Lic. Alicia B. Gutiérrez.

Docente e investigadora de la Universidad Nacional de Córdoba

…¿cómo no ver que al enunciar los determinantes sociales de las prácticas, de las prácticas intelectuales especialmente, el sociólogo da las posibilidades de una cierta libertad con respecto a esos determinantes? A través de la ilusión de la libertad con respecto a las determinaciones sociales (ilusión de la que dije cien veces que es la determinación específica de los intelectuales), se da libertad de ejercicio a las determinaciones sociales.(…) Así, paradójicamente, la sociología libera al liberar de la ilusión de la libertad, o, más exactamente, de la creencia mal ubicada en las libertades ilusorias. La libertad no es algo dado, sino una conquista, y colectiva»… (BOURDIEU, P., 1988: 27).

Investigar prácticas sociales de cualquier ámbito, y por lo tanto, intentar comprenderlas y explicarlas, desde la construcción teórica de Bourdieu, implica también poner en cuestión al propio investigador y a su propia práctica de investigación.

Si como investigadores nos consideramos como un agente social similar a cualquier otro, es decir, con condicionamientos sociales, actuales e históricos, que devienen de los diferentes medios por los que hemos transcurrido, y con condicionamientos incorporados (habitus) -derivados de internalización de las condiciones de esos mismos medios-, a lo largo de una trayectoria individual que sólo es una variante estructural de una trayectoria de clase [1], ¿cómo explicar y comprender -nosotros mismos- las problemáticas sociales que nos preocupan?

Entrando en este ámbito de discusión, no podemos soslayar uno de sus aspectos fundamentales: la cuestión de la reflexividad, de la objetivación del sujeto objetivante, y del autosocioanálisis.

Para Wacquant, si hay una característica que distingue especialmente a Bourdieu en «el paisaje de la teoría social contemporánea, es su preocupación constante sobre la reflexividad» (BOURDIEU, P. y WACQUANT, 1992: 34).

Recuerda que Bourdieu sugiere tres tipos de sesgos capaces de oscurecer la mirada sociológica: el primero (que ha sido recordado por otros autores) se origina en las características personales del investigador: clase, sexo, etnia; el segundo, está ligado a la posición que el analista ocupa, no tanto en la sociedad en sentido amplio [2], sino en el microcosmos del campo académico; y el tercero, el más profundo y el más peligroso, es el sesgo intelectualista, aquél que lleva a concebir el mundo como un espectáculo a ser interpretado y no como conjunto de problemas concretos que reclaman soluciones prácticas (Ibídem).

Sin estar en desacuerdo con ese planteo, sugiero que la reflexividad epistémica, desde la perspectiva de Bourdieu, supone plantear una determinada manera de mirar y analizar los condicionamientos sociales que afectan al proceso de investigación, tomando como punto especial de la mirada, al propio investigador y sus relaciones, proceso que adquiere, para el analista, el carácter de autosocioanálisis.

A mi juicio, al referirse a objetivar al sujeto objetivante, la propuesta bourdiana consiste fundamentalmente en ubicar al investigador en una posición determinada y analizar las relaciones que mantiene, por un lado, con la realidad que analiza y con los agentes cuyas prácticas investiga, y, por otro, las que a la vez lo unen y lo enfrentan con sus pares y las instituciones comprometidas en el juego científico.

Se trataría, pues, de un doble sistema de relaciones.

Sintéticamente, podría decirse que el primer tipo de relaciones alude a lo que Bourdieu llama «el sentido de las prácticas», y apunta a reflexionar sobre las posibilidades -e imposibilidades- de aprehender la lógica que ponen en marcha los agentes sociales que producen sus prácticas, que actúan en un tiempo y en un contexto determinado, y que el investigador quiere aprehender. Esta lógica es diferente a la «lógica científica», la lógica que el analista implica en su intento de comprender y explicar la problemática que le preocupa, y que constituye el medio, por supuesto, para captar el sentido de las prácticas que el investigador analiza.

