología Social. Por una parte crece la posibilidad de análisis si hemos sido protagonistas de esa cotidianidad y la hemos «vivido en el aquí y ahora» de cada uno de estos días y años, lo cual al mismo tiempo, entraña el peligro de subjetivizar demasiado el análisis desde vivencias personales. Se requiere entonces de una distancia reflexiva, que nos permita salirnos un tanto de esa cotidianidad y «mirarla» objetivamente.

Para tal propósito se hace imprescindible ubicar el contexto objeto de análisis y hacer presente todas las coordenadas que han caracterizado la situación.

Los ámbitos de nuestra vida cotidiana en un breve lapso de tiempo (1990-1999) han sido atravesados por las causas y consecuencias de la crisis que se vive en Cuba y junto a ella, por el conjunto de medidas y procesos que integran la estrategia de respuesta, que paulatinamente se ha venido implantando, en forma de un proceso de reajuste económico que permite palear y revertir los efectos de la crisis. El mismo, en su condición de proceso, se ha iniciado de modo lento y progresivo.

En este sentido han sido organizadas e implementadas desde alternativas coyunturales y de alcance local[ 2] hasta procesos y paquetes de medidas económicas y sociales que modifican procesos macroeconómicos y estructurales. Siempre con el objetivo de evitar las conocidas «políticas de choque» que en América Latina laceran a toda la población y excluyen de toda opción a los grupos más vulnerables. La conservación de la justicia social como principio rector ha sido y es la brújula orientadora en este proceso.

En principio debemos señalar que uno de los impactos más profundos, generales, dinámicos y evidentes de este fenómeno ha sido los cambios en la estructura social típica para la transición socialista. Caracterizada – hasta antes de la crisis- por propiciar altos grados de igualdad ha transitado velozmente hacia una estructura social más compleja y diferenciada[ 3] . Algunos de los hechos, procesos y medidas más importantes que han ocurrido durante estos años y que integran la estrategia de reajuste[ 4] con sus particularidades en cada caso, han dejado su impronta en la vida cotidiana. Entre ellos están:

La diversificación de las formas de propiedad: la propiedad mixta y privada crecen y asumen roles económicos complementarios a la propiedad estatal.

Crecimiento de los efectivos empleados en los sectores objeto de reanimación económica, al tiempo que se reducen empleos en algunos sectores a partir de las medidas de reodenamiento económico.

Se complejizan, heterogenizan y diferencian los grupos y clases que integran la estructura social.

Ampliación del sector informal a partir del incremento de los trabajadores cuentapropistas, luego de la aprobación de la Ley para el Trabajo por Cuenta Propia.

Desarrollo del sector turístico como industria en ascenso que apuesta por el desarrollo económico.

Desarrollo de las nuevas tecnologías aplicadas a la industria médico-farmaceútica y agroalimentaria.

El reordenamiento del Sector Agropecuario, con la creación de las Unidades Básicas de Producción Agropecuarias y la transformación de las formas de propiedad en el campo cubano.

Apertura del mercado agropecuario, regidos por la ley de oferta y demanda.

La despenalización de la tenencia de divisas, creación del peso cubano convertible y apertura de las cajas de cambio.

Proceso de desvalorización/revalorización del peso cubano.

Aprobación de una Ley Tributaria (inexistente desde los años 70).

Nuevos sucesos y acuerdos en torno al fenómeno migratorio.

Extensión de las creencias y prácticas religiosas, visita del Papa.

En los diferentes ámbitos de la vida misma son muchos los ejemplos de cómo se ha desestructurado/reestructurado nuestra cotidianidad en un proceso ininterrumpido; por tal razón no es pertinente hacer distinciones entre las consecuencias de la crisis misma y lo determinado por las medidas de reajuste. Valga sólo una reseña general de tan peculiar dinámica.

Ante la escasez de petróleo y combustibles domésticos se produjeron apagones de 8 horas y más que aunque programados y divulgados con anticipación por los medios, impactaron y llegaron hasta casi paralizar la vida doméstica, el funcionamiento de centros productivos y de servicios. La población estructuró y reedefinió múltiples alternativas de respuesta para cocinar, alumbrarse, transportarse, etc.

Redimensionamiento de la economía doméstica; la misma pasa a ser objeto de reflexión y análisis directo de las familias, en aras de solventar las necesidades principales: se buscan fuentes alternativas de ingresos, se reajustan gastos, se redistribuye el presupuesto familiar.