El segundo tipo de relaciones alude, en cambio, a la problemática fundamental que se plantea en sociología del conocimiento: la de los condicionamientos sociales que afectan la producción del investigador. Desde la mirada de Bourdieu, esos condicionamientos cobran ciertas características, y afectan la tarea del productor de conocimiento, en la medida en que éste forma parte de un espacio de juego: el campo científico.

Trataré de explicitar un poco más estas ideas que son, a mi juicio, aportes fundamentales de la teoría de Bourdieu a la investigación de las prácticas en el campo de las ciencias sociales en general, tomando ambos tipos de relaciones, que, claro está, sólo son separables analíticamente.

El investigador y la realidad que analiza

La insistencia de Bourdieu en superar la falsa dicotomía planteada en ciencias sociales entre las perspectivas llamadas objetivistas y las llamadas subjetivistas se fundamentan en cierto elemento ontológico: lo social existe de doble manera, como estructuras sociales externas (la historia hecha cosas) y como estructuras sociales incorporadas (la historia hecha cuerpo).

Y, por ello, para poder dar cuenta de las prácticas sociales, es necesario aprehender dialécticamente ambos sentidos de las mismas: el sentido objetivo (el sentido de las estructuras sociales externas e independientes de la conciencia y de la voluntad de los agentes) y el sentido vivido (lo que los agentes se representan, sienten, piensan, creen, viven).

El modo de conocimiento subjetivista se propone reflejar la experiencia vivida (sentido vivido) por los agentes que analiza, sus representaciones, sus creencias, sus pensamientos, sus sentimientos, sus visiones acerca del mundo y de las cosas del mundo. Pero no puede ir más allá de una descripción de esa experiencia del mundo social («informe de los informes», «construcción de construcciones»), por que no tiene en cuenta las condiciones de posibilidad de esa experiencia, es decir, la relación que existe entre las estructuras objetivas y las estructuras incorporadas que las generan (habitus).

Los habitus son esquemas de percepción, de apreciación y de acción interiorizados; sistemas de disposiciones a actuar, a pensar, a percibir, a sentir más de cierta manera que de otra, ligados a definiciones de tipo lo posible y lo no posible (por que objetivamente ha venido siendo posible o no posible), lo pensable y lo no pensable, lo que es para nosotros y lo que no es para nosotros.

Son principios evaluativos de las posibilidades y limitaciones objetivas, incorporadas al agente por esas mismas condiciones objetivas, a lo largo de una trayectoria individual, que es una variante estructural de una trayectoria de clase. Son productos de un sentido práctico, que funcionan en la práctica y que tienden a pensar el mundo «tal cual es», como «yendo de suyo», a aceptarlo más que a intentar modificarlo [3].

El objetivismo por su parte, se propone establecer regularidades objetivas, estructuras, leyes, sistemas de relaciones, que son independientes de las conciencias y de las voluntades individuales (sentido objetivo). Pero, al no tener en cuenta las representaciones, las percepciones, la experiencia vivida, tampoco puede dar cuenta del sentido del juego social, que se explica por la relación dialéctica entre esas regularidades objetivas plasmadas en estructuras, instituciones etc., y esas mismas realidades incorporadas a los individuos (habitus) (BOURDIEU, P., 1991).

«Sentido objetivo» y «sentido vivido», nos lleva nuevamente al planteo de la superación de la visión objetivista y de la visión subjetivista de cualquier problemática social, y con ello, nos recuerda el elemento ontológico de la doble existencia de lo social.

Ahora bien, objetivismo y subjetivismo son perspectivas parciales, aunque no irreconciliables: la primera puede aprehender sólo el sentido objetivo de las prácticas, y la segunda sólo el sentido vivido de las mismas, y ninguna de ellas puede captar el sentido práctico, el sentido del juego social, resultado dialéctico de ambos sentidos [4].

Y ello ocurre, en primer lugar, porque tanto el objetivismo como el subjetivismo comparten el hecho de ser «modos de conocimiento teórico [savant]», es decir, modos de conocimiento de sujetos de conocimiento que analizan una problemática determinada, que son opuestos al «modo de conocimiento práctico», que es aquél que tienen los individuos (analizados), que ponen en marcha casi como si fuera naturalmente en su vida cotidiana, y que constituye el origen de la experiencia que tienen sobre el mundo social (BOURDIEU, P., 1991).

Ambos modos de conocimiento implican diferentes relaciones con la práctica: una relación teórica con la práctica y una relación práctica con la práctica y objetivar esta diferenciación es indispensable para todo proceso de investigación que quiera captar el sentido del juego social.

La práctica social [5] se desarrolla en el tiempo y tiene por ello, una serie de características: es irreversible, tiene una estructura temporal – tiene un ritmo, tiene un tempo-, tiene una orientación. Todas estas características son constitutivas de su sentido: se juega en el tiempo y se juega estratégicamente con el tiempo. Quien está inmerso en el juego, se ajusta a lo que puede prever, a lo que anticipa, toma decisiones en función de las probabilidades objetivas que aprecia global e instantáneamente, y lo hace en la urgencia de la práctica, «en un abrir y cerrar de ojos, en el calor de la acción». (BOURDIEU, P., Ob. cit.)

En relación con el tiempo de la práctica, el tiempo de la ciencia en cambio, es «intemporal». Para el analista el tiempo se destruye: puede sincronizar, puede totalizar. El analista puede darse y puede dar una visión sinóptica de la totalidad y de la unidad de las relaciones, puede sincronizar incluso lo que no lo está en estado práctico. En definitiva, está en condiciones de superar los efectos del tiempo (puede volver a ver lo filmado, puede volver a escuchar lo grabado, puede volver a leer sus notas de campo), hace desaparecer las urgencias, las amenazas, los temores, por que está situado fuera del juego.

En definitiva, según Bourdieu, el investigador tiene el «privilegio de la totalización». Y ésta es esa capacidad del analista de darse y de dar una visión sinóptica de la totalidad y de la unidad de las relaciones (sincronizar, ver en el mismo instante hechos que sólo existen en la sucesión) que constituyen las condiciones de posibilidad de su comprensión adecuada.

El privilegio de la totalización supone, por un lado, la neutralización práctica de las funciones prácticas, es decir, la posibilidad de poner entre paréntesis los usos prácticos, posibilidad que no tiene quien está inmerso en la práctica, precisamente porque está viviendo esa práctica. Por otro lado, implica la puesta en marcha de instrumentos de eternización, acumulados a lo largo de la historia social, académica, como investigador, y adquiridos a costa de tiempo y esfuerzo, como la escritura, técnicas de registro y análisis, teorías, métodos, etc.

En este contexto, para poder dar cuenta del sentido del juego social y, en definitiva, para explicar y comprender prácticas sociales, es necesario un conocimiento del sujeto de conocimiento, una objetivación del sujeto objetivante: y éste es un problema epistemológico clave.

Se trataría de un conocimiento esencialmente crítico respecto a los límites inherentes a todo conocimiento teórico (opuesto al conocimiento práctico), tanto objetivista como subjetivista. Esto supone poner en cuestión los presupuestos inherentes a la posición de «observador objetivo», la del científico que tiene el privilegio social que hace posible su ciencia y que lo lleva a reivindicar «el punto de vista total sobre el todo», implica analizar la relación subjetiva del científico con el mundo social y con la relación social objetiva que está implicando esta relación subjetiva. (Ob. Cit.).

En definitiva, la propuesta de Bourdieu consiste en reconocer que hay una especial relación que el investigador mantiene con su objeto (el grupo de agentes que estudia) y que esa relación tiene que ver concretamente con las prácticas que se pretenden explicar, y específicamente con las diferencias que existen entre la posición del investigador (como sujeto de conocimiento) y la de los agentes que analiza (que viven las prácticas que producen).

En este sentido, la relación práctica que el investigador mantiene con su objeto, es la del «que está excluido» del juego real de las prácticas que está analizando [6], de lo que allí se juega, de la illusio, de las apuestas. No tiene allí su lugar, ni tiene por que hacerse allí un lugar: no comparte las experiencias vividas de ese espacio, ni las urgencias, ni el ritmo, ni las alegrías, ni los temores, ni los fines inminentes de las acciones prácticas.