Al mismo tiempo y ante la escasez de algunos productos se han desarrollado nuevos hábitos de consumo: introducción de la soja en la alimentación, para enriquecer y ampliar productos cárnicos y lácteos (tema que en su momento fue objeto de debate y polémica en espacios públicos y privados de la sociedad cubana).

Se desarrolla entre muchos el hábito de consumir hortalizas, vegetales y otros productos, antes poco ingeridos por la existencia de otras opciones alimentarias preferidas.

Se retoman e incorporan opciones de la medicina tradicional y oriental ante la falta de algunos medicamentos

Al interior de la familia se han reconfigurado roles. La mujer ha fortalecido su responsabilidad en el seno del hogar, pues de ellas ha dependido en buena medida el buen funcionamiento de la casa y la satisfacción de su familia; demandando de su parte creatividad e iniciativa. Para los hombres la crisis ha supuesto también cambios; al exigir el desarrollo del ingenio y habilidades, muchas casi insospechadas, al asumir distintas tareas domésticas; como mantenimiento, reparaciones menores de equipos, servicios que casi dejaron de prestarse ante la escasez de recursos del país. Este proceso de reconfiguración de roles asume matices particulares cuando entre uno o más miembros de la familia se produce el desplazamiento hacia opciones de empleo en los sectores emergentes.

La familia como esfera de la vida cotidiana se ha visto fortalecida; hacia ella se dirigen las principales aspiraciones y deseos de los individuos, sin grandes distinciones por la ocupación, el sexo o la edad. Esta ha funcionado como el grupo que principalmente contribuye a que cada uno de sus miembros sortee los efectos de la situación.

En la esfera laboral se evidencia en sentido general y con independencia del sector y la ocupación un fortalecimiento del trabajo como medio de vida personal y familiar.

La esfera del tiempo libre adquiere nuevos contenidos, transitando por el casi obligado ocio pasivo obligado por la paralización de muchas de las opciones, que propició un mayor espacio para la comunicación en grupo (familiares, de amigos), hasta una reanimación paulatina y creciente de variadas opciones recreativas que aparecen bajo la impronta del crecimiento del turismo y el desarrollo de la creatividad popular.

En el ámbito de las relaciones interpersonales la tolerancia ha devenido en cualidad esencial para hacer frente a las adversidades. En este sentido se ha producido la apertura de nuevos objetos y espacios de tolerancia, a la vez que se mueven los umbrales de tolerancia hacia determinados hechos y objetos. La misma ha funcionado como recurso, ante la necesidad de lograr bienestar espiritual en todas las esferas.

Cuando el análisis de lo acaecido se hace desde el repertorio de actitudes y conductas con que los sujetos enfrentan lo cotidiano, nos encontramos que los individuos ‘viven’ el proceso de desestructuración/reestructuración de la cotidianidad desde dos grandes posiciones: actores o espectadores. Lo que equivale a decir, desde una posición activa en la que la persona está incluida o busca posibilidades para la decisión y la acción, para jugar un rol protagónico en la consecución de metas u objetivos; o desde una posición pasiva en la que ya se encuentra o se autoubica o desea permanecer y desde donde se sitúa a «esperar» el suceder de los acontecimientos, con quejas que van justificando con diversos argumentos sus actitudes, vivencias y/o lugar de exclusión.

Esta especie de modelización está atravesada por otra coordenada que multiplica las opciones actitudinales/conductuales posibles: la distancia respecto a lo socialmente establecido, a los objetivos y metas sociales.

De tal modo se producen conductas activas, de implicación personal, donde se reevalúan y reestructuran metas y planes de vida, en diversa medida, anudados a las metas sociales y otros cuyos proyectos se alejan progresivamente de dichas metas sociales, pueden tener diverso grado de legitimación en la subjetividad social y contienen en sí mismo niveles de desintegración social. Tal es el caso de hechos como los negocios ilícitos, la prostitución, el delito, el alcoholismo, la drogadicción, etc.; así como la emigración a otros países en tanto se distancia de las metas establecidas en el proyecto social.

De igual modo, los espectadores producen actitudes pasivas desde las cuales aguardan la solución de los problemas, aquí es fundamental la protección o ayuda de algún familiar para su sustento. En este caso, disminuye a expresiones mínimas la participación social y muchas veces media la crítica o queja pasiva, no movilizativa.