No se trata aquí de una «distancia cultural» (es decir, de una cuestión de compartir valores y tradiciones diferentes) sino más bien de una «distancia diferente respecto a la necesidad», de una separación de dos relaciones diferentes con el mundo, una de ellas teórica y la otra práctica:

«El intelectualismo está inscrito en el hecho de introducir en el objeto, la relación intelectual con el objeto, de sustituir la relación práctica con la práctica por la relación que el observador mantiene con su objeto» (Ob.. cit.: 62).

Entonces, en este contexto, la construcción científica sólo puede aprehender los principios de la lógica práctica haciéndoles sufrir un cambio de naturaleza: convirtiendo una sucesión práctica en una sucesión representada, una acción orientada en relación a un espacio objetivamente constituido como estructura de exigencias objetivas y simbólicas, en operación reversible, efectuada en un espacio continuo y homogéneo. Todo ello por que el sentido práctico no puede funcionar fuera de toda situación, sin referencia a funciones prácticas concretas. La práctica excluye el retorno sobre sí: el agente no puede dar cuenta de la verdad de su práctica sino es en situación práctica, no puede teorizar ni reflexionar sobre ella sino es abandonando su relación práctica con la práctica (Ob. cit.)

Todo ello recuerda, repito, que debemos ubicarnos -como investigadores, frente a la realidad que estamos analizando, o mejor, frente a los agentes cuyas prácticas pretendemos comprender y explicar- en el lugar de un agente social como cualquier otro, con condicionamientos objetivos, actuales e históricos y con condicionamientos incorporados a lo largo de una trayectoria individual y colectiva (de clase, y académica):

«El etnólogo hablaría mejor de la creencia y de los ritos de los otros, si comenzara a hacerse dueño y maestro de sus propios ritos y creencias». (Ob. cit.: 117)

El investigador y su espacio de juego

Ahora bien, dijimos que ese doble sistema de relaciones en el que está inserto el investigador, sólo es separable analíticamente. Por que el investigador desarrolla su investigación también en un tiempo determinado (la lógica práctica del investigador con su investigación), con un ritmo, con un tempo, con sus propias urgencias, con sus logros y sus temores. También juega en el tiempo y juega estratégicamente con el tiempo: tiene informes, plazos y formatos; porque, parafraseando a Bourdieu, los investigadores no están fuera del juego [7].

Como agente social que juega el juego de la ciencia, está objetivamente condicionado por el estado de ese juego, por la historia del juego, por el capital que ha logrado acumular en el transcurso del juego, y por lo que ha incorporado a lo largo de una trayectoria social general y específica del juego. Pero existen herramientas que permiten liberarlo, al menos en parte, de esos condicionamientos, proporcionadas por la «sociología de la sociología»:

«La sociología de la ciencia descansa sobre el postulado de que la verdad del producto -se trataría de ese producto muy particular que es la verdad científica-, reside en una especie particular de condiciones sociales de producción; es decir, más precisamente, en un estado determinado de la estructura y del funcionamiento del campo científico. El universo «puro» de la ciencia más «pura» es un campo social como cualquier otro, con sus relaciones de fuerza y sus monopolios, sus luchas y sus estrategias, sus intereses y sus beneficios, pero donde todos estos invariantes revisten formas específicas» (BOURDIEU, P, 1976: 88).

En otras palabras, Bourdieu concibe al campo de las ciencias como un campo semejante a los otros campos sociales. Es decir, como lugar de relaciones de fuerza, como campo de luchas donde hay intereses en juego (a pesar de que las prácticas de los agentes pudieran parecer desinteresadas), donde los diversos agentes e instituciones ocupan posiciones diferentes según el capital específico que poseen, y elaboran distintas estrategias [8] para defender su capital -el que pudieron acumular en el curso de luchas anteriores-, capital simbólico, de reconocimiento y consagración, de legitimidad y de autoridad para hablar de la ciencia y en nombre de la ciencia.

Por ello la sociología es una ciencia que incomoda a los científicos [9], entre otras cosas, por que muestra que el mundo científico es un mundo de luchas y de competencias como cualquier otro, con intereses específicos, con sus apuestas, sus beneficios (premios, becas, subsidios, etc,), y ello pone en tela de juicio un conjunto de creencias compartidas y denegadas colectivamente [10].