Se trata este de un primer nivel de aproximación al fenómeno, obtenido a partir de múltiples fuentes de información. Hasta donde hemos estudiado, la cotidianidad actual permite afirmar que ninguna de las variantes de comportamientos y actitudes parece privativa o típica de un grupo o segmento social particular y que, en definitiva, son múltiples las alternativas que se están reestructurando continuamente durante la etapa actual.

La relación estructura social-vida cotidiana cobra mayor importancia a partir de este tipo de análisis, pues es una relación que permite aflorar las dinámicas de una realidad portadora de nuevas formas de subjetividad social e individual. Así, la subjetividad cotidiana se expresa en disímiles estrategias de respuestas que acompañan a esta alternativa de sociedad que se construye en la Revolución cubana.

AUTORAS:

* Psicóloga. Docente Universidad de La Habana. Investigadora: Centro de Investigaciones Psicológicas y sociales. La Habana. Cuba

* Psicóloga. Docente Universidad de La Habana. Investigadora: Centro de Estudios de Alternativas Políticas. La Habana. Cuba.

Referencias:

1- Asumimos la Estructura Social como: El sistema de relaciones estables de los elementos que componen el sistema social y que sirve de sostén al funcionamiento de la sociedad. Está integrada por las clases, capas y grupos sociales, la familia, las instituciones, los partidos los grupos laborales, etc. (Tomado de Anuario de Estudio de la Sociedad Cubana Contemporánea. CIPS, Edit. Academia, La Habana,1988)

2- Como ejemplo de este tipo de medidas están la programación de los apagones y su divulgación, el uso de distintas formas de combustible según los recursos locales, la introducción de distintas opciones de transporte, la racionalización planificada de los medicamentos, etc.

3- Entre los rasgos y tendencias de la reproducción de estructura social cubana se destacan: la heterogeneización creciente de sus componentes; la complejización de los tipos socioeconómicos acompañados de una multiplicidad de intereses; nuevas formaciones de clase y recomposición de las capas medias; ampliación de las diferencias territoriales; polarización de los ingresos. Para profundizar en el tema recomendamos consultar la fuente de estos datos: M.Espina y otros, «Rasgos y tendencias de la estructura social cubana» Investigación Inédita, CIPS, 1997.

4- Un detallado y profundo análisis sobre este tema puede ser visto en: M.Espina y otros, «Impactos socioestructurales del reajuste económico» Informe de Investigación no publicado, CIPS, 1995.

Bibliografía

Espina, M. y cols. (1995). «Impactos socioestructurales del reajuste económico». Informe de investigación. Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS), Cuba. (inédito)

Espina, M. y cols. (1997). «Rasgos y tendencias de la estructura social cubana». Informe de investigación. Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS), Cuba. (inédito)

González Rey, Fernando: (1997). «Epistemología cualitativa y subjetividad». Editorial Pueblo y Educación, Ciudad de La Habana, Cuba.

Martín, Consuelo: (1995). «Al rescate de la subjetividad: los estudios sobre la emigración». En: Revista Temas, No.1, enero-marzo, Nueva época, pp.50-56, Ciudad de La Habana, Cuba.

Martín, C.; M. Perera y M. Díaz (1996). «La vida cotidiana en Cuba. Una mirada psicosocial». Revista Temas, No.7, julio-septiembre, Nueva época, pp.92-98, Ciudad de La Habana, Cuba.

Martín, C. y G. Pérez (1998). «Familia, emigración y vida cotidiana en Cuba». Premio Julio 1997, Editora Política, Ciudad de La Habana, Cuba.

Perera, M. (1998). Significados en torno a la desigualdad social. Informe de Investigación. CIPS, CITMA, Ciudad de La Habana, Cuba. (inédito)

Perera, M. (1999). Percepciones sociales en grupos de la estructura social cubana. Informe de Investigación. CIPS, CITMA, Ciudad de La Habana, Cuba. (inédito)

Sorín, Mónica. (1989). «Cultura y vida cotidiana». En: Revista CASA DELAS AMERICAS , No.178.

Quiroga, A. de y J. Racedo (1988). «Crítica de la vida cotidiana». Ediciones Cinco. Buenos Aires, Argentina.

Crisis, reajuste y cotidianidad en los noventa en Cuba.

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