Lo que estoy planteando también implica que la manera y los instrumentos que utilizamos para aproximarnos al conocimiento de los diferentes aspectos de la compleja realidad social, las categorías conceptuales que ponemos en juego, las hipótesis que manejamos, etc., están condicionadas por la posición que ocupamos en el espacio social, y sobre todo, por la posición que tenemos en el propio terreno de lucha: el campo científico. En este sentido, esos instrumentos, esos conceptos, esas hipótesis, como aquellas otras maneras de percibir y evaluar, de clasificar y de construir lo real, están ligadas a la posición que ocupamos en el mundo social.

Pero además, el campo de las ciencias sociales -y sus sub-campos- está en una situación muy diferente en relación al universo general del campo de las ciencias, y esa diferencia deriva del hecho de tener por objeto al mundo social y de que todos los que participan en él pretenden producir una representación científica del mismo.

Entonces, quienes juegan el juego del campo de las ciencias sociales, no sólo entran en concurrencia entre sí (los especialistas, los científicos), sino que también luchan con otros profesionales de la producción simbólica (escritores, políticos, periodistas) y, en un sentido más amplio, con todos los agentes sociales quienes, con capitales o poderes muy diferentes, con mayor o menor éxito, trabajan también para imponer su visión sobre el mundo social. Y esta es una de las razones por las cuales el cientista social no puede obtener tan fácilmente como los otros sabios, el reconocimiento del monopolio del discurso legítimo sobre su objeto. (BOURDIEU, P., 1995).

Ahora bien, todos estos condicionamientos -objetivos y simbólicos- asociados a la inserción social de los productores de conocimiento social -y con ello, el condicionamiento social de las producciones ligadas a la ciencia social-, no constituyen, a juicio de Bourdieu, un obstáculo epistemológico insuperable.

Sugiere que en la medida en que la sociología del conocimiento proporciona instrumentos adecuados para analizar el condicionamiento social de las producciones científicas, poniendo en evidencia los mecanismos de competencia, las relaciones de fuerza y las estrategias utilizadas por los agentes sociales que las producen, estaría también en condiciones de señalar condiciones sociales de un control epistemológico, entre ellas, aquellas que contribuyan a un mayor fortalecimiento de la comunidad científica, sus instituciones, y sus propias leyes de funcionamiento.

Ello estaría en relación también con el grado de autonomía relativa que lograra tener el campo científico en general y el de las ciencias sociales en particular: mientras logren obtener mayor peso sus propias leyes de funcionamiento y las instancias de consagración y legitimación específicas, mayor será su autonomía frente a la incidencia que pudieran tener otros campos (el político y el económico, por ejemplo) sobre el espacio de juego de la ciencia social, y más fácilmente se podrá jugar el juego de las ciencias sociales con las propias armas de la ciencia y no con otras.

La historia social de las ciencias sociales no es una especialidad entre otras. Es el instrumento privilegiado de la reflexividad crítica, condición imperativa de la lucidez colectiva, y también individual. (…)

La ciencia social tiene el privilegio de poder tomar por objeto su propio funcionamiento y de estar en condiciones de llevar así a la conciencia, las coacciones que pesan sobre la práctica científica; puede pues servirse de la conciencia y del conocimiento que posee de sus funciones y de su funcionamiento para intentar superar algunos de los obstáculos al progreso de la conciencia y del conocimiento. Así, lejos de invalidar sus propios fundamentos, como se ha dicho muchas veces, condenando al relativismo, tal ciencia reflexiva puede al contrario, proporcionar los principios de una Realpolitik científica, que apunte a asegurar el progreso de la razón científica. (Ob.. cit.: 3)

A modo de cierre

Agentes sociales «analizados» y agentes sociales «analizadores» formamos parte del mismo mundo social. Y ello implica el reconocimiento de que los investigadores tenemos experiencias y representaciones sobre ese mundo, y es necesario objetivar esa experiencia social.

Y en ese sentido, los investigadores no estamos separados de nuestros objetos, sino que estamos sujetos a los mismos tipos de condicionamientos, en términos generales, aunque no particulares (estos derivan de los diferentes espacios de juego en los que participamos, de nuestras historias y posiciones diferentes, de nuestros habitus) y todos poseen, de algún modo control reflexivo de su acción.

Pero hay algo que nos separa como investigadores de los agentes cuyas prácticas intentamos comprender y explicar: y es la relación misma con la práctica, una relación teórica con la práctica, frente a una relación práctica con la práctica. Y en ello consiste «objetivar nuestra posición como investigador», apelando a un proceso de reflexividad epistémica.

Pero también hay otro aspecto de esa objetivación: lo que acabo de decir no significa que como investigadores no tengamos nuestro propio juego, nuestras propias urgencias, nuestras propias apuestas: aquellas que se relacionan con nuestra propia profesión y que nos ligan y separan, a la vez, a nuestros pares y a las instituciones del juego científico.

Reconocer que formamos parte del mundo social, que a la vez tenemos una «cultura» especial, académica, que nos lleva a tener una mirada y una experiencia especial del mundo (el sesgo escolástico, como lo llama Bourdieu), y que es necesario objetivar nuestra posición, implica también reconocer que como investigadores no podremos eliminar totalmente nuestros efectos sobre los datos: pero podremos comprenderlos y controlarlos, apelando a las herramientas que nos brinda la sociología del conocimiento.

Desde la perspectiva de Bourdieu, la sociología de la sociología podría proporcionarnos herramientas que nos ayuden, no a eliminar por completo nuestros condicionamientos, pero sí a controlarlos y hacerlos controlables para nuestros pares.

Reflexividad epistémica, objetivación del sujeto objetivante, aparecen como los únicos caminos de libertad posibles.

En primer lugar, como una cuestión individual y a través de un proceso de autosocioanálisis, esto es, de autoexplicitación de los distintos mecanismos y condicionamientos que nos separan (por la función que cumplimos) de los agentes cuyas prácticas intentamos explicar y comprender. En segundo lugar, analizando nuestra posición como investigadores, ligada a otras posiciones de otros investigadores que nos unen y nos enfrentan en el juego científico.

Pero la verdadera conquista es colectiva…Y para ello es necesario explicitar los distintos mecanismos del juego, desentrañar -hasta donde ello sea posible- las reglas que regulan el juego, y de este modo, crear condiciones sociales de posibilidad para el conocimiento científico.

BIBLIOGRAFIA CITADA

BOURDIEU, Pierre

1976, «Le champ cientifique», en: Actes de la recherche en ciences sociales, No. 2-3.

1988, «Espacio social y poder simbólico», en: BOURDIEU, Pierre, Cosas dichas, Gedisa, Buenos Aires, pág. 127-142. (Primera edición en francés, 1987)

1990a, «¿Los intelectuales están fuera del juego?, en: Sociología y Cultura, Grijalbo, Méjico, pág. 95-100. (Primera edición en francés, 1984).

1990b, «Una ciencia que incomoda», en: Op. cit, pág. 79-94.

1991, El sentido práctico, Taurus, España. (Primera edición en francés, 1980).

1994, Raison pratiques, Ed. du Seuil, París.

1995, «La cause de la science», en: Actes de la recherche en scences sociales, no. 106-107, pág. 3-10.

BOURDIEU, Pierre y WACQUANT, Loic,

1992, Réponses, Ed. du Seuil, París.

GEERTZ, Clifford,

1994, Conocimiento local, Buenos Aires, Paidós. Primera edición en inglés, 1983.

GUTIERREZ, Alicia,

1995, Pierre Bourdieu. Las Prácticas sociales, Co-edición Editorial Universitaria de la Universidad Nacional de Misiones/Dirección de ublicaciones de la Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba.

HAMMERSLEY, Martyn y ATKINSON, Paul,

1994, Etnografía, Barcelona, Paidós. (Primera edición en inglés, 1983).

Notas

[1] – Un análisis detallado de los conceptos claves que estructuran la lógica de análisis de Pierre Bourdieu y las relaciones que mantienen entre sí, han sido detalladamente trabajados en GUTIERREZ, A. (1995).

[2] – Para Hammersley y Atkinsons, por ejemplo, reconocer el carácter re-flexivo de la investigación social implica reconocer que somos parte del mundo social que estudiamos. «Y esto no es meramente una cuestión metodo-lógica, es un hecho existencial». (1994: 29).

[3] – Es siempre necesario recordar que hablar de ha-bitus implica tener en cuenta la historicidad del agente y de los sistemas de re-laciones: el ha-bitus se opone tanto a las explicaciones mecanicistas y a las que conci-ben las prácticas como ejecución de un modelo, cuanto a aqué-llas que su-ponen las acciones como el producto de una actividad racional que realiza cálculos explícitos en términos de costos-beneficios. Por otra parte, este concepto permite entender porqué Bourdieu plantea una racionalidad limitada de la práctica social. Ahora bien, se trata de una racionalidad que es limitada, no a la manera de Simon, por que el actor social nunca puede conocer totalmente su conjunto de oportunidades, ni sólo por que el espíritu humano es limitado, sino también, y fundamentalmente, porque el agente social está socialmente limitado: por sus condiciones objetivas externas y por sus condiciones objetivas incorporadas (habitus).

[4] – Para Bourdieu pues, objetivismo y subjetivismo son perspectivas criti-cadas por ser parciales, pero deben tomarse de ambas, los aportes que pueden proporcionar a la comprensión y explicación de las prácticas so-ciales. Por ello, se plantean como dos momentos del análisis sociológico, momentos que están en una relación dialéctica: Las estructuras objetivas que construye el in-vestigador en el momento objetivista (construcción del sis-tema de relaciones objetivas en el cual los individuos se ha-llan in-sertos), » apartar las representaciones subjetivas de los agentes, son el fundamento de las representaciones sub-jetivas y constituyen las coaccio-nes estructura-les que pesan sobre las interacciones» (BOURDIEU, P., 1988: 129). Pero, por otro lado, «esas representaciones también deben ser considera-das si se quiere dar cuenta especialmente de las luchas co-tidianas individuales o colectivas, que tienden a transformar o a conser-var esas estructu-ras» (Ibídem).

[5] – «Es necesario reconocer a la práctica una lógica que no es la de la ló-gica, para evitar pedirle más lógica de la que puede dar y condenarse así bien a extraerle incoherencias, bien a imponerle una coherencia forzada». (BOURDIEU, 1991: 145).

[6] – En cierto modo, y desde una perspectiva analítica completamente dife-rente, la de Geertz (a quien Bourdieu ubica entre las posturas subjeti-vistas, y por lo tanto, la considera «parcial»), queda claro en dicho au-tor (1994), que el problema de la reflexividad del investigador frente a lo que puede conocer de los nativos es, no tanto una cuestión moral sino epistemológica. Y con respecto a la exclusión del investigador, señala: «El etnógrafo no percibe, y en mi opinión difícilmente puede hacerlo, lo que perciben sus informantes (…). En un mundo de ciegos (que no son tan distraídos como parecen), el tuerto no es rey sino simple expectador» (Ob. Cit.: 76).

[7] – «¿Los intelectuales están fuera del juego?» (BOURDIEU, P., 1990).

[8] – Recordemos brevemente que la noción de estrategia en Bourdieu se con-cibe como líneas objetivas orientadoras de las prácticas y no supone ne-cesariamente una explicitación consciente de los mecanismos por parte del agente social.
[9] – «Una ciencia que incomoda» (BOURDIEU, P. , 1990).

[10] – El campo de la ciencia, como el del arte, el de la religión, el de la política, el de la economía doméstica, participan de lo que el autor llama «la economía de los bienes simbólicos»: es la lógica de aquellos universos sociales que tienen en común crear condiciones objetivas para que los agentes que juegan ese juego tengan allí «interés por el desinte-rés» (y por lo tanto, estén interesados). Estos espacios de juego se ca-racterizan por que allí el «desinterés» -en sentido estrictamente econó-mico- es recompensado con la obtención de otros beneficios -especialmente simbólicos-, y por que descansan sobre el rechazo o la censura del inte-rés económico y sobre la denegación colectiva de la verdad económica (BOURDIEU, P., 1994).

Investigar las practicas y practicar la investigación. Algunos aportes desde la sociología de Bourdie.

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